La zapatera prodigiosa 4. Cuarta entrega
de Federico García Lorca

La zapatera prodigiosa 4. Cuarta entrega

 

 

Fuente bibliotecasvirtuales. Farsa violenta en dos actos

Autor: Federico García Lorca

 

(Muy dramático y cruzando las manos.)

 Esposo viejo y decente

 casado con joven tierna,

 qué tunante caballista

 roba tu amor en la puerta.

 

(La Zapatera, que ha estado dando suspiros, rompe a llorar.)

 

ZAPATERO. (Volviéndose.) ¿Qué os pasa?

 

ALCALDE. ¡Pero, niña! (Da con la vara.)

 

VECINA ROJA. ¡Siempre llora quien tiene por qué callar!

 

VECINA MORADA. ¡Siga usted! (Los Vecinos murmuran y sisean.)

 

ZAPATERA. Es que me da mucha lástima y no puedo contenerme, ¿lo ve usted?, no puedo contenerme. (Llora queriéndose contener, hipando de manera comiquísima.)

 

ALCALDE. ¡Chitón!

 

NIÑO. ¿Lo Ves?

 

ZAPATERO. ¡Hagan el favor de no interrumpirme! ¡Cómo se conoce que no tienen que decirlo de memoria!

 

NIÑO.  (Suspirando.) ¡Es verdad!

 

ZAPATERO. (Malhumorado.)

 

Un lunes por la mañana

 a eso de las once y media,

 cuando el sol deja sin sombra

 los juncos y madreselvas,

 cuando alegremente bailan

 brisa y tomillo en la sierra

 y van cayendo las verdes

 hojas de las madroñeras,

 regaba sus alhelíes

 la arisca talabartera.

 Llegó su amigo trotando

 una jaca cordobesa

 y le dijo entre suspiros:

 Niña, si tú lo quisieras,

 cenaríamos mañana

 los dos solos, en tu mesa.

 ¿Y qué harás de mi marido?

 Tu marido no se entera.

 ¿Qué piensas hacer? Matarlo.

 Es ágil. Quizá no puedas.

 ¿Tienes revólver? ¡Mejor!,

 ¡tengo navaja barbera!

 ¿Corta mucho? Más que el frío.

 (La Zapatera se tapa los ojos y aprieta al Niño.

 Todos los Vecinos tienen una expectación máxima

 que se notará en sus expresiones.)

 Y no time ni una mella.

 ¿No has mentido? Le daré

 diez puñaladas certeras

 en esta disposición,

 que me parece estupenda:

 cuatro en la región lumbar,

 una en la tetilla izquierda,

 otra en semejante sitio

 y dos en cada cadera.

 ¿Lo matarás en seguida?

 Esta noche cuando vuelva

 con el cuero y con las crines

 por la curva de la acequia.

 

(En este último verso y con toda rapidez se oye fuera del escenario un grito angustiado y fortísimo; los Vecinos se levantan. Otro grito más cerca. Al Zapatero se le cae de las manos el cartelón y la varilla.

 Tiemblan todos cómicamente.)

 

VECINA NEGRA. (En la ventana.) ¡Ya han sacado las navajas!

 

ZAPATERA. ¡Ay, Dios mío!

 

VECINA ROJA. ¡Virgen Santísima!

 

ZAPATERO. ¡Qué escándalo!

 

VECINA NEGRA. ¡Se están matando! ¡Se están cosiendo a puñaladas por culpa de esa mujer! (Señala a la Zapatera.)

 

ALCALDE. (Nervioso.) ¡Vamos a ver!

 

NIÑO. ¡Que me da mucho miedo!

 

VECINA VERDE.  ¡Acudir, acudir! (Van saliendo.)

 

VOZ. (Fuera.) ¡Por esa mala mujer!

 

ZAPATERO. Yo no puedo tolerar esto; ¡no lo puedo tolerar! (Con las manos en la cabeza corre la escena. Van saliendo rapidísimamente todos entre ayes y miradas de odio a la Zapatera. Ésta cierra rápidamente la ventana y la puerta.)

 

ESCENA V

 

Zapatera y Zapatero.

 

ZAPATERA. ¿Ha visto usted qué infamia? Yo le juro por la preciosísima sangre de nuestro padre Jesús, que soy inocente. ¡Ay! ¿Qué habrá pasado?... Mire, mire usted como tiemblo. (Le enseña las manos.) Parece que las manos se me quieren escapar ellas solas.

 

ZAPATERO. Calma, muchacha. ¿Es que su marido está en la calle?

 

ZAPATERA. (Rompiendo a llorar.) ¿Mi marido? ¡Ay, señor mío!

 

ZAPATERO. ¿Qué le pasa?

 

ZAPATERA. Mi marido me dejó por culpa de las gentes y ahora me encuentro sola sin calor de nadie.

 

ZAPATERO. ¡Pobrecilla!

 

ZAPATERA. ¡Con lo que yo lo quería! ¡Lo adoraba!

 

ZAPATERO. (En un arranque.) ¡Eso no es verdad!

 

ZAPATERA. (Dejando rápidamente de llorar.) ¿Qué está usted diciendo?

 

ZAPATERO. Digo que es una cosa tan... incomprensible que... parece que no es verdad. (Turbado.)

 

ZAPATERA. Tiene usted mucha razón, pero yo desde entonces no como, ni duermo, ni vivo; porque él era mi alegría, mi defensa.

 

ZAPATERO. Y queriéndolo tanto como lo quería, ¿la abandonó? Por lo que veo su marido de usted era un hombre de pocas luces.

 

ZAPATERA. Haga el favor de guardarse la lengua en el bolsillo. Nadie le ha dado permiso para que dé su opinión.

 

ZAPATERO. Usted perdone, no he querido...

 

ZAPATERA. Digo... ¡cuando era más listo!

 

ZAPATERO. (Con guasa.) ¿Siiii?

 

ZAPATERA. (Enérgica.) Sí. ¿Ve usted todos esos romances y chupaletrinas que canta y cuenta por los pueblos? Pues todo eso es un ochavo comparado con lo que él sabía... él sabía... ¡el triple!

 

ZAPATERO. (Serio.) No puede ser.

 

ZAPATERA. (Enérgica.) Y el cuádruple... Me los decía todos a mí cuando nos acostábamos. Historietas antiguas que usted no habrá oído mentar siquiera... (Gachona.) y a mí me daba un susto... pero él me decía: « ¡Preciosa de mi alma, si esto ocurre de mentirijillas! ».

 

ZAPATERO. (Indignado.) ¡Mentira!

 

ZAPATERA. (Extrañadísima.) ¿Eh? ¿Se le ha vuelto el juicio?

 

ZAPATERO.  ¡Mentira!

 

ZAPATERA. (Indignada.) Pero ¿qué es lo que está usted diciendo, titiritero del demonio?

 

ZAPATERO. (Fuerte y de pie.) Que tenía mucha razón su marido de usted. Esas historietas son pura mentira, fantasía nada más. (Agrio.)

 

ZAPATERA. (Agria.) Naturalmente, señor mío. Parece que me toma por tonta de capirote... pero no me negará usted que dichas historietas impresionan.

 

ZAPATERO. ¡Ah, eso ya es harina de otro costal! Impresionan a las almas impresionables.

 

ZAPATERA. Todo el mundo tiene sentimientos.

 

ZAPATERO. Según se mire. He conocido mucha gente sin sentimiento. Y en mi pueblo vivía una mujer... en cierta época, que tenía el suficiente mal corazón para hablar con sus amigos por la ventana mientras el marido hacía botas y zapatos de la mañana a la noche.

 

ZAPATERA. (Levantándose y cogiendo una silla.) ¿Eso lo dice por mí?

 

ZAPATERO. ¿Cómo?

 

ZAPATERA. ¡Que si va con segunda, dígalo! ¡Sea valiente!

 

ZAPATERO. (Humilde.) Señorita, ¿qué está usted diciendo? ¿Qué sé yo quién es usted? Yo no la he ofendido en nada; ¿por qué me falta de esa manera? ¡Pero es mi sino! (Casi lloroso.)

 

ZAPATERA. (Enérgica, pero conmovida.) Mire usted, buen hombre. Yo he hablado así porque estoy sobre ascuas; todo el mundo me asedia, todo el mundo me critica; ¿cómo quiere que no esté acechando la ocasión más pequeña para defenderme? Si estoy sola, si soy joven y vivo ya sólo de mis recuerdos. (Llora.)

 

ZAPATERO. (Lloroso.) Ya comprendo, preciosa joven. Lo comprendo mucho más de lo que pueda imaginarse, porque... ha de saber usted con toda clase de reservas que su situación es... sí, no cabe duda, idéntica a la mía.

 

ZAPATERA. (Intrigada.) ¿Es posible?

 

ZAPATERO. (Se deja caer sobre la mesa.) A mí... ¡me abandonó mi esposa!

 

ZAPATERA. ¡No pagaba con la muerte!

 

ZAPATERO. Ella soñaba con un mundo que no era el mío, era fantasiosa y dominanta, gustaba demasiado de la conversación y las golosinas que yo no podía costearle, y un día tormentoso de viento huracanado me abandonó para siempre.

 

ZAPATERA. ¿Y qué hace usted ahora, corriendo mundo?

 

ZAPATERO. Voy en su busca para perdonarla y vivir con ella lo poco que me queda de vida. A mi edad ya se está malamente por esas posadas de Dios.

 

ZAPATERA. (Rápida.) Tome un poquito de café caliente que después de toda esta tracamandana le servirá de salud. (Va al mostrador a echar el café y vuelve la espalda al Zapatero.)

 

ZAPATERO. (Persignándose exageradamente y abriendo los ojos.) Dios te lo premie, clavellinita encarnada.

 

ZAPATERA. (Le ofrece la taza. Se queda con el plato en las manos y él bebe a sorbos.) ¿Está bueno?

 

ZAPATERO. (Meloso.) ¡Como hecho por sus manos!

 

ZAPATERA. (Sonriente.) ¡Muchas gracias!

 

ZAPATERO. (En el último trago.) ¡Ay, qué envidia me da su marido!

 

ZAPATERA. ¿Por qué?

 

ZAPATERO. (Galante.) ¡Porque se pudo casar con la mujer más preciosa de la tierra!

 

ZAPATERA. (Derretida.) ¡Qué cosas tiene!

 

ZAPATERO. Y ahora casi me alegro de tenerme que marchar, porque usted sola, yo solo, usted tan guapa y yo con mi lengua en su sitio, me parece que se me escaparía cierta insinuación...

 

ZAPATERA. (Reaccionando.) Por Dios, ¡quite de ahí! ¿Qué se figura? ¡Yo guardo mi corazón entero para el que está por esos mundos, para quien debo, para mi marido!