La Dama Boba 5. Quinto Acto
Autor: Lope de Vega
Fuente: ciudadseva.
FINEA: Siendo presto.
¿No sabes desabrazar?
LAURENCIO: El brazo derecho alcé;
tienes razón, ya me acuerdo,
y agora alzaré el izquierdo,
y el abrazo desharé.
FINEA: ¿Estoy ya desabrazada?
LAURENCIO: ¿No lo ves?
Sale NISE
NISE: ¡Y yo también!
FINEA: Huélgome, Nise, tan bien;
que ya no me dirás nada.
Ya Laurencio no me pasa
por el pensamiento a mí;
ya los ojos le volví,
pues que contigo se casa.
En el lienzo los llevó;
y ya me ha desabrazado.
LAURENCIO: Tú sabrás lo que ha pasado,
con harta risa.
NISE: Aquí no.
Vamos los dos al jardín,
que tengo bien que riñamos.
LAURENCIO: Donde tú quisieres, vamos.
Vanse LAURENCIO y NISE
FINEA: Ella se le lleva en fin.
¿Qué es esto, que me da pena
de que se vaya con él?
Estoy por irme tras él...
¿Qué es esto que me enajena
de mi propia libertad?
No me hallo sin Laurencio...
Mi padre es éste; silencio.
Callad, lengua; ojos hablad.
Sale OCTAVIO
OCTAVIO: ¿Adónde está tu esposo?
FINEA: Yo pensaba
que lo primero, en viéndome, que hicieras
fuera saber de mí si te obedezco.
OCTAVIO: Pues eso, ¿a qué propósito?
FINEA: ¿Enojado,
no me dijiste aquí que era mal hecho
abrazar a Laurencio? ¿Pues agora
que me desabrazase le he rogado,
y el abrazo pasado me ha quitado.
OCTAVIO: ¿Hay cosa semejante? ¡Pues di, bestia!,
¿otra vez le abrazaste?
FINEA: Que no es eso;
fue la primera vez alzado el brazo
derecho de Laurencio, aquel abrazo,
y agora levantó, que bien me acuerdo,
porque fuese al revés, el brazo izquierdo.
Luego desabrazada estoy agora.
OCTAVIO: (Cuando pienso que sabe, más ignora; Aparte
ello es querer hacer lo que no quiso
Naturaleza).
FINEA: Diga, señor padre,
¿cómo llaman aquella que se siente
cuando se va con otro lo que se ama?
OCTAVIO: Ese agravio de amor, "celos" se llama.
FINEA: ¿Celos?
OCTAVIO: ¿Pues no lo ves, que son sus hijos?
FINEA: El padre puede dar mil regocijos;
y es muy hombre de bien, mas desdichado
en que tan malos hijos ha crïado.
OCTAVIO: (Luz va teniendo ya. Pienso y bien pienso
que si Amor la enseñase, aprendería).
FINEA: ¿Con qué se quita el mal de celosía?
OCTAVIO: Con desenamorarse, si hay agravio,
que es el remedio más prudente y sabio;
que mientras hay amor ha de haber celos,
pensión que dieron a este bien los cielos.
¿Adónde Nise está?
FINEA: Junto a la fuente,
con Laurencio se fue.
OCTAVIO: ¡Cansada cosa!
Aprende noramala a hablar su prosa,
déjese de sonetos y canciones;
allá voy, a romperle las razones.
Vase OCTAVIO
FINEA: ¿Por quién, en el mundo, pasa
esto que pasa por mí?
¿Qué vi denantes, qué vi,
que así me enciende y me abrasa?
Celos dice el padre mío
que son. ¡Brava enfermedad!
Sale LAURENCIO
LAURENCIO: (Huyendo su autoridad, Aparte
de enojarle me desvío;
aunque, en parte, le agradezco
que estorbase los enojos
de Nise. Aquí están los ojos
a cuyos rayos me ofrezco).
¿Señora?
FINEA: Estoy por no hablarte.
¿Cómo te fuiste con Nise?
LAURENCIO: No me fui porque yo quise.
FINEA: Pues ¿por qué?
LAURENCIO: Por no enojarte.
FINEA: Pésame si no te veo,
y en viéndote ya querría
que te fueses, y a porfía
anda el temor y el deseo.
Yo estoy celosa de ti;
que ya sé lo que son celos;
que su duro nombre, ¡ay cielos!,
me dijo mi padre aquí;
mas también me dio el remedio.
LAURENCIO: ¿Cuál es?
FINEA: Desenamorarme;
porque podré sosegarme
quitando el amor de en medio.
LAURENCIO: Pues eso, ¿cómo ha de ser?
FINEA: El que me puso el amor
me lo quitaré mejor.
LAURENCIO: Un remedio suele haber.
FINEA: ¿Cuál?
LAURENCIO: Los que vienen aquí
al remedio ayudarán.
Salen PEDRO, DUARDO y FENISO
PEDRO: Finea y Laurencio están
juntos.
FENISO: Y él fuera de sí.
LAURENCIO: Seáis los tres bien venidos
a la ocasión más gallarda
que se me pudo ofrecer;
y pues de los dos el alma
a sola Nise discreta
inclina las esperanzas,
oíd lo que con Finea
para mi remedio pasa.
DUARDO: En esta casa parece,
según por los aires andas,
que te ha dado hechizos Circe.
Nunca sales de esta casa.
LAURENCIO: Yo voy con mi pensamiento
haciendo una rica traza
para hacer oro de alquimia.
PEDRO: La salud y el tiempo gastas.
Igual sería, señor,
cansarte, pues todo cansa,
de pretender imposibles.
LAURENCIO: ¡Calla, necio!
PEDRO: El nombre basta
para no callar jamás;
que nunca los necios callan.
LAURENCIO: Aguardadme mientras hablo
a Finea.
DUARDO: Parte.
LAURENCIO: Hablaba,
Finea hermosa, a los tres
para el remedio que aguardas.
FINEA: ¡Quítame presto el amor;
que con sus celos me mata!
LAURENCIO: Si dices delante de éstos
como me das la palabra
de ser mi esposa y mujer,
todos los celos se acaban.
FINEA: ¿Eso no más? Yo lo haré.
LAURENCIO: Pues tú misma a los tres llama.
FINEA: ¡Feniso, Duardo, Pedro!
TODOS: ¡Señora!
FINEA: Yo doy palabra
de ser esposa y mujer
de Laurencio.
DUARDO: ¡Cosa extraña!
LAURENCIO: ¿Sois testigos de esto?
TODOS: Sí.
LAURENCIO: Pues haz cuenta que estás sana
del amor y de los celos,
que tanta pena te daban.
FINEA: ¡Dios te lo pague, Laurencio!
LAURENCIO: Venid los tres a mi casa;
que tengo un notario allí.
FENISO: Pues ¿con Finea te casa?
LAURENCIO: Sí, Feniso.
FENISO: ¿Y Nise bella?
LAURENCIO: ¡Troqué discreción por plata!
Vanse los cuatro hombres. Salen NISE y OCTAVIO
NISE: Hablando estaba con él
cosas de poca importancia.
OCTAVIO: Mira, hija, que estas cosas
más deshonor que honor causan.
NISE: Es un honesto mancebo
que de buenas letras trata,
y téngole por maestro.
OCTAVIO: No era tan blanco en Granada
Juan Latino, que la hija
de un Veinticuatro enseñaba;
y siendo negro y esclavo,
porque fue su madre esclava
del claro Duque de Sessa,
honor de España y de Italia,
se vino a casar con ella;
que gramática estudiaba,
y la enseñó a conjugar
en llegando al amo, amas;
que así llama el matrimonio
el latín.
NISE: De eso me guarda
ser tu hija.
FINEA: ¿Murmuráis
de mis cosas?
OCTAVIO: ¿Aquí estaba
esta loca?
FINEA: Ya no es tiempo
de reñirme.
OCTAVIO: ¿Quién te habla?
¿Quién te riñe?
FINEA: Nise y tú.
Pues sepan que agora acaba
de quitarme el amor todo
Laurencio, como la palma.
OCTAVIO: (¿Hay alguna bobería?) Aparte
FINEA: Díjome que se quitaba
el amor con que le diese
de su mujer la palabra;
y delante de testigos
se la he dado, y estoy sana
del amor y de los celos.
OCTAVIO: ¡Esto es cosa temeraria!
Ésta, Nise, ha de quitarme
la vida.
NISE: ¿Palabra dabas
de mujer a ningún hombre?
¿No sabes que estás casada?
FINEA: ¿Para quitarme el amor,
qué importa?
OCTAVIO: No entre en mi casa
Laurencio más.
NISE: Es error;
porque Laurencio la engaña;
que él y Liseo lo dicen
no más que para enseñarla.
OCTAVIO: De esa manera, yo callo.
FINEA: ¡Oh!, pues ¿con eso nos tapa
la boca?
OCTAVIO: Vente conmigo.
FINEA: ¿Adónde?
OCTAVIO: Donde te aguarda
un notario.
FINEA: Vamos.
OCTAVIO: Ven.
(¡Qué descanso de mis canas!) Aparte
Vanse OCTAVIO y FINEA
NISE: Hame contado Laurencio
que han tomado aquesta traza
Liseo y él para ver
si aquella rudeza labran,
y no me parece mal.
Sale LISEO
LISEO: ¿Hate contado mis ansias
Laurencio, discreta Nise?
NISE: ¿Qué me dices? ¿Sueñas o hablas?
LISEO: Palabra me dio Laurencio
de ayudar mis esperanzas,
viendo que las pongo en ti.
NISE: Pienso que de hablar te cansas
con tu esposa, o que se embota
en la dureza que labras
el cuchillo de tu gusto,
y, para volver a hablarla,
quieres darle un filo en mí.
LISEO: Verdades son las que trata
contigo mi amor, no burlas.
NISE: ¿Estás loco?
LISEO: Quien pensaba
casarse con quien lo era,
de pensarlo ha dado causa.
Yo he mudado pensamiento.,
NISE: ¡Qué necedad, qué inconstancia,
qué locura, error, traición
a mi padre y a mi hermana!
¡Id en buena hora, Liseo!
LISEO: ¿De esa manera me pagas
tan desatinado amor?
NISE: Pues, si es desatino, ¡basta!
Sale LAURENCIO
LAURENCIO: (Hablando están los dos solos. Aparte
Si Liseo se declara,
Nise ha de saber también
que mis lisonjas la engañan.
Creo que me ha visto ya.
NISE dice, como que habla con LISEO
NISE: ¡Oh, gloria de mi esperanza!
LISEO: ¿Yo vuestra gloria, señora?
NISE: Aunque dicen que me tratas
con traición, yo no lo creo;
que no lo consiente el alma.
LISEO: ¿Traición, Nise? ¡Si en mi vida
mostrara amor a tu hermana,
me mate un rayo del cielo!
LAURENCIO: (Es conmigo con quien habla Aparte
Nise, y presume Liseo
que le requiebra y regala).
NISE: Quiérome quitar de aquí;
que con tal fuerza me engaña
Amor, que diré locuras.
LISEO: No os vais, ¡oh, Nise gallarda!,
que después de los favores
quedará sin vida el alma.
NISE: ¡Dejadme pasar!
Vase NISE
LISEO: ¿Aquí
estabas a mis espaldas?
LAURENCIO: Agora entré.
LISEO: ¿Luego a ti
te hablaba y te requebraba,
aunque me miraba a mí
aquella discreta ingrata?
LAURENCIO: No tengas pena; las piedras
ablanda el curso del agua.
Yo sabré hacer que esta noche
puedas, en mi nombre, hablarla.
Ésta es discreta, Liseo.
No podrás, si no la engañas,
quitalla del pensamiento
el imposible que aguarda;
porque yo soy de Finea.
LISEO: Si mi remedio no trazas,
cuéntame loco de amor.
LAURENCIO: Déjame el remedio, y calla;
porque burlar un discreto
es la victoria más alta.
TERCER ACTO
Sale FINEA
FINEA: ¡Amor, divina invención
de conservar la belleza
de nuestra naturaleza,
o accidente o elección!
Extraños efectos son
los que de tu ciencia nacen,
pues las tinieblas deshacen,
pues hacen hablar los mudos;
pues los ingenios más rudos
sabios y discretos hacen.
No ha dos meses que vivía
a las bestias tan igual,
que aun el alma racional
parece que no tenía.
Con el animal sentía
y crecía con la planta;
la razón divina y santa
estaba eclipsada en mí,
hasta que en tus rayos vi,
a cuyo sol se levanta.
Tú desataste y rompiste
la escuridad de mi ingenio;
tú fuiste el divino genio
que me enseñaste y me diste
la luz con que me pusiste
el nuevo ser en que estoy.
Mil gracias, Amor, te doy,
pues me enseñaste tan bien,
que dicen cuantos me ven
que tan diferente soy.
A pura imaginación
de la fuerza de un deseo,
en los palacios me veo
de la divina razón.
¡Tanto la contemplación
de un bien pudo levantarme!
Ya puedes del grado honrarme,
dándome a Laurencio, Amor,
con quien pudiste mejor,
enamorada, enseñarme.
Sale CLARA
CLARA: En grande conversación
están de tu entendimiento.
FINEA: Huélgome que esté contento
mi padre en esta ocasión.
CLARA: Hablando está con Miseno
de cómo lees, escribes
y danzas; dice que vives
con otra alma en cuerpo ajeno.
Atribúyele al amor
de Liseo este milagro.
FINEA: En otras aras consagro
mis votos, Clara, mejor;
Laurencio ha sido el maestro.
CLARA: Como Pedro lo fue mío.
FINEA: De verlos hablar me río
en este milagro nuestro.
¡Gran fuerza tiene el Amor,
catedrático divino!
Salen MISENO y OCTAVIO
MISENO: Yo pienso que es el camino
de su remedio mejor.
Y ya, pues habéis llegado
a ver con entendimiento
a Finea, que es contento
nunca de vos esperado,
a Nise podéis casar
con este mozo gallardo.
OCTAVIO: Vos solamente a Düardo
pudiérades abonar.
Mozuelo me parecía
de estos que se desvanecen,
a quien agora enloquecen
la arrogancia y la poesía.
No son gracias de marido
sonetos. Nise es tentada
de académica endiosada,
que a casa los ha traído.
¿Quién le mete a una mujer
con Petrarca y Garcilaso,
siendo su Virgilio y Taso
hilar, labrar y coser?
Ayer sus librillos vi,
papeles y escritos varios;
pensé que devocionarios,
y de esta suerte leí:
Historia de dos amantes,
sacada de lengua griega;
Rimas, de Lope de Vega;
Galatea, de Cervantes;
el Camoes de Lisboa,
Los pastores de Belén,
comedias de don Guillén
de Castro, liras de Ochoa;
canción que Luis Vélez dijo
en la academia del duque
de Pastrana; obras de Luque;
cartas de don Juan de Arguijo;
cien sonetos de Liñán,
obras de Herrera el divino,
el libro del Peregrino,
y El pícaro, de Alemán.
Mas ¿qué os canso? Por mi vida,
que se los quise quemar.
MISENO: Casalda y veréisla estar
ocupada y divertida
en el parir y el crïar.
OCTAVIO: ¡Qué gentiles devociones!
Si Düardo hace canciones,
bien los podemos casar.
MISENO: Es poeta caballero;
no temáis. Hará por gusto
versos.
OCTAVIO: Con mucho disgusto
los de Nise considero.
Temo, y en razón lo fundo,
si en esto da, que ha de haber
un Don Quijote mujer
que dé que reír al mundo.
Hablan OCTAVIO y MISENO a un lado
LISEO: Trátasme con tal desdén,
que pienso que he de apelar
adonde sepan tratar
mis obligaciones bien;
pues advierte, Nise bella,
que Finea ya es sagrado;
que un amor tan desdeñado
puede hallar remedio en ella.
Tu desdén, que imaginé
que pudiera ser menor,
crece al paso de mi amor,
medra al lado de mi fe;
y su corto entendimiento
ha llegado a tal mudanza,
que puede dar esperanza
a mi loco pensamiento.
Pues, Nise, trátame bien;
o de Finea el favor
será sala en que mi amor
apele de tu desdén.
NISE: Liseo, el hacerme fieros
fuera bien considerado
cuando yo te hubiera amado.
LISEO: Los nobles y caballeros,
como yo, se han de estimar,
no lo indigno de querer.
NISE: El amor se ha de tener
adonde se puede hallar;
que como no es elección,
sino sólo un accidente,
tiénese donde se siente,
no donde fuera razón.
El amor no es calidad,
sino estrellas que conciertan
las voluntades que aciertan
a ser una voluntad.
LISEO: Eso, señora, no es justo;
y no lo digo con celos,
que pongáis culpa a los cielos
de la bajeza del gusto.
A lo que se hace mal,
no es bien decir: "Fue mi estrella."
NISE: Yo no pongo culpa en ella
ni en el curso celestial;
porque Laurencio es un hombre
tan hidalgo y caballero
que pude honrar...
LISEO: ¡Paso!
NISE: Quiero
que reverenciéis su nombre.
LISEO: A no estar tan cerca Octavio...
OCTAVIO: ¡Oh, Liseo!
LISEO: ¿Oh, mi señor!
NISE: (¡Que se ha de tener amor Aparte
por fuerza. ¡Notable agravio!)
Sale CELIA
CELIA: El maestro de danzar
a las dos llama a lección.
OCTAVIO: Él viene a buena ocasión.
Vaya un crïado a llamar
los músicos, porque vea
Miseno a lo que ha llegado
Finea.
LISEO: (Amor, engañado, Aparte
hoy volverás a Finea;
que muchas veces Amor,
disfrazado en la venganza,
hace una justa mudanza
desde un desdén a un favor).
CELIA: Los músicos y él venían.
Salen los MÚSICOS
OCTAVIO: ¡Muy bien venidos seáis!
LISEO: (¡Hoy, pensamientos, vengáis Aparte
los agravios que os hacían!)
OCTAVIO: Nise y Finea...
NISE: ¿Señor?
OCTAVIO: Vaya aquí, por vida mía,
el baile del otro día.
LISEO: ¡Todo es mudanzas Amor!) Aparte
OCTAVIO, MISENO y LISEO se sienten; los MÚSICOS canten,
y NISE y FINEA bailen ansí
MÚSICOS: "Amor, cansado de ver
tanto interés, en las damas,
y que, por desnudo y pobre,
ninguna favor le daba.
Pasóse a las Indias,
vendió el aljaba,
que más quiere doblones
que vidas y almas.
Trató en las Indias Amor,
no en joyas, seda y holandas,
sino en ser sutil tercero
de billetes y de cartas.
Volvió de las Indias
con oro y plata;
que el Amor bien vestido
rinde las damas.
Paseó la corte Amor
con mil cadenas y bandas;
las damas, como le veían,
de esta manera le hablan:
¿De dó viene, de dó viene?
Viene de Panamá.
¿De dó viene el caballero?
Viene de Panamá.
Trancelín en el sombrero.
Viene de Panamá.
Cadenita de oro al cuello.
Viene de Panamá.
En los brazos el gregüesco.
Viene de Panamá.
Las ligas con rapacejos.
Viene de Panamá.
Zapatos al uso nuevo.
Viene de Panamá.
Sotanilla a lo turquesco.
Viene de Panamá.
¿De dó viene, de dó viene?
Viene de Panamá.
¿De dó viene el hijodalgo?
Viene de Panamá.
Corto cuello y puños largos.
Viene de Panamá.
La daga, en banda, colgando.
Viene de Panamá.
Guante de ámbar adobado.
Viene de Panamá.
Gran jugador del vocablo.
Viene de Panamá.
No da dinero y da manos.
Viene de Panamá.
Enfadoso y mal crïado.
Viene de Panamá.
Es Amor; llámase indiano.
Viene de Panamá.
Es chapetón castellano.
Viene de Panamá.
En criollo disfrazado.
Viene de Panamá.
¿Do dó viene, de dó viene?
Viene de Panamá.
¡Oh, qué bien parece Amor
con las cadenas y galas;
que sólo el dar enamora,
porque es cifra de las gracias!
Niñas, doncellas y viejas
van a buscarle a su casa,
más importunas que moscas
en viendo que hay mil de plata.
Sobre cuál le ha de querer,
de vivos celos se abrasan,
y alrededor de su puerta
unas tras otras le cantan:
¡Dejas las avellanicas, moro,
que yo me las varearé!
El Amor se ha vuelto godo.
Que yo me las varearé.
Puños largos, cuello corto.
Que yo me las varearé.
Sotanilla y liga de oro.
Que yo me las varearé.
Sombrero y zapato romo.
Que yo me las varearé.
Manga ancha, calzón angosto.
Que yo me las varearé.
El habla mucho y da poco.
Que yo me las varearé.
Es viejo, y dice que es mozo.
Que yo me las varearé.
Es cobarde, y matamoros.
Que yo me las varearé.
Ya se descubrió los ojos.
Que yo me las varearé.
¡Amor loco y amor loco!
Que yo me las varearé.
¡Yo por vos, y vos por otro!
Que yo me las varearé.
¡Deja las avellanicas, moro,
que yo me las varearé!"
MISENO: Gallardamente, por cierto.
Dad gracias al cielo, Octavio,
que os satisfizo el agravio.
OCTAVIO: Hagamos este concierto
de Düardo y de Finea.
Hijas, yo tengo que hablaros.
FINEA: Yo nací para agradaros.
OCTAVIO: ¿Quién hay que mi dicha crea?
Vanse todos. Queden allí LISEO y TURÍN
LISEO: Oye, Turín.
TURÍN: ¿Qué me quieres?
LISEO: Quiérote comunicar
un nuevo gusto.
TURÍN: Si es dar
sobre tu amor pareceres,
busca un letrado de amor.
LISEO: Yo he mudado parecer.
TURÍN: A ser dejar de querer
a Nise, fuera el mejor.
LISEO: El mismo; porque Finea
me ha de vengar de su agravio.
TURÍN: No te tengo por tan sabio
que tal discreción te crea.
LISEO: De nuevo quiero tratar
mi casamiento. Allá voy.
TURÍN: De tu parecer estoy.
LISEO: Hoy me tengo de vengar.
TURÍN: Nunca ha de ser el casarse
por vengarse de un desdén;
que nunca se casó bien
quien se casó por vengarse.
Porque es gallarda Finea
y porque el seso cobró
--pues de Nise no sé yo
que tan entendida sea--,
será bien casarte luego.
LISEO: Miseno ha venido aquí.
Algo tratan contra mí.
TURIN: Que lo mires bien te ruego.
LISEO: ¡No hay más! ¡A pedirla voy!
Vase LISEO
TURÍN: El cielo tus pasos guíe
y del error te desvíe,
en que yo por Celia estoy.
¡Que enamore Amor un hombre
como yo! ¡Amor desatina!
¡Que una ninfa de cocina,
para blasón de su nombre,
ponga "Aquí murió Turín
entre sartenes y cazos!"
Salen LAURENCIO y PEDRO
LAURENCIO: Todo es poner embarazos
para que no llegue al fin.
PEDRO: ¡Habla bajo, que hay escuchas!
LAURENCIO: ¡Oh, Turín!
TURÍN: ¡Señor Laurencio!
LAURENCIO: ¿Tanta quietud y silencio?
TURÍN: Hay obligaciones muchas
para callar un discreto,
y yo muy discreto soy.
LAURENCIO: ¿Qué hay de Liseo?
TURÍN: A eso voy.
Fuése a casar.
PEDRO: ¡Buen secreto!
TURÍN: Está tan enamorado
de la señora Finea,
si no es que venganza sea
de Nise, que me ha jurado
que luego se ha de casar,
y es ido a pedirla a Octavio.
LAURENCIO: ¿Podré yo llamarme a agravio?
TURÍN: ¿Pues él os puede agraviar?
LAURENCIO: Las palabras ¿suelen darse
para no cumplirlas?
TURÍN: No.
LAURENCIO: De no casarse la dio.
TURÍN: Él no la quiebra en casarse.
LAURENCIO: ¿Cómo?
TURÍN: Porque no se casa
con la que solía ser,
sino con otra mujer.
LAURENCIO: ¿Cómo es otra?
TURÍN: Porque pasa
del no saber al saber,
y con saber le obligó.
¿Mandáis otra cosa?
LAURENCIO: No.
TURÍN: Pues adiós.
Vase TURÍN
LAURENCIO: ¿Qué puedo hacer?
Lo mismo que presumí
y tenía sospechado
del ingenio que ha mostrado,
Finea se cumpla aquí.
Como la ha visto Liseo
tan discreta, la afición
ha puesto en la discreción.
PEDRO: Y en el oro, algún deseo.
Cansólo la bobería;
la discreción le animó.
Sale FINEA
FINEA: Clara, Laurencio, me dio
nuevas de tanta alegría.
Luego a mi padre dejé,
y aunque ella me lo callara,
yo tengo quien me avisara,
que es el alma que te ve
por mil vidrios y cristales,
por donde quiera que vas
porque en mis ojos estás
con memorias inmortales.
Todo este grande lugar
tiene colgado de espejos
mi amor, juntos y parejos
para poderte mirar.
Si vuelvo el rostro, allí veo
tu imagen; si a estotra parte,
también; y ansí viene a darte
nombre de sol mi deseo;
que en cuantos espejos mira
y fuentes de pura plata,
su bello rostro retrata
y su luz divina espira.