El retrato brillante de San Martín
De interés general

El retrato brillante de San Martín. De interés general

 

 

27/08/2013 Fuente revistaenie. Prócer y figura de la Historia argentina realzado desde todos los sectores, el Libertador encarna virtudes y un perfil intachable. El autor de esta nota reclama que se contemple menos su estatua y más su vida ejemplar.

 

San Martín está en el bronce por lo que hizo sobreponiéndose a sus humanas falencias y debilidades; no por haber carecido de ellas. Fue un hombre coherente con sus ideas, en una época en que se anteponían los intereses personales y de partido, y se animó a desechar ofertas y honores con el fin de ser fiel a su promesa de no desenvainar jamás su espada para intervenir en peleas fratricidas. Hacerlo le parecía desbaratar el inmenso esfuerzo que había encabezado para constituir un ejército sobre la base de los sacrificios del pueblo cuyano que gobernó. Antepuso el bien común a cualquier sentimiento mezquino y fue absolutamente desinteresado y austero, tanto en su existencia personal como en la vida pública. Quiso una auténtica unión para vencer a los enemigos exteriores.

 

Sus cartas a Estanislao López y a José Artigas, en momentos en que el país se debatía en una hecatombe, así lo reflejan. Tuvo en claro que las armas que la Patria les entregaba a sus soldados eran para defender los derechos y las libertades de sus conciudadanos, no para sojuzgarlos ni con el objeto de sostener intereses individuales o de grupo. Su norma fue servir y no ser servido; exigir sacrificios luego de practicarlos; crear instituciones con el firme propósito de sostenerlas y respetarlas; promover la educación y la cultura para edificar moralmente a las naciones que libertaba.

 

Rechazó premios y prebendas, descartó con horror cualquier insinuación de tocar un solo peso del erario, y no vaciló en ganarse enemigos para ser fiel a su idea de que el mando no era para llenar las alforjas sino para afianzar la emancipación de su tierra natal y de los pueblos que finalmente alcanzaron la independencia gracias a su entrega y perseverancia.

 

De ahí que sintiese admiración por el incorruptible Belgrano, y que éste lo considerase amigo, compañero y mentor en la empresa que los animaba aun a costa de remover espurios intereses y de afrontar los embates de los que pretendían negociar hasta con el sustento de los que se inmolaban en pos de la causa sudamericana.

 

San Martín superó las dolencias que lo aquejaban para afrontar una de las empresas más notables de la historia, como fue la preparación del Ejército de los Andes y el cruce de lo que llamó “las montañas más altas del globo”. Enfermo triunfó en Chacabuco, sufrió la derrota de Cancha Rayada y presidió la victoria de Maipú; abatido por los vómitos de sangre y por intensos dolores, tuvo la presencia de ánimo de conjugar los esfuerzos argentino-chilenos para dar libertad al Perú.

 

Cuando asumió el Protectorado pudo ejercer el mando a capricho, pero se sometió a la ley como primer ciudadano. Cuando el 4 de agosto de 1821, dejó establecida la Alta Corte de Justicia, dictó un “Reglamento de los Tribunales” en el que expresó con categórica convicción: “La imparcial administración de justicia es el cumplimiento de los principales pactos que los hombres forman al entrar en sociedad. Ella es la vida del cuerpo político, que desfallece apenas asume el síntoma de alguna pasión, y queda exánime luego que, en vez de aplicar los jueces la ley, y de hablar como sacerdotes de ella, la invocan para prostituir impunemente su carácter. El que la dicta y el que la ejecuta pueden ciertamente hacer grandes abusos, mas ninguno de los tres poderes que presiden la organización social es capaz de causar el número de miserias con que los encargados de la autoridad judicial afligen a los pueblos cuando frustran el objeto de su institución”.

 

Y en el Estatuto Provisional del 8 de octubre acentuó su preocupación por la autonomía de la justicia. Expresó que si bien se había hecho cargo provisionalmente de las funciones ejecutivas y legislativas, se abstendría de mezclarse “jamás en el solemne ejercicio de las funciones judiciales porque su independencia es la única y verdadera salvaguardia de la libertad del pueblo; y nada importa que se ostenten máximas exquisitamente filantrópicas, cuando el que hace la ley o el que la ejecuta es también el que la aplica”.

 

Para asegurar el éxito de la lucha emancipadora, declinó el mando y la gloria en Guayaquil frente a Bolívar, y prefirió el ostracismo antes de enzarzarse en las peleas de su país, atomizado en pequeñas entidades políticas desde la caída del Directorio en Cepeda.

 

Vivió largos años fuera de la patria sin olvidarla un instante, y fue el gran mentor de la educación de su hija a la que dedicó máximas que en ocasiones son repetidas en distintos ámbitos automáticamente sin internalizar su verdadero sentido: “humanizar el carácter y hacerlo sensible aún con los insectos que nos perjudican [...], inspirarla amor a la verdad y odio a la mentira, estimular la caridad con los pobres, respeto a la propiedad ajena, acostumbrarla a guardar un secreto, inspirarla sentimientos de indulgencia hacia todas las religiones, dulzura con los criados, pobres y viejos, que hable poco y lo preciso, acostumbrarla a estar formal en la mesa, amor al aseo y desprecio al lujo, inspirarla amor por la patria y por la libertad”.

 

La trayectoria de San Martín interpela a los argentinos de hoy. Más que el goce de un fin de semana largo mediante el corrimiento del feriado para evocarlo; más que las generalmente descoloridas evocaciones que marca el calendario escolar, debe constituir un acicate a imitarlo. Fue un hombre de su tiempo, no del nuestro; vivió experiencias completamente diversas a las que nos alegran, entristecen o aquejan, pero en lo sustancial, los valores por los que combatió permanecen vigentes, y es hora de que gobernantes y gobernados contemplen con la mente y el corazón no la estatua sin vida del prócer sino su ejemplo.