Cambiarás el mundo, serás artista
De interés general

Cambiarás el mundo, serás artista

 

 

13/09/2014 Fuente revistaenie. Bienal de San Pablo. La discusión sobre el papel del arte en la realidad social y política parece la verdadera obra colectiva de esta edición.

 

Para qué sirve hoy el arte contemporáneo? ¿Tiene –debería tener– alguna utilidad? Y si llegara a tenerla, ¿se puede ser optimista al respecto, en un mundo en el que queda poco espacio para los optimistas? El team de siete curadores de la 31a Bienal de San Pablo en Brasil –la segunda más antigua del mundo después de Venecia y una de las más importantes a nivel internacional–, integrado por el inglés Charles Esche, los israelíes Galit Eliat y Oren Sagiv, los españoles Nuria Enguita y Pablo Lafuente, y los curadores asociados brasileños Benjamin Seroussi y Luiza Proença responde que sí, que el arte contemporáneo tiene la capacidad de hacer reflexionar y actuar sobre la vida, el poder y las creencias. Sin embargo para actuar, para cambiar el mundo, dicen los curadores, antes hay que imaginar; y ahí es donde se vuelve fundamental el papel de los artistas, especialmente de los seleccionados aquí: el 70 por ciento no tiene galería. Por lo menos, no la tenía hasta la inauguración de la Bienal: porque rápidamente muchos de ellos consiguieron, antes de la apertura de la Bienal al público, apoyos, coleccionistas interesados y galeristas. Algunas situaciones cambiaron, en la imaginación y en la vida real.

 

“How to (...) that don´t exist” (“Cómo (…) cosas que no existen”) es esta vez el título de la Bienal, con un paréntesis con puntos suspensivos para que el público lo llene a piacere . Los curadores proponen algunas posibilidades en cierto orden: primero, cómo hablar de cosas que no existen; luego cómo convivir con ellas; más tarde, cómo usarlas, para después luchar u oponérseles; y por último, cómo aprender de ellas. Pero hay muchas otras acciones que pueden llenar ese hueco: cómo documentar cosas que no existen, cómo construirlas, cómo negociar con ellas, cómo reconocerlas y hasta cómo nombrarlas. La lista podría ser infinita.

 

¿Qué son estas “cosas que no existen”? ¿Qué tipo de obras pueden representarlas? Esche –curador principal de la Bienal– lo explica en detalle (ver recuadro). Mientras tanto, nosotros podemos hacer un breve paseo por el delicioso pabellón Ciccillo Matarazzo del Parque Ibirapuera. Bajo la forma de 250 proyectos artísticos y obras de arte, realizadas por más de 100 artistas provenientes de 34 países, hay problemas cotidianos que siguen siendo tabú exponiéndose en esta Bienal de manera muy específica. Refieren a problemas que las sociedades sufrimos, como el aborto –y aquí el colectivo artístico Mujeres creando (Bolivia) paseó por el Parque Ibirapuera úteros gigantes de tul donde las personas se posicionaban y expulsaban a sí mismas–, el cruce de géneros sexuales, el reclamo social de los marginados, la posibilidad de crear y producir en otras economías. Las “cosas” a las que refieren el título y la propuesta de la Bienal son soluciones, formas alternativas, estructuras posibles que crean algunos artistas –artistas especiales, que llevan a cabo acciones antes que obras, marchas, asambleas, que reúnen fuerzas, que se mantienen a un costado de la estética que dicta el mercado– en relación a las estructuras económicas, sociales y políticas del mundo; a las limitaciones que las condiciones de esas estructuras imponen a las poblaciones; a la creciente reducción de los marcos de pensamiento y a la frialdad de la lógica de la eficiencia, que impone una deshumanización, y una violencia hipócrita de los vínculos personales.

 

En el recorrido por los tres pisos del pabellón Matarazzo sobresalen los retratos gigantes de chicos de barras callejeras, pintados en forma de murales por el brasileño Eder Oliveira –los hace regularmente en paredes abandonadas, son pintura urbana–; la maravillosa instalación del colombiano Mapa de teatro: Laboratorio de artistas (fuerte y cínico a la vez, basado en un discurso de Pablo Escobar, el narco de Medellín); Línea de vida, del Museo Travesti del Perú, una organización que narra con una línea aparentemente cronológica una historia fracturante de los modelos dominantes de producción de imágenes y cuerpos.

 

La exquisita Tierraversación (Landversation) de la nigeriana Otobong Nkanga, proponiendo delicados jardines y ecosistemas de tierras y plantas en constante estado de cambio, hace presente la protesta ecológica de manera sutil. Las acciones No hay ideas, de la brasileña Marta Neves, pintadas sobre modestos pasacalles con leyendas como “C. nunca tuvo idea de cómo abordar sexualmente a su ex-profesor de economía y actual alcalde. Su vida de homosexual solitario es amarga hasta el día de hoy.” También está presente cada vez más frecuentemente en las exhibiciones, no sólo en las bienales: los nuevos usos de las colecciones de documentos y archivos como obras, visibles en Archivo FX, del español Pedro G. Romero. Los derechos de otras minorías, tema de la instalación Arbol de sangre, del brasileño Thiago Martins de Melo, y de Wonderland, el potente video del turco Halil Altindere. Y la polémica y muy comentada videoinstalación “Infierno”, de la israelí Yael Bartana: es la inauguración y luego destrucción de una réplica del templo de Salomón pero en San Pablo, con influencias de la Iglesia Universal del Reino de Dios. Un mixing. Ya derrumbado, queda en medio de la ciudad un muro de los lamentos. La obra evoca la construcción de la industria de la fe, propia de las luchas por el capital simbólico. En “Infierno”, el pasado mítico anuncia las ruinas por venir.

 

Estalló el conflicto

 La obra de Bartana tiene un peso especial si se considera que a pocas horas de la apertura, 56 artistas –liderados por el libanés Tony Chakar– hicieron pública una carta en la que cuestionan el esponsoreo de la Bienal por parte de Israel. “Hemos sido confrontados –dice la carta– con el hecho de que la Fundación Bienal de San Pablo aceptó dinero del Estado de Israel y de que el logotipo del Consulado de Israel aparece en el pabellón de la Bienal además de aparecer en sus publicaciones y sitio web. En este momento en que el pueblo de Gaza retorna a sus hogares convertidos en escombros, destruidos por el ejército israelí, no creemos que sea aceptable recibir patrocinio cultural de Israel. Aceptar esta financiación socava nuestro trabajo artístico en esta Bienal (...) Rechazamos el intento de Israel de normalizar su presencia en el contexto de este importante evento cultural en Brasil”.

 

La respuesta por parte de los curadores fue inmediata y también pública: “Apoyamos y comprendemos a los artistas y su posición. Creemos que la declaración y la demanda por los artistas también deben ser un disparador para pensar acerca de las fuentes de financiación de grandes eventos culturales. (...) La Fundación Bienal ha mantenido muy bien sus acuerdos en todo. Por nuestra parte, nos ayudó en la recaudación de fondos internacionales. Sin embargo, como consecuencia de esta situación, junto con otros incidentes en eventos similares en todo el mundo, está claro que las fuentes de financiación cultural tienen un impacto cada vez más dramático en la narrativa curatorial y artística supuestamente ‘independiente’ de un evento (…) Si bien este es un tema más amplio que el de la 31a Bienal de San Pablo, le pedimos a la Fundación revisar sus normas actuales de patrocinio (…)”. Por último –y ante el revuelo que se armó a partir de la carta de los artistas y de la toma de posición de los curadores–, el mismo presidente de la Bienal, Luis Terepins, declaró que en esta edición se recibieron 21 apoyos internacionales, entre ellos los de España, Turquía, Francia e Israel, y que nada cambió, en relación a las ediciones precedentes de la Bienal, en la política de estos apoyos institucionales.

 

¿Tienen los artistas derecho a pedir el retiro de logos y patrocinios, una vez que las obras están ya prácticamente concluidas? Los curadores, una vez aceptado el trabajo, ¿pueden pedir a quienes los contrataron que “revisen las normas de patrocinio”? ¿O acaso deberían renunciar? El arte –ejercido y expuesto a gran escala– exhibe también grandes problemas.

 

La Fundación Bienal de San Pablo, en respuesta a lo ocurrido, detalló que el dinero aportado por Israel se utilizó para financiar el trabajo de los artistas israelíes, y que los logos siguen presentes en los pabellones y en la página web pero acotados. Es decir, existió una respuesta ante el planteo. Y sobre todo se realizó un llamado de atención importante, ya anunciado en la carta de los curadores, sobre la cuestión de la proveniencia de las fuentes de financiamiento. Es un tema fundamental, especialmente en una exhibición cuyo eje central gira en torno a la transformación político-social del mundo, a través de la imaginación artística.

 

Una vez comentado y resuelto el problema, con presiones y comentarios de todo tipo, a favor y en contra, las obras expuestas –cuyo eje pasa por imaginar posibilidades colectivas de acciones, pensamientos y cambios para un mundo mejor– deben ser comprendidas de otra manera.

 

Volvamos al principio: ¿para qué sirve el arte? ¿Debería tener alguna utilidad? En los márgenes del pabellón Matarazzo de la Bienal, en medio del Parque de Ibirapuera, los artistas, al terminar los encuentros con los coleccionistas, galeristas y periodistas, se reunían al caer el sol a discutir sobre la situación del mundo y sus posibles cambios. En esta 31ª edición de la Bienal, la mejor obra fue esa: la reunión de fuerzas, la posibilidad de encuentros inesperados, la creación de soluciones imaginativas. Y la llegada –comprobable– de una respuesta a los reclamos.