La literatura argentina según Perotti
De interés general

La literatura argentina según Perotti. De interés general

 

 

17/08/2013 Fuente revistaenie. Los personajes de Shakespeare se definen y despliegan su riqueza en un escenario donde, igual que en la Argentina, las instituciones políticas todavía son fantasmales. Cada uno representa una forma personal de lidiar con el poder, un poder que es accesible a quienes saben batirse con destreza en el terreno de las relaciones familiares.

 

Las ideas que voy a anotar se refieren a los personajes en la literatura argentina. Con más precisión: a lo difícil que resulta, en la literatura argentina, crear personajes. Me las inspira la serie El puntero , que se transmitió en 2011 y que estoy mirando por on demand . Ventajas de llegar siempre con unos años de retraso a las cosas buenas de este país: se puede hablar de lo realmente actual, en vez de andar buscándolo en las mesas de novedades, las páginas de cultura y la cartelera de la semana, donde nunca está.

 

Primera anotación: Perotti, el puntero que interpreta Julio Chávez en la serie, es un personaje de riqueza shakespeareana. Segunda anotación: no se puede crear personajes sin entender qué es el poder.

 

En la Argentina, el movimiento o la filosofía o el estilo de vida que mejor entendió el poder es el peronismo. El peronismo entiende lo que no entienden Rivadavia, Alberdi, Mansilla, Sabato, Cortázar, Frondizi, Saer. Lo que no quiere ver desde la derecha Borges y no quiere ver desde la izquierda Murena. La Argentina es un país con instituciones políticas sin contenido real. La institución que vertebra la vida es el clan familiar. El poder que se apoya en las instituciones cívicas no es poder real. El poder se construye sobre una cadena de relaciones verticales de tipo paterno. Debajo del Presidente, sus ministros adoptivos, sus grupos económicos adoptivos, sus sindicatos adoptivos; debajo de éstos los correspondientes hijos, y de ahí para abajo. Las tensiones del poder, los parricidios, los filicidios, las ambiciones frustradas, el héroe que transgrede, el bastardo que se considera con derecho a más, el individualista que emprende el camino del desierto, el traidor, el mártir —la materia de la que están hechos los personajes de ficción, en suma— suceden a lo largo de esa cadena.

 

Los personajes de Shakespeare se definen y despliegan su riqueza en un escenario donde, igual que en la Argentina, las instituciones políticas todavía son fantasmales. Cada uno representa una forma personal de lidiar con el poder, un poder que es accesible a quienes saben batirse con destreza en el terreno de las relaciones familiares. Ricardo III asesina a su mujer, Anne, a su hermano Clarence, a su primo Buckingham, y al final esos fantasmas lo hunden. Es un destino posible. Hay otros. Julien Sorel, en vez de embestir de frente a la sociedad que le toca, se infiltra por los intersticios. Por otro lado: ¿quién, en la literatura argentina, crea un personaje a partir de una relación, de la clase que sea, con el poder? Lo hace José Hernández: cuando Martín Fierro se escapa, se escapa de algo real. Pero la mayoría de los escritores, con actitud más bien histérica, opta por negar llanamente el problema del poder. Hay un mito muy querido por los escritores argentinos mediocres: la Argentina como simulacro, como puesta en escena. Acá no pasa nada real, dice el mito. La historia argentina es el holograma de Bioy, la máquina de narrar de Piglia, el relato aleatorio de Aira. Como no existe el poder, estoy exento de confrontar los problemas que plantea.

 

Hasta que aparece una ficción como El puntero . En la cadena del poder, Perotti ocupa el lugar más bajo, es decir el lugar donde el poder se hace visible, porque no está escondido por ninguna institución. Perotti recorre la villa como figura paterna: “¿Cómo está ese hígado, mamita? ¿Cómo sigue tu hijo, Gómez? ¿Necesitás que te cambie de lugar la parada del colectivo, Norita?” Cuando se embolsa una coima, está cobrando lo que en la lógica del poder real es su salario legítimo. El estado de agitación permanente de Perotti lo hace existir como personaje; si deja por un momento su papel de proveedor, si deja por un momento de castigar a los hijos parricidas, como el Paraguayo, o enderezar a los hijos díscolos, como Lombardo, si deja por un segundo de combatir a los que buscan usurpar su papel, como Leme, si deja de desenmascarar a los falsos poderes (“¿Porque tenés uniforme te creés que podés venir a decirnos qué hacer?”), deja de existir. Como todo gran personaje, el Gitano es también una manera de contar las cosas. Se puede releer toda la Historia, y también toda la ficción argentina, desde ese lugar. También sugiere que podrían contarse muchas o infinitas historias, muchos o infinitos personajes. Hasta podría pasar que un escritor se animara a escribirlos.