La zapatera prodigiosa 1. Primera entrega
de Federico García Lorca

La zapatera prodigiosa 1. Primera entrega

 

 

Fuente bibliotecasvirtuales. Farsa violenta en dos actos

Autor: Federico García Lorca

 

Personajes:

ZAPATERA

VECINA ROJA

VECINA MORADA

VECINA NEGRA

VECINA VERDE

VECINA AMARILLA

BEATA PRIMERA

BEATA SEGUNDA

SACRISTANA

EL AUTOR

ZAPATERO

EL NIÑO

ALCALDE

DON MIRLO

MOZO DE LA FAJA

MOZO DEL SOMBRERO

HIJAS DE LA VECINA ROJA

VECINAS, BEATAS, CURAS Y PUEBLO

 

Prólogo

 

Cortina gris.

Aparece el Autor. Sale rápidamente. Lleva una carta en la mano.

EL AUTOR. Respetable público... (Pausa.) No, respetable público no, público solamente, y no es que el autor no considere al público respetable, todo lo contrario, sino que detrás de esta palabra hay como un delicado temblor de miedo y una especie de súplica para que el auditorio sea generoso con la mímica de los actores y el artificio del ingenio. El poeta no pide benevolencia, sino atención, una vez que ha saltado hace mucho tiempo la barra espinosa de miedo que los autores tienen a la sala. Por este miedo absurdo y por ser el teatro en muchas ocasiones una finanza, la poesía se retira de la escena en busca de otros ambientes donde la gente no se asuste de que un árbol, por ejemplo, se convierta en una bola de humo o de que tres peces, por amor de una mano y una palabra, se conviertan en tres millones de peces para calmar el hambre de una multitud. El autor ha preferido poner el ejemplo dramático en el vivo ritmo de una zapatería popular. En todos los sitios late y anima la criatura poética que el autor ha vestido de zapatera con aire de refrán o simple romancillo y no se extrañe el público si aparece violenta o toma actitudes agrias porque ella lucha siempre, lucha con la realidad que la cerca y lucha con la fantasía cuando ésta se hace realidad visible. (Se oyen voces de la Zapatera: «¡Quiero salir!».) ¡Ya voy! No tengas tanta impaciencia en salir; no es un traje de larga cola y plumas inverosímiles el que sacas, sino un traje roto, ¿lo oyes?, un traje de zapatera. (Voz de la Zapatera dentro: «¡Quiero salir!».) ¡Silencio! (Se descorre la cortina y aparece el decorado con tenue luz.) También amanece así todos los días sobre las ciudades, y el público olvida su medio mundo de sueño para entrar en los mercados como tú en tu casa, en la escena, zapaterilla prodigiosa. (Va creciendo la luz.) A empezar, tú llegas de la calle. (Se oyen las voces que pelean. Al público.) Buenas noches. (Se quita el sombrero de copa y éste se ilumina por dentro con una luz verde, el Autor lo inclina y sale de él un chorro de agua. El Autor mira un poco cohibido al público y se retira de espaldas lleno de ironía.) Ustedes perdonen. (Sale.)

 

Acto primero

 

Casa del Zapatero. Banquillo y herramientas. Habitación completamente blanca. Gran ventana y puerta. El foro es una calle también blanca con algunas puertecitas y ventanas en gris. A derecha a izquierda, puertas. Toda la escena tendrá un aire de optimismo y alegría exaltada en los más pequeños detalles. Una suave luz naranja de media tarde invade la escena.

 

Al levantarse el telón la Zapatera viene de la calle toda furiosa y se detiene en la puerta.

Viste un traje verde rabioso y lleva el pelo tirante, adornado con dos grandes rosas.

Tiene un aire agreste y dulce al mismo tiempo.

 

ESCENA PRIMERA

 

La Zapatera y luego un Niño.

 

ZAPATERA. Cállate, larga de lengua, penacho de catalineta, que si yo lo he hecho... si yo lo he hecho, ha sido por mi propio gusto... Si no te metes dentro de tu casa lo hubiera arrastrado, viborilla empolvada; y esto lo digo para que me oigan todas las que están detrás de las ventanas. Que más vale estar casada con un viejo, que con un tuerto, como tú estás. Y no quiero más conversación, ni contigo ni con nadie, ni con nadie, ni con nadie. (Entra dando un fuerte portazo.) Ya sabía yo que con esta clase de gente no se podía hablar ni un segundo... pero la culpa la tengo yo, yo y yo... que debí estarme en mi casa con... casi no quiero creerlo, con mi marido. Quién me hubiera dicho a mí, rubia con los ojos negros, que hay que ver el mérito que esto tiene, con este talle y estos colores tan hermosísimos, que me iba a ver casada con... me tiraría del pelo. (Llora. Llaman a la puerta.) ¿Quién es? (No responden y llaman otra vez.) ¿Quién es?

(Enfurecida.)

 

ESCENA II

 

La Zapatera y el Niño.

 

NIÑO. (Temerosamente.) Gente de paz.

 

ZAPATERA. (Abriendo.) ¿Eres tú? (Melosa y conmovida.)

 

NIÑO. Sí, señora Zapaterita. ¿Estaba usted llorando?

 

ZAPATERA. No, es que un mosco de esos que hacen piiiiii, me ha picado en este ojo.

 

NIÑO. ¿Quiere usted que le sople?

 

ZAPATERA. No, hijo mío, ya se me ha pasado... (Le acaricia.) ¿Y qué es lo que quieres?

 

NIÑO. Vengo con estos zapatos de charol, costaron cinco duros, para que los arregle su marido. Son de mi hermana la grande, la que tiene el cutis fino y se pone dos lazos, que tiene dos, un día uno y otro día otro, en la cintura.

 

ZAPATERA. Déjalos ahí, ya los arreglarán.

 

NIÑO. Dice mi madre que tenga cuidado de no darles muchos martillazos, que el charol es muy delicado, para que no se estropee el charol.

 

ZAPATERA. Dile a tu madre que ya sabe mi marido lo que tiene que hacer, y que así supiera ella aliñar con laurel y pimienta un buen guiso como mi marido componer zapatos.

 

NIÑO. (Haciendo pucheros.) No se disguste usted conmigo, que yo no tengo la culpa y todos los días estudio muy bien la gramática.

 

ZAPATERA. (Dulce.) ¡Hijo mío! ¡Prenda mía! ¡Si contigo no es nada! (Lo besa.) Toma este muñequito, ¿te gusta? Pues llévatelo.

 

NIÑO. Me lo llevaré, porque como yo sé que usted no tendrá nunca niños...

 

ZAPATERA. ¿Quién te dijo eso?

 

NIÑO. Mi madre lo hablaba el otro día, diciendo: la zapatera no tendrá hijos, y se reían mis hermanas y la comadre Rafaela.

 

ZAPATERA. (Nerviosísima.) ¿Hijos? Puede que los tenga más hermosos que todas ellas y con más arranque y más honra, porque tu madre... es menester que sepas...

 

NIÑO. Tome usted el muñequito, ¡no lo quiero!

 

ZAPATERA. (Reaccionando.) No, no, guárdalo, hijo mío... ¡Si contigo no es nada!

 

ESCENA III

 

Aparece por la izquierda el Zapatero. Viste traje de terciopelo con botones de plata, pantalón corto y corbata roja. Se dirige al banquillo.

 

ZAPATERA. ¡Válgate Dios!

 

NIÑO. (Asustado.) ¡Ustedes se conserven bien! ¡Hasta la vista! ¡Que sea enhorabuena! ¡Deo gratias! (Sale corriendo por la calle.)

 

ZAPATERA. Adiós, hijito. Si hubiera reventado antes de nacer, no estaría pasando estos trabajos y estas tribulaciones. ¡Ay dinero, dinero!, sin manos y sin ojos debería haberse quedado el que te inventó.

 

ZAPATERO. (En el banquillo.) Mujer, ¿qué estás diciendo...?

 

ZAPATERA. ¡Lo que a ti no te importa!

 

ZAPATERO. A mí no me importa nada de nada. Ya sé que tengo que aguantarme.

 

ZAPATERA. También me aguanto yo... piensa que tengo dieciocho años.

 

ZAPATERO. Y yo... cincuenta y tres. Por eso me callo y no me disgusto contigo... ¡demasiado sé yo!... Trabajo para ti... y sea lo que Dios quiera...

 

ZAPATERA. (Está de espaldas a su marido y se vuelve y avanza tierna y conmovida.) Eso no, hijo mío... ¡no digas...!

 

ZAPATERO. Pero, ¡ay, si tuviera cuarenta años o cuarenta y cinco, siquiera...! (Golpea furiosamente un zapato con el martillo.)

 

ZAPATERA. (Enardecida.) Entonces yo sería tu criada, ¿no es esto? Si una no puede ser buena... ¿Y yo?, ¿es que no valgo nada?

 

ZAPATERO. Mujer... repórtate.

 

ZAPATERA. ¿Es que mi frescura y mi cara no valen todos los dineros de este mundo?

 

ZAPATERO. Mujer... ¡que te van a oír los vecinos!

 

ZAPATERA. Maldita hora, maldita hora, en que le hice caso a mi compadre Manuel.

 

ZAPATERO. ¿Quieres que te eche un refresquito de limón?

 

ZAPATERA. ¡Ay, tonta, tonta, tonta! (Se golpea la frente.) Con tan buenos pretendientes como yo he tenido.

 

ZAPATERO. (Queriendo suavizar.) Eso dice la gente.

 

ZAPATERA. ¿La gente? Por todas partes se sabe. Lo mejor de estas vegas. Pero el que más me gustaba a mí de todos era Emiliano... tú lo conociste... Emiliano, que venía montado en una jaca negra, llena de borlas y espejitos, con una varilla de mimbre en su mano y las espuelas de cobre reluciente. ¡Y qué capa traía por el invierno! ¡Qué vueltas de pana azul y qué agremanes de seda!

 

ZAPATERO. Así tuve yo una también... son unas capas preciosísimas.

 

ZAPATERA. ¿Tú? ¡Tú qué ibas a tener!... Pero, ¿por qué te haces ilusiones? Un zapatero no se ha puesto en su vida una prenda de esa clase...

 

ZAPATERO. Pero, mujer, ¿no estás viendo?...

 

ZAPATERA. (Interrumpiéndole.) También tuve otro pretendiente... (El Zapatero golpea fuertemente el zapato.) Aquél era medio señorito... tendría dieciocho años, ¡se dice muy pronto! ¡Dieciocho años! (El Zapatero se revuelve inquieto.)

 

ZAPATERO. También los tuve yo.

 

ZAPATERA. Tú no has tenido en tu vida dieciocho años... Aquél sí que los tenía y me decía unas cosas... Verás...

 

ZAPATERO. (Golpeando furioso.) ¿Te quieres callar? Eres mi mujer, quieras o no quieras, y yo soy tu esposo. Estabas pereciendo, sin camisa, ni hogar. ¿Por qué me has querido? ¡Fantasiosa, fantasiosa, fantasiosa!

 

ZAPATERA. (Levantándose.) ¡Cállate! No me hagas hablar más de lo prudente y ponte a tu obligación. ¡Parece mentira! (Dos Vecinas con mantilla cruzan la ventana sonriendo.) ¿Quién me lo iba a decir, viejo pellejo, que me ibas a dar tal pago? ¡Pégame, si te parece, anda, tírame el martillo!

 

ZAPATERO. Ay, mujer... no me des escándalos, ¡mira que viene la gente! ¡Ay, Dios mío! (Las dos Vecinas vuelven a cruzar.)

 

ZAPATERA. Yo me he rebajado. ¡Tonta, tonta, tonta! Maldito sea mi compadre Manuel, malditos sean los vecinos, tonta, tonta, tonta. (Sale golpeándose la cabeza.)

 

ESCENA IV

 

Zapatero, Vecina Roja y Niño.

 

ZAPATERO. (Mirándose en un espejo y contándose las arrugas.) Una, dos, tres, cuatro... y mil. (Guarda el espejo.) Pero me está muy bien empleado, sí señor. Porque vamos a ver: ¿por qué me habré casado? Yo debí haber comprendido, después de leer tantas novelas, que las mujeres les gustan a todos los hombres, pero todos los hombres no les gustan a todas las mujeres. ¡Con lo bien que yo estaba! Mi hermana, mi hermana tiene la culpa, mi hermana que se empeñó: ¡«que si te vas a quedar solo», que si qué sé yo! Y esto es mi ruina. ¡Mal rayo parta a mi hermana, que en paz descanse! (Fuera se oyen voces.) ¿Qué será?

 

VECINA ROJA. (En la ventana y con gran brío. La acompañan sus Hijas vestidas del mismo color.) Buenas tardes.

 

ZAPATERO. (Rascándose la cabeza.) Buenas tardes.

 

VECINA. Dile a tu mujer que salga. Niñas, ¿queréis no llorar más? ¡Qué salga, a ver si por delante de mí casca tanto como por detrás!

 

ZAPATERO. ¡Ay, vecina de mi alma, no me dé usted escándalos, por los clavitos de Nuestro Señor! ¿Qué quiere usted que yo le haga? Pero comprenda mi situación: toda la vida temiendo casarme... porque casarse es una cosa muy seria, y, a última hora, ya lo está usted viendo.

 

VECINA. ¡Qué lástima de hombre! ¡Cuánto mejor le hubiera ido a usted casado con gente de su clase!... estas niñas, pongo por caso, a otras del pueblo...

 

ZAPATERO. Y mi casa no es casa. ¡Es un guirigay!

 

VECINA. ¡Se arranca el alma! Tan buenísima sombra como ha tenido usted toda su vida.

 

ZAPATERO. (Mira por si viene su Mujer.) Anteayer... despedazó el jamón que teníamos guardado para estas Pascuas y nos lo comimos entero. Ayer estuvimos todo el día con unas sopas de huevo y perejil: bueno, pues porque protesté de esto, me hizo beber tres vasos seguidos de leche sin hervir.

 

VECINA. ¡Qué fiera!

 

ZAPATERO. Así es, vecinita de mi corazón, que le agradecería en el alma que se retirase.

 

VECINA. ¡Ay, si viviera su hermana! Aquélla sí que era...

 

ZAPATERO. Ya ves... y de camino llévate tus zapatos que están arreglados. (Por la puerta de la izquierda asoma la Zapatera, que detrás de la cortina espía la escena sin ser vista.)

 

VECINA. (Mimosa.) ¿Cuánto me vas a llevar por ellos?... Los tiempos van cada vez peor.

 

ZAPATERO. Lo que tú quieras... Ni que tire por allí ni que tire por aquí...

 

VECINA. (Dando en el codo a sus Hijas.) ¿Están bien en dos pesetas?

 

ZAPATERO. ¡Tú dirás!

 

VECINA. Vaya... te daré una...

 

ZAPATERA. (Saliendo furiosa.) ¡Ladrona! (Las Mujeres chillan y se asustan.) ¿Tienes valor de robar a este hombre de esa manera? (A su Marido.) Y tú, ¿dejarte robar? Vengan los zapatos. Mientras no des por ellos diez pesetas, aquí se quedan.

 

VECINA. ¡Lagarta, lagarta!

 

ZAPATERA. ¡Mucho cuidado con lo que estás diciendo!

 

NIÑAS. ¡Ay, vámonos, vámonos, por Dios!

 

VECINA. Bien despachado vas de mujer, ¡que te aproveche! (Se van rápidamente. El Zapatero cierra la ventana y la puerta.)

 

ESCENA V

 

Zapatero y Zapatera.

 

ZAPATERO. Escúchame un momento...

 

ZAPATERA. (Recordando.) Lagarta... lagarta... qué, qué, qué... ¿qué me vas a decir?

 

ZAPATERO. Mira, hija mía. Toda mi vida ha sido en mí una verdadera preocupación evitar el escándalo. (El Zapatero traga constantemente saliva.)

 

ZAPATERA. ¿Pero tienes el valor de llamarme escandalosa, cuando he salido a defender tu dinero?

 

ZAPATERO. Yo no te digo más, que he huido de los escándalos, como las salamanquesas del agua fría.

 

ZAPATERA. (Rápida.) ¡Salamanquesas! ¡Huy, qué asco!

 

ZAPATERO. (Armado de paciencia.) Me han provocado, me han, a veces, hasta insultado, y no teniendo ni tanto así de cobarde he quedado con mi alma en mi almario, por el miedo de verme rodeado de gentes y llevado y traído por comadres y desocupados. De modo que ya lo sabes. ¿He hablado bien? Ésta es mi última palabra.

 

ZAPATERA. Pero vamos a ver: ¿a mí qué me importa todo eso? Me casé contigo, ¿no tienes la casa limpia? ¿No comes? ¿No te pones cuellos y puños que en tu vida te los habías puesto? ¿No llevas tu reloj, tan hermoso, con cadena de plata y venturinas, al que doy cuerda toda las noches? ¿Qué más quieres? Porque, yo, todo; menos esclava. Quiero hacer siempre mi santa voluntad.

 

ZAPATERO. No me digas... tres meses llevamos casados, yo, queriéndote... y tú, poniéndome verde. ¿No ves que ya no estoy para bromas?

 

ZAPATERA. (Seria y como soñando.) Queriéndome, queriéndome... Pero (Brusca.) ¿qué es eso de queriéndome? ¿Qué es queriéndome?

 

ZAPATERO. Tú te creerás que yo no tengo vista y tengo. Sé lo que haces y lo que no haces, y ya estoy colmado, ¡hasta aquí!

 

ZAPATERA. (Fiera.) Pues lo mismo se me da a mí que estés colmado como que no estés, porque tú me importas tres pitos, ¡ya lo sabes! (Llora.)

 

ZAPATERO. ¿No puedes hablarme un poquito más bajo?

 

ZAPATERA. Merecías, por tonto, que colgara la calle a gritos.

 

ZAPATERO. Afortunadamente creo que esto se acabará pronto; porque yo no sé cómo tengo paciencia.

 

ZAPATERA. Hoy no comemos... de manera que ya te puedes buscar la comida por otro sitio. (La Zapatera sale rápidamente hecha una furia.)

 

ZAPATERO. Mañana (Sonriendo.) quizá la tengas que buscar tú también. (Se va al banquillo.)

 

ESCENA VI

 

Por la puerta central aparece el Alcalde. Viste de azul oscuro, gran capa y larga vara de mando rematada con cabos de plata. Habla despacio y con gran sorna.

 

ALCALDE. ¿En el trabajo?

 

ZAPATERO. En el trabajo, señor Alcalde.

 

ALCALDE. ¿Mucho dinero?

 

ZAPATERO. El suficiente. (El Zapatero sigue trabajando. El Alcalde mira curiosamente a todos lados.)

 

ALCALDE. Tú no estás bueno.

 

ZAPATERO. (Sin levantar la vista.) No.

 

ALCALDE. ¿La mujer?

 

ZAPATERO. (Asintiendo.) ¡La mujer!

 

ALCALDE. (Sentándose.) Eso tiene casarse a tu edad... A tu edad se debe ya estar viudo... de una, como mínimum... Yo estoy de cuatro: Rosa, Manuela, Visitación y Enriqueta Gómez, que ha sido la última: buenas mozas todas, aficionadas al baile y al agua limpia. Todas, sin excepción, han probado esta vara repetidas veces. En mi casa... en mi casa, coser y cantar.

 

ZAPATERO. Pues ya está usted viendo qué vida la mía. Mi mujer... no me quiere. Habla por la ventana con todos. Hasta con don Mirlo, y a mí se me está encendiendo la sangre.

 

ALCALDE. (Riendo.) Es que ella es una chiquilla alegre, eso es natural.

 

ZAPATERO. ¡Ca! Estoy convencido... yo creo que esto lo hace por atormentarme; porque, estoy seguro..., ella me odia. Al principio creí que la dominaría con mi carácter dulzón y mis regalillos: collares de coral, cintillos, peinetas de concha... ¡hasta unas ligas! Pero ella... ¡es siempre ella!

 

ALCALDE. Y tú, siempre tú; ¡qué demonio! Vamos, lo estoy viendo y me parece mentira cómo un hombre, lo que se dice un hombre, no puede meter en cintura, no una, sino ochenta hembras. Si tu mujer habla por la ventana con todos, si tu mujer se pone agria contigo, es porque tú quieres, porque tú no tienes arranque. A las mujeres, buenos apretones en la cintura, pisadas fuertes y la voz siempre en alto, y si con esto se atreven a hacer quiquiriquí, la vara, no hay otro remedio. Rosa, Manuela, Visitación y Enriqueta Gómez, que ha sido la última, te lo pueden decir desde la otra vida, si es que por casualidad están allí.

 

ZAPATERO. Pero si el caso es que no me atrevo a decirle una cosa. (Mira con recelo.)

 

ALCALDE. (Autoritario.) Dímela.

 

ZAPATERO. Comprendo que es una barbaridad .... pero yo no estoy enamorado de mi mujer.

 

ALCALDE. ¡Demonio!

 

ZAPATERO. Sí, señor, ¡demonio!

 

ALCALDE. Entonces, grandísimo tunante, ¿por qué te has casado?

 

ZAPATERO. Ahí lo tiene usted. Yo no me lo explico tampoco. Mi hermana, mi hermana tiene la culpa. Que si te vas a quedar solo, que si qué sé yo, que si qué sé yo cuánto... Yo tenía dinerillos, salud, y dije: ¡allá voy! Pero, benditísima soledad antigua. ¡Mal rayo parta a mi hermana, que en paz descanse!

 

ALCALDE. ¡Pues te has lucido!

 

ZAPATERO. Sí, señor, me he lucido... Ahora, que yo no aguanto más. Yo no sabía lo que era una mujer. Digo, ¡usted, cuatro! Yo no tengo edad para resistir este jaleo.

 

ZAPATERA. (Cantando dentro, fuerte.)

¡Ay, jaleo, jaleo,

ya se acabó el alboroto

y vamos al tiroteo!

 

ZAPATERO. Ya lo está usted oyendo.

 

ALCALDE. ¿Y qué piensas hacer?

 

ZAPATERO. Cuca silvana. (Hace el ademán.)

 

ALCALDE. ¿Se te ha vuelto el juicio?

 

ZAPATERO. (Excitado.) El zapatero a tus zapatos se acabó para mí. Yo soy un hombre pacífico. Yo no estoy acostumbrado a estos voceríos y a estar en lenguas de todos.

 

ALCALDE. (Riéndose.) Recapacita lo que has dicho que vas a hacer; que tú eres capaz de hacerlo, y no seas tonto. Es una lástima que un hombre como tú no tenga el carácter que debías tener. (Por la puerta de la izquierda aparece la Zapatera echándose polvos con una polvera rosa y limpiándose las cejas.)

 

ESCENA VII

 

Dichos y Zapatera,

 

ZAPATERA. Buenas tardes.

 

ALCALDE. Muy buenas. (Al Zapatero.) ¡Como guapa, es guapísima!

 

ZAPATERO. ¿Usted cree?

 

ALCALDE. ¡Qué rosas tan bien puestas lleva usted en el pelo y qué bien huelen!

 

ZAPATERA. Muchas que tiene usted en los balcones de su casa.

 

ALCALDE. Efectivamente. ¿Le gustan a usted las flores?

 

ZAPATERA. ¿A mí...? ¡Ay, me encantan! Hasta en el tejado tendría yo macetas, en la puerta, por las paredes. Pero a éste... a ése... no le gustan. Claro, toda la vida haciendo botas, ¡qué quiere usted! (Se sienta en la ventana.) Y buenas tardes. (Mira a la calle y coquetea.)

 

ZAPATERO. ¿Lo ve usted?

 

ALCALDE. Un poco brusca... pero es una mujer guapísima. ¡Qué cintura tan ideal!

 

ZAPATERO. No la conoce usted.

 

ALCALDE. ¡Psch! (Saliendo majestuosamente.) ¡Hasta mañana! Y a ver si se despeja esa cabeza. ¡A descansar, niña! ¡Qué lástima de talle! (Vase mirando a la Zapatera.) ¡Porque, vamos! ¡Y hay que ver qué ondas en el pelo! (Sale.)

 

ESCENA VIII

 

Zapatero y Zapatera.

 

ZAPATERA. (Cantando.)

 

Si tu madre tiene un rey,

la baraja tiene cuatro:

rey de oros, rey de copas,

rey de espadas, rey de bastos.

(La Zapatera coge una silla y sentada en la ventana empieza a darle vueltas.)

 

ZAPATERO. (Cogiendo otra silla y dándole vueltas en sentido contrario.) Si sabes que tengo esa superstición, y para mí esto es como si me dieras un tiro, ¿por qué lo haces?

 

ZAPATERA. (Soltando la silla.) ¿Qué he hecho yo? ¿No te digo que no me dejas ni moverme?

 

ZAPATERO. Ya estoy harto de explicarte... pero es inútil. (Va a hacer mutis, pero la Zapatera empieza otra vez y el Zapatero viene corriendo desde la puerta y da vueltas a su silla.) ¿Por qué no me dejas marchar, mujer?

 

ZAPATERA. ¡Jesús!, pero si lo que yo estoy deseando es que te vayas.

 

ZAPATERO. ¡Pues déjame!

 

ZAPATERA. (Enfurecida.) ¡Pues vete! (Fuera se oye una flauta acompañada de guitarra que toca una polquita antigua con el ritmo cómicamente acusado. La Zapatera empieza a llevar el compás con la cabeza y el Zapatero huye por la izquierda.)