La novia de Corinto
de Johann Wolfgang von Goethe

La novia de Corinto

 

 

Autor: Johann Wolfgang von Goethe

 

Procedente de Atenas, a Corinto

llegó un joven que nadie conocía.

Y a ver a un ciudadano dirigióse,

amigo de su padre, y diz que habían

ambos viejos la boda concertado,

tiempos atrás, del joven con la hija

que el cielo al de Corinto concediera.

 

Pero es sabido que debemos caro

pagar toda merced que nos otorguen.

Cristianos son la novia y su familia;

cual sus padres, pagano es nuestro joven.

Y toda creencia nueva, cuando surge,

cual planta venenosa, extirpar suele

aquel amor que había en los corazones.

 

Rato hacía ya que todos en la casa,

menos la madre, diéranse al reposo.

Solícita recibe aquella al huesped

y lo lleva al salón más fastuoso.

Sin que él lo pida bríndale rumbosa

vino y manjares, exquisito todo,

y con un "buenas noches" se retira.

 

No obstante ser selecto el refrigerio,

apenas si lo prueba el invitado;

que el cansancio nos quita toda gana,

y vestido en el lecho se ha tumbado.

Ya se durmió... Pero un extraño huésped,

por la entornada puerta deslizándose,

a despertarlo de improviso viene.

 

Abre los ojos, y al fulgor escaso

de la lámpara mira una doncella

que cauta avanza, envuelta en blancos velos;

ciñen su frente cintas aurinegras.

Al ver que la han visto

levanta asustada

una blanca mano la sierva de Cristo.

 

-¿Cómo -exclama-, acaso una extraña soy

en mi hogar, que nada del huesped me dicen?

¡Y hacen que de pronto me acometa ahora

sonrojo terrible!

Sigue reposando

en ese mi lecho,

que yo a toda prisa el campo despejo.

 

-¡Oh, no te vayas, linda joven! -ruega

el joven, que de el lecho salta aprisa-.

Gusté de Baco y Ceres las ofrendas,

pero tú el amor traes, bella corintia.

¡Pálida estás del susto!

¡Ven junto a mí, y veremos

cuán benignos los dioses son y justos!

 

-¡No te acerques a mí, joven! ¡Detente!

¡Vedada tengo yo toda alegría!

Que estando enferma hizo mi madre un voto

que cumple con severa disciplina.

Naturaleza y juventud -tal dijo-,

al cielo en adelante

habrán de estarle siempre sometidas.

 

Y de los dioses el tropel confuso

de nuestro hogar al punto fue proscrito.

Sólo un Dios invisible hay en el cielo,

el que en la cruz nos redimiera, Cristo.

Sacrificios le hacemos,

mas no bueyes y toros son las víctimas,

sino lo más preciado y más querido.

 

Pregunta el joven, ella le contesta,

y él cada frase en su interior medita

-¿Pero es posible tenga aquí delante;

solos los dos, mi bella prometida?

¡Entrégate a mis brazos sin recelo!

¡Nuestra unión, que juraron nuestros padres,

juzgar puedes por Dios ya bendecida!

 

-¡No me toques, que a Cristo por esposa

destinada me tienen! Dos hermanas

me quedan..., tuyas sean...; yo soy del claustro;

sólo te pido de esta desdichada

alguna vez te acuerdes en sus brazos,

que yo en ti pensaré mientras la tierra

tarde -no será mucho- en darme amparo!

 

-¡No! ¡A la luz de esta antorcha juraremos

cumplir de nuestros padres la promesa!

No dejaré te pierdas para el goce,

no dejaré que para mí te pierdas.

¡A la casa paterna he de llevarte!

¡Ahora mismo la fecha convengamos

en que ha nuestro himeneo de celebrarse!

 

Truecan muy luego prendas de amor fiel;

rica cadena de oro ella le entrega;

rica copa de plata de un trabajo

sin par él brinda a la sin par doncella

-Tu cadenilla no me vale;

dame mejor, amada,

un rizo de tu pelo incomparable.

 

De los fantasmas en aquel momento

suena la hora, en tanto que dichosos

ellos se sienten, y el oscuro vino

se brindan mutuamente, y con sus pálidos

labios sorbe la novia el vino rojo.

Pero del pan que con amor le ofrecen,

abstiénese -y es raro-

de probar tan siquiera un parvo trozo.

 

En cambio, al joven bríndale la copa,

que él ansioso y alegre luego apura.

¡Oh qué feliz se siente en aquel ágape!

¡Del amor ambriento estaba y de ternura!

Mas, sorda a sus ruegos,

ella se resiste

hasta que él, llorando, se echa sobre el lecho.

 

Acércase ella entonces; se arrodilla.

 

-¡Cuánto verte sufrir me da congoja!

Per toca mi cuerpo, y con espanto

advertirás lo que calló mi boca.

¡Cual la nieve blanca,

cual la nieve fría,

es la que elegiste por tu esposa amada!

 

Con juvenil, con amoroso fuego,

estréchala él entonces en sus brazos.

-Yo te daré calor -dice-, aunque vengas

del sepulcro que hiela con su abrazo.

¡Aliento y beso cambiemos

en amorosa expansión!

¡Un volcán es ya tu pecho!

 

Préndelos el amor en firme lazo.

Lágrimas mezclan a su goce ardiente.

De un amado en la boca fuego sorbe

ella, y los dos a nada más atienden.

Con su fuego el joven

la sangre le incendia;

¡mas ningún corazón palpita en ella!

 

Por el largo pasillo, a todo esto,

la dueña de la casa se desliza;

detiénese a escuchar junto a la puerta,

y aquel raro rumor la maravilla.

Quejas y suspiros

de placer percibe;

¡los locos extremos del amor compartido!

 

Inmóvil junto al quicio permanece

la sorprendida vieja, y a su oído

llega el eco de ardientes juramentos

que su senil pudor hieren de fijo.

-¡Quieto, que el gallo cantó!

-¡Pero mañana a la noche!...

-¡Vendré, no tengas temor!

 

No puede ya la vieja contenerse;

la harto sabida cerradura abre.

-¿Quién es la zorra -grita- en esta casa

que al extranjero así se atreve a darse?

¡Fuera de aquí, en seguida!

Mas, ¡oh, cielos!, al punto reconoce

al fulgor de la lámpara a su hija.

 

De encubrir trata el frustrado joven

a su adorada con su propio velo,

o con aquel tapiz que a mano halla;

pero ella misma saca, altiva, el cuerpo.

Y con psíquica fuerza,

con un valor que asombra,

larga y lenta en el lecho se incorpora.

 

-¡Oh, madre! ¡Madre! -exclama-, ¿de este modo

esta noche tan bella me amargáis?

De este mi tibio nido, mi refugio

sin pizca de piedad ¿a echarme váis?

¿Os parece poco llevarme al sepulcro

al lograr apenas la flor de mis años?

 

Mas del sepulcro mal cerrado un íntimo

impulso liberóme; que los cantos

y preces de los curas, que acatáis,

para allí retenerme fueron vanos.

Contra la juventud, ¡agua bendita

de nada sirve, madre!

¡No enfría la tierra un cuerpo en que amor arde!

 

Mi prometido fuera ya este joven

cuando aún de Venus los alegres templos

erguíanse victoriosos. ¡La palabra

rompisteis por un voto absurdo, tétrico!

Mas los dioses no escuchan

cuando frustrar la vida de su hija

una madre cruel y loca jura.

 

Por vindicar la dicha arrebatada

la tumba abandoné, de hallar ansiosa

a ese novio perdido y la caliente

sangre del corazón sorberle toda.

Luego buscaré otro

corazón juvenil,

y así todos mi sed han de extinguir.

 

-¡No vivirás, hermoso adolescente!

¡Aquí consumirás tus energías!

¡Mi cadena te di; conmigo llevo

un rizo de tu pelo en garantía!

¡Míralo bien! ¡Mañana tu cabeza

blanca estará,

y tu cara, al contrario, estará negra!

 

Ahora, mi postrer ruego, ¡oh, madre! escucha:

¡Una hoguera prepara, en ella arroja

en sus llamas descanso al que ama, ofrece!

Cuando salte la chispa

y el escoldo caldee,

a los antiguos dioses tornaremos solícitas