Amor a medias
De interés general

Amor a medias

 

 

19/07/2014 Fuente elpais. La adolescencia de los protagonistas fue extendida, errabunda y en parte frustrante

 

En su primera novela en papel —la anterior se publicó en formato electrónico—, Santi Fernández Patón (Málaga, 1975) ha combinado el relato de iniciación con la historia de un amor imposible. Dicho esto, conviene matizar que no se trata de una novela de aprendizaje al uso, o al menos no solo de eso. También puede interpretarse como el retrato generacional —en un sentido amplio— de quienes han ido llegando cada vez más pronto a la adolescencia y cada vez más tarde a la madurez laboral, como no podía ser de otro modo en un país con una estructura de trabajo endémicamente frágil. Consideraciones políticas aparte, el resultado es una adolescencia extendida, errabunda y en buena medida frustrante, o al menos así aparece retratada la de los dos protagonistas de Grietas: el narrador de la historia, un escritor treintañero, cuyo nombre no se menciona, y Lucía, una joven universitaria enferma de anorexia.

 

Además de este problema grave de salud, que imputa al capitalismo, Lucía cuenta con el obstáculo de tener un novio que es amigo del narrador, por lo que se ven obligados a mantener su relación en secreto. Y él, por su lado, debe ocuparse de una hija de la que no había sabido nada hasta que la madre, su última pareja, se presentó en la casa y le entregó a una niña de cuatro meses, entre protestas contra la sociedad patriarcal. La acción, ambientada en Málaga, se centra en las peripecias de la aventura algo sádica e inconstante que mantienen Lucía y el narrador, pero también contiene una autobiografía amorosa de este último, el testimonio de un hombre vulnerable, inteligente y confundido.

 

Precisamente uno de los valores de la novela está en la semblanza de estos dos caracteres, complejos, pensantes y con capacidad de introspección, que reflexionan sobre los relatos que hacen de sus vidas e intentan detectar y vencer las mentiras que se cuentan para aceptarse. Lo interesante es que, en esa lucha, llevan su esfuerzo hasta la complacencia y son conscientes de que les ronda el puro narcisismo.

 

También es importante para la construcción de los personajes, y no solo de los protagonistas, el reflejo del compromiso político (los dos acuden a Madrid en 2012 para rodear el Congreso) y la alienación laboral (él trabaja de teleoperador); como lo es además el reflejo de los usos sexuales (en la página 24, con gracia), técnicos (el chat de Facebook) y morales (el abandono de una hija, el trastorno alimentario) de una generación. Hay algún desliz temporal y geográfico: en dos páginas consecutivas el narrador afirma que conoció a Lucía cuando ella contaba respectivamente 23 y 27 años (páginas 14 y 15); asimismo extraña que retengan un autobús que viaja de Málaga a Madrid en Los Ángeles de San Rafael (Segovia). También aparecen algunos circunloquios forzados: "cruzamos algún breve diálogo", "fin de semana inexpugnable para la rutina". En todo caso, detalles que no restan valor a esta historia de amor con intriga, pulso, que crece en intensidad y se hace memorable.