Las hojas volantes, reflejo de la cultura popular de la Nueva España
Bienes arqueológicos, paleontológicos

Las hojas volantes, reflejo de la cultura popular de la Nueva España

 

 

27/05/2015 Fuente inah. *** La Biblioteca Nacional de Antropología e Historia (BNAH) resguarda una colección de más de 500 piezas

 

*** En estas hojas sueltas, en las que José Guadalupe Posada plasmó muchos de sus grabados, se podían leer romances, sucesos fantásticos, plegarias y notas rojas

 

Durante el virreinato las calles y plazas de la Nueva España fueron utilizadas por los pregoneros para ofrecer las hojas volantes, impresos en los que se narraban sucesos extraordinarios como terremotos, inundaciones y crímenes, además de romances, corridos y plegarias, los cuales se vendían por pocos centavos. La Biblioteca Nacional de Antropología e Historia (BNAH) alberga dentro de sus colecciones más de 500 de estos documentos (llamados literatura de cordel) que reflejan la cultura popular de la época.

 

 Tales obras efímeras aparecieron desde el siglo XVI, tras la llegada de la imprenta a la Nueva España, y son el antecedente del periodismo en México. Cobraron auge a finales del siglo XIX y principios del XX, gracias al impresor Antonio Vanegas Arroyo (1850-1917) y sus grabadores José Guadalupe Posada (1852-1913) y Manuel Manilla (1830-1895), explicó Juan Carlos Franco, catalogador del Archivo Antiguo de dicha biblioteca del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

 

 El especialista recordó que la imprenta llegó a América en 1539, y en 1542 se vendió la primera hoja volante en la Nueva España; en ella se relataba el terremoto ocurrido en Guatemala un año antes. “Estas páginas eran el antecedente de los periódicos, porque informaban de hechos sobresalientes, pero aún no había periodistas que hicieran investigación, como ocurrió en la época del Porfiriato, simplemente reportaban lo ocurrido”.

 

La literatura de cordel incluía oraciones religiosas, hechos fantásticos y romances (que después derivaron en corridos). Sirvió de “caballito de batalla” en muchas imprentas que, mientras lograban publicar una obra de mayores dimensiones, vendían sus hojas sueltas por algunos centavos”, abundó.

 

 Estas obras se escribían por lo general en verso y narraban romances, sucesos fantásticos, plegarias y notas rojas que regularmente se acompañaban de grabados.

 

 Las hojas volantes de la BNAH están divididas en dos apartados: la colección antigua y la primera serie de papeles sueltos; en esta última se localiza la más añeja del acervo, fechada en Valencia, en 1737, y elaborada en papel de trapo que muestra el romance Doña Francisca la Cautiva.

 

 Las más de 500 obras de papel están en buenas condiciones de conservación. Se han estabilizado y colocado en guardas de acetato mylar (película transparente) y de polipropileno, libre de ácido. Todas están microfilmadas, lo que permite su consulta, sin necesidad de tocarlas, ya que se trata de documentos frágiles.

 

 Este tipo de impresos, a decir de Franco, también se hacían en Francia, donde se les conocía como canards, porque eran de papel amarillo; en España se les denominaba literatura de cordel, porque se colocaban en una especie de tendedero, donde se colgaban, y los vendían los invidentes.

 

 El negocio de las hojas volantes creció rápidamente durante la primera década del siglo XIX en la Nueva España. Entre las muchas empresas que se establecieron, figuraban las de Sixto Casillas, Abadiano, San Camilo, Murguía y Cisneros, quienes mostraban calaveras en sus trabajos, siguiendo la tradición medieval de la danza macabra.

 

 Para finales del siglo XIX, en la imprenta de Antonio Vanegas Arroyo, Manuel Manilla creó las calaveritas y José Guadalupe Posada las perfeccionó; se publicaban en noviembre, durante la celebración del Día de Muertos.

 

 Posada utilizaba varias técnicas, como la litografía y xilografía; posteriormente, ante la demanda de sus ilustraciones, recurrió a la zincografía, procedimiento que usa placas de zinc y que le permitió apresurar la producción.

 

 En esos tiempos, los pregoneros recorrían las imprentas para adquirir las hojas y después salían a las plazas a cantar los corridos. La gente se acercaba a comprar las letras como si fueran un disco, explicó Franco.

 

 En la primera década de 1900, uno de los competidores de Vanegas Arroyo fue Eduardo Guerrero, a quien se le considera como el último en mantener la tradición de las hojas volantes; sin embargo, su imprenta tuvo que adaptarse tras la aparición de la radio. Los compositores vendían las letras y él las imprimía en las hojas volantes, que después se modificaron a hojas más pequeñas que dieron origen a los cancioneros y propiciaron la extinción de la literatura de cordel.