Matías se despide de Florencia
De interés general

Matías se despide de Florencia. De interés general

 

 

26/11/2013 Fuente revistaenie. Rosario. Uno de los fundadores del grupo “La herrrmana favorita”, que renovó las artes rosarinas, tributa a una de las víctimas del derrumbe.

 

Florencia Caterina murió a los 27 años en la que muchos señalaron como la mayor tragedia que tuvo la ciudad de Rosario: la explosión y posterior derrumbe del edificio de la calle Salta 2141. Era licenciada en Bellas Artes por la Universidad Nacional de Rosario, y co-fundadora del grupo de arte “La herrrmana favorita”, junto a Angeles Ascúa y Matías Pepe, quien además fue su compañero de vida. Matías transmite hoy una entereza y una fuerza admirables. Los dos fueron amantes del aire libre, del yoga y el ciclismo. “Cada vez que hacíamos una inauguración llovía –recuerda él, en un bar junto a la bicicletería del boulevard Francia, que administra junto a unos amigos, todos de veintipico, todos solidarios en éste, su calvario–. Siempre creímos en el poder de ‘la inauguración’ como figura. Una vez, duró un día entero”, recuerda.

 

Escribió el crítico Rafael Cippolini, quien fue amigo y consejero de Florencia, que “La herrrmana favorita eran tres mentes aceleradas y ansiosas que se potenciaron sin descanso”. Y también dijo, a modo de homenaje: “Florencia era una de mis artistas favoritas, además de mi amiga. Una infidencia: en el verano anterior desactivé la posibilidad del chat que ofrece el servicio de correo electrónico porque en todo momento ahí estaba Florencia consultándome por su último proyecto (tenía uno por minuto, en promedio) ”. Concebía (ella y sus compañeros) al arte como una posibilidad “de encuentro de las pasiones del ánimo”: apelaban a la experiencia, el contacto, los rituales y ceremonias del mundillo de museos y galerías, como materia fértil para la labor creativa, o como la propia obra.

 

“Pensaban haciendo”, los recuerda Roberto Echen, director de gerenciamientos artísticos del Centro de Expresiones Contemporáneas (CEC), protector y facilitador de los recursos de la Secretaría de Cultura, como el propio CEC o la antesala del Centro Cultural Lavardén, que ellos convirtieron en un polo de exposiciones de valor central en el circuito rosarino, desde 2009. “Se juntaban. Pensaban más allá de la producción individual. Flor enfocaba en la producción gráfica. Angeles era la más teórica. Matías funcionaba en los aspectos más prácticos: le gustaba meter mano, hacer montaje, y en cambio Flor vivía haciendo proyectos”, sigue Echen. Se los recuerda circulando por las calles del casco histórico con su “Carro de las inauguraciones” –que reconocía el valor y a la vez parodiaba (quizás) el ritual del vino y el chisme que se despliegan en los cócteles y vernissages–.

 

O se los puede ver todavía partiendo ese día hacia Felicia, un pueblo cercano a Rafaela, con más corazón que técnica, hacia allí de donde era la mamá de Florencia, con una cámara muy mala pero muy pintoresca, con valor emocional. La obra en ese caso fue rehacer el cartel del pueblo, sobre una viga triangular, con una pata vertical, sobre la que se apoyaban las letras, junto a la “bota” que representa a Santa Fe, compuesta por piedritas blancas. Siempre fueron díscolos estos chicos, tendientes a un arte y un pensamiento híbrido; no fue convencional Florencia, ni sus amigos, que llegaron a escribir a modo de manifiesto que las “disciplinas arquetípicas” les parecían aburridas. Estaban preocupados por conseguir subsidios y becas para enseñar a los chicos locales como armar sus carpetas de presentación, cómo vincularse con un editor o un curador, cómo tener en cuenta al mercado a la hora de pergeñar una propuesta, cómo ser prácticos. Muchas veces, sus procesos fueron más poderosos que los productos sin soporte material, experiencias volátiles, intensas y fugaces puestas en escenas que les clavaban sus colmillos al modus repetitivo de cualquier campo profesional. En el proyecto “Free Shop” construyeron obra sobre obra ajena, previamente comprada y luego revendida a 2 pesos cada una. En sus reuniones tituladas “El dibujo como crimen organizado” convocaban a artistas a dibujar sin otra expectativa que influir y recibir los ecos de la obra ajena en la propia. A través de “El club del trueque” –por ejemplo– promovieron el surgimiento de pequeñas colecciones entre los protagonistas del propio campo artístico.

 

“Yo perdí todo en esa explosión, a mi mujer, a mi perra, mi casa y todas las cosas que uno puede nombrar anteponiendo el MI. Yo no quiero una plaza, yo quiero que alguien se haga cargo. Si quieren recordar las vidas que se perdieron, pongan árboles en los parques, hagan bicisendas, hagan festivales...”, escribió Matías, a los pocos días del derumbe. “¿Quién se imagina una plaza LINDA ahí... eh? Una plaza que le haga justicia a la belleza que eran FLOR y tod@s l@s personas que perdieron la vida ahí...por favor no nos calmen con una placita...”, se levantó Matías Pepe en una carta que empezó a circular con fuerza.

 

Por la tarde, marchamos por el Boulevard Oroño, hacia la sede local de Litoral Gas, la empresa que estaría encargada de proveer el servicio. En la fachada de esas oficinas, la familia y los amigos pegan con scotch una gran foto de Florencia, rulos y mirada candente que se han vuelto emblemas de la protesta y la lucha por justicia. Es tiempo de llorar y gritar la indignación y el dolor, pero también de celebrar la recuperación de cinco obras de Florencia, de entre los escombros. Una mujer reconoció los certificados de autenticidad de esos dibujos y se los devolvió a Matías. Entre ellos, apareció una Moleskine chiquitita repleta de maravillas. Matías se la había traído a Florencia de un viaje a Londres. “Son del 2011, y Flor cambiaba muy rápido –dice Matías Pepe–. Por eso mostrarlos no sería representativo de lo que estaba haciendo. Pero tienen el valor agregado de haber sobrevivido a la tragedia, y esa Moleskine es preciosa, es increíble, Pronto, la vamos a editar”.