EL BURLADOR DE SEVILLA
de Tirso de Molina

EL BURLADOR DE SEVILLA. DE INTERÉS GENERAL

 

 

Fuente Wikipedia. El burlador de Sevilla y convidado de piedra es una obra de teatro que por primera vez recoge el mito de Don Juan, sin duda, el personaje más universal del teatro español. De autoría discutida, se atribuye tradicionalmente a Tirso de Molina y se conserva en una publicación de 1630, aunque tiene como precedente la versión conocida como Tan largo me lo fiais representada en Córdoba en 1617 por la compañía de Jerónimo Sánchez. Alfredo Rodríguez López-Vázquez señala al dramaturgo Andrés de Claramonte como autor de la obra en función de pruebas de carácter métrico, estilístico e histórico. Sin embargo, tanto Luis Vázquez como José María Ruano de la Haza la dan sin dudar como obra de Tirso y otros críticos concluyen que tanto El burlador como el Tan largo me lo fiais descienden de un arquetipo común del Burlador de Sevilla escrito por Tirso entre 1612 y 1625.

 

Contexto []

 

Don Juan personifica una leyenda sevillana que inspiró a Molière, Lorenzo da Ponte (autor del libreto de Don Giovanni de Mozart), Azorín, Marañón, Lord Byron, Espronceda, Pushkin, Zorrilla y a muchos otros autores. Es un libertino que cree en la justicia divina («no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague») pero que confía en que podrá arrepentirse y ser perdonado antes de comparecer ante Dios («¡Qué largo me lo fiais!»). Si además recordamos que El burlador de Sevilla fue publicada en 1630 podemos concluir que es una obra cuya vocación es moralizante, y podría haber sido concebida como respuesta a la teoría de la predestinación de Juan Calvino, según la cual la salvación y la entrada al reino de los cielos ya ha sido determinada por Dios desde el nacimiento de uno, dado por gracia a través de Cristo y recibido solamente por fe, por lo que los actos no son determinantes para la salvación de las almas.

 

Se ha especulado mucho sobre la posible inspiración en un personaje real, señalándose a Miguel de Mañara como principal candidato. Sin embargo, si aceptamos la opinión mayoritaria respecto la autoría y la fecha no podrá considerarse el personaje de Don Juan inspirado en la vida de Don Miguel ya que éste nació en 1627 y la obra fue editada solo tres años después. Si bien, una versión precedente del Burlador, el Tan largo me lo fiais, podría datar de 1617. Se dice que la obra de Tirso fue un guiño dedicado a los caballeros de la época, cuya profanación de la honra de las mujeres era mundialmente elogiada.

 

Argumento []

 

Un joven noble español llamado Don Juan Tenorio seduce en Nápoles a la duquesa Isabela haciéndose pasar por su novio, el duque Octavio, lo que ella descubre al querer alumbrarle con el farol. Tras esto, en la huida va a parar a la habitación del Rey, quien encarga al guardia Don Pedro Tenorio (pariente del protagonista) que atrape al hombre que ha deshonrado a la joven. Al entrar Don Pedro en la habitación y descubrir que el burlador es su sobrino, decide escucharle y ayudarle a escapar, alegando más tarde que no pudo alcanzarlo debido a su agilidad al saltar desde la habitación a los jardines.

 

Tras esto, Don Juan viaja a España y naufraga en la costa de Tarragona; Catalinón (su criado) consigue llevarlo hasta la orilla, donde les aguarda la pescadora Tisbea, que ha oído su grito de socorro. Tisbea manda a Catalinón a buscar a los pescadores a un lugar no muy lejano y en el tiempo que están ellos solos Don Juan la seduce y esa misma noche la goza en su cabaña, de la que más tarde huirá con las dos yeguas que Tisbea había criado.

 

Cuando Don Juan y Catalinón regresan a Sevilla, el escándalo de Nápoles llega a oídos del rey Alfonso XI, quien busca solucionarlo comprometiéndolo con Isabela (el padre de Don Juan trabaja para el rey). Mientras, Don Juan se encuentra con su conocido, el Marqués de la Mota, el cual le habla sobre su amada, doña Ana de Ulloa, tras hablar de burlas, “ranas” y mujeres en todos los aspectos; y como el Marqués de la Mota dice de Ana que es la más bella sevillana llegada desde Lisboa, Don Juan tiene la imperiosa necesidad de gozarla y, afortunadamente para él, recibe la carta destinada al Marqués, al que luego informará de la cita pero con un retraso de una hora para así él gozar a Ana. Por la noticia de la carta de Ana de Ulloa, Mota le ofrece una burla a Don Juan, para lo cual éste ha de llevar la capa del Marqués, que se la presta sin saber que la burla no iba a ser la estipulada, sino la deshonra de Ana al estilo de la de Isabela.

 

Don Juan consigue engañar a la dama, pero es descubierto por el padre de esta, Don Gonzalo de Ulloa, con quien se enfrenta en un combate en el que Don Gonzalo muere. Entonces Don Juan huye en dirección a Lebrija.

 

Mientras se encuentra lejos de Sevilla, lleva a cabo otra burla, interponiéndose en el matrimonio de dos plebeyos, Aminta y Batricio, a los que engaña hábilmente: en la noche de bodas, Don Juan llega a parecer interesado en un casamiento con Aminta, quien lo cree y se deja poseer.

 

Don Juan vuelve a Sevilla, donde se topa con la tumba de Don Gonzalo y se burla del difunto, invitándole a cenar. Sin embargo, la estatua de éste llega a la cita ("el convidado de piedra") cuando realmente nadie esperaba que un muerto fuera a hacer cosa semejante. Luego, el mismo Don Gonzalo convida a Don Juan y a su lacayo Catalinón a cenar a su capilla, y Don Juan acepta la invitación acudiendo al día siguiente. Allí, la estatua de Don Gonzalo de Ulloa se venga arrastrándolo a los infiernos sin darle tiempo para el perdón de los pecados de su “Tan largo me lo fiais”, famosa frase del Burlador que significa que la muerte y el castigo de Dios están muy lejanos y que por el momento no le preocupa la salvación de su alma.

 

Tras esto se recupera la honra de todas aquellas mujeres que habían sido deshonradas, y puesto que no hay causa de deshonra, todas ellas pueden casarse con sus pretendientes.

 

 

El mito de Don Juan []

 

Artículo principal: Don Juan.

 

Protagonista de la obra, El burlador de Sevilla, y personaje en torno al cual gira la obra entera, que durante toda la obra se dedica a burlar a todas aquellas damas que encuentra en estado de gracia para así él poseerlas, haciendo uso de trucos, engaños y burlas y deshonrando de esta forma a la mujer y perdiendo el honor del hombre con el que ella realmente deseaba gozar.

 

Orígenes []

 

Los orígenes de Don Juan son difíciles de determinar. Según Youssef Saad, el Don Juan de España es una figura auténticamente española, pero tiene muchas semejanzas con una figura árabe, Imru al-Qays, quien vivió en Arabia durante el quinto siglo: Como Don Juan, era un burlador y un seductor famoso de mujeres; como el don Juan de Zorrilla, fue rechazado por su padre por sus burlas y también desafió abiertamente a la ira divina. Según Víctor Said Armesto, las raíces literarias de Don Juan se pueden encontrar en los romances gallegos y leoneses medievales. Su precursor típicamente llevaba el nombre de “Don Galán” y este hombre también trata de engañar y seducir a las mujeres, pero tiene una actitud más piadosa hacia Dios.

 

Evolución []

 

Tras esta acuñación del personaje de Don Juan Tenorio, El Burlador de Sevilla como llega él a llamarse, se dan varias imitaciones del mito, como la de Molière cuyo Don Juan no solo roza los límites de la más cínica arrogancia, sino que también nos muestra un Don Juan con un gran escepticismo religioso, lo que es una gran distinción con el de del dramaturgo murciano.

 

A la mentalidad del siglo XVIII corresponden tres obras sobre Don Juan: la española de Antonio de Zamora, No hay plazo que no se cumpla, la italo-austriaca, con libreto de Lorenzo Da Ponte y música de Mozart y la italiana de Carlo Goldoni, titulada Don Juan o el castigo del libertino.

 

En el romanticismo se dio un nuevo rumbo al mito; unas veces se une al tipo primitivo y otras a la expresión de la vivencia personal a creadores que en su vida tuvieron mucho que ver con él. Como el Don Juan de Byron, y del protagonista de El estudiante de Salamanca, de Espronceda. Y en relación con los primitivos están la versión de Zorrilla, Don Juan Tenorio, y las francesas de Merimée y A. Dumas. Aunque el Don Juan romántico pierde con respecto al primitivo ya que a veces llega a mostrarse como un simple juguete del destino y hasta se enamora sinceramente, dejando de ser el mito eterno del cínico seductor que fácilmente olvidaba para volver a seducir.

 

En resumen: Don Juan era el que intentaba seducir a todas las mujeres que pillaba.

 

 

Fuente según ciudadseva:

 

Salen don JUAN Tenorio e ISABELA,

duquesa

ISABELA:          Duque Octavio, por aquí

               podrás salir más seguro.

JUAN:          Duquesa, de nuevo os juro

               de cumplir el dulce sí.

ISABELA:          Mis glorias serán verdades    

               promesas y ofrecimientos,

               regalos y cumplimientos,

               voluntades y amistades.

JUAN:             Sí, mi bien.

ISABELA:                 Quiero sacar

               una luz.

JUAN:                 ¿Pues, para qué?   

ISABELA:       Para que el alma dé fe

               del bien que llego a gozar.

JUAN:             Mataréte la luz yo.

ISABELA:       ¡Ah, cielo!  ¿Quién eres, hombre?

JUAN:          ¿Quién soy?  Un hombre sin nombre.   

ISABELA:       ¿Que no eres el duque?

JUAN:                                 No.

ISABELA:          ¡Ah de palacio!

JUAN:                         Detente.

               Dame, duquesa, la mano.

ISABELA:       No me detengas, villano.

               ¡Ah del rey!  ¡Soldados, gente!   

 

 

 

Sale el REY de Nápoles, con una vela en un

candelero

REY:              ¿Qué es esto?

ISABELA:                     ¡El rey!  ¡Ay, triste,

REY:           ¿Quién eres?

JUAN:                       ¿Quién ha de ser?

               Un hombre y una mujer.

REY:           (Esto en prudencia consiste.)      Aparte

                         ¡Ah de mi guarda!  Prendé   

 

               a este hombre.

ISABELA:                 ¡Ay, perdido honor!

 

 

 

Vase ISABELA. Sale don PEDRO Tenorio, embajador de

España, y GUARDA

PEDRO:         ¿En tu cuarto, gran señor

               voces?  ¿Quién la causa fue?

REY:              Don Pedro Tenorio, a vos

               esta prisión os encargo,

               siendo corto, andad vos largo.

               Mirad quién son estos dos.

                  Y con secreto ha de ser,

               que algún mal suceso creo;

               porque si yo aquí los veo,      

               no me queda más que ver.

 

 

 

Vase el REY

PEDRO:            Prendedle.

JUAN:                    ¿Quién ha de osar?

               Bien puedo perder la vida;

               mas ha de ir tan bien vendida

               que a alguno le ha de pesar.      

PEDRO:            Matadle.

JUAN:                     ¿Quién os engaña?

               Resuelto en morir estoy,

               porque caballero soy,

               del embajador de España.

                  Llegue; que, solo, ha de ser     

               él quien me rinda.

PEDRO:                          Apartad;

               a ese cuarto os retirad

               todos con esa mujer.

 

 

 

Vanse los otros

Ya estamos solos los dos;

               muestra aquí tu esfuerzo y brío.   

JUAN:          Aunque tengo esfuerzo, tío,

               no le tengo para vos.

PEDRO:            Di quién eres.

JUAN:                            Ya lo digo.

               Tu sobrino.

PEDRO:                   ¡Ay, corazón,

               que temo alguna traición!  

               ¿Qué es lo que has hecho, enemigo?

                  ¿Cómo estás de aquesta suerte?

               Dime presto lo que ha sido.

               ¡Desobediente, atrevido!

               Estoy por darte la muerte.   

                  Acaba.

JUAN:                    Tío y señor,

               mozo soy y mozo fuiste;

               y pues que de amor supiste,

               tenga disculpa mi amor.

                  Y pues a decir me obligas      

               la verdad, oye y diréla.

               Yo engañé y gocé a Isabela

               la duquesa.

PEDRO:                   No prosigas.

                  Tente.  ¿Cómo la engañaste? 

               Habla quedo, y cierra el labio.   

JUAN:          Fingí ser el duque Octavio.

PEDRO:         No digas más.  ¡Calla!  ¡Baste!

                  (Perdido soy si el rey sabe     Aparte

               este caso.  ¿Qué he de hacer?   

               Industria me ha de valer     

               en un negocio tan grave.)

                  Di, vil, ¿no bastó emprender

               con ira y fiereza extraña

               tan gran traición en España

               con otra noble mujer,   

                  sino en Nápoles también,   

               y en el palacio real

               con mujer tan principal?

               ¡Castíguete el cielo, amén!

                  Tu padre desde Castilla   

               a Nápoles te envió,           

               y en sus márgenes te dio

               tierra la espumosa orilla

                  del mar de Italia, atendiendo

               que el haberte recibido      

               pagaras agradecido,          

               y estás su honor ofendiendo.

                  ¡Y en tan principal mujer!

               Pero en aquesta ocasión

               nos daña la dilación.    

               Mira qué quieres hacer.    

JUAN:             No quiero daros disculpa,

               que la habré de dar siniestra.

               Mi sangre es, señor, la vuestra;

               sacadla, y pague la culpa.  

                  A esos pies estoy rendido,

               y ésta es mi espada, señor.

PEDRO:         Alzate, y muestra valor,

               que esa humildad me ha vencido.

                  ¿Atreveráste a bajar   

               por ese balcón?

JUAN:                         Sí atrevo,

               que alas en tu favor llevo.

PEDRO:         Pues yo te quiero ayudar.

                  Vete a Sicilia o Milán,

               donde vivas encubierto.     

JUAN:          Luego me iré.

PEDRO:                      ¿Cierto?

JUAN:                               Cierto.

PEDRO:         Mis cartas te avisarán

                  en qué para este suceso

               triste, que causado has.

JUAN:          Para mí alegre dirás.   

               Que tuve culpa confieso.

PEDRO:            Esa mocedad te engaña.

               Baja, pues, ese balcón.

JUAN:          (Con tan justa pretensión,  Aparte

               gozoso me parto a España).  

 

 

 

Vase don JUAN y entra el REY

PEDRO:            Ejecutando, señor,

               tu justicia justa y recta,

               el hombre...

REY:                       ¿Murió?

PEDRO:                            ...escapóse

               de las cuchillas soberbias.

REY:           ¿De qué forma?

PEDRO:                       De esta forma:     

               aun no lo mandaste apenas,

               cuando, sin dar más disculpa,

               la espada en la mano aprieta,

               revuelve la capa al brazo,

               y con gallarda presteza,    

               ofendiendo a los soldados

               y buscando su defensa,

               viendo vecina la muerte,

               por el balcón de la huerta

               se arroja desesperado. 

               Siguióle con diligencia

               tu gente.  Cuando salieron

               por esa vecina puerta,

               le hallaron agonizando

               como enroscada culebra.     

               Levantóse, y al decir

               los soldados, "¡Muera, muera!",

               bañado de sangre el rostro,

               con tan heroica presteza

               se fue, que quedé confuso.      

               La mujer, que es Isabela,

               --que para admirarte nombro--

               retirada en esa pieza,

               dice que fue el duque Octavio

               quien, con engaño y cautela,   

               la gozó.

REY:                     ¿Qué dices?

PEDRO:                              Digo

               lo que ella propia confiesa.

REY:           ¡Ah, pobre honor!  Si eres alma

               del hombre, ¿por qué te dejan

               en la mujer inconstante,    

               si es la misma ligereza?

               ¡Hola!

 

 

 

Sale un CRIADO

CRIADO:              ¿Gran señor?

REY:                               Traed

               delante de mi presencia

               esa mujer.

PEDRO:                  Ya la guardia

               viene, gran señor, con ella.   

 

 

 

Trae la GUARDA a ISABELA

ISABELA:       (¿Con qué ojos veré al rey?)      Aparte

REY:           Idos, y guardad la puerta

               de esa cuadra.  Di, mujer,  

               ¿qué rigor, qué airada estrella

               te incitó, que en mi palacio,  

               con hermosura y soberbia,

               profanases sus umbrales?

ISABELA:       Señor...

REY:                Calla, que la lengua

               no podrá dorar el yerro

               que has cometido en mi ofensa.   

               ¡Aquél era del duque Octavio!

ISABELA:       ¡Señor!

REY:                   No, no importan fuerzas,

               guardas, crïados, murallas,

               fortalecidas almenas,

               para Amor, que la de un niño   

               hasta los muros penetra.

               Don Pedro Tenorio, al punto

               a esa mujer llevad presa

               a una torre, y con secreto

               haced que al duque le prendan;   

               que quiero hacer que le cumpla

               la palabra, o la promesa.

ISABELA:       Gran señor, ¡volvedme el rostro!

REY:           Ofensa a mi espalda hecha,

               es justicia y es razón    

               castigarla a espaldas vueltas.

 

 

 

Vase el REY

PEDRO:         Vamos, duquesa.

ISABELA:                      (Mi culpa           Aparte

               no hay disculpa que la venza,

               mas no será el yerro tanto

               si el duque Octavio lo enmienda).     

 

 

 

Vanse todos.  Salen el duque OCTAVIO, y RIPIO su

criado

RIPIO:            ¿Tan de mañana, señor,

               te levantas?

OCTAVIO:                    No hay sosiego

               que pueda apagar el fuego

               que enciende en mi alma Amor.

                  Porque, como al fin es niño,     

               no apetece cama blanda,

               entre regalada holanda,

               cubierta de blanco armiño.

                  Acuéstase.  No sosiega.

               Siempre quiere madrugar     

               por levantarse a jugar,

               que al fin como niño juega.

                  Pensamientos de Isabela

               me tienen, amigo, en calma;

               que como vive en el alma,   

               anda el cuerpo siempre en vela,

                  guardando ausente y presente,

               el castillo del honor.

RIPIO:         Perdóname, que tu amor

               es amor impertinente.  

OCTAVIO:          ¿Qué dices, necio?

RIPIO:                                Esto digo,

               impertinencia es amar

               como amas.  ¿Vas a escuchar?

OCTAVIO:       Sí, prosigue.

RIPIO:                      Ya prosigo.

                  ¿Quiérete Isabela a ti 

OCTAVIO:       ¿Eso, necio, has de dudar?

RIPIO:         No, mas quiero preguntar,

               ¿Y tú no la quieres?

OCTAVIO:                             Sí.

RIPIO:            Pues, ¿no seré majadero,

               y de solar conocido,   

               si pierdo yo mi sentido

               por quien me quiere y la quiero?

                  Si ella a ti no te quisiera,

               fuera bien el porfïarla,

               regalarla y adorarla,  

               y aguardar que se rindiera;

                  mas si los dos os queréis

               con una mesma igualdad,

               dime, ¿hay más dificultad

               de que luego os desposéis?     

OCTAVIO:          Eso fuera, necio, a ser

               de lacayo o lavandera

               la boda.

RIPIO:               ¿Pues, es quienquiera

               una lavandriz mujer,

                  lavando y fregatrizando, 

               defendiendo y ofendiendo,

               los paños suyos tendiendo,

               regalando y remendando?

                  Dando, dije, porque al dar

               no hay cosa que se le iguale,    

               y si no, a Isabela dale,

               a ver si sabe tomar. 

 

 

 

Sale un CRIADO

CRIADO:           El embajador de España

               en este punto se apea

               en el zaguán, y desea,    

               con ira y fiereza extraña,

                  hablarte, y si no entendí

               yo mal, entiendo es prisión.

OCTAVIO:       ¿Prisión?  Pues, ¿por qué ocasión?

               Decid que entre.

 

 

 

Entra Don PEDRO Tenorio con guardas

PEDRO:                          Quien así  

                  con tanto descuido duerme,

               limpia tiene la conciencia.

OCTAVIO:       Cuando viene vueselencia

               a honrarme y favorecerme,

                  no es justo que duerma yo.    

               Velaré toda mi vida.

               ¿A qué y por qué es la venida?

PEDRO:         Porque aquí el rey me envió.

OCTAVIO:          Si el rey mi señor se acuerda

               de mí en aquesta ocasión,    

               será justicia y razón

               que por él la vida pierda.

                  Decidme, señor, qué dicha

               o qué estrella me ha guïado,

               que de mí el rey se ha acordado?    

PEDRO:         Fue, duque, vuestra desdicha.

                  Embajador del rey soy.

               De él os traigo una embajada.

OCTAVIO:       Marqués, no me inquieta nada.

               Decid, que aguardando estoy.     

PEDRO:            A prenderos me ha envïado

               el rey.  No os alborotéis.

OCTAVIO:       ¿Vos por el rey me prendéis?

               Pues, ¿en qué he sido culpado?

PEDRO:            Mejor lo sabéis que yo,     

               mas, por si acaso me engaño,

               escuchad el desengaño,

               y a lo que el rey me envió.

 

                  Cuando los negros gigantes,

               plegando funestos toldos    

               ya del crepúsculo huían,

               tropezando unos en otros,

               estando yo con su alteza

               tratando ciertos negocios

               porque antípodas del sol  

               son siempre los poderosos,

               voces de mujer oímos,

               cuyos ecos menos roncos,

               por los artesones sacros

               nos repitieron "¡Socorro!"

               A las voces y al rüido

               acudió, duque, el rey propio,

               halló a Isabela en los brazos

               de algún hombre poderoso;

               mas quien al cielo se atreve     

               sin duda es gigante o monstruo.

               Mandó el rey que los prendiera,

               quedé con el hombre solo.

               Llegué y quise desarmarle,

               pero pienso que el demonio  

               en él tomó forma humana,

               pues que, vuelto en humo, y polvo,

               se arrojó por los balcones,

               entre los pies de esos olmos,

               que coronan del palacio     

               los chapiteles hermosos.

               Hice prender la duquesa,

               y en la presencia de todos

               dice que es el duque Octavio

               el que con mano de esposo   

               la gozó.

OCTAVIO:               ¿Qué dices?

PEDRO:                             Digo

               lo que al mundo es ya notorio,

               y que tan claro se sabe,

               que a Isabela, por mil modos,

               [presa, ya lo ha dicho al rey.    

               Con vos, señor, o con otro,

               esta noche en el palacio,

               la habemos hallado todos.       

 

OCTAVIO:          Dejadme, no me digáis

               tan gran traición de Isabela,  

               mas... ¿si fue su amor cautela?

               Proseguid, ¿por qué calláis?

               (Mas, si veneno me dais            Aparte

               que a un firme corazón toca,

               y así a decir me provoca  

               que imita a la comadreja,

               que concibe por la oreja,

               para parir por la boca.

                  ¿Será verdad que Isabela,

               alma, se olvidó de mí   

               para darme muerte?  Sí,

               que el bien suena y el mal vuela.

               Ya el pecho nada recela,

               juzgando si son antojos,

               que por darme más enojos, 

               al entendimiento entró,

               y por la oreja escuchó,

               lo que acreditan los ojos.)

                  Señor marqués, ¿es posible

               que Isabela me ha engañado,    

               y que mi amor ha burlado?

               ¡Parece cosa imposible!

               ¡Oh mujer, ley tan terrible

               de honor, a quien me provoco

               a emprender!  Mas ya no toco     

               en tu honor esta cautela.

               ¿Anoche con Isabela

               hombre en palacio?  ¡Estoy loco!

PEDRO:            Como es verdad que en los vientos

               hay aves, en el mar peces,  

               que participan a veces

               de todos cuatro elementos;

               como en la gloria hay contentos,

               lealtad en el buen amigo,

               traición en el enemigo,   

               en la noche oscuridad,

               y en el día claridad,

               y así es verdad lo que digo.

OCTAVIO:          Marqués, yo os quiero creer,

               no hay ya cosa que me espante,   

               que la mujer más constante

               es, en efecto, mujer.

               No me queda más que ver,

               pues es patente mi agravio.

PEDRO:         Pues que sois prudente y sabio   

               elegid el mejor medio.

OCTAVIO:       Ausentarme es mi remedio.

PEDRO:         Pues sea presto, duque Octavio.

OCTAVIO:          Embarcarme quiero a España,

               y darle a mis males fin.    

PEDRO:         Por la puerta del jardín,

               duque, esta prisión se engaña.

OCTAVIO:       ¡Ah veleta, ah débil caña!

               A más furor me provoco,

               y extrañas provincias toco,    

               huyendo de esta cautela.

               Patria, adiós.  ¿Con Isabela

               hombre en palacio?  ¡Estoy loco!

 

 

 

Vanse todos.  Sale TISBEA, pescadora, con una

caña de pescar en la mano

TISBEA:           Yo, de cuantas el mar,

               pies de jazmín y rosa,   

               en sus riberas besa

               con fugitivas olas,

               sola de amor exenta,

               como en ventura sola,

               tirana me reservo      

               de sus prisiones locas.

               Aquí donde el sol pisa

               soñolientas las ondas,

               alegrando zafiros

               las que espantaba sombras,  

               por la menuda arena,

               unas veces aljófar,

               y átomos otras veces

               del sol, que así le adora,

               oyendo de las aves          

               las quejas amorosas,

               y los combates dulces

               del agua entre las rocas,

               ya con la sutil caña,

               que el débil peso dobla   

               del necio pececillo,

               que el mar salado azota,

               o ya con la atarraya,

               que en sus moradas hondas

               prenden cuantos habitan   

               aposentos de conchas,

               seguramente tengo,

               que en libertad se goza

               el alma, que, Amor áspid

               no le ofende ponzoña.     

               En pequeñuelo esquife,

               y ya en compañía de otras,

               tal vez al mar le peino

               la cabeza espumosa.

               Y cuando más perdidas     

               querellas de Amor forman,

               como de todos río

               envidia soy de todas.

               Dichosa yo mil veces,

               Amor, pues me perdonas,     

               si ya por ser humilde

               no desprecias mi choza.

               Obeliscos de paja

               mi edificio coronan,

               nidos; si no, hay cigarras

               o tortolillas locas.

               Mi honor conservo en pajas

               como fruta sabrosa,

               vidrio guardado en ellas

               para que no se rompa.  

               De cuantos pescadores

               con fuego Tarragona

               de piratas defiende

               en la argentada costa,

               desprecio soy, encanto,     

               a sus suspiros sorda,

               a sus ruegos terrible,

               a sus promesas roca.

               Anfriso, a quien el cielo,

               con mano poderosa,          

               prodigió, en cuerpo y alma,

               dotado en gracias todas,

               medido en las palabras,

               liberal en las obras,

               sufrido en los desdenes,    

               modesto en las congojas,

               mis pajizos umbrales,

               que heladas noches ronda,

               a pesar de los tiempos

               las mañanas remoza,       

               pues ya con ramos verdes,

               que de los olmos corta,

               mis pajas amanecen

               ceñidas de lisonjas,

               ya con vigüelas dulces,     

               y sutiles zampoñas,

               músicas me consagra,

               y todo no le importa,

               porque en tirano imperio

               vivo de Amor señora,                 

               que halla gusto en sus penas,

               y en sus infiernos gloria.

               Todas por él se mueren,

               y yo, todas las horas,

               le mato con desdenes,  

               de Amor condición propia;

               querer donde aborrecen,

               despreciar donde adoran,

               que si le alegran muere,

               y vive si le oprobian. 

               En tan alegre día,

               segura de lisonjas,

               mis juveniles años

               Amor no los malogra;

               que en edad tan florida,    

               Amor, no es suerte poca,

               no ver, tratando en redes,

               las tuyas amorosas.

               Pero, necio discurso,

               que mi ejercicio estorbas,  

               en él no me diviertas

               en cosa que no importa.

               Quiero entregar la caña

               al viento, y a la boca

               del pececillo el cebo. 

               ¡Pero al agua se arrojan

               dos hombres de una nave,

               antes que el mar la sorba,

               que sobre el agua viene,

               y en un escollo aborda!     

               Como hermoso pavón

               hace las velas cola,

               adonde los pilotos

               todos los ojos pongan.

               Las olas va escarbando,     

               y ya su orgullo y pompa

               casi la desvanece,

               agua un costado toma.

               Hundióse, y dejó al viento

               la gavia, que la escoja     

               para morada suya,

               que un loco en gavias mora.

 

 

 

Dentro gritos de "¡Que me ahogo!"

Un hombre al otro aguarda,

               que dice que se ahoga.

               ¡Gallarda cortesía,       

               en los hombros le toma!

               Anquises le hace Eneas

               si el mar está hecho Troya.

               Ya nadando, las aguas

               con valentía corta,  

               y en la playa no veo

               quien le ampare y socorra.

               Daré voces.  ¡Tirseo,

               Anfriso, Alfredo, hola!

               Pescadores me miran,   

               plega a Dios que me oigan,

               mas milagrosamente

               ya tierra los dos toman,

               sin aliento el que nada,

               con vida el que le estorba.      

 

 

 SÍNTESIS DE LA PRIMERA JORNADA