El perro del hortelano 8. Octava entrega
de Lope de Vega

El perro del hortelano 8. Octava entrega

 

 

Autor: Lope de Vega

 

Fuente bibliotecasvirtuales.

 

DIANA: Sí, harán.

 

TEODORO: Envidia a mi mal tendrán

que bien al principio fue.

Con esta ocasión, te pido

licencia para irme a España.

 

DIANA: Será generosa hazaña

de un hombre tan entendido;

que con esto quitarás

la ocasión de tus enojos,

y aunque des agua a mi ojos,

honra a mi casa darás

que desde aquel bofetón

Federico me ha tratado

como celoso, y me ha dado

para dejarte ocasión.

Vete a España; que yo haré

que te den seis mil escudos.

 

TEODORO: Haré tus contrarios mudos

con mi ausencia. Dame el pie.

 

DIANA: Anda, Teodoro. No más.

Déjame; que soy mujer.

 

TEODORO: (Llora; mas, ¿qué puedo hacer?)Aparte

 

DIANA: En fin, Teodoro, ¿te vas?

 

TEODORO: Sí, señora.

 

DIANA: Espera...Vete...

Oye.

 

TEODORO:¿Qué mandas?

 

DIANA: No, nada;vete.

 

TEODORO: Voyme.

 

DIANA: (Estoy turbada. Aparte

¿Hay tormento que inquiete

como una pasión de amor?)

¿No eres ido?

 

TEODORO: Ya, señora.

Me voy.

 

Vase

 

DIANA:¡Buena quedo agora!

¡Maldígate Dios, honor!

Temeraria invención fuiste,

tan opuesta al propio gusto.

¿Quién te inventó? Mas fue justo,

pues que tu freno resiste

tantas cosas tan mal hechas.

 

Vuelve TEODORO

 

TEODORO: Vuelvo a saber si hoy podré

partirme.

 

DIANA: Ni yo lo sé,

ni tú, Teodoro, sospechas

que me pesa de mirarte,

pues que te vuelves aquí.

 

TEODORO: Señora, vuelvo por mí,

que no estoy en otra parte;

y como me he de llevar,

vengo para que me des

a mí mismo.

 

DIANA: Si después

te has de volver a buscar,

no me pidas que te dé.

Pero vete; que el Amor

lucha con mi noble honor,

y vienes tú a ser traspié.

Vete, Teodoro, de aquí;

no te pidas, aunque puedas;

que yo sé que si te quedas,

allá me llevas a mí.

 

TEODORO: Quede vuestra señoría

con Dios.

 

Vase

 

DIANA:¡Maldita ella sea,

pues me quita que yo sea

de quien el alma quería!

¡Buena quedo yo, sin quien

era luz de aquestos ojos!

Pero sientan sus enojos:

quien mira mal, llore bien;

ojos, pues os habéis puesto

en cosa tan desigual,

pagad el mirar tan mal;

que no soy la culpa de esto;

mas no lloren; que también

tiempla el mal llorar los ojos;

pero sientan sus enojos.

Quien mira mal, llore bien;

aunque tendrán ya pensada

la disculpa para todo;

que el sol los pone en el lodo,

y no se le pega nada.

Luego bien es que no den

en llorar. Cesar, mis ojos.

Pero sientan sus enojos.

Quien mira mal, llore bien.

 

Sale MARCELA

 

MARCELA: Si puede la confïanza

de los años de servirte

humildemente pedirte

lo que justamente alcanza,

a la mano te ha venido

la ocasión de mi remedio,

y poniendo tierra en medio,

no verme si te he ofendido.

 

DIANA:¿De tu remedio, Marcela?

¿Cuál ocasión?Q ue aquí estoy.

 

MARCELA: Dicen que se parte hoy,

por peligros que recela,

Teodoro a España, y con él

puedes, casada, envïarme,

pues no verme es remediarme.

 

DIANA:¿Sabes tú que querrá él?

 

MARCELA: Pues,¿pidiérate yo a ti

sin tener satisfación,

remedio en esta ocasión?

 

DIANA:¿Hasle hablado?

 

MARCELA: Y él a mí,

pidiéndome lo que digo.

 

DIANA:(¡Qué a propósito me viene Aparte

esta desdicha!)

 

MARCELA: Ya tiene

tratado aquesto conmigo,

y el modo con que podemos

ir con más comodidad.

 

DIANA:(¡Ay necio honor!, perdonad; Aparte

que Amor quiere hacer extremos.

Pero no será razón

pues que podéis remediar

fácilmente este pesar.)

 

MARCELA:¿No tomas resolución?

 

DIANA: No podré vivir sin ti,

Marcela, y haces agravio

a mi amor, y aun al de Fabio,

que sé yo que adora en ti.

Yo te casaré con él;

deja partir a Teodoro.

 

MARCELA: A Fabio aborrezco; adoro

a Teodoro.

 

DIANA: (¡Qué crüel  Aparte

ocasión de declararme!

Mas teneos, loco Amor.)

Fabio te estará mejor.

 

MARCELA: Señora...

 

DIANA: No hay replicarme.

 

Vase

 

MARCELA: ¿Qué intentan imposibles mis sentidos,

contra tanto poder determinados?

Que celos poderosos declarados

harán un desatino, resistidos.

Volved, volved atrás, pasos perdidos,

que corréis a mi fin precipitados;

árboles son amores desdichados,

a quien el hielo marchitó floridos.

Alegraron el alma las colores

que el tirano poder cubrió de luto;

que hiela ajeno amor muchos amores.

Y cuando de esperar daba tributo,

¿qué importa la hermosura de las flores,

si se perdieron esperando el fruto?

 

Vase. Sale el conde LUDOVICO y CAMILO

 

CAMILO: Para tener sucesión,

no te queda otro remedio.

 

LUDOVICO: Hay muchos años en medio,

que mi enemigos son,

y aunque tiene esa disculpa

el casarse en la vejez,

quiere el temor ser jüez,

y ha de averiguar la culpa.

Y podría suceder

que sucesión no alcanzase,

y casado me quedase;

y en un viejo una mujer

es en un olmo una hiedra,

que aunque con tan varios lazos

la cubre de sus abrazos,

él se seca y ella medra.

Y tratarme casamientos

es traerme a la memoria,

Camilo, mi antigua historia

y renovar mis tormentos.

Esperando cada día

con engaños a Teodoro

veinte años ha que le lloro.

 

Sale un PAJE

 

PAJE: Aquí a vuestra señoría

busca un griego mercader.

 

LUDOVICO: Di que entre.

 

Avisa el PAJE y salen TRISTÁN y FURIO con traje griego

 

TRISTÁN: Dadme esas manos

y los cielos soberanos,

con su divino poder,

os den el mayor consuelo

que esperáis.

 

LUDOVICO: Bien seáis venido.

Mas,¿qué causa os ha traído

por este remoto suelo?

 

TRISTÁN: De Constantinopla vine

a Chipre, y de ella a Venecia

con una nave cargada

de ricas telas de Persia.

Acordéme de una historia

que algunos pasos me cuesta;

y con deseos de ver

a Nápoles, ciudad bella,

mientras allá mis crïados

van despachando las telas,

vine, como veis, aquí,

donde mis ojos confiesan

su grandeza y hermosura.

 

LUDOVICO: Tiene hermosura y grandeza

Nápoles.

 

TRISTÁN: Así es verdad.

Mi padre, señor, en Grecia

fue mercader, y en su trato,

el de más ganancia era

comprar y vender esclavos;

y ansí en la feria de Azteclias

compró un niño, el más hermoso

que vio la naturaleza,

por testigo del poder

que le dio el cielo en la tierra.

Vendíanle algunos turcos,

entre otra gente bien puesta,

a una galera de Malta

que las de un bajá turquescas

prendieron en Chafalonia.

 

LUDOVICO: Camilo, el alma me altera.

 

TRISTÁN: Aficionado al rapaz,

compróle y llevóle a Armenia

donde se crïó conmigo

y una hermana.

 

LUDOVICO: Amigo, espera,

espera; que me traspasas

las entrañas.

 

TRISTÁN: (¡Qué bien entra!) Aparte

 

LUDOVICO:¿Dijo cómo se llamaba?

 

TRISTÁN: Teodoro.

 

LUDOVICO:¡Ay cielo!¡Qué fuerza

tiene la verdad de oírte!

Lágrimas mis canas riegan.

 

TRISTÁN: Serpalitonia, mi hermana,

y este mozo -¡nunca fuera

tan bello!- con la ocasión

de la crïanza, que engendra

el amor que todos saben,

se amaron desde la tierna

edad; y a dieciséis años,

de mi padre en cierta ausencia,

ejecutaron su amor,

y creció de suerte en ella,

que se le echaba de ver,

con cuyo temor se ausenta

Teodoro, y para parir

a Serpalitonia deja.

Catiborrato, mi padre,

no sintió tanto la ofensa

como el dejarle Teodoro.

Murió en efeto de pena,

y bautizamos su hijo;

que aquella parte de Armenia

tiene vuestra misma ley,

aunque es diferente iglesia.

Llamamos al bello niño

Terimaconio, que queda

un bello rapaz agora

en la ciudad de Tepecas.

Andando en Nápoles yo

mirando cosas diversas,

saqué un papel en que traje

de este Teodoro las señas,

y preguntando por él

me dijo una esclava griega

que en mi posada servía:

«¿Cosa que ese mozo sea

el del conde Ludovico?»

Dióme el alma una luz nueva,

y doy en que os he de hablar;

y por entrar en la vuestra,

entro, según me dijeron,

en casa de la condesa

de Belflor,y al primer hombre

que pregunto...

 

LUDOVICO: Ya me tiembla

el alma.

 

TRISTÁN: ...veo a Teodoro.

 

LUDOVICO:¡A Teodoro!

 

TRISTÁN: Bien quisiera

hüirse; pero no pudo;

dudé un poco, y era fuerza,

porque el estar ya barbado

tiene alguna diferencia.

Fui tras él, asíle en fin,

hablóme, aunque con vergüenza,

y dijo que no dijese

a nadie en casa quién era,

porque el haber sido esclavo

no diese alguna sospecha.

Díjele: «Si yo he sabido

que eres hijo en esta tierra

de un título,¿por qué tienes

la esclavitud por bajeza?»

Hizo gran burla de mí;

y yo, por ver si concuerda

tu historia con la que digo,

vine a verte, y a que tengas,

si es verdad que éste es tu hijo,

con tu nieto alguna cuenta;

o permitas que mi hermana

con él a Nápoles venga,

no para tratar casarse,

aunque le sobra nobleza;

mas porque Terimaconio

tan ilustre abuelo vea.

 

LUDOVICO: Dame mil veces tus brazos:

que el alma con sus potencias

que es verdadera tu historia

en su regocijo muestran.

¡Ay,hijo del alma mía

tras tantos años de ausencia

hallado para mi bien!

Camilo,¿qué me aconsejas?

¿Iré a verle y conocerle?

 

CAMILO:¿Eso dudas? Parte, vuela,

y añade vida en tus brazos

a los años de tus penas.

 

LUDOVICO: Amigo, si quieres ir

conmigo, será más cierta

mi dicha; si descansar,

aquí aguardando te queda;

y dente por tanto bien

toda mi casa y hacienda;

que no puedo detenerme.

 

TRISTÁN: Yo dejé, puesto que cerca,

ciertos diamantes que traigo,

y volveré cuando vuelvas.

Vamos de aquí, Mercaponios.

 

FURIO: Vamos, señor.

 

TRISTÁN: Bien se entrecas

el engañifo.

 

FURIO: Muy bonis.

 

TRISTÁN: Andemis.

 

Vanse TRISTÁN y FURIO

 

CAMILO:¡Extraña lengua!

 

LUDOVICO: Vente, Camilo, tras mí.

 

Vanse. Sale TRISTÁN, en el portal de una casa, cuya

 

puerta está cerrada; FURIO está delante de la puerta

 

TRISTÁN:¿Trasponen?

 

FURIO: El viejo vuela,

sin aguardar coche o gente.

 

TRISTÁN:¿Cosa que esto verdad sea,

y que éste fuese Teodoro?

 

FURIO: ¿Mas si en mentira como ésta

hubiese alguna verdad?

 

TRISTÁN: Estas almalafas lleva;

que me importa desnudarme,

porque ninguno me vea

de los que aquí me conocen.

 

FURIO: Desnuda presto.

 

TRISTÁN:¡Que pueda

esto el amor de los hijos!

 

FURIO:¿Adónde te aguardo?

 

TRISTÁN: Espera,

Furio,en la choza del olmo.

 

FURIO: Adiós..Vase

 

TRISTÁN:¡Qué tesoro llega

al ingenio! Aquí debajo

2915 traigo la capa revuelta,

que como medio sotana

me la puse, porque hubiera

más lugar en el peligro

de dejar en una puerta,

con el armenio turbante,

las hopalandas gregüescas.

 

Salen RICARDO y FEDERICO

 

FEDERICO: Digo que es éste el matador valiente

que a Teodoro ha de dar muerte segura.

 

RICARDO:¡Ah hidalgo!, ¿ansí se cumple entre la gente

2925 que honor profesa y que opinión procura,

lo que se prometió tan fácilmente?

 

TRISTÁN: Señor...

 

FEDERICO:¿Somos nosotros por ventura

de los iguales vuestros?

 

TRISTÁN: Sin oírme,

no es justo que mi culpa se confirme.

Yo estoy sirviendo al mísero Teodoro,

que ha de morir por esta mano airada;

pero puede ofender vuestro decoro

públicamente ensangrentar mi espada.

Es la prudencia un celestial tesoro,

y fue de los antiguos celebrada

por única virtud. Estén muy ciertos

que le pueden contar entre los muertos.

Estáse melancólico de día,

y de noche cerrado en su aposento;

que alguna cuidadosa fantasía

le debe de ocupar el pensamiento.

Déjenme a mí; que una mojada fría

pondrá silencio a su vital aliento;

y no se precipiten de esa suerte;

que yo sé cuándo le he de dar la muerte.

 

FEDERICO: Paréceme, marqués, que el hombre acierta.

Ya que le sirve, ha comenzado el caso.

No dudéis, matarále.

 

RICARDO: Cosa es cierta.

Por muerto le contad.

 

FEDERICO: Hablemos paso.

 

TRISTÁN: En tanto que esta muerte se concierta,

vuseñorías,¿no tendrán acaso

cincuenta escudos? Que comprar querría

un rocín, que volase el mismo día.

 

RICARDO: Aquí los tengo yo. Tomad, seguro

de que, en saliendo con aquesta empresa,

lo menos es pagaros.

 

TRISTÁN: Yo aventuro

la vida, que servir buenos profesa.

Con esto, adiós; que no me vean, procuro,

hablar desde el balcón de la condesa

con vuestras señorías.

 

FEDERICO: Sois discreto.

 

TRISTÁN: Ya lo verán al tiempo del efeto.

 

Vase

 

FEDERICO: Bravo es el hombre.

 

RICARDO: Astuto y ingenioso

 

FEDERICO:¡Qué bien le ha de matar!

 

RICARDO: Notablemente.

 

Sale CELIO

 

CELIO: ¿Hay caso más extraño y fabuloso?

 

FEDERICO:¿Qué es esto,Celio? ¿Dónde vas? Detente.]

 

CELIO: Un suceso notable y riguroso

para los dos. ¿No veis aquella gente

que entra en casa del conde Ludovico?

 

RICARDO: ¿Es muerto?

 

CELIO: Que me escuches te suplico.

A darle van el parabién contentos

de haber hallado un hijo que ha perdido.

 

RICARDO: Pues,¿qué puede ofender nuestros intentos,

que le haya esa ventura sucedido?

 

CELIO:¿No importa a los secretos pensamientos

que con Dïana habéis los dos tenido,

que sea aquel Teodoro, su crïado,

hijo del conde?

 

FEDERICO: El alma me has turbado.

 

RICARDO:¿Hijo del conde? Pues, ¿de qué manera

se ha venido a saber?

 

CELIO: Es larga historia,

y cuéntanla tan varia, que no hubiera

para tomarla tiempo ni memoria.

 

FEDERICO:¡A quién mayor desdicha sucediera!

 

RICARDO: Trocóse en pena mi esperada gloria.

 

FEDERICO: Yo quiero ver lo que es.

 

RICARDO: Yo, conde, os sigo.

 

CELIO: Presto veréis que la verdad os digo.

 

Vanse. Salen TEODORO, de camino y MARCELA

 

MARCELA: En fin,Teodoro, ¿te vas?

 

TEODORO: Tú eres causa de esta ausencia;

que en desigual competencia

no resulta bien jamás.

 

MARCELA: Disculpas tan falsas das

como tu engaño lo ha sido;

porque haberme aborrecido

y haber amado a Dïana

lleva tu esperanza vana

sólo a procurar su olvido.