En busca de los lectores perdidos
De interés general

En busca de los lectores perdidos. De interés general

 

11/12/2013 Fuente revistaenie. Debate. El mercado editorial, los referentes, las discusiones: mucho cambió en treinta años de literatura argentina. Liliana Heker y Hernán Ronsino, representantes de dos generaciones y estéticas, abordan estos y otros temas.

 

Treinta años desde la recuperación de la democracia: algunas editoriales desaparecieron, muchísimas nacieron; murieron grandes referentes de la generación de los escritores enormes, como Borges, Cortázar, Puig; se instalaron otras figuras gravitantes y poderosas como Piglia, Aira o Fogwill; se renovaron los debates, apareció Internet, cambió el modo de hablar y de escribir, le perdimos el miedo a algunos temas y tal vez encontramos nuestras limitaciones con otros. La literatura argentina, eso está claro, es un cuerpo vivo, complejo, una literatura al mismo tiempo clásica y excéntrica que, en sus grandes momentos, ha trabajado a fondo con las posibilidades de la lengua castellana. Para hablar de esto y un poco más, nos juntamos con Liliana Heker y Hernán Ronsino. Ambos son narradores, y son también referencias de dos generaciones.

 

–Liliana, contanos un poco cómo era el contexto literario e intelectual en el que te movías en los momentos previos al golpe de estado.

Liliana Heker: –Nosotros habíamos sacado El Escarabajo de Oro , durante los 60 y hasta el 74, una época en que había fuertes debates dentro de las distintas corrientes de izquierda. Pertenecíamos a una generación de escritores jóvenes; en Latinoamérica había ocurrido y seguía ocurriendo una revolución, la cubana, que nos hacía ver como posible un cambio social y claro, había distintas posiciones ideológicas sobre cómo hacerlo. Este ámbito creaba un caldo de cultivo propicio; los escritores jóvenes estábamos convencidos de que nuestras palabras y nuestros libros tenían peso. Y de hecho lo tenían: se leía mucha literatura argentina. Había numerosas editoriales chicas que nos publicaban a los escritores jóvenes, Jorge Alvarez por ejemplo, que constituyó un verdadero fenómeno, consiguió convocar a escritores notables y darnos cabida a los más jóvenes. Publica a David Viñas, publica por primera vez a Puig, a Rodolfo Walsh, a Abelardo Castillo. Otra carácterística de la época, las polémicas en los cafés; en el caso de El Escarabajo de Oro , nos reunimos los viernes, durante muchos años, en el Café Tortoni y venían cantidad de escritores jóvenes, que leían sus cuentos, y discutían los acontecimientos políticos y culturales. Por eso no tenían sentido los talleres, las discusiones sobre literatura ocurrían en los cafés, y eran discusiones a fondo. Este, por supuesto, es un panorama brevísimo. Lo cierto es que todo ese movimiento, esa visibilidad de la literatura, del arte y del trabajo intelectual, desaparece con el golpe del 76. No hablemos ahora de la muerte, de los desaparecidos, del horror de la dictadura: también ese campo propicio para la literatura y para la expresión de los escritores desaparece violentamente. Además de la censura, la autocensura, el exilio, y la muerte de escritores, hubo un feroz plan económico (en el que no sólo participaron los militares) que, además de la industria nacional y la cultura del trabajo, borró del mapa a las editoriales chicas. Varias de las editoriales grandes pasaron a ser empresas multinacionales a las que sólo les interesaba el negocio. Empezó una época de best-séllers abominables, que se vendían en los quioscos donde antes comprábamos los libros del Centro Editor. Y el interés por la literatura argentina languideció.

 

Hernán Ronsino: –Sí, es cierto. Y ya entrando en los ochenta, yo creo que va a existir un período de transición que podríamos llamar generacional. Están los nuevos autores y las nuevas generaciones que están apareciendo en el campo literario, tienen vivos a Borges, Cortázar, Bioy Casares, que no son sólo parte de una generación anterior a ellos, sino que son Borges, Cortázar y Bioy Casares. Entonces, me parece que no sólo se da este fenómeno político, histórico de que se quiebra el campo cultural de un modo tremendo, queda astillado, sino que también las nuevas generaciones tienen que discutir en un plano simbólico, digamos, con estos grandes referentes del siglo XX. Eso se va a dar a lo largo de los 80, creo que en los 90 y ahora nos vamos a ir deteniendo en los períodos, pero un poco los autores que empiezan a aparecer y mi generación más todavía, parece un poco liberada de esa discusión con los que para otros eran los padres. De este modo creo que Borges, Cortázar también, dejaron de ser un problema para mí generación, quedaron inmediatamente incorporados como parte de una herencia, de un capital cultural.

 

LH: –Borges en los 60 ya era un referente muy fuerte y las objeciones que se le hacían desde cierta izquierda, equivocadamente pienso yo, eran respecto de su posición de derecha; no se cuestionaba la escritura de Borges, ya, y era un maestro. Mi generación tuvo maestros; no sólo Borges, también Marechal y Arlt: dentro de la literatura argentina ya encontrábamos grandes referentes.

 

–Y cuando vuelve la democracia, ¿algo se destraba en la literatura? ¿podemos hablar de una “primavera literaria”?

LH: –Bueno, el 10 de diciembre de 1983 fue un día inolvidable para todos aquellos que lo hemos vivido. El solo hecho de salir a la calle y no pensar que la muerte era un destino posible, fue un acontecimiento. Ese 10 de diciembre fue de verdad un día histórico. Ingenuamente se podría esperar que, a partir de ahí, emergiera la literatura como parte de esa fiesta. Y la verdad es que no fue así; más bien lo que se notó fue una especie de caos y bastantes resquemores. Era bastante entendible: había habido una gran desconexión entre los que se habían ido y los que nos habíamos quedado. En el exterior no habían tenido posibilidad de leer lo que se escribía acá, que tenía una difusión escasa. Y acá no nos llegaban los autores que habían publicado en el exterior. Por otra parte, había habido una generación que no había podido publicar durante la dictadura, y que buscaba su lugar junto con los escritores más nuevos.

 

HR: –Yo creo que en los ochenta hay un cambio en relación a la figura del intelectual del que hablábamos antes; en los 80 si uno tiene que escribir como es un escritor se nos viene a la cabeza inmediatamente la figura de Borges y Cortázar como dos grandes estatuas de la literatura argentina. Y me parece que en los 80 eso empieza a generar cierta necesidad de pensar a la figura del escritor desde otro lugar y las generaciones de los 80 empiezan a tomar distancia de la figura del escritor que lo sabe todo, que tiene certeza. Me encanta Cortázar, no estoy cuestionando su literatura sino el impacto que genera el Cortázar de los 70 y los 80, que viene de algún modo a cosificar una figura de intelectual y que las nuevas generaciones van a tratar de encontrar su lugar desde otro lugar, escapar de la figura de intelectual escritor que dice que hay que comprometerse políticamente. En los 80 aparece otra forma de intervenir en la literatura y nuevos autores digamos, que son los que conocemos todos. En los 80 pareciera como que hay una saturación de esa figura de lo que es un escritor y aparecen nuevas formas.

 

LH: –Es interesante, vos lo tomás como clásico y yo lo tomo desde el lugar en que lo conocí: un cuentista excepcional, y poco conocido, que empieza a tener cierta notoriedad con Historia de cronopios y de famas ,  y un año después una fama explosiva con Rayuela . No lo veo como al escritor que da cátedra, y tampoco como a un intelectual; ni Cortázar se consideraba a sí mismo como un intelectual cuando viaja a Cuba y opta por la Revolución cubana, y más adelante por Nicaragua y los movimientos de liberación en Latinoamérica, cuando dice claramente que no lo hace como ideólogo: lo hace desde la emoción y el afecto, y desde ese lugar sirve realmente a Latinoamérica porque es una figura con gran repercusión y muy querida. Pero no es de ninguna manera un intelectual, un intelectual de izquierda. A Viñas se lo puede considerar así, a Abelardo Castillo; escritores que siempre dieron testimonio de su época, que encararon polémicamente su circunstancia; esos, para mí, son intelectuales.

 

–Liliana, vos tuviste una discusión muy resonante con Cortázar. ¿Podrías reponerla brevemente?

LH: –He hablado demasiado sobre esa polémica y no querría volver demasiado sobre ella; surgió a partir de una ponencia de Cortázar sobre el exilio, que se publicó en la revista Eco, de Colombia. Allí señalaba que el escritor que tenía algo que decir se tenía que ir de Argentina: planteaba el exilio como una militancia y no como una fatalidad. Además, se llamaba a sí mismo exiliado político, cuando Cortázar se fue de Argentina en 1951. Y en tercer lugar, decía que la literatura argentina, en Argentina, estaba aniquilada: un argumento realmente ingenuo que usaba era que a él ya no le llegaban, como en otros tiempos, los textos de jóvenes escritores. Y ocurría que, además de lo difícil de la comunicación, a los nuevos escritores ni se les ocurría mandarle sus textos, porque no lo consideraban, como nosotros antes, una especie de par, sólo que más grande; los jóvenes ya lo veían como a un clásico. En cuanto a nuestro “aniquilamiento” yo le decía que acá había una resistencia cultural, cuyo puntal más fuerte eran las Madres de Plaza de Mayo. No voy a dar más detalles porque ya hablé mucho sobre esa polémica y está muy publicada, sí voy a señalar que, según creo, tuvo su razón de ser en su circunstancia. No se trataba de dictaminar si había que irse o quedarse, sino de ver qué hacía un escritor con su estar acá y su estar allá, que un escritor podía jugarse afuera –como era el caso del propio Cortázar– y ser muy efectivo en la lucha contra el horror, o simplemente acomodarse lo mejor que podía. Que podía ser un traidor dentro de la Argentina, o alguien que resistía y se abría paso a pesar y en contra de la censura, o alguien que, silenciosamente, seguía escribiendo. Es decir, había distintas posibilidades y eso de estigmatizar al boleo no tenía mucho asidero. Nunca creí que Cortázar haya dicho de mala fe lo que dijo. Sí creí que podía ser muy dañino que un escritor tan querido y admirado como él decretara desde París el aniquilamiento de la literatura argentina en Argentina. Además, me pareció importante restituir la polémica. La necesidad de coincidir a ultranza frente al terror, la muerte, las desapariciones, y la catástrofe económica, había apagado en nosotros la voluntad de discutir, de luchar contra la muerte en tanto intelectuales.

 

–Sin dudas siempre siguieron apareciendo nuevos y nuevos autores, y ese es uno de los rasgos más vitales de la literatura argentina desde la vuelta de la democracia. En ese sentido, la dictadura no pudo aniquilar el afluente de escritores, pero quizá sí logró menguar el número de lectores, ¿no?

HR: –Creo que el corte que significa la dictadura, en términos del mercado literario, todavía no se pudo restituir. Me refiero a  la pérdida de lectores. Pero me parece que es muy importante la diferencia que hay entre una cosa y la otra: sobrevive en el campo literario un gran prestigio, que tiene que ver con la tradición literaria argentina. Esto que decías vos, la aparición de nuevos autores muy interesantes y que no se leen, ese prestigio, que todavía por suerte existe en los suplementos literarios, en la televisión, en la radio, en que se habla de libros y de nuevos autores. Todo eso no se corresponde con el mercado, con la cantidad de gente interesada en los nuevos autores. Hay como una fractura que existe entre el prestigio que tiene la literatura argentina y su correlato luego con el mercado.

 

LH: –Sí, yo creo que eso se modifica desde adentro, creando medios alternativos y discusiones dentro del campo intelectual y dentro del campo de la literatura.Me parece que es una época que tiene cierto rechazo por los grandes interrogantes y bastante temor a la discusión y a arriesgar ideas.

 

HR: –Yo creo que hay discusiones. Están dispersas y es difícil organizar la discusión como se organizaba en otra época. Por ahí la cuestión del compromiso político, la literatura comprometida, la figura de Borges en su momento partía agua muy claramente. Hoy existen las discusiones, pero tienden a desvanecerse y a caer en territorios que por ahí dejan de ser interesantes. Además de las nuevas editoriales independientes, también hay un nuevo formato de revistas, y me parece que ahí aparece la discusión o la posibilidad del debate, como las revistas virtuales, ya no son revistas de papel, pero sí han marcado a la nueva generación. Y en el campo de los libros en papel, hubo un debate que fue importante en esta última década, que fue el que se dio entre Damián Tabarovsky y Guillermo Martínez,  a partir del libro Literatura de izquierda.

 

–¿Y cuál sería, Hernán, si se pudiera pensar así, la característica del debate de esta década?

HR: –Difícil. La característica me parece que es la recuperación de ciertas tradiciones, más que el debate. Recuperar herencias, tradiciones. En el plano de las revistas, el trabajo que hizo la biblioteca nacional, me parece interesantísimo, reeditar, volver a poner en el presente revistas que no se conseguían y poner en un presente que vuelve a contextualizar esos debates. Un presente que tiene que ver con el kirchnerismo, con la recuperación de la idea de política digamos.

 

LH: –Bueno, sin dudas estamos en una instancia mucho más interesante que la de los años 90, donde se discutía si mercado o no mercado; me parecía lamentable esa discusión. Creo que esta es una época propicia para los debates intelectuales; debates, digo, desde una posición, desde una ideología. La literatura, pienso, sería una de las cuestiones a discutir, dentro de un debate más amplio.

 

–¿Cuál es la idea de la literatura que tienen hoy ustedes?

LH: –Creo que una novela, un cuento, un poema, que de alguna manera no te modifica –a través de su horror, de su capacidad de revelación, de su poder de abrir fisuras en un mundo ordenado–, que es incapaz de provocarte esa sacudida rara que es la percepción de la belleza, si no puede nada de eso, no sé si vale la pena de que haya sido escrito. A grandes trazos, es la misma idea que yo tenía cuando empecé. Creo que se siguen escribiéndose textos que cumplen con esa condición; cambian los temas, cambian los lenguajes; cada nuevo autor, se lo proponga o no, está inmerso en la realidad en que está escribiendo. Pero me consta que, entre los muchos nuevos escritores, hay varios capaces de movernos el piso, de dejarnos un poco distintos después de haberlos leído.

 

HR: –Yo coincido, y la pienso como una experiencia, como un espacio de experiencia que te saca del mundo cotidiano, de tus rutinas, y te permite acercarte a una forma de aventura, encontrar algo de lo que vos decías, el efecto de la aventura, que te modifique, que te cambie la mirada, que te haga pensar el mundo cotidiano en términos críticos, que te lo haga pensar desde otro lugar. Eso que busco en la lectura también me interesa y me moviliza cuando me pongo a escribir, algo de ese texto que voy construyendo provoque algo en el otro. Y lo que me fascina de tanto la lectura como la escritura es la idea de laboratorio, de taller, de tener mucho tiempo para ir leyendo o fabricando un artefacto. De estar solo en un espacio de profunda intimidad y de tener mucho tiempo para armar un artefacto, un objeto, sería como recuperar la esencia del juego y armar algo en solitario, pero que puede tener si funciona un profundo efecto en la intimidad del otro, eso me fascina de la literatura, esa idea de taller, laboratorio, es que es un tiempo. Siempre me gustó de chico lo que sucedía en el taller de mi viejo, el tiempo que se tomaba para armar un auto, para desarmarlo, sacarlo y ver afuera en perspectiva como estaba, arreglado, volver. Y la no urgencia por largar el texto, digamos.

 

–Para terminar, nos gustaría preguntarles: ¿Qué críticas se le pueden hacer hoy a la democracia, a 30 años?

LH: –Pese a que no creo que, en un sentido profundo, esta sea ya una verdadera democracia –sólo cuando todo hombre y toda mujer esté en condiciones de elegir plenamente su destino lo será– creo que, en nuestro país, cualquier cuestionamiento a la democracia como sistema, cualquier propuesta destitutoria, venga de un medio o de un político, es un acto delictivo, porque todos sabemos, acá en la Argentina, a qué nos han llevado los golpes de estado. Yo soy de izquierda y cualquier crítica que yo hiciera apuntaría a que cada vez haya más inclusión social, a que todos los chicos y los adolescentes puedan acceder a una educación pública de excelencia, a que la salud pública sea un derecho y un bien para todos, a que cada argentino tenga un trabajo y una vivienda dignos. Eso es, a grandes trazos, lo que yo quiero para mi país. Y, del mismo que cuestiono lo que todavía falta, apoyo todas las medidas que se acercan a esa idea de lo que, para mí, es justo.

 

HR: –Yo creo que en los 90 se había consolidado el sistema democrático, nadie lo podía cuestionar, pero también existía un sistema democrático en el plano formal pero existía una sociedad que producía exclusión. Eso después estalla en 2001 y creo que más allá de las críticas que se le hacen a este gobierno, el kirchnerismo fue una de las fuerzas políticas que mejor escuchó los reclamos de 2001 y que los procesó de un modo muy interesante e inteligente. Me parece que uno de los grandes desafíos que vienen por delante es que se pueda consolidar una democracia que sepa escuchar a la sociedad civil, que los representantes que constituyan la democracia puedan representar las demandas de la sociedad civil y que los actores que constituyen este sistema democrático quieran jugar dentro del juego de la democracia, porque me parece que es una tensión histórica que se da en la Argentina. Pero la derecha nunca quiso jugar en un territorio democrático y el siglo XX es un claro ejemplo de eso. Entonces el gran desafío es la convivencia entre las fuerzas populares, los sectores populares con la derecha que históricamente es antidemocrática en Argentina y no tolera un sólo milímetro que los sectores populares puedan estar bien, incluidos: ese es uno de los grandes desafíos.