Rima L a LXXVI
de Gustavo Adolfo Bécquer

Rima L a  LXXVI

 

 

Fuente ciudadseva. Gustavo Adolfo Bécquer

 

Rima L

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Lo que el salvaje que con torpe mano

hace de un tronco a su capricho un dios,

y luego ante su obra, se arrodilla,

eso hicimos tú y yo.

 

Dimos formas reales a un fantasma,

de la mente ridícula invención,

y hecho el ídolo ya, sacrificamos

en su altar nuestro amor.

 

Rima LI

Gustavo Adolfo Bécquer

 

De lo poco de vida que me resta

diera con gusto los mejores años,

por saber lo que a otros

de mí has hablado.

 

Y esta vida mortal... y de la eterna

lo que me toque, si me toca algo,

por saber lo que a solas

de mí has pensado.

 

Rima LII

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar,

y otra vez con el ala a sus cristales

jugando llamarán.

 

Pero aquellas que el vuelo refrenaban

tu hermosura y mi dicha a contemplar,

aquellas que aprendieron nuestros nombres,

ésas... ¡no volverán!

 

Volverán las tupidas madreselvas

de tu jardín las tapias a escalar

 y otra vez a la tarde aún más hermosas

sus flores se abrirán.

 

Pero aquellas cuajadas de rocío

cuyas gotas mirábamos temblar

y caer como lágrimas del día....

ésas... ¡no volverán!

 

Volverán del amor en tus oídos

las palabras ardientes a sonar,

tu corazón de su profundo sueño

tal vez despertará.

 

Pero mudo y absorto y de rodillas,

como se adora a Dios ante su altar,

como yo te he querido..., desengáñate,

¡así no te querrán!

 

Rima LIII

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar,

y otra vez con el ala a sus cristales

jugando llamarán;

 

pero aquellas que el vuelo refrenaban

tu hermosura y mi dicha al contemplar,

aquellas que aprendieron nuestros nombres,

ésas... ¡no volverán!

 

Volverán las tupidas madreselvas

de tu jardín las tapias a escalar,

y otra vez a la tarde, aún más hermosas,

sus flores se abrirán;

 

pero aquellas cuajadas de rocío,

cuyas gotas mirábamos temblar

y caer, como lágrimas del día...

ésas... ¡no volverán!

 

Volverán del amor en tus oídos

las palabras ardientes a sonar;

tu corazón de su profundo sueño

tal vez despertará;

 

pero mudo y absorto y de rodillas,

como se adora a Dios ante su altar,

como yo te he querido... desengáñate,

¡así no te querrán!

 

Rima LIV

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Cuando volvemos las fugaces horas

del pasado a evocar,

temblando brilla en sus pestañas negras

una lágrima pronta a resbalar.

 

Y al fin resbala, y cae como gota

de rocío, al pensar

que, cual hoy por ayer, por hoy mañana,

volveremos los dos a suspirar.

 

Rima LV

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Entre el discorde estruendo de la orgía

acarició mi oído,

como nota de música lejana,

el eco de un suspiro.

 

El eco de un suspiro que conozco,

formado de un aliento que he bebido,

perfume de una flor, que oculta crece

en un claustro sombrío.

 

Mi adorada de un día, cariñosa,

-¿en qué piensas? -me dijo.

-En nada... -¿En nada y lloras? -Es que tengo

alegre la tristeza y triste el vino.

 

Rima LVI

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Hoy como ayer, mañana como hoy,

¡y siempre igual!

un cielo gris, un horizonte eterno,

¡y andar... andar!

 

Moviéndose a compás, como una estúpida

máquina, el corazón;

la torpe inteligencia, del cerebro

dormía en un rincón.

 

El alma, que ambiciona un paraíso,

buscándolo sin fe;

fatiga, sin objeto, ola que rueda

ignorando por qué.

 

Voz que incesante con el mismo tono

canta el mismo cantar;

gota de agua monótona que cae,

y cae sin cesar.

 

Así van deslizándose los días

unos de otros en pos,

hoy lo mismo que ayer... y todos ellos

sin goce ni dolor.

 

¡Ay! a veces me acuerdo suspirando

del antiguo sufrir...

Amargo es el dolor; pero siquiera

¡padecer es vivir!

 

Rima LVII

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Este armazón de huesos y pellejo,

de pasear una cabeza loca

cansado se halla al fin, y no lo extraño;

pues, aunque es la verdad que no soy viejo,

 

de la parte de vida que me toca

en la vida del mundo, por mi daño

he hecho un uso tal, que juraría

que he condensado un siglo en cada día.

 

Así, aunque ahora muriera,

no podría decir que no he vivido;

que el sayo, al parecer nuevo por fuera

conozco que por dentro ha envejecido.

 

Ha envejecido, sí; ¡pese a mi estrella!

harto lo dice ya mi afán doliente;

que hay dolor que, al pasar, su horrible huella

graba en el corazón, si no en la frente.

 

Rima LVIII

Gustavo Adolfo Bécquer

 

¿Quieres que de ese néctar delicioso

no te amargue la hez?

Pues aspírale, acércale a tus labios,

y déjale después.

 

¿Quieres que conservemos una dulce

memoria de este amor?

Pues amémonos hoy mucho, y mañana

digámonos ¡adiós!

 

Rima LIV

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Cuando volvemos las fugaces horas

del pasado a evocar,

temblando brilla en sus pestañas negras

una lágrima pronta a resbalar.

 

Y al fin resbala, y cae como gota

de rocío, al pensar

que, cual hoy por ayer, por hoy mañana,

volveremos los dos a suspirar.

 

Rima LV

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Entre el discorde estruendo de la orgía

acarició mi oído,

como nota de música lejana,

el eco de un suspiro.

 

El eco de un suspiro que conozco,

formado de un aliento que he bebido,

perfume de una flor, que oculta crece

en un claustro sombrío.

 

Mi adorada de un día, cariñosa,

-¿en qué piensas? -me dijo.

-En nada... -¿En nada y lloras? -Es que tengo

alegre la tristeza y triste el vino.

 

Rima LVI

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Hoy como ayer, mañana como hoy,

¡y siempre igual!

un cielo gris, un horizonte eterno,

¡y andar... andar!

 

Moviéndose a compás, como una estúpida

máquina, el corazón;

la torpe inteligencia, del cerebro

dormía en un rincón.

 

El alma, que ambiciona un paraíso,

buscándolo sin fe;

fatiga, sin objeto, ola que rueda

ignorando por qué.

 

Voz que incesante con el mismo tono

canta el mismo cantar;

gota de agua monótona que cae,

y cae sin cesar.

 

Así van deslizándose los días

unos de otros en pos,

hoy lo mismo que ayer... y todos ellos

sin goce ni dolor.

 

¡Ay! a veces me acuerdo suspirando

del antiguo sufrir...

Amargo es el dolor; pero siquiera

¡padecer es vivir!

 

Rima LVII

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Este armazón de huesos y pellejo,

de pasear una cabeza loca

cansado se halla al fin, y no lo extraño;

pues, aunque es la verdad que no soy viejo,

 

de la parte de vida que me toca

en la vida del mundo, por mi daño

he hecho un uso tal, que juraría

que he condensado un siglo en cada día.

 

Así, aunque ahora muriera,

no podría decir que no he vivido;

que el sayo, al parecer nuevo por fuera

conozco que por dentro ha envejecido.

 

Ha envejecido, sí; ¡pese a mi estrella!

harto lo dice ya mi afán doliente;

que hay dolor que, al pasar, su horrible huella

graba en el corazón, si no en la frente.

 

Rima LVIII

Gustavo Adolfo Bécquer

 

¿Quieres que de ese néctar delicioso

no te amargue la hez?

Pues aspírale, acércale a tus labios,

y déjale después.

 

¿Quieres que conservemos una dulce

memoria de este amor?

Pues amémonos hoy mucho, y mañana

digámonos ¡adiós!

 

Rima LIX

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Yo sé cuál el objeto

de tus suspiros es;

yo conozco la causa de tu dulce

secreta languidez.

 

¿Te ríes...? Algún día

sabrás, niña, por qué:

tú acaso lo sospechas,

y yo lo sé.

 

Yo sé lo que tú sueñas,

y lo que en sueños ves;

como en un libro puedo lo que callas

en tu frente leer.

 

¿Te ríes...? Algún día

sabrás, niña, por qué:

tú acaso lo sospechas,

y yo lo sé.

 

Yo sé por qué sonríes

y lloras a la vez;

yo penetro en los senos misteriosos

de tu alma de mujer.

 

¿Te ríes...? Algún día

sabrás, niña, por qué:

mientras tú sientes mucho y nada sabes

yo, que no siento ya, todo lo sé.

 

Rima LX

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Mi vida es un erial:

flor que toco se deshoja;

que en mi camino fatal,

alguien va sembrando el mal

para que yo lo recoja.

 

Rima LXI

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Al ver mis horas de fiebre

e insomnio lentas pasar,

a la orilla de mi lecho,

¿quién se sentará?

 

Cuando la trémula mano

tienda, próximo a expirar,

buscando una mano amiga,

¿quién la estrechará?

 

Cuando la muerte vidríe

de mis ojos el cristal,

mis párpados aún abiertos,

¿quién los cerrará?

 

Cuando la campana suene

(si suena, en mi funeral),

una oración al oírla,

¿quién murmurará?

 

Cuando mis pálidos restos

oprima la tierra ya,

sobre la olvidada fosa,

¿quién vendrá a llorar?

 

¿Quién, en fin, al otro día,

cuando el sol vuelva a brillar,

de que pasé por el mundo,

¿quién se acordará?

 

Rima LXII

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Primero es un albor trémulo y vago,

raya de inquieta luz que corta el mar;

luego chispea y crece y se dilata

en ardiente explosión de claridad.

 

La brilladora luz es la alegría;

la temerosa sombra es el pesar:

¡ay! en la oscura noche de mi alma,

¿cuándo amanecerá?

 

Rima LXIII

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Como enjambre de abejas irritadas,

de un oscuro rincón de la memoria

salen a perseguirme los recuerdos

de las pasadas horas.

 

Yo los quiero ahuyentar. ¡Esfuerzo inútil!

Me rodean, me acosan,

y unos tras otros a clavarme vienen

agudo aguijón que el alma encona.

 

Rima LXIV

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Como guarda el avaro su tesoro,

guardaba mi dolor;

yo quería probar que hay algo eterno

a la que eterno me juró su amor.

 

Mas hoy le llamo en vano, y oiga al tiempo

que le agotó, decir:

-¡ah, barro miserable, eternamente

no podrás ni aun sufrir!

 

Rima LXV

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Llegó la noche y no encontré un asilo;

¡y tuve sed!... Mis lágrimas bebí;

¡y tuve hambre! ¡Los hinchados ojos

cerré para dormir!

 

¡Estaba en un desierto! Aunque a mi oído

de las turbas llegaba el ronco hervir,

yo era huérfano y pobre... ¡El mundo estaba

desierto... para mí!

 

Rima LXVI

Gustavo Adolfo Bécquer

 

¿De dónde vengo?... El más horrible y áspero

de los senderos busca:

las huellas de unos pies ensangrentados

sobre la roca dura;

los despojos de un alma hecha jirones

en las zarzas agudas

te dirán el camino

que conduce a mi cuna.

 

¿Adónde voy? El más sombrío y triste

de los páramos cruza;

valle de eternas nieves y de eternas

melancólicas brumas.

En donde esté una piedra solitaria

sin inscripción alguna,

donde habite el olvido,

allí estará mi tumba.

 

Rima LXVII

Gustavo Adolfo Bécquer

 

¡Qué hermoso es ver el día

coronado de fuego levantarse

y a su beso de lumbre

brillar las olas y encenderse el aire!

 

¡Qué hermoso es, tras la lluvia

del triste otoño en la azulada tarde,

de las húmedas flores

el perfume aspirar hasta saciarse!

 

¡Qué hermoso es cuando en copos

la blanca nieve silenciosa cae,

de las inquietas llamas

ver las rojizas lenguas agitarse!

 

¡Qué hermoso es cuando hay sueño

dormir bien... y roncar como un sochantre...

Y comer... y engordar... y qué desgracia

que esto sólo no baste!

 

Rima LXVIII

Gustavo Adolfo Bécquer

 

No sé lo que he soñado

en la noche pasada;

triste, muy triste, debió ser el sueño

pues despierto la angustia me duraba.

 

Noté, al incorporarme,

húmeda la almohada,

y por primera vez sentí, al notarlo,

de un amargo placer henchirse el alma.

 

Triste cosa es el sueño

que llanto nos arranca;

mas tengo en mi tristeza una alegría...

¡Sé que aun me quedan lágrimas!

 

Rima LXIX

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Al brillar un relámpago nacemos

y aun dura su fulgor cuando morimos:

¡tan corto es el vivir!

 

La gloria y el amor tras que corremos

sombras de un sueño son que perseguimos:

¡despertar es morir!

 

Rima LXX

Gustavo Adolfo Bécquer

 

¡Cuántas veces al pie de las musgosas

paredes que la guardan

oí la esquila que al mediar la noche

a los maitines llama!

 

¡Cuántas veces trazó mi triste sombra

la luna plateada,

junto a la del ciprés, que de su huerto

se asoma por las tapias!

 

Cuando en sombras la iglesia se envolvía

de su ojiva calada,

¡cuántas veces temblar sobre los vidrios

vi el fulgor de la lámpara!

 

Aunque el viento en los ángulos oscuros

de la torre silbara,

del coro entre las voces percibía

su voz vibrante y clara.

 

En las noches de invierno, si un medroso

por la desierta plaza

se atrevía a cruzar, al divisarme,

el paso aceleraba.

 

Y no faltó una vieja que en el torno

dijese a la mañana

que de algún sacristán muerto en pecado

acaso era yo el alma.

 

A oscuras conocía los rincones

del atrio y la portada;

de mis pies las ortigas que allí crecen

las huellas tal vez guardan.

 

Los búhos, que espantados me seguían

con sus ojos de llamas,

llegaron a mirarme con el tiempo

como a un buen camarada.

 

A mi lado, sin miedo, los reptiles

se movían a rastras;

¡hasta los mudos santos de granito

vi que me saludaban!

 

Rima LXXI

Gustavo Adolfo Bécquer

 

No dormía; vagaba en ese limbo

en que cambian de forma los objetos,

misteriosos espacios que separan

la vigilia del sueño.

 

Las ideas, que en ronda silenciosa

daban vueltas en torno a mi cerebro,

poco a poco en su danza se movían

con un compás más lento.

 

De la luz que entra al alma por los ojos

los párpados velaban el reflejo;

mas otra luz el mundo de visiones

alumbraba por dentro.

 

En este punto resonó en mi oído

un rumor semejante al que en el templo

vaga confuso al terminar los fieles

con un amén sus rezos.

 

Y oí cómo una voz delgada y triste

que por mi nombre me llamó a lo lejos,

y sentí olor de cirios apagados,

de humedad y de incienso.

 

 

Entró la noche, y del olvido en brazos

caí, cual piedra, en su profundo seno;

dormí, y al despertar exclamé: «¡Alguno

que yo quería ha muerto»

 

Rima LXXII

Gustavo Adolfo Bécquer

 

PRIMERA VOZ

 

Las ondas tienen vaga armonía:

las violetas, suave olor;

brumas de plata, la noche fría;

luz y oro, el día;

yo, algo mejor:

yo tengo Amor.

 

SEGUNDA VOZ

 

Aura de aplausos, nube radiosa,

ola de envidia que besa el pie,

isla de sueños, donde reposa

el alma ansiosa,

dulce embriaguez

la Gloria es.

 

TERCERA VOZ

 

Ascua encendida es el tesoro,

sombra que huye la vanidad;

todo es mentira: la gloria, el oro.

Lo que yo adoro

sólo es verdad:

la Libertad.

Así los barqueros pasaban cantando

la eterna canción,

y al golpe del remo saltaba la espuma

y heríala el sol.

-¿Te embarcas?, gritaban. Y yo, sonriendo,

les dije al pasar:

-Ha tiempo lo hice; por cierto que aun tengo

la ropa en la playa tendida a secar.

 

Rima LXXIII

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Cerraron sus ojos,

que aun tenía abiertos;

taparon su cara

con un blanco lienzo,

y unos sollozando,

otros en silencio,

de la triste alcoba

todos se salieron.

 

La luz, que en un vaso

ardía en el suelo,

al muro arrojaba

la sombra del lecho,

y entre aquella sombra

veíase a intérvalos

dibujarse rígida

la forma del cuerpo.

 

Despertaba el día

y a su albor primero,

con sus mil ruidos

despertaba el pueblo.

Ante aquel contraste

de vida y misterios,

de luz y tinieblas,

medité un momento:

¡Dios mío, qué solos

se quedan los muertos!

 

De la casa, en hombros,

lleváronla al templo,

y en una capilla

dejaron el féretro.

Allí rodearon

sus pálidos restos

de amarillas velas

y de paños negros.

 

Al dar de las ánimas

el toque postrero,

acabó una vieja

sus últimos rezos;

cruzó la ancha nave,

las puertas gimieron

y el santo recinto

quedose deserto.

 

De un reloj se oía

compasado el péndulo,

y de algunos cirios

el chisporroteo.

Tan medroso y triste,

tan oscuro y yerto

todo se encontraba...

que pensé un momento:

¡Dios mío, qué solos

se quedan los muertos!

 

De la alta campana

la lengua de hierro

le dio volteando

su adiós lastimero.

El luto en las ropas

amigos y deudos

cruzaron en fila

formando el cortejo.

 

Del último asilo,

oscuro y estrecho,

abrió la piqueta

el nicho a un extremo.

Allí la acostaron,

tapáronle luego,

y con un saludo

despidiose el duelo.

 

La piqueta al hombro,

el sepulturero,

cantando entre dientes,

se perdió a lo lejos.

La noche se entraba,

reinaba el silencio;

perdido en las sombras,

medité un momento:

¡Dios mío, qué solos

se quedan los muertos!

 

En las largas noches

del helado invierno,

cuando las maderas

crujir hace el viento

y azota los vidrios

el fuerte aguacero

de la pobre niña

a solas me acuerdo.

 

Allí cae la lluvia

con un son eterno;

allí la combate

el soplo del cierzo,

del húmedo muro

tendida en el hueco,

¡acaso de frío

se hielan sus huesos!...

 

¿Vuelve el polvo al polvo?

¿Vuela el alma al cielo?

¿Todo es vil materia,

podredumbre y cieno?

¡No sé; pero hay algo

que explicar no puedo,

que al par nos infunde

repugnancia y duelo,

al dejar tan tristes,

tan solos los muertos!

 

Rima LXXIV

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Las ropas desceñidas,

desnudas las espaldas,

en el dintel de oro de la puerta

dos ángeles velaban.

 

Me aproximé a los hierros

que defienden la entrada

y de las dobles rejas, en el fondo,

la vi confusa y blanca.

 

La vi como la imagen

que en leve ensueño pasa,

como el rayo de luz tenue y difuso

que entre tinieblas nada.

 

Me sentí de un ardiente

deseo llena el alma

¡como atrae un abismo, aquel misterio

hacia sí me arrastraba!

 

Mas ¡ay!, que de los ángeles

parecían decirme las miradas

-¡El umbral de esta puerta

sólo Dios lo traspasa!

 

Rima LXXV

Gustavo Adolfo Bécquer

 

¿Será verdad que cuando toca el sueño

con sus dedos de rosa nuestros ojos

de la cárcel que habita huye el espíritu

en vuelo presuroso?

 

¿Será verdad que, huésped de las nieblas

de la brisa nocturna al tenue soplo,

alado sube a la región vacía

a encontrarse con otros?

 

¿Y allí, desnudo de la humana forma;

allí, los lazos terrenales rotos,

breves horas habita de la idea

el mundo silencioso?

 

¿Y ríe y llora, y aborrece y ama,

y guarda un rastro del dolor y el gozo,

semejante al que deja cuando cruza

el cielo un meteoro?

 

¡Yo no sé si ese mundo de visiones

vive fuera o va dentro de nosotros;

pero sé que conozco a muchas gentes

a quienes no conozco!

 

Rima LXXVI

Gustavo Adolfo Bécquer

 

En la imponente nave

del templo bizantino

vi la gótica tumba a la indecisa

luz que temblaba en los pintados

 

Las manos sobre el pecho,

y en las manos un libro,

una mujer hermosa reposaba

sobre la urna del cincel prodigio.

 

Del cuerpo abandonado

al dulce peso hundido,

cual si de blanda pluma, y raso fuera,

se plegaba su lecho de granito.

 

De la postrer sonrisa

el resplandor divino

guardaba el rostro como el cielo guarda

del sol que muere el rayo fugitivo.

 

Del cabezal de piedra,

sentados en el filo,

dos ángeles, el dedo sobre el labio,

imponían silencio en el recinto.

 

No parecía muerta;

de los arcos macizos

parecía dormir en la penumbra

y que en sueños veía el paraíso.

 

Me acerqué de la nave

al ángulo sombrío

como quien llega con callada planta

junto a la cuna donde duerme un niño.

 

La contemplé un momento,

y aquel resplandor tibio,

aquel lecho de piedra que ofrecía

próximo al muro otro lugar vacío,

 

en el alma avivaron

la sed de lo infinito,

el ansia de esa vida de la muerte,

para la que un instante son los siglos...

 

 

Cansado del combate

en que luchando vivo,

alguna vez recuerdo con envidia

aquel rincón oscuro y escondido.

 

De aquella muda y pálida

mujer me acuerdo y digo:

¡oh qué amor tan callado el de la muerte!

¡Qué sueño el del sepulcro tan tranquilo!