El perro del hortelano 5. Quinta entrega
Autor: Lope de Vega
Fuente bibliotecasvirtuales.
TEODORO: Contigo, necio, y con él
entrambas cosas tenemos.
Muestra; que vendrá lavado,
si en tus manos ha venido.
Lee
«A Teodoro, mi marido».
¿Marido? ¡Qué necio enfado!
¡Qué necia cosa!
TRISTÁN: Es muy necia.
TEODORO: Pregúntale a mi ventura
si, subida a tanta altura,
esas mariposas precia.
TRISTÁN: Léele, por vida mía,
aunque ya estés tan divino;
que no hace desprecio el vino
de los mosquitos que cría;
que yo sé cuando Marcela,
que llamas ya mariposa,
era águila caudalosa.
TEODORO: El pensamiento, que vuela
a los mismos cercos de oro
del sol, tan baja la mira,
que aun de que la ve se admira.
TRISTÁN: Hablas con justo decoro
mas ¿qué haremos del papel?
TEODORO: Esto.
TRISTÁN: ¿Rasgástele?
TEODORO: Sí.
TRISTÁN: ¿Por qué, señor?
TEODORO: Porque ansí
respondí más presto a él.
TRISTÁN: Ése es injusto rigor.
TEODORO: Ya soy otro; no te espantes.
TRISTÁN: Basta; que sois los amantes
boticarios del amor;
que, como ellos las recetas,
vais ensartando papeles.
Récipe: celos crüeles,
agua de azules violetas.
Récipe: un desdén extraño,
Sirupi del borrajorum,
con que la sangre templorum,
para asegurar el daño.
Récipe: ausencia, tomad
un emplasto para el pecho;
que os hiciera más provecho
estaros en la ciudad.
Récipe de matrimonio:
allí es menester jarabes,
y tras diez días süaves
purgarle con antimonio.
Récipe: signum celeste,
que Capricornio dicetur:
ese enfermo morietur,
si no es que paciencia preste.
Récipe: que de una tienda
joya o vestido sacabis
con tabletas confortabis
la bolsa que tal emprenda.
A esta traza, finalmente,
van todo el año ensartando.
Llega la paga: en pagando,
o viva o muera el doliente,
se rasga todo papel.
Tú la cuenta has acabado,
y el de Marcela has rasgado
sin saber lo que hay en él.
TEODORO: Ya tú debes de venir
con el vino que otras veces.
TRISTÁN: Pienso que te desvaneces
con lo que intentas subir.
TEODORO: Tristán, cuantos han nacido
su ventura han de tener;
no saberla conocer
es el no haberla tenido.
O morir en la porfía,
o ser conde de Belflor.
TRISTÁN: César llamaron, señor,
a aquel duque que traía
escrito por gran blasón:
«César o nada»; y en fin
tuvo tan contrario el fin,
que al fin de su pretensión
escribió una pluma airada:
«César o nada, dijiste,
y todo, César, lo fuiste,
pues fuiste César y nada».
TEODORO: Pues tomo, Tristán, la empresa,
y haga después la Fortuna
lo que quisiere.
Salen MARCELA y DOROTEA, sin reparar en TEODORO y TRISTÁN
DOROTEA: Si a alguna,
de tus desdichas le pesa,
de todas las que servimos
a la condesa, soy yo.
MARCELA: En la prisión que me dio,
tan justa amistad hicimos,
y yo me siento obligada
de suerte, mi Dorotea,
que no habrá amiga que sea
más de Marcela estimada.
Anarda piensa que yo
no sé cómo quiere a Fabio.
Pues de ella nació mi agravio;
que a la condesa contó
los amores de Teodoro.
DOROTEA: Teodoro está aquí.
MARCELA: ¡Mi bien!...
TEODORO: Marcela, el paso detén.
MARCELA: ¿Cómo, mi bien, si te adoro,
cuando a mi ojos te ofreces?
TEODORO: Mira lo que haces y dices;
que en palacio los tapices
han hablado muchas veces.
¿De qué piensas que nació
hacer figuras en ellos?
De avisar que detrás de ellos
siempre algún vivo escuchó.
Si un mudo viendo matar
a un rey, su padre, dio voces,
figuras que no conoces
pintadas sabrán hablar.
MARCELA: ¿Has leído mi papel?
TEODORO: Sin leerle le he rasgado;
que estoy tan escarmentado,
que rasgué mi amor con él.
MARCELA: ¿Son los pedazos aquéstos?
TEODORO: Sí, Marcela.
MARCELA: Y ya ¿mi amor
has rasgado?
TEODORO: ¿No es mejor
que vernos por puntos puestos
en peligros tan extraños?
Si tú de mi intento estás,
no tratemos de esto más
para excusar tantos daños.
MARCELA: ¿Qué dices?
TEODORO: Que estoy dispuesto
a no darle más enojos
a la condesa.
MARCELA: En los ojos
tuve muchas veces puesto
el temor de esta verdad.
TEODORO: Marcela, queda con Dios.
Aquí acaba de los dos
el amor, no el amistad.
MARCELA: ¿Tú dices eso, Teodoro,
a Marcela?
TEODORO: Yo lo digo;
que soy de quietud amigo,
y de guardar el decoro
a la casa que me ha dado
el ser que tengo.
MARCELA: Oye, advierte.
TEODORO: Déjame.
MARCELA: ¿De aquesta suerte
me tratas?
TEODORO: ¡Qué necio enfado!
Vase.
MARCELA: ¡Ah, Tristán, Tristán!
TRISTÁN: ¿Qué quieres?
MARCELA: ¿Qué es esto?
TRISTÁN: Una mudancita
que a las mujeres imita
Teodoro.
MARCELA: ¿Cuáles mujeres?
TRISTÁN: Unas de azúcar y miel.
MARCELA: Dile...
TRISTÁN: No me digas nada;
que soy vaina de esta espada,
nema de aqueste papel,
caja de aqueste sombrero,
fieltro de este caminante,
mudanza de este danzante,
día de este vario hebrero,
sombra de este cuerpo vano,
posta de aquesta estafeta,
rastro de aquesta cometa,
tempetad de este verano;
y finalmente, yo soy
la uña de aqueste dedo,
que en cortándome, no puedo
decir que con él estoy.
Vase
MARCELA: ¿Qué sientes de esto?
DOROTEA: No sé;
que a hablar no me atrevo.
MARCELA: ¿No?
Pues yo hablaré.
DOROTEA: Pues yo no.
MARCELA: Pues yo sí.
DOROTEA: Mira que fue
bueno el aviso, Marcela,
de los tapices que miras.
MARCELA: Amor en celosas iras
ningún peligro recela.
A no saber cuán altiva
es la condesa, dijera
que Teodoro en algo espera,
porque no sin causa priva
tanto estos días Teodoro...
DOROTEA: Calla; que estás enojada.
MARCELA: ...mas yo me veré vengada.
Ni soy tan necia, que ignoro
las tretas de hacer pesar.
Sale FABIO
FABIO: ¿Está el secretario aquí?
MARCELA: ¿Es por burlarte de mí?
FABIO: Por Dios, que le ando a buscar;
que le llama mi señora.
MARCELA: Fabio, que sea o no sea,
pregúntale a Dorotea
cuál puse a Teodoro agora.
¿No es majadero cansado
este secretario nuestro?
FABIO: ¡Qué engaño tan necio el vuestro!
¿Querréis que esté deslumbrado
de lo que los dos tratáis?
¿Es concierto de los dos?
MARCELA: ¿Concierto? ¡Bueno!
FABIO: Por Dios,
que pienso que me engañáis.
MARCELA: Confieso, Fabio, que oí
las locuras de Teodoro;
mas yo sé que a un hombre adoro,
harto parecido a ti.
FABIO: ¿A mí?
MARCELA: Pues ¿no te pareces
a ti?
FABIO: Pues, ¿a mí Marcela?
MARCELA: Si te hablo con cautela,
Fabio, si no me enloqueces,
si tu talle no me agrada,
si no soy tuya, mi Fabio,
máteme el mayor agravio,
que es el querer despreciada.
FABIO: Es engaño conocido,
o tú te quieres morir,
pues quieres restituír
el alma que me has debido.
Si es burla o es invención,
¿a qué camina tu intento?
DOROTEA: Fabio, ten atrevimiento
y aprovecha la ocasión;
que hoy te ha de querer Marcela
por fuerza.
FABIO: Por voluntad
fuera amor, fuera verdad.
DOROTEA: Teodoro mis alto vuela;
de Marcela se descarta.
FABIO: Marcela, a buscarle voy.
Bueno en sus desdenes soy,
si amor te convierte en carta,
el sobrescrito a Teodoro,
y en su ausencia denla a Fabio.
Mas yo perdono el agravio,
aunque ofenda mi decoro,
y de espacio te hablaré,
siempre tuyo en bien o en mal.
Vase
DOROTEA: ¿Qué has hecho?
MARCELA: No sé ; estoy tal
que de mi misma no sé.
Anarda ¿no quiere a Fabio?
DOROTEA: Sí quiere.
MARCELA: Pues de los dos
me vengo; que amor es dios
de la envidia y del agravio.
Salen DIANA y ANARDA. [Hablan aparte]
DIANA: (Ésta ha sido la ocasión;
no me reprehendas más.
ANARDA: La disculpa que me das
me ha puesto en más confusión.
Marcela está aquí, señora,
hablando con Dorotea.
DIANA: Pues no hay disgusto que sea
para mi mayor agora.)
Salte allá fuera, Marcela.
MARCELA: Vamos, Dorotea, de aquí.
(Bien digo yo que de mí Aparte
o se enfada o se recela.)
Vanse MARCELA y DOROTEA
ANARDA: ¿Puédote hablar?
DIANA: Ya bien puedes.
ANARDA: Los dos que de aquí se van
ciegos de tu amor están;
tú en desdeñarlos, excedes
la condición de Anajarte,
la castidad de Lucrecia;
y quien a tantos desprecia.
DIANA: Ya me canso de escucharte.
ANARDA: ¿Con quién se piensa casar?
¿No puede el marqués Ricardo,
por generoso y gallardo,
si no exceder, igualar
al más poderoso y rico?
Y la más noble mujer,
¿también no lo puede ser
de tu primo Federico?
¿Por qué los has despedido
con tan extraño desprecio?
DIANA: Porque uno es loco, otro necio,
y tú, en no haberme entendido,
más, Anarda, que los dos.
No los quiero, porque quiero,
y quiero porque no espero
remedio.
ANARDA: ¡Válame Dios!
¿Tú quieres?
DIANA: ¿No soy mujer?
ANARDA: Sí, pero imagen de hielo,
donde el mismo sol del cielo
podrá tocar y no arder.
DIANA: Pues esos hielos, Anarda,
dieron todos a los pies
de un hombre humilde.
ANARDA: ¿Quién es?
DIANA: La vergüenza me acobarda,
que de mi propio valor
tengo: no diré su nombre;
basta que sepas que es hombre
que puede infamar mi honor.
ANARDA: Si Pasifé quiso un toro,
Semíramis un caballo,
y otras los monstruos que callo
por no infamar su decoro,
¿qué ofensa te puede hacer
querer hombre, sea quien fuere?
DIANA: Quien quiere puede, si quiere,
como quiso, aborrecer.
Esto es lo mejor: yo quiero
no querer.
ANARDA: ¿Podrás?
DIANA: Podré;
que si cuando quise amé,
no amar en queriendo espero.
Tocan dentro
¿Quién canta?
ANARDA: Fabio con Clara.
DIANA: ¡Ojalá que me diviertan!
ANARDA: Música y amor conciertan
bien; en la canción repara.
Cantan dentro
MÚSICA: «Oh quién pudiera hacer, oh quién hiciese
que en no queriendo amar aborreciese!
¡Oh quién pudiera hacer, oh quién hiciera
que en no queriendo amar aborreciera!»
ANARDA: ¿Qué te dice la canción?
¿No ves que te contradice?
DIANA: Bien entiendo lo que dice;
mas yo sé mi condición,
y sé que estará en mi mano,
como amar, aborrecer.
ANARDA: Quien tiene tanto poder
pasa del límite humano.
Sale TEODORO
TEODORO: Fabio me ha dicho, señora,
que le mandaste buscarme.
DIANA: Horas ha que te deseo.
TEODORO: Pues ya vengo a que me mandes,
y perdona si he faltado.
DIANA: ¿Ya has visto a estos dos amantes...
estos dos mis pretendientes?
TEODORO: Sí, señora.
DIANA: Buenos talles
tienen los dos.
TEODORO: Y muy buenos.
DIANA: No quiero determinarme
sin tu consejo. ¿Con cuál
te parece que me case?
TEODORO: Pues ¿qué consejo, señora,
puedo yo en las cosas darte
que consisten en tu gusto?
Cualquiera que quieras darme
por dueño, será el mejor.
DIANA: Mal pagas el estimarte
por consejero, Teodoro,
en caso tan importante.
TEODORO: Señora, en casa, ¿no hay viejos
que entienden de casos tales?
Otavio, tu mayordomo,
con experiencia lo sabe,
fuera de su larga edad.
DIANA: Quiero yo que a ti te agrade
el dueño que has de tener.
¿Tiene el marqués mejor talle
que mi primo?