Hebaristo, el sauce que murió de amor
de Abraham Valdelomar

Hebaristo, el sauce que murió de amor. De interés general

 

 

Fuente Wikipedia. Hebaristo, el sauce que murió de amor es un cuento del escritor peruano Abraham Valdelomar, que forma parte del grupo de los llamados “cuentos criollos” o “neocriollos”, aunque otros estudiosos consideran que tiene otras características que lo ubicarían más bien dentro del rubro de los cuentos fantásticos del escritor (junto con El hipocampo de oro y Finis desolatrix veritae).

 

Publicación []

 

Fue publicado por primera vez en Lima, el 18 de agosto de 1917, en la revista Mundo limeño. Enseguida fue incluido en el libro de cuentos del autor, titulado El caballero Carmelo, figurando en tercer lugar, luego del cuento que da nombre al libro y El vuelo de los cóndores, todos ellos obras maestras de la cuentística de Valdelomar (1918).

En una entrevista que le hizo Antenor Orrego en Trujillo, Valdelomar confesó que Hebaristo… era el cuento que más le placía, junto con Finis desolatrix veritae.

 

Escenario []

 

Valdelomar ambienta la historia en la aldea de P., un pueblo de una provincia costeña del Perú en medio de un desierto, cuyo héroe local es un tal Coronel Marmanillo, quien había luchado durante la guerra de la independencia, en la batalla de La Macacona, en el año de 1822 (pero el autor se apresura en aclarar que en realidad el tal coronel no fue un héroe sino todo lo contrario, ya que había huido al primer ataque de los españoles o realistas). Podría tratarse de alguna aldea costera del departamento de Ica, pero el ambiente que enmarca el cuento es fantástico y por eso lo más prudente es considerar que se trata de un pueblo ficticio.

 

Personajes []

 

Primarios []

 

Hebaristo, un viejo sauce solitario e infecundo, plantado de casualidad en las afueras del pueblo, en una parcela surcada por un arroyo, donde se marchitaba lentamente.

Evaristo Mazuelos, el joven boticario o farmacéutico del pueblo, un alma solitaria, huérfano de origen. Su lugar de trabajo era la botica llamada “El Amigo del Pueblo”, en la esquina de la Plaza de Armas. Creyó ver en Blanca Luz, una chica escuálida, la encarnación de su ideal amoroso.

Blanca Luz, la hija del Juez del pueblo, quien es descrita de manera caricaturizada: “una chiquilla de alegre catadura, esmirriada y raquítica, de ojos vivaces y labios anémicos, nariz respingada y cabello de achiote, vestida a pintitas blancas sobre una muselina azul de prusia”.

 

Secundarios []

 

El Dr. Carrizales, Juez de Primera Instancia, padre de Blanca Luz.

De la Haza, Secretario de la subprefectura y redactor de "La Voz Regionalista", el decano de la prensa local.

El Sr. N. Unzueta, Alcalde del pueblo y a la vez propietario de la farmacia "El Amigo del Pueblo".

El carpintero, dueño de la “Carpintería y confección de ataúdes de Rueda e hijos”.

 

Resumen del cuento []

 

Evaristo Mazuelos, el farmacéutico de la botica "El Amigo del Pueblo", y Hebaristo, el sauce inclinado que vegetaba en una parcela cercana, eran dos almas paralelas. Ambos tenían 30 años y un aspecto cansino y taciturno. Así como el árbol Hebaristo cobijaba a los campesinos a la hora del mediodía, Evaristo escuchaba a quienes cobijaba en la botica.

 

Evaristo Mazuelos se enamoró de Blanca Luz, la hija del Dr. Carrizales, magistrado que llegó al pueblo como Juez de Primera Instancia, pero lamentablemente para Evaristo, la chica no estuvo mucho tiempo en el pueblo: apenas poco más de un mes. Sucedió que su padre cayó mal al Secretario de la subprefectura, un tal De la Haza, quien al mismo tiempo era redactor de "La Voz Regionalista", el decano de la prensa lugareña. De la Haza escribió un artículo tendencioso titulado "¿Hasta cuándo?"; en este artículo se mencionaba ciertos pasajes íntimos de la esposa del Juez, quien ya era finada. Por ese motivo el Juez, ofendido, dejó la judicatura y abandonó el pueblo, junto con su hija. Sin embargo, Evaristo no perdió la esperanza de volver a ver a su amada, que se había convertido en su inspiración poética.

 

De otro lado, la vida del sauce, por haber nacido de la casualidad, era solitaria y trágica. Como Evaristo, Hebaristo sentía necesidad de afecto; esperaba la brisa o el pico de las aves, para recibir el polen fecundador. Pero al parecer los otros sauces debían estar muy lejos, pues el polen nunca llegó y el sauce se fue secando lentamente, tal como a Evaristo Mazuelos lo consumía la desilusión de no tener noticias de Blanca Luz. No hacía otra cosa que ir diariamente al borde del arroyo donde languidecía el árbol. El sauce se acostumbró con su cotidiana presencia, quizás intuyendo su solitaria tragedia. Eran pues dos almas similares.

 

Cierto día Evaristo no fue al lado del sauce. Aquella misma tarde vino el carpintero del pueblo, quien cortó el árbol, y en el lomo de un burro lo trasladó hasta la carpintería "Rueda e Hijos". La madera del árbol sirvió de ataúd al fallecido Evaristo Mazuelos. El editorialista de "La Voz Regionalista" lloró la desaparición del farmacéutico. Lo propio hizo el Alcalde, el Sr. Unzueta (quien a la vez era el propietario de la farmacia), dando un discurso fúnebre, aparentemente muy sentido, en donde aludió al “ataúd de duro roble”, donde yacía un "honrado ciudadano". Al día siguiente del entierro la carpintería entregó una factura al dueño de la farmacia por el valor de un "ataúd de roble". El señor Unzueta reclamó, señalando que el ataúd era en realidad de sauce y por lo tanto su valor debía ser menor. El carpintero no quiso cambiar los términos de la factura, a no ser que Unzueta rectificara lo dicho en su discurso. Unzueta aceptó finalmente pagar como si el ataúd hubiera sido de roble, a fin de no quitar una frase que a su ver había quedado magnífica en su disertación.

 

Estructura []

 

El cuento está dividido en seis secciones o capítulos cortos, numerados con dígitos romanos.

I.- Empieza describiéndonos el escenario del cuento, la aldea de P. y su héroe local, el coronel Marmanillo. Luego nos presenta a los dos personajes cuyas vidas están extrañadamente entrelazadas, el boticario Evaristo y el sauce Hebaristo, almas gemelas y solitarias.

 

II.- Se relata la pasión amorosa del boticario Evaristo por una esmirriada chiquilla, Blanca Luz, hija del juez o magistrado de la aldea. Pero ella y su padre, luego de estar poco más de un mes en el pueblo, se marcharon lejos. Evaristo había idealizado a Blanca a tal punto que persistió en esperarla.

 

III.- Al igual como Evaristo, el sauce Hebaristo (plantado en las afueras del pueblo) sentía la necesidad de afecto, en este caso del polen fecundizador, pero este jamás llegaba.

 

IV.- Evaristo envejeció esperando el retorno de Blanca Luz, e igualmente se marchitó el sauce Hebaristo. Al atardecer iba Evaristo a sentarse cerca del sauce. Hasta que un día Evaristo no apareció y el sauce presintió lo ocurrido. Esa misma tarde vino el carpintero, quien cortó el árbol y se lo llevó.

 

V.- El tronco del sauce sirvió para hacer el ataúd de Evaristo y en su entierro el alcalde del pueblo pronunció un discurso muy sentido, donde aludió al “ataúd de duro roble” donde yacía el cadáver de un “honrado ciudadano”.

 

VI.- El carpintero, enterado del discurso, cobró como si el ataúd fuese en realidad de madera de roble. El alcalde le reclamó, pero el carpintero le dijo que no se retractaría a no ser que rectificase su discurso. Al final el alcalde aceptó pagar el precio pues no quiso modificar su discurso.

 

Análisis []

 

 

Abraham Valdelomar en su casa de Barranco, 1916.

 

Algunos críticos consideran a Hebaristo como el más acabado cuento valdelomariano en un sentido integral. El mismo Valdelomar lo consideraba como una de sus mejores creaciones, aun por encima de El caballero Carmelo. Lo interesante del relato es cómo un cúmulo de factores (manipulados quizás con la ironía de la suerte) puede generar vidas paralelas singulares. La bipolaridad del relato (Hebaristo-Evaristo, frustradas almas gemelas que increíblemente terminan unidas aun en la muerte) hace muy peculiar al cuento.

 

Valdelomar se revela a la vez como un maestro del humor, al que no confunde con el chiste u otra forma cualquiera de comicidad. Para él, el humor estaba por encima de la frívola preocupación de hacer reír, sino que era una manera elevada de hacer notar el contraste de las cosas y fenómenos universales.2

 

De pasada el autor arremete contra los convencionalismos políticos y sociales, esos mismos que somos tan dados a aceptar y alimentar en nuestra vida cotidiana: un héroe considerado tal sin serlo realmente (los Marmanillos abundan en la historia mundial) y los discursos laudatorios falsos o fingidos, construidos a base de frases hechas y lugares comunes.

 

Notas []

 

 Entrevista que fue publicada en La Reforma, Trujillo, el 26 de mayo de 1918 y reproducida en la revista Sudamérica, Lima, 8 de junio de 1918. Reproducida en el libro: Valdelomar por él mismo. Tomo II, pág. 369. Lima, 2000.

 A propósito, Mariátegui hace notar que Valdelomar caricaturiza a los hombres no de manera maligna, sino piadosamente. “Miraba las cosas con una sonrisa piadosa” (7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, Lima, 1928. En el 7º y último ensayo: “El proceso de la literatura”. X. Colónida y Valdelomar).

 

 

El caballero Carmelo (libro)

 

Bibliografía []

 

Mariátegui, José Carlos: 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. Lima, Ediciones Cultura Peruana, 2004.

Miguel de Priego, Manuel: Valdelomar, el conde plebeyo. Biografía. Lima, Fondo editorial del Congreso del Perú, año 2000. ISBN 9972-755-27-2

Silva-Santisteban, Ricardo: Valdelomar por él mismo (Cartas, entrevistas, testimonios y documentos biográficos e iconográficos). Edición, prólogo, cronología y notas del autor. Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2,000. En 2 Tomos. ISBN 9972-755-22-1 ISBN 9972-755-23-1

Valdelomar / Obras I y II. Edición y prólogo de Luis Alberto Sánchez. Lima, Ediciones Edubanco, 1988.

 

 

Fuente diarioinca. RESUMEN DE LA OBRA HEBARISTO EL SAUCE QUE MURIO DE AMOR

DE ABRAHAM VALDELOMAR

 

 

  • -Argumento de la obra Hebaristo, El Sauce que murió de amor.

Evaristo Mazuelos, el farmacéutico de P. y Hebaristo, el sauce fúnebre de la parcela eran dos vidas paralelas, dos ojos de una misma y misteriosa y teórica cabeza, dos brazos de una misma desolada cruz, dos estrellas insignificantes de una misma constelación.

 

Mazuelos era huérfano y guardaba al igual que el sauce, un vago recuerdo de sus padres. Así como el sauce era árbol que solo servía para cobijar a los campesinos a la hora cálida del medio día, Mazuelos solo servía en la aldea para escuchar las charlas de quienes solían cobijarse en la botica; y así como el sauce daba una sombra indiferente a los gañanes mientras sus raíces rojas jugueteaban en el agua de la acequia, así él oía con desganada abnegación, la charla de los otros, mientras jugaba, el espíritu fijo en una idea lejana, con la cadena de su reloj, o hacía con su dedo índice gancho a la oreja de su botín de elástico, cruzadas, unas sobre otras, las enjutas magras piernas.

 

Mazuelos estaba enamorado de Blanca Luz, hija del juez de Primera Instancia, una chiquilla de alegre catadura, esmirriada y raquítica.

Si Hebaristo, el melancólico sauce de la parcela en vez de ser plantado en las afueras de P., hubiera sido sembrado como era lógico, en los grandes saucedales, su vida no resultaría tan solitaria y trágica.

 

Aquel sauce, como el farmacéutico Mazuelos, sentía, desde muchos años atrás. La necesidad de un afecto, el dulce beso de una hembra, la caricia perfumada de una unión indispensable. Envejeció Evaristo, el enamorado boticario, sin tener noticias de su amada Blanca Luz. Envejeció Hebaristo, el sauce de la parcela, viendo secarse, estériles, sus flores en cada primavera. Solía, por instinto, Mazuelos, hacer una excursión crepuscular hasta el remoto sitio donde el sauce, al bordo del arroyo, enflaquecía. Sentábase bajo las ramas estériles del sauce y allí veía caer la noche.

 

El árbol amigo que quizás comprendía la tragedia de esa vida paralela, dejaba caer sus hojas sobre el cansino y encorvado cuerpo del farmacéutico. Un día el sauce esperó vanamente la llegada de Mazuelos. El farmacéutico no vino. Aquella misma tarde el carpintero de P. … enviado por el dueño de la “Carpintería y confección de Ataúdes de Rueda e Hijos”, llegó con una tremenda hacha y taló el sauce. Por la misma calle venían juntos el sauce y el farmacéutico, ahora si unidos para siempre. El sauce sirvió para el cajón del farmacéutico.

 

El alcalde municipal del pueblo, tomó la palabra en el cementerio: “aunque no tengo las dotes oratorias que otros, agradezco el honroso encargo que la sociedad de socorros Mutuos a depositado en mí, para dar el último adiós al amigo noble y caballeroso, al empleado cumplidor y al ciudadano integérrimo, que en este ataúd de duro roble”… y concluía: “Mazuelos tú no has muerto. Tu memoria vive entre nosotros. Descansa en paz”.

 

Al día siguiente el dueño de la funeraria, lleva al señor Urzueta una factura por un ataúd de roble por 18.70 soles. El alcalde reclamó airadamente que el ataúd no era de roble sino de sauce. El señor Rueda le dijo que era cierto; pero que entonces como se vería en su discurso la frase “duro sauce” en vez de “duro roble”. El alcalde pagó sin chistar.