El autor que nunca existió
De interés general

El autor que nunca existió

 

 

06/05/2014 Fuente elpais. Se cumplen 400 años del misterio literario más estudiado y menos resuelto de nuestra literatura. ¿Quién se ocultaba tras el seudónimo Alonso Fernández de Avellaneda?

 

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En el casco viejo de Alcalá de Henares me acerqué a la librería de Pepe Quijada, que sigue afanado en vender quijotes. Con voz de tinaja manchega me inquiere: “¿Nadie se piensa acordar de los 400 años del Quijote de Avellaneda? El más alcalaíno. Hay que hacer algo, coño”.

 

Me hizo volver a la vida cotidiana del siglo XVII, la contrarreforma y la picaresca, la locura de atar de este Quijote –distinta del cervantino– y un Sancho más rústico. No hay amores ideales, el Caballero de la Triste Figura es el Caballero Desamorado. Dulcinea es Bárbara, mondonguera alcalaína, puta venida a alcahueta y conocedora del arte de “revender doncellas destrozadas por enteras, mejor que Celestina”. Por estas y otras cosas dijo Menéndez Pelayo que el libro, siendo estimable, tenía mucho de tosco y vulgar. Escrito por alguien no “puramente pornográfico, porque no lo toleraban ni su tiempo, ni el temple de la raza, pero escritor escatológico y de los peor olientes”. Literariamente lejos del cervantino, pero, como recuerda el profesor Rico, durante años fue el Quijote preferido. El tiempo hizo justicia poética. Se cumplen 400 años del misterio literario más estudiado y menos resuelto de nuestra literatura. ¿Quién se ocultaba tras el seudónimo Alonso Fernández de Avellaneda?

 

Cervantistas de todas las épocas han intentado desentrañar el misterio. El académico Francisco Rico recomienda acercarse “como si nos acercáramos a una de esas teorías conspiratorias que surgieron después del 11-M. Decir nombres de Avellaneda es como decir que fue ETA. Tonterías o especulaciones de distinta intención”.

 

A Avellaneda se le llama cobarde, bellaco imitador, ávido de dinero. Se lanzan como candidatos: los Argensola, Lope de Vega, Tirso de Molina, Liñán de Riaza; sin desechar al propio Miguel de Cervantes. El académico Martín de Riquer señaló a Jerónimo de Passamonte, soldado en Lepanto y autor de una autobiografía de un joven que cae cautivo en galeras. Se dio por aludido cuando en la primera parte del Quijote se le tilda de “famoso embustero y ladrón”. Su manera de vengarse, según Riquer, fue escribir el Avellaneda. Otra “conspiración” hace de Cervantes, y sus agentes literarios, unos adelantados del marketing editorial. Artífices de un fake para calentar la salida del verdadero segundo Quijote. Es lo que mantiene el libro que escribe Alfonso Dávila.

 

¿Fue Cervantes capaz de ingeniar tal operación? ¿O simplemente dijo sí a las artes del hábil librero Blas de Robles? Se retrata a Miguel como un joven tartamudo, aficionado a las letras y algo más que amigo de Pedro Laynez, joven poeta del séquito de pajes del Príncipe Carlos, y de Mateo Alemán, futuro autor del Guzmán de Alfarache.

 

Alcanzamos la penúltima historia conspirativa. ¿Es Avellaneda el mismo Cervantes? ¿Lo hizo solo? No. Sostiene Dávila que fue en compañía de su amigo Mateo Alemán, y para tapar deudas y burlar pagos unen páginas escritas entre bromas y veras que entregan al librero Robles, quien maniobra para publicar el famoso apócrifo. ¿Unos genios del fake? Gracias por la trampa. Es un libro que hay que leer ahora. O, mejor, según consejo del profesor Rico, esperar a la salida de la edición de Luis Gómez Canseco. Vale.