El perro del hortelano 4. Cuarta entrega
Autor: Lope de Vega
Fuente bibliotecasvirtuales.
Sale DIANA
DIANA: Esto se ha enmendado bien.
Agora estoy muy contenta;
que siempre a quien reprehende
da gran gusto ver la enmienda.
No os turbéis ni os alteréis.
TEODORO: Dije, señora, a Marcela
que anoche salí de aquí
con tanto disgusto y pena
de que vuestra señoría
imaginase en su ofensa
este pensamiento honesto
para casarme con ella
que me he pensado morir;
y dándome por respuesta
que mostrabas en casarnos
tu piedad y tu grandeza,
dile mis brazos; y advierte
que si mentirte quisiera,
no me faltara un engaño;
pero no hay cosa que venza,
como decir la verdad,
a una persona discreta.
DIANA: Teodoro, justo castigo
a deslealtad mereciera
de haber perdido el respeto
a mi casa; y la nobleza
que usé anoche con los dos
no es justo que parte sea
a que os atreváis ansí;
que en llegando a desvergüenza
el amor, no hay privilegio
que al castigo le defienda.
Mientras no os casáis los dos,
mejor estará Marcela
cerrada en un aposento;
que no quiero yo que os vean
juntos las demás crïadas,
y que por ejemplo os tengan
para casárseme todas.
¡Dorotea!¡Ah Dorotea!
Sale DOROTEA
DOROTEA: Señora...
DIANA: Toma esta llave,
y en mi propia cuadra encierra
a Marcela; que estos días
podrá hacer labor en ella.
No diréis que esto es enojo.
[DOROTEA habla ] aparte a [MARCELA]
DOROTEA: (¿Qué es esto, Marcela?
MARCELA: Fuerza
de un poderoso tirano
y una rigurosa estrella.
Enciérrame por Teodoro.
DOROTEA: Cárcel aquí no la temas,
y para puertas de celos
tiene amor llave maestra.)
Vanse MARCELA y DOROTEA
DIANA: En fin, Teodoro, ¿tú quieres
casarte?
TEODORO: Yo no quisiera
hacer cosa sin tu gusto;
y créeme, que mi ofensa
no es tanta como te han dicho;
que bien sabes que con lengua
de escorpión pintan la envidia;
y que si Ovidio supiera
qué era servir no en los campos,
no en las montañas desiertas
pintara su escura casa;
que aquí habita y aquí reina.
DIANA: Luego ¿no es verdad que quieres
a Marcela?
TEODORO: Bien pudiera
vivir sin Marcela yo.
DIANA: Pues díceme que por ella
pierdes el seso.
TEODORO: Es tan poco,
que no es mucho que le pierda;
mas crea vuseñoría
que, aunque Marcela merezca
esas finezas en mí,
no ha habido tantas finezas.
DIANA: Pues ¿no le has dicho requiebros
tales que engañar pudieran
a mujer de más valor?
TEODORO: Las palabras poco cuestan.
DIANA:¿Qué le has dicho, por mi vida?
¿Cómo, Teodoro, requiebran
los hombres a las mujeres?
TEODORO: Como quien ama y quien ruega,
vistiendo de mil mentiras
una verdad, y ésa apenas.
DIANA: Sí; pero ¿con qué palabras?
TEODORO: Extrañamente me aprieta
vuseñoría. «Esos ojos,
le dije, esas niñas bellas,
son luz con que ven los míos;
y los corales y perlas
de esa boca celestial...»
DIANA:¿Celestial?
TEODORO: Cosas como éstas
son la cartilla, señora,
de quien ama y quien desea.
DIANA: Mal gusto tienes, Teodoro.
No te espantes de que pierdas
hoy el crédito conmigo,
porque sé yo que en Marcela
hay más defetos que gracias,
como la miro más cerca.
Sin esto, porque no es limpia,
no tengo pocas pendencias
con ella...Pero no quiero
desenamorarte de ella;
que bien pudiera decirte
cosas...Pero aquí se quedan
sus gracias o sus desgracias;
que yo quiero que la quieras,
y que os caséis en buen hora.
Mas pues de amador te precias,
dame consejo, Teodoro,
ansí a Marcela poseas,
para aquella amiga mía,
que ha días que no sosiega
de amores de un hombre humilde.
Porque si en quererle piensa,
ofende su autoridad;
y si de quererle deja,
pierde el jüicio de celos;
que el hombre, que no sospecha
tanto amor, anda cobarde,
aunque es discreto, con ella.
TEODORO: Yo, señora,¿sé de amor?
No sé, por Dios, cómo pueda
aconsejarte.
DIANA:¿No quieres,
como dices, a Marcela?
¿No le has dicho esos requiebros?
Tuvieran lenguas las puertas,
que ellas dijeran...
TEODORO: No hay cosa
que decir las puertas puedan.
DIANA: Ea, que ya te sonrojas,
y lo que niega la lengua,
confiesas con las colores.
TEODORO: Si ella te lo ha dicho, es necia.
Una mano le tomé,
y no me quedé con ella,
que luego se la volví;
no sé yo de qué se queja.
DIANA: Sí, pero hay manos que son
como la paz de la Iglesia,
que siempre vuelven besadas.
TEODORO: Es necísima Marcela.
Es verdad que me atreví
pero con mucha vergüenza,
a que templase la boca
con nieve y con azucenas.
DIANA:¿Con azucenas y nieve?
Huelgo de saber que templa
ese emplasto el corazón.
Ahora bien, ¿qué me aconsejas?
TEODORO: Que si esa dama que dices
hombre tan bajo desea,
y de quererle resulta
a su honor tanta bajeza,
haga que con un engaño,
sin que la conozca, pueda
gozarle.
DIANA: Queda el peligro
de presumir que lo entienda.
¿No será mejor matarle?
TEODORO: De Marco Aurelio se cuenta
que dio a su mujer Faustina,
para quitarle la pena,
sangre de un esgrimidor;
pero estas romanas pruebas
son buenas entre gentiles.
DIANA: Bien dices; que no hay Lucrecias;
ni Torcatos ni Virginios
en esta edad; y en aquélla
hubo Faustinas,Teodoro,
Mesalinas y Popeas.
Escríbeme algún papel
que a este propósito sea,
y queda con Dios.
[Se ] cae [DIANA ]
¡Ay Dios!
Caí. ¿Qué me miras? Llega,
dame la mano.
TEODORO: El respeto
me detuvo de ofrecerla.
DIANA:¡Qué graciosa grosería!
¡Que con la capa la ofrezcas!
TEODORO: Así cuando vas a misa
te la da Otavio.
DIANA: Es aquella
mano que yo no le pido,
y debe de haber setenta
años que fue mano, y viene
amortajada por muerta.
Aguardar quien ha caído
a que se vista de seda,
es como ponerse un jaco
quien ve al amigo en pendencia;
que mientras baja, le han muerto.
Demás que no es bien que tenga
nadie por más cortesía,
aunque melindres lo aprueban,
que una mano, si es honrada,
traiga la cara cubierta.
TEODORO: Quiero estimar la merced
que me has hecho.
DIANA: Cuando seas
escudero, la darás
en el ferreruelo envuelta;
que agora eres secretario:
con que te he dicho que tengas
secreta aquesta caída,
si levantarte deseas.
Vase
TEODORO:¿Puedo creer que aquesto es verdad? Puedo, si miro que es mujer Dïana hermosa.
Pidió mi mano, y la color de rosa,
al dársela, robó del rostro el miedo.
Tembló, yo lo sentí: dudoso quedo.
¿Qué haré? Seguir mi suerte venturosa;
si bien, por ser la empresa tan dudosa,
niego al temor lo que al valor concedo.
Mas dejar a Marcela es caso injusto;
que las mujeres no es razón que esperen
de nuestra obligación tanto disgusto.
Pero si ellas nos dejan cuando quieren
por cualquiera interés o nuevo gusto,
mueran también como los hombres mueren.
ACTO SEGUNDO
Salen El Conde FEDERICO y LEONIDO
FEDERICO: ¿Aquí la viste?
LEONIDO: Aquí entró,
como el alba por un prado,
que a su tapete bordado
la primera luz le dio;
y según la devoción,
no pienso que tardarán;
que conozco al capellán
y es más breve que es razón.
FEDERICO: ¡Ay si la pudiese hablar!
LEONIDO: Siendo tú su primo, es cosa
acompañarla forzosa.
FEDERICO: El pretenderme casar
ha hecho ya sospechoso
mi parentesco, Leonido;
que antes de haberla querido
nunca estuve temeroso.
Verás que un hombre visita
una dama libremente
por conocido o pariente,
mientras no la solicita;
pero en llegando a querella,
aunque de todos se guarde,
menos entra, y más cobarde,
y apenas habla con ella.
Tal me ha sucedido a mí
con mi prima la condesa;
tanto, que de amar me pesa,
pues lo más del bien perdí,
pues me estaba mejor vella
tan libre como solía.
Salen RICARDO y CELIO, que se quedan lejos de FEDERICO y LEONIDO
CELIO: A pie digo que salía,
y alguna gente con ella.
RICARDO: Por estar la iglesia enfrente,
y por preciarse del talle,
ha querido honrar la calle.
CELIO: ¿No has visto por el oriente
salir serena mañana
el sol con mil rayos de oro,
cuando dora el blanco Toro
que pace campos de grana,
que así llamaba un poeta
los primeros arreboles?
Pues tal salió con dos soles,
más hermosa y más perfeta,
la bellísima Dïana,
la condesa de Belflor.
RICARDO: Mi amor te ha vuelto pintor
de tan serena mañana;
y hácesla sol con razón,
porque el sol en sus caminos
va pasando varios sinos
que sus pretendientes son.
Mira que allí Federico
aguarda sus rayos de oro.
CELIO: ¿Cuál de los dos será el toro
a quien hoy al sol aplico?
RICARDO: Él, por primera aflicción,
aunque del nombre se guarde,
que yo, por entrar más tarde,
seré el signo del león.
FEDERICO: ¿Es aquél Ricardo?
LEONIDO: Él es.
FEDERICO: Fuera maravilla rara
que de este puesto faltara.
LEONIDO: Gallardo viene el marqués.
FEDERICO: No pudieras decir más,
si tú fueras el celoso.
LEONIDO: ¿Celos tienes?
FEDERICO: ¿No es forzoso?
De alabarle me los das.
LEONIDO: Si a nadie quiere Dïana,
¿de qué los puedes tener?
FEDERICO: De que le puede querer;.que es mujer.
LEONIDO: Sí, mas tan vana,
tan altiva y desdeñosa,
que a todos os asegura.
FEDERICO: Es soberbia la hermosura.
LEONIDO: No hay ingratitud hermosa.
CELIO: Dïana sale, señor.
RICARDO: Pues tendrá mi noche día.
1265 CELIO: ¿Hablarásla?
RICARDO: Eso querría,
si quiere el competidor.
Salen DIANA, OTAVIO, FABIO; y detrás, MARCELA, DOROTEA y ANARDA, con mantos.
[FEDERICO habla] a DIANA
FEDERICO: Aquí aguardaba con deseo de veros
DIANA: Señor conde, seáis muy bien hallado.
RICARDO: Y yo, señora, con el mismo agora
a acompañaros vengo y a serviros.
DIANA: Señor marqués, ¿qué dicha es esta mía?
¡Tanta merced!
RICARDO: Bien debe a mi deseo
vuseñoría este cuidado.
[FEDERICO habla] a su criado [LEONIDO]
FEDERICO: Creo
que no soy bien mirado y admitido.
LEONIDO: Háblala; no te turbes.
FEDERICO: ¡Ay Leonido!
Quien sabe que no gustan de escuchalle,
¿de qué te admiras que se turbe y calle?
Vanse. Sale TEODORO
TEODORO: Nuevo pensamiento mío,
desvanecido en el viento,
que con ser mi pensamiento,
de veros volar me río,
parad, detened el brío,
que os detengo y os provoco;
porque si el intento es loco,
de los dos lo mismo escucho,
aunque donde el premio es mucho,
el atrevimiento es poco.
Y si por disculpa dais
que es infinito el que espero,
averigüemos primero,
pensamiento, en qué os fundáis.
Vos a quien servís amáis;
diréis que ocasión tenéis,
si a vuestros ojos creéis;
pues, pensamiento, decildes
que sobre pajas humildes
torres de diamante hacéis.
Si no me sucede bien,
quiero culparos a vos;
mas teniéndola los dos,
no es justo que culpa os den;
que podréis decir también
cuando del alma os levanto,
y de la altura me espanto
donde el amor os subió,
que el estar tan bajo yo
os hace a vos subir tanto.
Cuando algún hombre ofendido,
al que le ofende defiende,
que dio la ocasión se entiende.
Del daño que os ha venido,
sed en buen hora atrevido;
que aunque los dos nos perdamos,
esta disculpa llevamos:
que vos os perdéis por mí
y que yo tras vos me fui,
sin saber adónde vamos.
Id en buen hora, aunque os den
mil muertes por atrevido;
que no se llama perdido
el que se pierde tan bien.
Como a otros dan parabién
de lo que hallan, estoy tal,
que de perdición igual
os le doy; porque es perderse
tan bien, que puede tenerse
envidia del mismo mal.
Sale TRISTÁN
TRISTÁN: Si en tantas lamentaciones
cabe un papel de Marcela,
que contigo se consuela
de sus pasadas prisiones,
bien te le daré sin porte,
porque a quien no ha menester
nadie le procura ver,
a la usanza de la corte.
Cuando está en alto lugar
un hombre "y ¡qué bien lo imitas!"
¡qué le vienen de visitas
a molestar y a enfadar!
Pero si mudó de estado,
como es la Fortuna incierta,
todos huyen de su puerta
como si fuese apestado.
¿Parécete que lavemos
en vinagre este papel?