La placidez de Domingo
De interés general

La placidez de Domingo

 

 

05/04/2014 Fuente elpais. El gran tenor ha vuelto a casa. Actúa en Valencia y, como siempre que está en España, aprovecha para disfrutar

 

A sus 73 años, dos sustos de salud le han hecho ver la vida de otra manera

 

Con una copa de vino en la mano, habla de sus miedos, sus planes... y sus cenas con Merkel

 

Ha cumplido 73 años y mantiene intactas sus ganas de vivir al máximo. Obligado como está por su profesión a mantener una férrea disciplina, se ha fabricado una particular ecuación para poder seguir el ritmo. Cuando termina una función disfruta de un tiempo de ocio, para después guardar silencio 24 horas y, al tercer día, subirse de nuevo al escenario en plena forma. En una de estas jornadas de asueto, Plácido Domingo compartió con EL PAÍS un día en la Ribera del Duero, en las bodegas Valduero. Allí, con una decena de amigos y familiares, pasó horas de confidencias e inquietudes.

 

Plácido está contento. La noche anterior estrenó Simon Boccanegra en Valencia y no solo fue un éxito como se esperaba, hubo algo más. “Como decía Lorca, hay días en que aparece el duende, y ayer fue uno de ellos. No se sabe el motivo. Incluso a veces, cuando las cosas no van bien sobre el escenario, de repente surge y hay magia”. Le gusta actuar en el Palau de les Arts. “Tiene buena acústica, pero hay que tener mucha voz porque el foso de la orquesta es muy grande”, desvela. Le gusta también el diseño de Santiago Calatrava, aunque el resultado de la polémica construcción no haya sido el esperado. “Tengo en casa un trozo del material que se cayó y parece demasiado ligero”.

 

El tenor ha vuelto a España y, como siempre que lo hace, su regreso está lleno de expectación y reconocimientos. “Solo he estado en Burgos como El Cid Campeador. Esta es la primera vez que estoy como yo mismo”, bromea al bajarse del pequeño autobús en el que viaja. Con él va Marta, su mujer, y su cuñada, un sobrino nieto y un ayudante. Completan el grupo Carlos González y Raquel, su esposa, ambos médicos que atendieron a Domingo cuando sufrió uno de los sustos que le llevaron a permanecer ingresado. De ese tiempo de incertidumbre ha surgido una amistad que va más allá de la medicina.

 

“He entrado en una década, la de los setenta, en la que sé que todo está condicionado. Tengo una agenda de compromisos para dos o tres años. Pero ahora siempre advierto cuando firmo que cumpliré con lo acordado si puedo”.

 

Plácido no habla directamente de la embolia pulmonar que sufrió el pasado mes de julio que le obligó a cancelar en el Teatro Real de Madrid y a permanecer una semana hospitalizado, tampoco de la operación a la que se sometió en 2010 a causa de un cáncer de colón. Pero estos dos sustos le han dejado marcado. “Cuando me pasó lo que me pasó, pensé que estaba menos preparado para afrontar la situación. La segunda vez estaba más hecho a la idea, pero me he dado cuenta de que tengo que trabajar más en ello para estar preparado”. Pero no por estos envites de salud ha perdido la ilusión, casi adolescente, de seguir aprendiendo y disfrutando.

 

En las bodegas de Valduero, donde firma una barrica en la Membresía de la Tenada que le convierte en embajador de este vino, pregunta sin parar por el proceso de elaboración, y de repente se cuela en un depósito vacío donde canta unas notas que hacen temblar la sala. Mantiene su potente voz. Se sabe de memoria su agenda de los próximos cuatro meses y la recita como si de una partitura se tratara. Anuncia que en julio estará, a partir de cuartos, en el Mundial de Brasil animando a la selección española. El lunes precisamente la Federación de Fútbol le rendirá homenaje por su incondicional apoyo. El fútbol es una de sus pasiones, como la fórmula 1, que le lleva a ser fan de Fernando Alonso. Está contento porque la semana próxima estrenará en Roma los versos que ha adaptado del papa Juan Pablo II.

 

 

La firma

 

Plácido Domingo ha versionado su nombre como si de música se tratara. Lo plasma sobre un pentagrama a la vez que explica como combina letras y notas hasta que queda inscrita su firma. Lo hace en el momento de firmar su barrica, delante de los propietarios de las bodegas Valduero: Gregorio García y sus hijas Yolanda y Carolina.

 

Pero en medio de tantas idas y venidas, Plácido no ha perdido el pulso de la actualidad. Pregunta y opina sobre una España en crisis. “Cuando vengo no noto eso que dicen los periódicos. Veo a la gente en la calle, me encuentro los sitios llenos. No percibo esa depresión de la que habla la prensa”. Luego se queda pensando y añade: “Lo que sí es terrible es el paro”.

 

La música le permite relacionarse con todo tipo de personalidades. Hace un par de meses cenó con Angela Merkel y dentro de poco repetirá. “El maestro Barenboim es muy casero, no le gusta nada salir, así que nos invita a su casa de Alemania cuando estamos allí. Suele venir a esas citas Angela Merkel y, claro, hablamos de España y de la crisis”, explica. “Ella dice que vamos mejor, que 2014 será bueno para nuestro país y mejor aún 2015”. Pero lo que más sorprende del relato del tenor no son las expectativas económicas de Merkel para España, sino la opinión que tiene de la canciller alemana. “Angela es una mujer muy cariñosa y afable, y sobre todo es muy, muy divertida”. Lo dice con tanta rotundidad que no hay quien lo ponga en duda.

 

Al actuar en Valencia ha tenido la oportunidad también de entrevistarse con políticos de la comunidad. “He estado con el presidente Alberto Fabra y con gente del Ayuntamiento. A todos les digo lo mismo: que hay que introducir la música como asignatura obligatoria en los colegios. Hay que enseñar a los niños desde pequeños, pero de manera amena. Así saldrán artistas y además se crearán puestos de trabajo”. Ese mismo discurso lo ha trasladado al alcalde de Los Ángeles, donde Domingo es director de la ópera de la ciudad como antes lo fue de la de Washington.

 

Y es que a estas alturas de su carrera profesional el tenor es también maestro. Lo es desde Operalia, un proyecto mediante el cual busca e impulsa nuevos artistas. De él han salido ya más de doscientos.

 

Plácido, sentado alrededor de una mesa en la que no falta la sopa castellana y el cordero, habla de su familia. Tiene tres hijos, dos de ellos con Marta que, sentada frente a él, no le pierde ojo. Está atenta a sus palabras, a sus gestos. Llevan juntos toda una vida; se conocieron en el conservatorio. Ella lo dejó todo para estar con él, aunque en ocasiones ha trabajado como directora de escena. En su vida personal sigue siendo quien marca los pasos de su marido. “Tenemos ocho nietos y seis de ellos poseen cualidades musicales”, revela Marta. “Claro que me gustaría que alguno de ellos siguiera mis pasos, pero eso nunca se sabe. Lo que hay que hacer es ponerles alrededor los medios para formarse y luego ver qué pasa”, añade Plácido.

 

Su familia es su mayor recompensa, dice el artista. Viven separados por muchos kilómetros de distancia, pero están habituados. El teléfono ayuda. Hace unas horas se ha enterado de que Álvaro se ha dislocado el hombro, pero aun así le espera en los próximos días. Es el hijo pequeño, quien lleva la carrera profesional de su padre y dirige los diversos y prósperos negocios del clan. Uno de los últimos, un complejo inmobiliario en Acapulco.

 

Hace muchos años que Plácido no canta por dinero, lo hace por puro placer y también por una cierta necesidad. “Si paro creo que me oxidaría”.

 

Para el viaje de regreso lleva una partitura para estudiar. Tiene 20 óperas en su repertorio y espera ampliarlo. Domina cinco idiomas y se nota, porque al hablar se le escapan palabras de otras lenguas. Esa versatilidad unida a su teatralidad le sirven para ser un gran contador de chistes. “Una manzana se cae de un árbol, mira desde el suelo a las de arriba y les dice: inmaduras”. Es él último del día. Plácido vuelve al silencio, le espera el escenario.