La zapatera prodigiosa 2. Segunda entrega
de Federico García Lorca

La zapatera prodigiosa 2. Segunda entrega

 

 

Fuente bibliotecasvirtuales. Farsa violenta en dos actos

Autor: Federico García Lorca

 

ESCENA IX

 

Zapatera.

 

ZAPATERA. (Cantando.) Larán... larán... A mí, es que la flauta me ha gustado siempre mucho... Yo siempre he tenido delirio por ella... Casi se me saltan las lágrimas... ¡Qué primor! Larán, larán... Oye... Me gustaría que él la oyera... (Se levanta y se pone a bailar como si lo hiciera con novios imaginarios.) ¡Ay, Emiliano! Qué cintillos tan preciosos llevas... No, no... me da vergüencilla... Pero, José María, ¿no ves que nos están viendo? Coge un pañuelo, que no quiero que me manches el vestido. A ti te quiero, a ti... ¡Ah, sí!... mañana que traigas la jaca blanca, la que a mí me gusta. (Ríe. Cesa la música.) ¡Qué mala sombra! Esto es dejar a una con la miel en los labios...

Qué...

 

ESCENA X

 

Aparece en la ventana don Mirlo. Viste de negro, frac y pantalón corto. Le tiembla la voz y mueve la cabeza como un muñeco de alambre.

 

MIRLO. ¡Chisssssss!

 

ZAPATERA. (Sin mirar y vuelta de espalda a la ventana.) Pin, pin, pío, pío, pío.

 

MIRLO. (Acercándose más.) ¡Chissss! Zapaterita blanca, como el corazón de las almendras, pero amargosilla también. Zapaterita... junco de oro encendido... Zapaterita, bella Otero de mi corazón.

 

ZAPATERA. Cuánta cosa, don Mirlo; a mí me parecía imposible que los pajarracos hablaran. Pero si anda por ahí revoloteando un mirlo negro, negro y viejo... sepa que yo no puedo oírle cantar hasta más tarde... pin, pío, pío, pío.

 

MIRLO. Cuando las sombras crepusculares invadan con sus tenues velos el mundo y la vía pública se halle libre de transeúntes, volveré. (Toma rapé y estornuda sobre el cuello de la Zapatera.)

 

ZAPATERA. (Volviéndose airada y pegando a don Mirlo, que tiembla.) ¡Aaaa! (Con cara de asco:) ¡Y aunque no vuelvas, indecente! Mirlo de alambre, garabato de candil... Corre. corre... ¿Se habrá visto? ¡Mira que estornudar! ¡Vaya mucho con Dios! ¡Qué asco!

 

ESCENA XI

 

En la ventana se para el Mozo de la Faja. Tiene el sombrero plano echado a la cara y da pruebas de gran pesadumbre.

 

MOZO. ¿Se toma el fresco, zapaterita?

 

ZAPATERA. Exactamente igual que usted.

 

MOZO. Y siempre sola... ¡Qué lástima!

 

ZAPATERA. (Agria.) ¿Y por qué, lástima?

 

MOZO. Una mujer como usted, con ese pelo y esa pechera tan hermosísima...

 

ZAPATERA. (Más agria.) Pero, ¿por qué lástima?

 

MOZO. Porque usted es digna de estar pintada en las tarjetas postales y no aquí... este portalillo.

 

ZAPATERA. ¿Sí?... A mí las tarjetas postales me gustan mucho, sobre todo las de novios que se van de viaje...

 

MOZO. ¡Ay, zapaterita, qué calentura tengo! (Siguen hablando.)

 

ZAPATERO. (Entrando y retrocediendo.) ¡Con todo el mundo y a estas horas! ¡Qué dirán los que vengan al rosario de la iglesia! ¡Qué dirán en el casino! ¡Me estarán poniendo!... En cada casa, un traje con ropa interior y todo. (Zapatera ríe.) ¡Ay, Dios mío! ¡Tengo razón para marcharme! Quisiera oír a la mujer del sacristán; pues ¿y los curas? ¿Qué dirán los curas? Eso será lo que habrá que oír. (Entra desesperado.)

 

MOZO. ¿Cómo quiere que se lo exprese...? Yo la quiero, te quiero como...

 

ZAPATERA. Verdaderamente eso de «la quiero», «te quiero», suena de un modo que parece que me están haciendo cosquillas con una pluma detrás de las orejas. Te quiero, la quiero...

 

MOZO. ¿Cuántas semillas tiene el girasol?

 

ZAPATERA. ¡Yo qué sé!

 

MOZO. Tantos suspiros doy cada minuto por usted; por ti... (Muy cerca.)

 

ZAPATERA. (Brusca.) Estáte quieto. Yo puedo oírte hablar porque me gusta y es bonito, pero nada más, ¿lo oyes? ¡Estaría bueno!

 

MOZO. Pero eso no puede ser. ¿Es que tienes otro compromiso?

 

ZAPATERA. Mira, vete.

 

MOZO. No me muevo de este sitio sin el sí. ¡Ay, mi zapaterita, dame tu palabra! (Va a abrazarla.)

 

ZAPATERA. (Cerrando violentamente la ventana.) ¡Pero qué impertinente, qué loco!... ¡Si te he hecho daño te aguantas!... Como si yo no estuviera aquí más que paraaa, paraaaa... ¿Es que en este pueblo no puede una hablar con nadie? Por lo que veo, en este pueblo no hay más que dos extremos: o monja o trapo de fregar... ¡Era lo que me quedaba que ver! (Haciendo como que huele y echando a correr.) ¡Ay, mi comida que está en la lumbre! ¡Mujer ruin!

 

ESCENA XII

 

La luz se va marchando. El Zapatero sale con una gran capa y un bulto de ropa en la mano.

 

ZAPATERO. ¡O soy otro hombre o no me conozco! ¡Ay, casita mía! ¡Ay, banquillo mío! Cerote, clavos, pieles de becerro... Bueno. (Se dirige hacia la puerta y retrocede, pues se topa con dos Beatas en el mismo quicio.)

 

BEATA 1ª Descansando, ¿verdad?

 

BEATA 2ª ¡Hace usted bien en descansar!

 

ZAPATERO. (Con mal humor.) ¡Buenas noches!

 

BEATA 1ª A descansar, maestro.

 

BEATA 2ª ¡A descansar, a descansar! (Se van.)

 

ZAPATERO. Sí, descansando... ¡Pues no estaban mirando por el ojo de la llave! ¡Brujas, sayonas! ¡Cuidado con el retintín con que me lo han dicho! Claro... si en todo el pueblo no se hablará de otra cosa: ¡que si yo, que si ella, que si los mozos! ¡Ay! ¡Mal rayo parta a mi hermana que en paz descanse! ¡Pero primero solo que señalado por el dedo de los demás! (Sale rápidamente y deja la puerta abierta. Por la izquierda aparece la Zapatera.)

 

ESCENA XIII

 

La Zapatera.

 

ZAPATERA. Ya está la comida... ¿me estás oyendo? (Avanza hacia la puerta de la derecha:) ¿Me estás oyendo? Pero, ¿habrá tenido el valor de marcharse al cafetín, dejando la puerta abierta... y sin haber terminado los borceguíes? Pues cuando vuelva, ¡me oirá! ¡Me tiene que oír! ¡Qué hombres son los hombres, qué abusivos y qué... qué... vaya!... (En un repeluzno.) ¡Ay, qué fresquito hace! (Se pone a encender el candil y de la calle llega el ruido de las esquilas de los rebaños que vuelven al pueblo. La Zapatera se asoma a la ventana.) ¡Qué primor de rebaños! Lo que es a mí, me chalan las ovejitas. Mira, mira... aquella blanca tan chiquita que casi no puede andar. ¡Ay!... Pero aquella grandota y antipática se empeña en pisarla y nada... (A voces.) Pastor, ¡asombrado! ¿No estás viendo que te pisotean la oveja recién nacida? (Pausa.) Pues claro que me importa... ¿No ha de importarme? ¡Brutísimo!... Y mucho... (Se quita de la ventana.) Pero, Señor, ¿adónde habrá ido este hombre desnortado? Pues si tarda siquiera dos minutos más, como yo sola, que me basto y me sobro... ¡Con la comida tan buena que he preparado...! Mi cocido, con sus patatas de la sierra, dos pimientos verdes, pan blanco, un poquito magro de tocino, y arrope con calabaza y cáscara de limón para encima, ¡porque lo que es cuidarlo, lo que es cuidarlo, te estoy cuidando a mano! (Durante todo este monólogo da muestras de gran actividad, moviéndose de un lado para otro, arreglando las sillas, despabilando el velón y quitándose motas del vestido.)

 

ESCENA XIV

 

Niña, Zapatera, Alcalde, Sacristana, Vecinos y Vecinas.

 

NIÑO. (En la puerta.) ¿Estás disgustada, todavía?

 

ZAPATERA. Primorcito de su vecina, ¿dónde vas?

 

NIÑO. (En la puerta.) Tú no me regañarás, ¿verdad?, porque a mi madre que algunas veces me pega, la quiero veinte arrobas, pero a ti te quiero treinta y dos y media...

 

ZAPATERA. ¿Por qué eres tan precioso? (Sienta al Niño en sus rodillas.)

 

NIÑO. Yo venía a decirte una cosa que nadie quiere decirte. Ve tú, ve tú, ve tú, y nadie quería y entonces, «que vaya el niño», dijeron... porque era un notición que nadie quiere dar.

 

ZAPATERA. Pero dímelo pronto, ¿qué ha pasado?

 

NIÑO. No te asustes, que de muertos no es.

 

ZAPATERA. ¡Anda!

 

NIÑO. Mira, zapaterita... (Por la ventana entra una mariposa y el Niño bajándose de las rodillas de la Zapatera echa a correr.) Una mariposa, una mariposa... ¿no tienes un sombrero...? Es amarilla, con pintas azules y rojas... y, ¡qué sé yo...!

 

ZAPATERA. Pero, hijo mío... ¿quieres?...

 

NIÑO. (Enérgico.) Cállate y habla en voz baja, ¿no ves que se espanta si no? ¡Ay! ¡Dame tu pañuelo!

 

ZAPATERA. (Intrigada ya en la caza.) Tómalo.

 

NIÑO. ¡Chis...! No pises fuerte.

 

ZAPATERA. Lograrás que se escape.

 

NIÑO. (En voz baja y como encantando a la mariposa, canta.)

 

Mariposa del aire,

qué hermosa eres,

mariposa del aire

dorada y verde.

Luz de candil,

mariposa del aire,

¡quédate ahí, ahí, ahí!

No te quieres parar,

pararte no quieres.

Mariposa del aire

dorada y verde.

Luz de candil,

mariposa del aire,

¡quédate ahí, ahí, ahí!

¡Quédate ahí!

Mariposa, ¿estás ahí?

 

ZAPATERA. (En broma.) Síííí.

 

NIÑO. No, eso no vale. (La mariposa vuela.)

 

ZAPATERA. ¡Ahora! ¡Ahora!

 

NIÑO. (Corriendo alegremente con el pañuelo.) ¿No te quieres parar? ¿No quieres dejar de volar?

 

ZAPATERA. (Corriendo también por otro lado.) ¡Que se escapa, que se escapa! (El Niño sale corriendo por la puerta persiguiendo a la mariposa.)

 

ZAPATERA. (Enérgica.) ¿Dónde vas?

 

NIÑO. (Suspenso.) ¡Es verdad! (Rápido.) ¡Pero yo no tengo la culpa!

 

ZAPATERA. ¡Vamos! ¿Quieres decirme lo que pasa? ¡Pronto!

 

NIÑO. ¡Ay! Pues, mira... tu marido, el zapatero, se ha ido para no volver más.

 

ZAPATERA. (Aterrada.) ¿Cómo?

 

NIÑO. Sí, sí, eso ha dicho en casa antes de montarse en la diligencia, que lo he visto yo... y nos encargó que te lo dijéramos y ya lo sabe todo el pueblo...

 

ZAPATERA. (Sentándose desplomada.) ¡No es posible, esto no es posible! ¡Yo no lo creo!

 

NIÑO. ¡Sí que es verdad, no me regañes!

 

ZAPATERA. (Levantándose hecha una furia y dando fuertes pisotadas en el suelo.) ¿Y me da este pago? ¿Y me da este pago? (El Niño se refugia detrás de la mesa.)

 

NIÑO. ¡Que se caen las horquillas!

 

ZAPATERA. ¿Qué va a ser de mí sola en esta vida? ¡Ay, ay, ay!

 

(El Niño sale corriendo. La ventana y las puertas están llenas de vecinos.) Sí, sí, venid a verme, cascantes, comadricas, por vuestra culpa ha sido...

 

ALCALDE. Mira, ya te estás callando. Si tu marido te ha dejado ha sido porque no lo querías, porque no podía ser.

 

ZAPATERA. ¿Pero lo van a saber ustedes mejor que yo? Sí, lo quería, vaya si lo quería, que pretendientes buenos y muy riquísimos he tenido y no les he dado el sí jamás. ¡Ay, pobrecito mío, qué cosas te habrán contado!

 

SACRISTANA. (Entrando.) Mujer, repórtate.

 

ZAPATERA. No me resigno. No me resigno. ¡Ay, ay! (Por la puerta empiezan a entrar Vecinas vestidas con colores violentos y que llevan grandes vasos de refrescos. Giran, corren, entran y salen alrededor de la Zapatera que está sentada gritando, con la prontitud y ritmo de baile. Las grandes faldas se abren a las vueltas que dan. Todos adoptan una actitud cómica de pena.)

 

VECINA AMARILLA. Un refresco.

 

VECINA ROJA: Un refresquito.

 

VECINA VERDE. Para la sangre.

 

VECINA NEGRA. De limón.

 

VECINA MORADA. De zarzaparrilla.

 

VECINA ROJA. La menta es mejor.

 

VECINA MORADA. Vecina.

 

VECINA VERDE. Vecinita.

 

VECINA NEGRA. Zapatera.

 

VECINA ROJA. Zapaterita.

 

(Las Vecinas arman gran algazara. La Zapatera llora a gritos.)

 

Telón

 

Acto segundo

 

La misma decoración. A la izquierda, el banquillo arrumbado. A la derecha, un mostrador con botellas y un lebrillo con agua donde la Zapatera friega las copas. La Zapatera está detrás del mostrador. Viste un traje rojo encendido, con amplias faldas y los brazos al aire. En la escena, dos mesas. En una de ellas está sentado don Mirlo, que toma un refresco y en la otra el Mozo del Sombrero en la cara.

 

ESCENA PRIMERA

 

La Zapatera friega con gran ardor vasos y copas que va colocando en el mostrador.

 

Aparece en la puerta el Mozo de la Faja y el Sombrero plano del primer acto. Está triste.

 

Lleva los brazos caídos y mira de manera tierna a la Zapatera. Al actor que exagere lo más mínimo en este tipo, debe el Director de escena darle un bastonazo en la cabeza.

 

Nadie debe exagerar. La farsa exige siempre naturalidad. El Autor ya se ha encargado de dibujar el tipo y el sastre de vestirlo. Sencillez. El Mozo se detiene en la puerta. Don Mirlo y el otro Mozo vuelven la cabeza y lo miran. Ésta es casi una escena de cine. Las miradas y expresión del conjunto dan su expresión. La Zapatera deja de fregar y mira al Mozo fijamente. Silencio.

 

ZAPATERA. Pase usted.

 

MOZO DE LA FAJA. Si usted lo quiere...

 

ZAPATERA. (Asombrada.) ¿Yo? Me trae absolutamente sin cuidado, pero como te veo en la puerta...

 

MOZO DE LA FAJA. Lo que usted quiera. (Se apoya en el mostrador.) (Entre dientes.) Éste es otro al que voy a tener que...

 

ZAPATERA. ¿Qué va a tomar?

 

MOZO DE LA FAJA. Seguiré sus indicaciones.

 

ZAPATERA. Pues la puerta.

 

MOZO DE LA FAJA. ¡Ay, Dios mío, cómo cambian los tiempos!

 

ZAPATERA. No crea que me voy a echar a llorar. Vamos. Va usted a tomar copa, café, refresco, ¿diga?

 

MOZO DE LA FAJA. Refresco.

 

ZAPATERA. No me mire tanto que se me va a derramar el jarabe.

 

MOZO DE LA FAJA. Es que yo me estoy muriendo. ¡Ay! (Por la ventana pasan dos Majas con inmensos abanicos. Miran, se santiguan escandalizadas, se tapan los ojos con los pericones y a pasos menuditos cruzan.)

 

ZAPATERA. El refresco.

 

MOZO DE LA FAJA. (Mirándola.) ¡Ay!

 

MOZO DEL SOMBRERO. (Mirando al suelo.) ¡Ay!

 

MIRLO. (Mirando al techo.) ¡Ay! (La Zapatera dirige la cabeza hacia los tres ayes.)

 

ZAPATERA. ¡Requeteay! Pero esto ¿es una taberna o un hospital? ¡Abusivos! Si no fuera porque tengo que ganarme la vida con estos vinillos y este trapicheo, porque estoy sola desde que se fue por culpa de todos vosotros mi pobrecito marido de mi alma, ¿cómo es posible que yo aguantara esto? ¿Qué me dicen ustedes? Los voy a tener que plantar en lo ancho de la calle.

 

MIRLO. Muy bien, muy bien dicho.

 

MOZO DEL SOMBRERO. Has puesto taberna y podemos estar aquí dentro todo el tiempo que queramos.

 

ZAPATERA. (Fiera.) ¿Cómo? ¿Cómo? (El Mozo de la Faja inicia el mutis y don Mirlo se levanta sonriente y haciendo como que está en el secreto y que volverá.)

 

MOZO DEL SOMBRERO. Lo que he dicho.

 

ZAPATERA. Pues si dices tú, más digo yo y puedes enterarte, y todos los del pueblo, que hace cuatro meses que se fue mi marido y no cederé a nadie jamás, porque una mujer casada debe estarse en su sitio como Dios manda. Y que no me asusto de nadie, ¿lo oyes?, que yo tengo la sangre de mi abuelo, que esté en gloria, que fue desbravador de caballos y lo que se dice un hombre. Decente fui y decente lo seré. Me comprometí con mi marido. Pues hasta la muerte. (Don Mirlo sale por la puerta rápidamente y haciendo señas que indican una relación entre él y la Zapatera.)

 

MOZO DEL SOMBRERO. (Levantándose.) Tengo tanto coraje que agarraría un toro de los cuernos, le haría hincar la cerviz en las arenas y después me comería sus sesos crudos con estos dientes míos, en la seguridad de no hartarme de morder. (Sale rápidamente y don Mirlo huye hacia la izquierda.)

 

ZAPATERA. (Con las manos en la cabeza.) Jesús, Jesús, Jesús y Jesús. (Se sienta.)

 

ESCENA II

 

Zapatera y Niño.

 

Por la puerta entra el Niño, se dirige a la Zapatera y le tapa los ojos.

 

NIÑO. ¿Quién soy yo?

 

ZAPATERA. Mi niño, pastorcillo de Belén.

 

NIÑO. Ya estoy aquí. (Se besan.)

 

ZAPATERA. ¿Vienes por la meriendita?

 

NIÑO. Si tú me la quieres dar...

 

ZAPATERA. Hoy tengo una onza de chocolate.

 

NIÑO. ¿Sí? A mí me gusta mucho estar en tu casa.

 

ZAPATERA. (Dándole la onza.) Porque eres interesadillo...

 

NIÑO. ¿Interesadillo? ¿Ves este cardenal que tengo en la rodilla?

 

ZAPATERA. ¿A ver? (Se sienta en una silla baja y toma al Niño en brazos.)

 

NIÑO. Pues me lo ha hecho el Lunillo porque estaba cantando... las coplas que te han sacado y yo le pegué en la cara, y entonces él me tiró una piedra que, ¡plaff!, mira.

 

ZAPATERA. ¿Te duele mucho?

 

NIÑO. Ahora no, pero he llorado.

 

ZAPATERA. No hagas caso ninguno de lo que dicen.

 

NIÑO. Es que eran cosas muy indecentes. Cosas indecentes que yo sé decir, ¿sabes? pero que no quiero decir.

 

ZAPATERA. (Riéndose.) Porque si las dices cojo un pimiento picante y lo pongo la lengua como un ascua. (Ríen.)

 

NIÑO. Pero, ¿por qué te echarán a ti la culpa de que tu marido se haya marchado?

 

ZAPATERA. Ellos, ellos son los que la tienen y los que me hacen desgraciada.

 

NIÑO. (Triste.) No digas, Zapaterita.

 

ZAPATERA. Yo me miraba en sus ojos. Cuando le veía venir montado en su jaca blanca...

 

NIÑO. (Interrumpiéndole.) ¡Ja, ja, ja! Me estás engañando. El señor Zapatero no tenía jaca.

 

ZAPATERA. Niño, sé más respetuoso. Tenía jaca, claro que la tuvo, pero es... es que tú no habías nacido.