“Hay un EE.UU. débil”
De interés general

“Hay un EE.UU. débil” De interés general

 

 

24/10/2013 Fuente revistaenie. Relaciones internacionales. Bertrand Badie analiza el escenario mundial, dice que ya no hay polos y que la sociedad civil pesa en las negociaciones.

 

Hemos desatendido el efecto de la mundialización sobre la transformación de la diplomacia contemporánea. Hemos ocultado el papel de la caída del Muro de Berlín en el cuestionamiento de las formas clásicas de la diplomacia mientras que los que empezaban a darse cuenta de ello hablaban de Fin de la Historia. Parece que al revés, la Historia empieza a nivel mundial, ya no es asunto exclusivo de los príncipes, sino que en adelante implica a sociedades enteras”. Así definió Bertrand Badie la nueva era en las relaciones mundiales cuando vino al Seminario Desafíos de las Crisis que organizó la Universidad Nacional de Tres de Febrero. En esta charla, el politólogo francés repasó el origen de las relaciones internacionales desde principios de siglo XIX, cuando Europa se repartió el mundo, hasta la actualidad en la que no sólo los estados sino sus sociedades civiles cuentan a la hora de mantener la paz.

 

–¿Qué ha cambiado desde el Congreso de Viena de 1815 en las relaciones internacionales?

 

–El Congreso de Viena es probablemente el punto de partida de las relaciones internacionales por diversas razones. Primero, porque en ese momento el sistema internacional se limitaba claramente a Europa y esto ha creado una tradición muy compleja y prolongada por la cual los países europeos han considerado que las relaciones internacionales aún se circunscriben a su continente. Y es probablemente el origen de uno de los principales malentendidos que aún arrastramos porque todavía hoy la diplomacia de club está arraigada en esta tradición diplomática europea de oligarquía que trae aparejada una ambición de dominar todo el escenario internacional. El segundo punto es que con este Congreso, los países europeos inventaron el primer tipo de gobernanza. Es decir, el Congreso de Viena dio comienzo a una nueva clase de diplomacia, que claramente se orientaba hacia un orden mundial protector, una versión muy conservadora de las relaciones internacionales, consideradas como una manera de mantener el orden internacional y de protegerlo de cualquier tipo de transformación que viniese de afuera. Y el tercer punto es la práctica –tan bien hecha– de la intervención. Es decir, con el Congreso de Viena, los reyes y príncipes europeos se decidieron a intervenir cuando su poder se viese claramente amenazado. Este fue el verdadero invento de esta política de intervención, que aún hoy podemos encontrar: cuando el orden se ve amenazado en todas partes, aparece esta iniciativa de intervenir e incluso de usar la fuerza.

 

–¿Este sistema internacional, hijo del Congreso de Viena, es capaz de lidiar hoy con la crisis internacional?

 

–Es muy obvio que fracasa. No funciona en absoluto: el modo tradicional, aristocrático, oligárquico de regulación no sirve más, por varios motivos. Primero, porque no estamos más en un sistema internacional limitado a Europa como ocurría en el siglo XIX; nos encontramos en un mundo globalizado en el que hay 194 países y resulta intolerable que 18 o 20 naciones pudiesen manejar los problemas de los otros 170. Segundo, las cuestiones más importantes que están en juego en el concierto internacional ya no son de índole política o militar, sino que son cuestiones económicas y sociales como la fuerte desigualdad social y las discrepancias sociales entre los estados, especialmente entre los del Sur. Y en nuestro mundo globalizado, los Estados débiles probablemente sean mucho más importantes y estén desempeñando un papel mucho más significativo que antes porque ahora nos encontramos en una lógica de interdependencia y de interacción. Esto explica por qué los estados débiles son hoy más poderosos que antes en este proceso de toma de decisiones y en la elaboración de políticas.

 

–¿Como Latinoamérica, por ejemplo?

 

–Mencionaría más a Africa, Asia, Oriente Medio. La contradicción es que un pequeño club de estados pretende cubrir un 90% del PBI mundial, pero no cubre ni siquiera un 1% de los sufrimientos sociales del mundo. Y la pregunta fundamental en juego es cómo los estados ricos y fuertes pueden hacerse cargo, controlar y superar las patologías y las crisis sociales sin involucrar a los estados más chicos. Es imposible solucionar los problemas internos de los estados débiles y de los estados pobres si no se tiene en cuenta su voluntad de decidir su propia orientación y su política.

 

–¿De qué manera juega la sociedad civil hoy en las relaciones internacionales? Usted dice en su libro “Diplomacia del contubernio” que es imprescindible incorporarla.

 

–Este es uno de los temas más importantes porque antes las sociedades civiles no participaban en las relaciones internacionales que se circunscribían estrictamente a los Estados y sus diplomacias. En la actualidad, con la globalización, las sociedades civiles cada vez tienen más participación. La falta de integración de los actores sociales genera humillación y tensión, que probablemente sean la causa fundamental de la violencia y de los conflictos internacionales. Es casi imposible promover una política de paz sin incluir fuertemente a las sociedades civiles, pero el gran problema es cómo hacerlo; la ley internacional está hecha exclusivamente para los Estados y guarda silencio respecto de las sociedades civiles en las relaciones internacionales. Por eso el principal problema es definir nuevas maneras de lo que yo llamaría “relaciones intersociales” que quizás constituyan el corazón de las nuevas relaciones internacionales. Pero esto es sólo un concepto provisional, es decir, si queremos tener un mundo realmente estable, deberemos hacer a nivel internacional lo que los Estados naciones hicieron a fines del siglo XIX a nivel nacional: impulsar la participación real. La democracia se creó a partir de un proceso muy activo de incluir a los actores sociales en la ciudad, lo mismo debería hacerse con las relaciones internacionales. Pero existe una resiliencia muy fuerte y peligrosa de los Estados que no están muy contentos de ver a los actores sociales ingresando en el terreno internacional y de compartir su papel en las relaciones internacionales.

 

–También trabaja el concepto de “apolaridad”, ¿es lo que nos rige hoy?

 

–Vivimos en un sistema bipolar durante 42 años y mi generación consideraba que la polaridad era la característica común del sistema. Cuando colapsó la URSS en 1990, la gente y especialmente los actores y observadores de Reagan consideraron que al caer un polo quedaba un sistema unipolar, pero era un error: cuando un polo desaparece, el otro también desaparece. En Europa, por ejemplo, hoy no hay ningún peligro proveniente del otro campo. En consecuencia, las naciones occidentales no tienen ningún motivo para mantener una política de integración en torno al polo estadounidense. Hay quienes sostienen que nos estamos encaminando hacia un sistema multipolar, pero no es verdad. En un sistema multipolar, hay muchos polos, que son capaces de atraer ciertos clientes o lealtades de otros estados. Hoy nos encontramos en un sistema en el que hay una especie de libre competencia entre los estados, sin la capacidad por parte de ninguno de ellos de atraer a los otros. Y éste quizá sea el factor principal de un Estados Unidos debilitado, que cada vez atrae menos, y que cada vez está más y más aislado en su política exterior.