Atribuciones polémicas en torno a Shakespeare
De interés general

Atribuciones polémicas en torno a Shakespeare. De interés general

 

 

12/09/2013 Fuente revistaenie. ¿Fueron esas 325 líneas de la edición de 1602 de “La tragedia española” escritas por el autor de “Hamlet”? Una investigación devela una discusión de casi dos siglos y además permite analizar la trama de colaboraciones habituales en la época.

 

Durante casi dos siglos, diversos académicos han debatido si unas 325 líneas de la edición de 1602 en formato cuarto de la obra de Thomas Kyd La tragedia española fueron, en realidad, escritas por Shakespeare.

 

El año pasado, el investigador Brian Vickers utilizó análisis computarizados para argumentar que los denominados Pasajes Adicionales eran de Shakespeare, reclamo enarbolado por algunos como el triunfo más reciente de la alta tecnología en la exploración digital ( data mining ) de textos isabelinos. Pero ahora, un profesor de la Universidad de Texas dice que ha encontrado algo más cercano a una prueba definitiva utilizando un método más antiguo: el análisis de la confusa caligrafía de Shakespeare.

 

En una breve edición de cuatro páginas, a publicarse en la entrega de septiembre del periódico Notes and Queries, Douglas Bruster sostiene que varios rasgos idiosincráticos de los Pasajes Adicionales –que incluyen algunas líneas molestas que han impresionado a algunos escépticos como claramente sub-shakespearianas– pueden explicarse como malas interpretaciones de imprenta en cuanto a la letra manuscrita de Shakespeare. “Lo que tenemos aquí no es mala escritura, sino mala caligrafía”, dijo Bruster en una entrevista telefónica.

 

Reclamar la autoría de Shakespeare puede ser un intento peligroso. En 1996, Donald Foster, un pionero del análisis de textos basado en la informática, provocó titulares de primera plana con su afirmación de que Shakespeare era el autor de un oscuro poema isabelino llamado “A Funeral Elegy” (Elegía fúnebre), para retractar silenciosamente su argumento seis años más tarde, después de que los análisis de Vickers y otros vincularan el texto a un autor diferente.

 

Esta vez, los editores de algunas publicaciones académicas prestigiosas apuestan a que los argumentos metódicamente cautelosos de Bruster, apoyados sobre la base del trabajo previo de Vickers y otros, va a hacer que la atribución se mantenga.

 

“No tenemos ninguna prueba absoluta, pero esto es lo más cerca a lo que se puede llegar”, dijo Eric Rasmussen, profesor de la Universidad de Nevada, en Reno, y editor, junto a Jonathan Bate, de la edición completa de Shakespeare de la Royal Shakespeare Company.

 

“Creo que ahora podemos decir con cierta autoridad que, sí, esto es Shakespeare”, dijo Rasmussen. “Tiene sus huellas digitales por todas partes.” Rasmussen y Bate ya están incluyendo La tragedia española en la nueva edición de las obras teatrales de Shakespeare en colaboración autoral de la Royal Shakespeare Company, que se publicará en noviembre. Y Bruster planea incorporar los Pasajes Adicionales en su nueva edición de Riverside Shakespeare (renombrada ahora como Bankside Shakespeare), que saldrá en 2016.

 

Si el mundo más extenso de los shakespearianos los acepta, los Pasajes Adicionales se convertirían en primer agregado nuevo, y ampliamente reconocido, al canon desde que las contribuciones de Shakespeare a Eduardo III –otra pieza teatral que algunos han atribuido a Kyd– empezaron a aparecer en las ediciones académicas a mediados de la década de 1990.

 

De ningún modo la aceptación está asegurada. Hace tres años, algunos entendidos se mostraron escépticos cuando Arden Shakespeare publicó en su prestigiosa serie Double Falsehood (Doble falsedad), obra de teatro del siglo XVIII cuya conexión con un drama perdido de Shakespeare se debatió largamente.

 

Tiffany Stern, profesor de teatro del período moderno temprano en la Universidad de Oxford y asesor editorial de Arden Shakespeare, elogió el rigor empírico del ensayo de Bruster, pero dijo que algunas atribuciones nuevas estaban menos impulsadas por pruebas concretas que por el deseo de las editoriales de ofrecer “más Shakespeare” que sus competidores.

 

“Los argumentaciones relacionadas con La tragedia española son mejores que las referidas a la mayoría” de las supuestas colaboraciones de Shakespeare, dijo Stern. “Pero creo que nos estamos enloqueciendo un poco con las atribuciones a Shakespeare y estamos poniendo en esa categoría un montón de cosas que quizá no deberían estar allí.” El teatro isabelino tenía un intenso espíritu de colaboración, con dramaturgos que a menudo revitalizaban piezas viejas o trabajaban con otros autores teatrales para inventar una nueva, a la manera de los actuales doctores de guión de Hollywood. Los Pasajes Adicionales de 1602 de La tragedia española , introducidos más de una década después de que Kyd escribiera el texto original, actualizó esa sangrienta obra de venganza con un poco de realismo psicológico, que se había puesto de moda. (No se sabe si Kyd, que murió en 1594, llegó a conocer alguna vez a Shakespeare).

 

La idea de que Shakespeare pueda haber escrito los Pasajes Adicionales –que incluyen una escena hamletiana en la que un padre enloquecido de tristeza discurre sobre la muerte de su hijo– fue mencionada por primera vez en 1833 por Samuel Taylor Coleridge. Pero ese planteo quedó como una posición claramente minoritaria hasta bien avanzado el siglo XX, aun cuando los investigadores empezaban ya a utilizar sofisticados programas de computación para detectar patrones lingüísticos sutiles que parecían vincular los pasajes a otros trabajos de Shakespeare.

 

Bruster dijo que él mismo fue escéptico hasta que leyó el artículo de Vickers de 2012, que presentaba abundantes pruebas históricas circunstanciales junto con patrones lingüísticos descubiertos por programas diseñados para descubrir plagios de los estudiantes.

 

“Tuve que reconsiderar mi posición por completo”, dijo Bruster. “Los argumentos de Vickers, basados en historia literaria, eran directamente muy fuertes.” A Bruster no lo persuadían tanto los paralelos lingüísticos, a los que califica como meramente “sugestivos”. De modo que se orientó hacia la quizá más literal de las fuentes de autoridad: la propia pluma de Shakespeare.

 

Los académicos se han referido extensamente a las características de la letra manuscrita de Shakespeare –que principalmente sobrevive en tres páginas densamente escritas, conservadas en la British Library y ampliamente atribuidas a él– para comprender las cuestiones poco claras de las primeras versiones impresas de sus piezas. (En la versión de 1604 en formato cuarto de Hamlet , por ejemplo, la madre de Hamlet, Gertrude en inglés, se llama “Gertrad”, probablemente un reflejo, según dijo Rasmussen, de la tendencia de Shakespeare a cerrar sus úes y omitir sus e finales.) En su ensayo, Bruster identifica 24 patrones generales de ortografía –que incluyen tiempos pasados abreviados (como “blest” [consagrado o bendito] en lugar de “blessed”) y consonantes intermedias simplificadas (como “sorow” [pena, dolor, pesar] en vez de “sorrow”)– que aparecen, ambas, en los Pasajes Adicionales, de lo cual no perviven manuscritos que se conozcan, y la muestra de escritura manuscrita shakespeariana de la British Library. También cita nueve “corrupciones” textuales (como “creuie” [grieta, hendidura], en lugar de “creuic”, modernizado luego como “crevice”), que él cree que pueden explicarse como errores de lectura de la letra de Shakespeare.

 

Estas irregularidades, consideradas individualmente, no son necesariamente privativas de Shakespeare. Pero Bruster argumenta que tomadas en conjunto sugieren poderosamente que las matrices para imprenta de los Pasajes Adicionales fueron compuestas a partir de páginas escritas, en el sentido más literal de la palabra, por Shakespeare.

 

“A lo que voy es al ADN de las palabras de Shakespeare mismas, al modo en que les daba forma a esas palabras con su pluma sobre la página”, dijo.

 

El error de interpretación de un tipógrafo, sostiene Bruster, también puede explicar algún tramo tosco e incorrecto gramaticalmente de los Pasajes Adicionales. Durante un parlamento conmovedor, el padre apenado, Hierónimo, medita acerca de la naturaleza del amor de un padre por su hijo.

 

La edición en cuarto de 1602 lo muestra así: “¿Qué más hay en un fijo? Debe alimentárselo,/ Enseñársele para que marche, y hable yo, o aún./ ¿Por qué no podría un hombre amar del mismo modo a un ternero?” Pero Bruster plantea que ese inexplicable “yo, o aún” ( I, or yet en inglés), probablemente sea un error de lectura de “Ier”, abreviatura que indicaría que esa línea la dice Hierónimo, nombre que en la época de Shakespeare se escribía a veces Ierónimo.

 

El pasaje, afirma Bruster, debería leerse así (con ortografía moderna): “¿Qué más hay en un hijo?/ Debe alimentárselo, enseñársele a andar, y a hablar./ Pero, ¿por qué no podría un hombre amar del mismo modo a un ternero?” Bruster se contó en un momento entre los muchos académicos que pensaban que el pasaje de aquella edición en cuarto sencillamente estaba escrito de manera demasiado pobre para ser de Shakespeare. “Pero una vez que uno se da cuenta de que la responsable del error de lectura es la letra de Shakespeare, deja de ser un fragmento malo”, dijo Bruster. “Es un pasaje regio en realidad.” Encontrar algunas líneas de Shakespeare implantadas en obras de teatro de otro autor puede no traer aparejado el estremecimiento de anunciar el descubrimiento de un poema íntegramente de Shakespeare antes desconocido. Pero el ensayo de Bruster refleja interés académico actual en Shakespeare como dramaturgo que a menudo colaboraba con otros, incluso, como ha sostenido controversialmente Vickers, en obras que creemos salidas sólo de su propia pluma. “Shakespeare no era un genio solitario que volaba por encima de los demás”, dijo Vickers. “Era un trabajador de teatro. Si la compañía necesitaba una nueva obra, él se juntaba con alguien más y la hacían.”