“Vi cómo Josef Mengele me succionaba, hablaba conmigo”
De interés general

“Vi cómo Josef Mengele me succionaba, hablaba conmigo” De interés general

 

 

11/10/2013 Fuente elpais. El actor catalán Àlex Brendemühl encarna al ángel de la muerte de Auschwitz, a uno de los grandes monstruos de la historia, en 'El médico alemán'

 

Debe de ser fácil convencer a alguien como Àlex Brendemühl (Barcelona, 1972), el mejor actor menos conocido del cine español, para que encarne a un tipo como Josef Mengele, el ángel de la muerte de Auschwitz, en su periplo suramericano. Son de los que a él le gustan. “De joven pensaba que era muy fácil entrar y salir de los personajes. Con los años me he vuelto más obsesivo... sin quererlo. Y mira que no soy un actor de meterme en investigaciones. Pero ahora los personajes se apoderan de mí, o busco tal vez papeles de una similar presencia y peso interior”. Sí, Mengele estuvo dentro de este intérprete de padre alemán. “El alma de los personajes reales está allí, y te habla. Así que asumes una responsabilidad superior”. Y encima, todo el mundo sabe quién es. “Forma parte del colectivo imaginario. Es el monstruo, uno de los diez grandes malvados de la historia. Y encima el mal es muy poderoso y atractivo. Por eso acaba calando en nosotros. Como intérprete ves que te succiona. Mengele hablaba conmigo”.

 

En El médico alemán, Brendemühl ha decantado su caracterización hasta hablar el alemán con acento del sur “porque Mengele era de allí” y tono argentino. “Me preocupó el día en que Lucía [Puenzo, la directora] me envió el email con la foto del médico y la mía a su lado para convencerme de que tenía que interpretarlo”. Y ríe. “Suerte que en las comedias todo es más ligero, más de juego, y los personajes de ficción a veces cobran presencia y a veces no, porque cuando es real...”. Aún recuerda sus charlas con el asesino de la ballesta para encarnarle en Las dos vidas de Andrés Rabadán. “Desde hace diez años, cuando hice Las horas del día, me han llegado toda suerte de propuestas de personajes desviados del comportamiento normal. De vez cuando por mi salud mental y por la de mi familia, pillo vacaciones”.

 

Brendemühl ha construido su Mengele “como un extranjero que busca contacto humano con sus congéneres”. “Eso le humaniza hasta que se cruza con una familia que como médico le interesa, y mucho. A cada uno de los miembros de esa familia les da lo que quieren. Es la tremenda eficacia del diablo”. El barcelonés se ríe de los elogios a su carrera, y les da la vuelta: “Me considero un privilegiado, aunque no encuentro comedias inteligentes. Tengo suerte, nadie me conoce y puedo ir espiando por el metro. Algunos dicen que soy un tipo que hace cine independiente, con papeles siempre hieráticos, que no sabe interpretar ni modular, con cara de palo. En fin, no todos piensan así, me siguen llegando guiones fascinantes y el público se acerca cada vez más a mi trabajo”.

 

El mal puede ser pulcro, jamás banal

 

 

'El médico alemán' es una inquietante película, repleta de atmósfera turbia, personalidad, mal rollo en su mejor sentido

 

Hace tiempo que se ha puesto de moda en conversaciones presuntamente profundas reflexionar sobre la banalidad del mal, sospecho que influidas por la biografía cinematográfica de Hannah Arendt, filosófica descubridora en el proceso en Israel contra Adolf Eichmann de que un burócrata grisáceo puede ser el protagonista de la mayor perversión. Franco, ese asesino múltiple, de voz patética, pequeñito y rechoncho, que firmaba con tanta frialdad infinitas penas de muerte, mediocre en todo excepto en la crueldad, grotesco en su expresividad y en su discurso, podría acompañar a Eichmann en la galería de seres ínfimos que perpetraron un horror duradero. O Videla o Pol Pot. Pero no tenían la menor relación con la mediocridad insignes protagonistas de la historia de la infamia como Hitler, Mussolini, Stalin o Mao. Y en Todo lo que era sólido, el tenebroso, penetrante, lúcido ensayo de ese escritor tan bueno como honesto ser humano llamado Antonio Muñoz Molina sobre la gente poderosa que provocó la ruina absoluta de los debiles, hay retratos espeluznantes sobre la vulgaridad ostentosa de los amos del universo.

 

El cine ya se había ocupado antes de hacer el retrato del doctor nazi Josef Mengele, esa científica y cualificada bestia que hacía impunes experimentos genéticos con los desvalidos prisioneros de Auschwitz. El director Franklin J. Schaffner cometió la imposible tarea de convencer al noble caballero Gregory Peck, nuestro racional y amado Atticus Finch, que demostrara que era un actor versátil metiéndose en la piel y en el cerebro del abyecto Mengele en la convencional Los niños del Brasil.

 

 EL MÉDICO ALEMÁN

 

Dirección: Lucía Puenzo.

 

Intérpretes: Àlex Brendemühl, Natalia Oreiro, Diego Peretti, Florencia Bado, Elena Roger.

 

Género: drama. Argentina, 2013.

 

Duración: 93 minutos.

 

El médico alemán, dirigida por la argentina Lucía Puenzo, no es convencional. Es una inquietante película, repleta de atmósfera turbia, personalidad, mal rollo en su mejor sentido, que imagina lo que ocurrió durante dos meses clandestinos en la incensante huida de Mengele por Suramérica, refugio privilegiado para tanto monstruo adinerado que escapó de los juicios de Núremberg.

 

Pudo ocurrir que durante dos meses inexplorados en la historia de Mengele que este asesino pulcro y persona con modales se viera perdido en la desolada aunque fascinante Patagonia, que pidiera ayuda para hacer el complicado camino a una familia muy normal, que fijara como campo de futuros experimentos a una preciosa niña cuya estructura ósea asegura que tiene siete años aunque en realidad tenga doce, que la madre de esta vaya a parir gemelos, que al final del camino, en el precioso paisaje de Bariloche le estén esperando respetables colegios de embriones nazis, que con amabilidad y dinero pueda conseguir no solo el temeroso afecto de esa familia, de un mosqueado padre que fabrica muñecas perfectas, de esa niña enamorada de la bestia, de esa embarazada madre que fluctúa entre el miedo y el agradecimiento a ese médico tan profesional que le exige cosas muy raras, sino también que el Mosad, a pesar de su eficacia, no logre jamás enjuciar en Israel a este sofisticado criminal, a este brillante científico que experimentó barbaries sin el menor sentido de culpa, porque quería, porque podía, argumento incontestable de los que poseen la fuerza, el dominio absoluto sobre seres humanos que reciben tratamiento de animales.

 

Àlex Brendemühl, ese actor tan dotado para encarnar con naturalidad la abyección (recuerden Las horas del día), está perfecto en su gelidez, su expresión neutra, la rocosa seguridad en su misión, su desprecio por esa cosa tan etérea llamada humanidad.

 

Hace dos años visité la Patagonia, Península Valdés (las ballenas no me esperaron, Moby Dick se larga en diciembre) y esa turbadora ciudad situada en el fin del mundo que se llama Ushuaia. Recuerdo la fascinación de mi mirada ante paisajes insólitos, más allá de los términos bonito y feo. Y me vuelve a hipnotizar el retrato de esa geografía que hace Lucía Puenzo. En una película tan extraña como atractiva.