Atmósferas surrealistas y alucinaciones en una casa rodante
De interés general

Atmósferas surrealistas y alucinaciones en una casa rodante. De interés general

 

 

11/10/2013 Fuente revistaenie. Cofundadora de la compañía belga Peeping Tom junto a Franck Chartier, la bailarina cordobesa Gabriela Carrizo estrena hoy en el FIBA “32, rue Vandenbranden”. En esta entrevista, habla de la transición entre el teatro y la danza, eje de su trabajo.

 

Un cielo infinito y dos casas rodantes varadas en las montañas abren 32 rue Vandenbranden, una obra que pone en escena personajes extraños y solitarios en un tiempo y espacio de lógica surrealista. Alucinaciones, delirios y fuerzas perturbadoras promueven situaciones extremas que conllevan relaciones igualmente extremas. Es la marca de la compañía belga Peeping Tom, con atmósferas amenazadoras, ligadas al miedo y la soledad, con seres que se desdoblan, se desvanecen y se desintegran tras el derrotero del pensamiento. Sus creaciones compuestas por voces, canciones, ruidos e imágenes híperrealistas cuadran a la perfección en la tradición flamenca, pese a que Gabriela Carrizo es argentina y Franck Chartier francés.

 

Hay algo en Peeping Tom que permite una mirada hacia lo que no se ve, lo que no se dice, lo que está escondido. De allí el nombre, que alude al sastre que se quedó ciego por la desnudez de Lady Godiva. Sucede que tras una larga gira con Alain Platel, el impulso de desarrollar historias íntimas llevó a un grupo de coreógrafos a seguir su propia ruta, justo para el cambio de siglo. Su primera obra, Caravane (1999), explora la intimidad de una pareja en una casa rodante. Luego siguió una trilogía familiar compuesta por Le Jardin (2001), Le Salon (2004) y Le Sous Sol (2007), con la que pusieron punto final a su carrera como intérpretes. Con 32 rue Vandenbranden (2009), la obra que traen al FIBA, se pusieron el rol de directores.

 

Esta es la primera vez que Peeping Tom llega a la Argentina, de la mano de Carrizo y Chartier (la visita anterior de los bailarines fue para FIBA de 2001, como parte de la compañía de Alain Platel). Tras el workshop que impartió el martes pasado, Carrizo habló con Ñ digital de sus inicios y sus creaciones. Tenía 19 años cuando dejó su Córdoba natal en para ver el mundo y, tras una formación que le abrió las puertas hacia las transgresiones de lenguajes de Pina Bausch, dio vueltas por Europa hasta que se instaló en Bélgica, donde encontró su lugar en la compañía de Platel. Allí conoció a Chartier, además de cofundador de la compañía, su actual pareja y padre de su hija.

 

-¿Cómo nace "Caravane", su primer espectáculo?

-Franck tenía una casa rodante y decidimos hacer una obra. No entraba en los teatros así que ensayábamos en los parques, en los estacionamientos de los teatros, todo de una forma autogestiva. Fue realmente un gran comienzo. Empezamos a mostrar en los lugares que ya conocíamos gracias a Platel. Luego arrancamos a girar y anduvo bien, hasta nos programó el Centro Pompidou en el estacionamiento. Fuimos armando nuestra manera de crear, probando y viendo qué era lo que nos funcionaba.

 

-¿De qué se trató el Workshops? ¿Hay un método que caracteriza a Peeping Tom?

-En el workshop propuse ejercicios corporales para abrir puertas y poner al cuerpo dispuesto a todo, para encontrar ese espacio en el que puede pasar hacia el movimiento o hacia una situación teatral. Esa transición entre el teatro y la danza me interesa mucho. Luego se puede llevar el virtuosismo hacia un extremo u otro, pero es esa transición la que trata de buscar nuestro trabajo. Ese punto que existe también entre la ficción y lo real.

 

-¿Crees que cada vez más las artes escénicas vuelven a ese concepto wagneriano de obra total?

-Hay una especie de globalización. Hoy creo que se da no poner nombres a lo que es o no teatro. A mí me gusta llamarlo teatro, más que danza. La danza es mi mundo, pero el teatro engloba mucho más como forma de expresión: la danza, la voz, la escenografía. ¿Qué es la danza-teatro? Todavía hay muchas preguntas sobre qué es cada cosa. Lo importante es lo que el hombre trata de comunicar, no importa la manera.

 

-A diferencia de la trilogía familiar, en 32 rue… se van del interior al exterior. ¿Tiene que ver con un cambio en su carrera en el pasaje de ser intérpretes a ser directores?

-Puede ser. Tras la trilogía familiar, con esta obra queríamos salir afuera de la casa, llevar a los bailarines a un contexto de microsociedad. Por eso los encerramos en un gran cielo y se los ve en esa soledad. Están en la búsqueda de algo que no encuentran, se topan con sus propios miedos, deseos y angustias, y no logran lo que quieren. Son temas que están muy ligados a lo humano: las relaciones entre hombre y mujer, entre generaciones, entre culturas. El miedo es un gran motor de creación muchas veces, porque es indagar en terrenos desconocidos.

 

-¿Este cambio tuvo algo que ver también con el nacimiento de tu hija?

-Definitivamente. Bailé hasta los 5 meses de embarazo, pero es un trabajo físico muy fuerte y ya 40 años se sienten. Además del cansancio de estar todo el tiempo de gira con una niña que empezaba la escuela primaria. Me gusta dirigir, observar. Estar afuera nos permite un trabajo muy fino de los detalles, de la puesta en escena.

 

-En “Le Salon” también actuó su hija. ¿Cómo interfiere la realidad en sus puestas?

-Uma, mi hija, se crió en el estudio. Cuando empezó a participar en Le Salon tenía un año y lo hizo hasta los 5. Había una realidad muy cercana: yo era una madre y Franck un padre con una niña. Luego había una ficción, pero eso nos permitía estar con nuestra niña en el escenario sin pretender ser sólo bailarines. Éramos sus padres y, si ella lloraba, teníamos un plan B y yo podía reaccionar como madre. Nos interesa la persona: el bailarín, el actor. Primero está la persona a la que le pasan cosas y luego el personaje con el que te podés identificar. Es un trabajo de búsqueda muy personal. Cada uno tiene un lenguaje de búsqueda que es único. En la casa rodante habíamos probado ponernos nombres, pero no nos encajaba. Por eso, una característica de nuestros trabajos es que cada uno usa su verdadero nombre. Hay un borde entre realidad y ficción que hace una fricción.

 

-¿Las historias parten de los intérpretes?

-Las historias reales nos interesan mucho. Arrancamos a crear por el universo –por eso la escenografía es tan importante–, y la historia, los personajes y la dramaturgia surgen a medida que el proceso avanza, porque sí, el material viene de los intérpretes.

 

-Ahora están por crear una segunda trilogía. ¿Qué posibilidades les abre este modo de producción?

-Nos gustan las cosas que continúan. Hay muchas ideas que surgen en una creación y, luego pasa el tiempo y nos damos cuenta de que vuelven. De todos modos, cada obra tiene su autonomía.

 

-¿Cómo funciona el trabajo en pareja?

-Tiene algo muy lindo poder compartir en familia. Somos muy complementarios en las energías que tenemos y las maneras de encarar ciertas cosas. Pero al mismo tiempo es difícil compartir tanto, por eso también hacemos proyectos separados, en los que cada uno puede desarrollarse de otra manera.

 

-¿Cómo te resultó, como argentina, esa tradición visual tan fuerte que está presente en Bélgica?

-En Bélgica lo que me fascinó fue esa mezcla en el movimiento, lo teatral, lo visual; ese no prejuicio a las cosas, esa libertad. Incluso su sociedad es muy multicultural. Urbanísticamente es muy fea, tiene mezclas, incongruencias. Y me encontré en eso también. No podría haberme instalado en una ciudad suiza, por ejemplo, porque en este país también está todo ese surrealismo. Creo que me hacía falta volverme a encontrar en un clima así.