Estructura social y económica durante el alto Imperio Romano
Bienes arqueológicos, paleontológicos

Estructura social y económica durante el alto Imperio Romano

 

 

04/11/2013 Fuente historiayarqueologia. Las diferencias sociales en Roma no se derivaban sólo de las condiciones económicas, sino del diverso estatuto jurídico que tenía cada persona, y de otros factores. El análisis de esa realidad es suficientemente complejo como para que los historiadores modernos no se pongan de acuerdo en el momento de caracterizar a esa sociedad. En estos últimos años, se han enriquecido considerablemente los análisis de esa sociedad con posiciones que aportan explicaciones desde una perspectiva marcada por la antropología cultural y por el marxismo.

 

Hace algunos años, un sector de la historiografía francesa (Veyne y Georges son dos ejemplos) viene contribuyendo a eliminar la gran carga de referencias jurídicas que late en muchas explicaciones tradicionales sobre la sociedad romana imperial para incidir más en el gran papel desempeñado por las relaciones interpersonales, a veces formuladas como relaciones de clientela, y por el peso de factores psicológicos como el deseo de prestigio o la aspiración al poder. Estas breves referencias pueden servir de indicador de la complejidad de los problemas.

 

El disponer o no del derecho de ciudadanía romana era una primera línea divisoria en la sociedad. No sólo los esclavos y muchos libertos no eran ciudadanos romanos, sino tampoco un número considerable de hombres libres, generalmente pertenecientes a las comunidades sometidas por Roma. El derecho de ciudadanía romana era un privilegio que también tenía sus contrapartidas: obligaciones militares, adscripción a la defensa de un modelo de vida y creencias. Las vías principales de acceso a la ciudadanía eran: el nacimiento, el haber servido en las tropas auxiliares, en virtud de una de las formas solemnes de manumisión de esclavos, o bien por libre decisión del poder imperial.

 

De ahí las contradicciones reales del sistema que permitía a un particular con derecho de ciudadanía romana conceder la ciudadanía a un esclavo si lo manumitía solemnemente y dificultaba el acceso a la misma de muchos provinciales libres. La recomendación de amigos, patronos o protectores conseguía del emperador concesiones de ciudadanía para ciudades enteras o particulares. La correspondencia de Plinio el Joven con Trajano ofrece elocuentes ejemplos de estas vías de promoción social; nos aporta incluso un testimonio excepcional, de cómo la población de Egipto con categoría de dediticios no accedía a la ciudadanía romana si antes no había recibido la ciudadanía de Alejandría, aun cuando el emperador, Trajano en este caso, intercediera en su favor (Cartas, X, 5-6).

 

Si para comienzos del Imperio y para Italia se calcula que sólo una cuarta parte de la población era ciudadana, esta situación se modificó rápidamente en favor de una difusión de la ciudadanía; pero aún siguió quedando un gran porcentaje de población no ciudadana constituida por un sector de los libertos y,por supuesto, por grandes cantidades de esclavos. En las provincias, en cambio, el proceso de acceso a la ciudadanía fue mucho más lento. Aún quedaban muchos libres peregrinos cuando al comienzos del siglo III d.C., el emperador Caracalla concedió la ciudadanía a toda la población del Imperio, excepto a los dediticios.

 

No contamos con informaciones precisas de carácter censual para conocer con exactitud la evolución demográfica de la población y el reparto de la misma según su estatuto social. Los silencios de los documentos son hoy mayores que las informaciones. Por ello, todos los cálculos siguen siendo aproximados y sometidos a un gran margen de error. Incluso la cifra de 50 millones de población en el ámbito del Imperio sólo es aproximada. Por lo mismo, nos vemos obligados a hacer apreciaciones cualitativas sobre la evolución y el reparto de esa población según sus estatutos jurídicos.

 

  1. [ Carta de Plinio al emperador Trajano]

 

     Señor, al sufrir el año pasado una grave enfermedad que amenazaba mi vida, consulté a un médico cuya solicitud y atenciones sólo puedo agradecer con el apoyo de tu benevolencia. Por ello, te ruego que le concedas la ciudadanía romana. Pues tiene derecho peregrino al haber sido manumitido por un peregrino. Se llama Harpócrates y tuvo como patrona a Termutis, hija de Teón, la que murió hace tiempo.

 

     Te pido igualmente que concedas el derecho de los Quirites a los libertos de Antonia Maximila, mujer distinguida, a Hedia y Antonia Harneridis. Te lo pido porque su patrona lo pide. (Cartas, X, 5.)

 

 2. [Carta de Plinio a Trajano]

 

     Señor, te agradezco que, sin retraso, hayas concedido el derecho de Quirites a las libertas de una mujer amiga mía, así como la ciudadanía romana a Harpócrates, mi médico.

 

     Pero, como, conforme habías ordenado, yo informara de su edad y de sus bienes, algunos expertos me advirtieron que yo debía pedir primero la ciudadanía alejandrina para él y después la romana, ya que se trata de un egipcio. Pues, como yo creía que no había diferencia entre los egipcios y los demás peregrinos, me quedé contento con decirte por escrito sólo que él había sido manumitido por una peregrina y que su patrona hacía tiempo que murió. No me quejo de mi ignorancia pues, gracias a ella, te estoy agradecido varias veces por lo hecho en favor de la misma persona.

 

     Así que te ruego que, para poder disfrutar de tu favor con los requisitos legales, le concedas la ciudadanía alejandrina y la romana. Para que no se retrase de nuevo tu benevolencia envié los datos sobre su edad y sur recursos a tus libertos, a quienes me mandaste. (Cartas, X, 6.)

 

  3. [Carta de Trajano a Plinio]

 

     Me he propuesto no conceder la ciudadanía alejandrina de modo ligero siguiendo lo establecido por los emperadores. Pero como habías conseguido la ciudadanía romana para Harpócrates, tu médico, no puedo negarle lo que ahora me pides. Debes hacerme saber de qué nomo es, para enviarte una carta dirigida a Pompeyo Planta, prefecto de Egipto y amigo mío. (Cartas, X, 7)

 

No todos los ciudadanos romanos disfrutaban de los mismos derechos. El acceso a las magistraturas, al funcionariado imperial y al ejército, estaba condicionado por el rango en que se encontrara cada ciudadano. Así, por ejemplo, un senatorial podía ser encargado de mandar una legión aunque sus conocimientos militares no fueran muy grandes, mientras que un ciudadano pobre no podía incluirse en una legión más que como simple soldado. A cada rango, correspondía unas posibilidades y, a su vez, unas obligaciones; los símbolos del rango (vestidos, lugar de participación en los actos públicos...) estaban siempre presentes. Así, por ejemplo, el derecho a llevar anillo de oro, exclusivo en principio de los senadores, se amplió a los caballeros e incluso, más tarde, a los decuriones, pero sólo la concesión de un favor especial daba este derecho a algunos libertos. Más aún, la comisión de un mismo delito conllevaba una penalización distinta y acorde con el rengo social: más suave para miembros de los órdenes que para simples ciudadanos.

 

Otra línea divisoria se situaba entre los libres, ciudadanos romanos o no, y los no libres, los esclavos. Estos estaban privados de todos los derechos inherentes a la persona: el derecho de propiedad, el derecho de formar una familia y el derecho a decidir por cuenta propia. En la práctica, había muchos subterfugios por medio de los cuales se concedía a algunos esclavos derechos equiparables a los de una persona. Así, al esclavo se le reconocía la capacidad de tener peculio, formado generalmente por pequeños ahorros con los que el esclavo podía, entre otros fines, pagar al dueño el rescate de su libertad, naturalmente siempre que éste desease manumitirle. Cuando un propietario le interesó comprometer al esclavo en la producción, se sirvió a veces de esa práctica del peculio: por ejemplo, los esclavos pastores del sur de Italia recibían cabezas de ganado como peculio con el fin de que vigilaran bien el conjunto del rebaño.

 

Desde Adriano, se limitó el poder absoluto del dueño sobre los esclavos, que incluía el poder disponer de su vida, y se reconocía los concubinatos de los esclavos como si fueran un matrimonio legal. Por una tercera vía, muchos esclavos ejercían su libertad individual cuando actuaban como representantes del dueño en gestiones administrativas de sus bienes e incluso como firmantes de contratos; a veces, estos esclavos estaban responsabilizados de gestionar grandes fortunas en lugares muy alejados de la residencia del dueño. Eran muy variadas las situaciones laborales en las que se encontraban los esclavos (servicio doméstico, minas, agricultura, comercio...), lo que dificultó la creación de un sentimiento de solidaridad entre ellos. Incluso encontramos a esclavos públicos de las ciudades como guardianes de prisiones (Plinio Cartas, X, 19-20)

 

La reproducción natural y la guerra siguieron siendo las fuentes más importantes de abastecimiento de esclavos. Los libres condenados a trabajos mineros, la cría de niños abandonados y la venta de niños o la autoventa, ambas formas prohibidas, suplían muy marginalmente las necesidades de esclavos. El fin del expansionismo romano en el siglo II d.C. fue un importante factor para comenzar a poner en crisis el sistema esclavista. A ello contribuyeron otros elementos como los cambios de las condiciones de producción; también tuvo su incidencia la ideología imperial cada vez más penetrada por el estoicismo y el neoplatonismo. El siglo III d.C. marca la crisis definitiva del sistema esclavista, aunque siguió habiendo algunos esclavos durante el Bajo Imperio.

 

Respecto a la familia, el régimen de patriarcado era casi el exclusivo, tanto entre los diversos tipos de familias de las poblaciones sometidas, como entre los romanos. Sólo se han creído ver algunos restos de matriarcado o de matrilinealismo en comunidades aisladas del tipo de las de Cantabria.

 

Hoy está sometida a una profunda revisión la tesis de que, en algunas regiones del Imperio como el Norte hispano, las familias indígenas tenían una organización superior en gentilidades para cuya formación las relaciones de parentesco y la consanguinidad habrían desempeñado una función de primer orden. La crisis de esas ideas está incluyendo la puesta en tela de juicio de otras como las de la propiedad comunitaria. En todo caso, no hay duda de que los modelos de familia de muchas comunidades celtas, germanas y orientales eran distintas al romano y que pervivieron con escasos cambios después del sometimiento a Roma.

 

Jurídicamente, eran básicamente iguales las familias romanas: la autoridad residía en el pater familiais, y ello incluía el reconocimiento o no de los hijos, así como la capacidad de adoptar hijos ajenos.

 

El hijo recibía el nombre del padre. La mujer, tradicionalmente sometida a la tutela del marido, comenzó a encontrar cauces de mayor independencia. La familia era una unidad económica pero también ideológica: cada familia era  una comunidad natural de culto (a los Lares o a otros dioses venerados en el ámbito doméstico) de la que el padre de familia era su sacerdote aunque nunca llevó esa título.

 

Durante el imperio se dieron importantes pasos para reconocer derechos a la mujer. La tutela sobre la mujer dejó de ser perpetua y, en determinadas condiciones, quedaba liberada de ella: así la mujer nacida libre que tuviera tres hijos o la liberta que hubiera tenido cuatro, adquirían plena capacidad sobre el uso de sus bienes y podían recibir herencias o legados (ius liberorum).

 

En cuanto a las asociaciones populares, este fenómeno en Roma tiene sus comienzos en la época de los Reyes. A fines de la República, las asociaciones habían sido utilizadas, a veces, para crear organizaciones destinadas a la actividad política; éstas fueron prohibidas en el 56 a.C. y de nuevo el 55 a.C. Al amparo de la paz de Augusto, habían ido surgiendo muchas nuevas asociaciones que, según Suetonio (Augusto, XXXII), presentaban toda clase de malos fines; Augusto las prohibió respetando sólo las antiguas y las legalmente constituidas. Esta medida no iba destinada a luchar contra las asociaciones, como a veces se ha creído, sino a conseguir que éstas se organizaran con los requisitos legales precisos. De hecho, el fenómeno asociativo tuvo una gran importancia en todo el ámbito del Imperio.

 

El nombre latino más frecuente para designar a una asociación era el de collegium. pero recibieron otros muchos nombres, sodalicium, corpus, contubernium, sodalitas... Según la finalidad primordial de las mismas han sido clasificadas en  asociaciones: religiosas, profesionales, de esparcimiento o diversión, funeraticias, de jóvenes, militares... Al parecer la intervención de Augusto puso fin a las asociaciones políticas que son desconocidas en el Imperio. Las asociaciones de jóvenes, collegia iuvenum, a las que pertenecían hijos de buenas familias, cumplían funciones paramilitares además de las deportivas. Las de militares, permitidas sólo desde los Severos, tenían por finalidad el crear cajas de provisión con vistas al licenciamiento. Las más extendidas fueron las religiosas, las funeraticias, las de profesionales y las de esparcimiento. Los pertenecientes a las mismas procedían de las bajas capas sociales, incluidos los esclavos.

 

Toda asociación debía contar con una sede, schola. Se mantenía con las cuotas de los socios y con las ayudas que pudieran recaudar de sus patronos. Tenían una divinidad protectora. La actividad y las obligaciones de sus socios estaban reguladas por unos estatutos, una lex collegii.

 

Las asociaciones se difundieron sobre todo en los medios más romanizados, ciudades privilegiadas. La atención a los servicios urbanos podía realizarse con esclavos públicos, o bien con el apoyo de asociaciones profesionales; éstas son mencionadas en algunos textos como tria collegia principalia y estaban formadas por artesanos, fabri, bomberos, centonarii, y especialistas en la comercialización y artesanía de la madera, dendrophori. Pero había además otras múltiples formas de asociación: de zapateros, de pescadores, de fabricantes de mechas para lucernas, etcétera.

 

Los miembros de las asociaciones funeraticias eran personas económicamente necesitadas. La asociación se encargaba de ofrecer unas honras fúnebres dignas a sus miembros. Tal función podía igualmente ser cubierta por muchas asociaciones religiosas. Estas podían tener divinidades romanas como protectoras; así los devotos de los dioses Lares. Pero, con frecuencia, los creyentes en divinidades orientales se sirvieron de una asociación para organizarse y difundir sus creencias. Las sinagogas judías eran equivalentes a las sedes obligadas para cada asociación. Los creyentes de Mithra, de Cibeles... y los mismos cristianos se organizaron en asociaciones. El propio Tertuliano llamará corpus a las asociaciones cristianas.

 

Con tal variedad de asociaciones, se entiende que la organización interna de las mismas era diferente. Al frente de la asociación había un/os  magiter/tri. Debían tener igualmente tesoreros y escribas. En asociaciones muy numerosas y complejas se podían nombrar otros cargos cuyos nombres se tomaban de la administración civil como sacerdos, aedilis, etcétera. Y esa terminología cambiaba en asociaciones religiosas; así los devotos de Mithra llamaban Pater o Pater Patrum a su presidente y Leo a un grado sacerdotal intermedio.

 

La sociedad romana altoimperial no estaba sólo marcada por los estatutos jurídicos de las personas, sino que seguía conservando formas de relaciones que habían cumplido importantes funciones durante la República. Todos los historiadores modernos coinciden en afirmar que los vínculos entre un patrono y su cliente se debilitaron a fines de la República y que sólo quedó la condena moral y la pérdida de prestigio para cualquier patrono o cliente que faltara a sus compromisos. De ello dan claro testimonio autores como el hispano Marcial o el poeta Juvenal. Pero la debilidad del vínculo se suplió con la práctica de tener un mayor número de patronos.

 

El entramado de relaciones de patronato era muy amplio y diversificado. Los esclavos cuando eran manumitidos seguían obligados con su antiguo dueño, ahora patrono. Todo liberto quedaba ligado a su patrono con el compromiso del respeto, devoción y ayuda a su antiguo dueño; este vínculo de dependencia, que sólo quedaba disuelto con la muerte del patrono o por una exención expresa del mismo, contaba con un refrendo jurídico (el obsequium y beneficium). En virtud del mismo, el patrono podía conseguir revocar el acto de manumisión si el liberto infringía gravemente sus deberes. Por otra parte, el antiguo esclavo podía verse obligado al cumplimiento de cláusulas particulares introducidas en el momento de su manumisión; tales cláusulas podían ser del tenor de éstas: que el liberto no ejerciera la misma profesión que el patrono o que no la ejerciera en su misma ciudad, que el liberto cuidara de por vida la tumba familiar del patrono, que el liberto se responsabilizara de la educación del hijo del patrono, etcétera. De ahí que, al margen del estatuto jurídico que alcanzara el liberto (ciudadano, latino, peregrino) el patrono condicionaba el ejercicio de sus derechos políticos.

 

Si el patronato sobre ciudades era ejercicio predominantemente por miembros del orden senatorial o ecuestre, miembros miembros de las oligarquías urbanas solían ejercer el patronato sobre asociaciones populares que tenían su sede en la ciudad o en el territorio de la misma.

 

Así, el patronato sobre particulares o sobre colectividades junto con comportamientos de patronato no formulado así como actos de liberalidad, establecerían un conjunto de relaciones interpersonales que cruzaban el rígido esquema de la división jurídica por estatutos y que tenían implicaciones en todos los ámbitos de la vida.

 

Los diversos estatutos jurídicos personales no eran más que la materialización de una ideología destinada a justificar el control de los grandes centros de producción por un sector minoritario de la sociedad. Se pertenecía o no a un orden (senatorial, ecuestre o decurional) porque los antepasados formaban parte del mismo o por haber accedido desde posiciones inferiores en virtud de haber mejorado en las condiciones económicas, pero también por haber asumido unas formas ideológicas. Entre ellas estaba la valoración social del trabajo. Ya a fines de la República era común la idea griega de la oposición entre trabajo de hombres libres y trabajo de esclavos.

 

Los primitivos comportamientos de los ciudadanos romanos, campesinos y a la vez soldados, terminaron quedando para las bajas capas de los hombres libres. El trabajo en la agricultura no había perdido así su primitiva dignidad. Pero los miembros de los órdenes quedaban destinados para ejercer funciones directivas: los del orden senatorial y muchos del ecuestre se comprometieron decididamente con el desempeño de tareas en la administración central (jurídicas, militares, financieras y de gobierno) mientras que los del orden decurional hacían lo mismo en el ámbito de la administración local. Naturalmente, no abandonaban la responsabilidad de la supervisión de sus haciendas que eran gestionadas con la colaboración de sus libertos o esclavos de confianza.

 

Pero el resto de las actividades económicas, tanto los trabajos mineros como los artesanales o los propios de comerciantes gozaban de una mala consideración social en la ideología dominante el Imperio.

 

Una de las mayores condenas consistía en los trabajos forzados en minas o en canteras. Y Cicerón (De off., I, 42, 150) es representativo de esa ideología cuando califica los trabajos artesanales de sórdidos y por lo mismo trabajos de esclavos.

 

Aún así el interés crematístico hacía saltar muchas barreras ideológicas. Si la propiedad sobre la tierra, además de ser más segura, era considerada más digna, incluso miembros de los más altos rangos sociales participaban en sociedades financieras que contrataban con el Estado o actuaban en empresas artesanales o comerciales. El relativo abandono del sector de servicios por parte de los ciudadanos abrió un amplio camino para que muchos libertos emprendedores se enriquecieran cubriendo ese vacío. Es así significativo el comprobar que los augustales, libertos ricos, tenían mayor peso en las ciudades portuarias o en aquellas que fueron importantes centros de comercio regional o comarcal. Así, por ejemplo, la gran sede de los augustales de Sarmizegetusa, aedes Augustalium, es considerada como el mayor edificio público conocido hasta el presente en la provincia de Dacia y el más importante en su género de todo el Imperio. Y en una portuaria de menor importancia como Herculano, sobresale también la sede de los augustales.

 

Otro de los importantes factores económicos y sociales fueron los distritos mineros. Los últimos estudios sobre técnicas de trabajo en piedra, sistemas de construcción, horas de trabajo y costos del mismo que tanto contribuyó a una mejor comprensión de la arquitectura griega, ante todo la de Atenas del período clásico, no ha tenido muchos seguidores para realizar investigaciones semejantes sobre la imponente labor arquitectónica de los romanos. Se ha prestado especial atención a los textos de las lápidas y en parte tambien a la técnica de sur relieves, pero, sólo últimamente, se están realizando algunos estudios sobre las canteras, y sobre el comercio de los mármoles.

 

 Admiramos los acueductos, las calzadas, murallas o edificios públicos romanos, pero de muy pocos sabemos las horas de trabajo que costó construirlos. Los arqueólogos que hemos tenido la suerte de excavar una ciudad antigua solemos conocer dónde están situadas  las canteras de donde se extraía la piedra, pero sólo excepcionalmente se ha prestado atención al estudio de las mismas. Y en las proximidades de las muchas centenas de ciudades que alcanzaron un elevado grado de desarrollo urbanístico durante el Imperio, había equipos especializados  de canteros que nos son casi totalmente desconocidos. Sólo cuando estas tareas eran altamente rentables aflora alguna referencia a las mismas en los textos antiguos: el alabastro de Siria (Plin, nat., 36, 31), los mármoles minorasiáticos, griegos, africanos o hispanos...  Y sin duda hubo ciudades que deben su esplendor a la riqueza de sus canteras como la hispana Segóbriga (ca. Saelices), de cuyos entornos se obtenía la piedra especular utilizada para cubrir vanos a modo del vidrio moderno, según nos cuenta Plinio el Viejo.

 

Mayor atención se ha prestado al estudio de la minería de los metales y de modo especial a la de los metales preciosos que servían de materia prima par la fabricación de monedas (oro, plata, cobre y estaño). Las minas de hierro, que se obtenía con más facilidad y en un número mayor de yacimientos dispersos por Italia y por todas las provincias, han sido pero estudiadas que las de los metales preciosos. Aquí, también, el historiador moderno ha sufrido el reflejo de los intereses de los autores antiguos más tendentes a reseñar lo más excepcional o llamativo. Así las leyes del distrito de Vipasca (Aljustrel, Portugal), las noticias más elocuentes de los autores antiguos, entre los que sobresale Plinio el Viejo, y la información de la epigrafía proceden o se refieran a grandes distritos mineros.

 

Estamos, pues, en mejores condiciones de información para tratar aspectos cualitativos de la minería que para hablar de los porcentajes de mano de obra que trabajó en cada centro minero en las diversas épocas del Imperio.

 

Fue proverbial en el mundo antiguo la riqueza minera de la península Ibérica. Estrabón (III, 2,8), recogiendo una opinión muy extendida, decía a comienzos del Imperio que la Bética superaba a las demás provincias por sus abundantes yacimientos en oro, plata, cobre y hierro. Los autores antiguos hablan también de explotaciones de oro en diversos lugares del norte y noroeste, de plata y plomo en Cartagena, cerca de Linares (Jaén) y en diversos lugares de Sierra Morena; de hierro entre los cántabros, etcétera.

 

Esas noticias, no sólo han encontrado confirmación, sino que diversas exploraciones arqueológicas están demostrando que hubo muchos más distritos mineros que los mencionados por los autores antiguos. Ello puede comprobarse viendo, por ejemplo, el mapa de Alarcâo sobre distribución de minas romanas en Portugal, y la síntesis de Blázquez sobre economía antigua de la Península y otros estudios. Los 18 años de investigación sobre las minas del noroeste , dedicados por Domergue, han aclarado muchas incógnitas sobre las técnicas de explotación y el rendimiento de la minería de oro. La mención de otras aportaciones confirmaría que los autores antiguos no exageraban al referirse a la riqueza minera de Hispania.

 

Las otras provincias occidentales eran más pobres en recursos mineros. En Britania se explotaron minas de oro y de cobre en Gales y de estaño en Cornwell, pero las más importantes fueron las minas de plata con varios yacimientos situados a la altura de York.Los distritos mineros de plata de Hispania ( Cartagena y Linares) entraron en crisis a mediados del siglo I d.C. y ese fenómeno se ha puesto en relación con las conquista de Britania por Claudio y la intensificación de las explotaciones mineras de plata en la isla. Las Galias y las provincias renanas , así como las situadas al sur del Danubio, contaban con grandes yacimientos de hierro y con otros secundarios de cobre y plata. En cambio, la conquista de Dacia por Trajano  produjo grandes repercusiones en la minaría romana. Allí sobresalían las minas de oro. De Alburnus Maior, el núcleo central  de las administración de estas minas, nos ha llegado una copiosa documentación. incluidas tablillas, que nos permite conocer muchos aspectos sobre su gestión.

 

La ricas canteras de mármol griego continuaban estando en plena actividad, pero sus antiguas minas de metales (plata de Laurión y Braurión, plata y oro de península Calcídia) habían bajado su productividad o habían sido abandonadas. A excepción de las canteras de mármol, el resto de la explotación minera fue muy baja en el norte de África, salvo Egipto. Aquí se había reducido la explotación de cobre, pero se intensificó la extracción de mármol y de pórfido; la producción de vidrio alejandrino siguió inundando los mercados del Mediterráneo.

 

En Asia se mantuvieron abiertos durante el Alto Imperio diversos distritos mineros, algunos de gran actividad. En Lidia había minas de oro y la plata se obtenía de las Puertas Cilicias, Lámpsaco y otros lugares. De Asia Menor y de Siria eran famosas sus minas de piedras preciosas (amatistas, turquesas...). Y explotaciones de hierro y de cobre se documentan en muchas localidades (Troya, Magnesia, el Ponto, la isla de Chipre...).

 

Explotaciones mineras de sal, de cinabrio, de piedras preciosas y de otros productos secundarios se documentan en muchas otras provincias del Imperio.

 

El Estado era el propietario de todas las minas. Ahora bien, sólo mantuvo una gestión directa sobre las minas de metales preciosos y sobre aquellas otras que ofrecían una gran rentabilidad; las restantes se dejaban bajo la responsabilidad de las ciudades, o bien se alquilaba a compañías.

 

El control directo del Estado sobre algunos distritos mineros no indica que se creara un complejo aparto administrativo y gestor de los mismos. Nombraba a un administrador, procurator, quien ejercía su autoridad sobre un reducido número de funcionarios subalternos (subprocuratores, tabularii, commentarienses...) y sobre un cuerpo de tropas militares. En el ámbito de ese distrito, parte de los trabajos mineros podían ser ejercidos por esclavos y condenados, posiblemente también algunos bajo forma de prestaciones personales por hombres libres de comunidades vecinas, pero el grueso de la explotación se alquilaba por períodos de cinco años (locatio conductio) a particulares. Estos eran tanto personas físicas como sociedades. Se nos han conservado varios lingotes de metal que llevan grabados los nombres de estos arrendatarios: así, S (ocietas) Novaec (...?) que explotaban un pozo minero en Clausentum (Britania) o la S (ocietas) (Casturolensis) que actuaba cerca de Linares (Jaén).

 

Por las tablas de bronce halladas en Aljustrel (Alemtejo, Portugal), sabemos que el administrador de un distrito minero, procurator augusti, con frecuencia un liberto imperial, tenía la responsabilidad de vigilar el buen mantenimiento de las instalaciones, impedir la huida de esclavos, aplicar las penalizaciones correspondientes a cualquier infracción y cobrar los impuestos indirectos por el uso de servicios públicos (barbería, zapatería, ferretería, baños...cuya explotación se ejercía en régimen de monopolio); era, a todos los efectos, la autoridad imperial en el distrito minero.

 

Tanto las leyes mineras de Vipasca (Aljustrel), como las tablillas de Alburnus Maior (Dacia), así como otros documentos epigráficos y noticias menores de los autores antiguos permiten confirmar que el estatuto jurídico personal del minero no era uniforme: junto a la mano de obra esclava había trabajadores libres asalariados.

 

Todas las técnicas de explotación conocidas en la antigüedad fueron aplicadas durante el Imperio adaptándolas a las condiciones particulares de cada distrito minero: explotación a cielo abierto, por pozos y galerías, derrumbando montañas y cribando arenas de ríos o de derrumbes. Pero, en cualquiera de a las modalidades, la fuerza de trabajo humana y animal era la única posible. A su vez, todos los conocimientos de la ingeniería romana se pusieron al servicio de la minería. Ya era antiguo el uso de poleas y norias. Se extendió el empleo del tornillo de Arquímedes. Y las minas de oro de las Médulas (León) son un buen testimonio de la utilización de la fuerza hidráulica con sus canales que llevan el agua desde 20-30 kilómetros de distancia salvando hábilmente montañas y vaguadas.

 

Las actividades de criba y purificación del mineral se realizaban en el mismo distrito minero. De allí salía el metal fundido en lingotes preparado para su distribución.

 

Si de la minería del hierro, que nunca estuvo en crisis, dependía toda la fabricación de armas, de instrumental agrario y doméstico, la circulación monetaria estaba vinculada a la producción de oro, plata, cobre y estaño. Alguna dificultad en la obtención de cobre debió haber a mediados del siglo I d.C., cuando, al menos en Hispania, encontramos ases de bronce partidos ante la escasez de monedas fragmentaria. en varios momentos se advierte escasez de plata; sin duda, el momento mejor documentado se sitúa a fines del siglo II y principios del III d.C., cuando el poder central se ve obligado a emitir denarios con grandes cantidades de plomo y estaño y escasas de plata, los antoninianos, a veces sólo recubiertos de un baño de plata.

 

En todo caso, la necesidad de abastecimiento al personal de las minas generó un auge en las explotaciones agropecuarias de los entornos. El efecto fue semejante al producido por el asentamiento de las legiones. Una prueba de ello viene dada en la pronta circulación monetaria, incluso de moneda de plata, testimoniada en las más pequeñas aldeas próximas a los distritos mineros en épocas en las que el uso de la moneda para los intercambios no estaba generalizado en muchas ciudades.

 

Tratando otros aspectos, la agricultura romana fue siempre la actividad económica más importante tanto por la cantidad de mano de obra que empleaba como por el volumen de sus rendimientos. Salvo unas pocas excepciones (Roma, Antioquía, Alejandría...) que contaban también con un considerable sector artesanal, el resto de las ciudades del Imperio eran centros de explotación agropecuaria dotados de un sector artesanal reducido y subsidiario así como de un comercio, cuyos agentes no eran con frecuencia otros que los propios campesinos.

 

Ahora bien, si ese cuadro general es válido para largos períodos de la historia antigua de Roma, la época altoimperial presentaba rasgos específicos. En el siglo I del Imperio, tratadistas de agricultura como el gaditano Columela y Plinio tenían que salir en defensa de las posibilidades agrarias de Italia contra muchas opiniones que sostenían que la tierra estaba agotada. El de Gades (Cádiz),achacaba tales males a la impericia de unos y al desinterés de otros, que habían dejado el trabajo agrícola para los esclavos menos eficientes (Colum., De re Rust. Praef. 1-6).

 

Abundantes estudios recientes han demostrado que debe ser reducida a sus justos límites la afirmación de Plinio de que los latifundios perdieron a Italia. Pues salvo regiones situadas al norte del Po, Etruria y el sur de la península, el régimen de latifundio (tal como se entiende hoy en español) no era el dominante. Predominaban las pequeñas y medianas propiedades. Otro problema distinto lo constituían los grandes propietarios: miembros de orden senatorial y del ecuestre que poseían varias fincas de extensión media en Italia y en las provincias dando así un importante sector de absentistas. Los modelos de fincas rústicas, villa, contemplados por los tratadistas de agricultura pueden servir para entender la organización de este tipo de explotaciones.

 

La obra de Columela que refleja la organización de estas medianas propiedades agrarias permite entender que se habían introducido algunos cambios en relación con los modelos agrarios contemplados por Catón (mediados del siglo II a.C.) y por Varrón (fines de la República). La mayor extensión de la villa, campo dedicado a cereales, otras partes destinadas al cultivo de la vid y el olivo si el clima lo permitía, área destinada a pastizales y una parte de bosque. Frente al modelo de Catón para quien los trabajadores de una villa rústica, incluido el capataz, villicus, eran predominantemente esclavos, Columela considera más rentable una explotación que cuente, además de esclavos, con hombres libres que arrienden una parte de la tierra en régimen de colonato y con temporeros. Así, Columela está reflejando, en el siglo I d.C., una tendencia que se irá consolidando más en los dos siglos siguientes del Imperio.

 

Durante el Alto Imperio, se produjo una equiparación de las provincias a las condiciones agrarias de Italia. Egipto era una excepción: allí, las grandes masas de campesinos asentados en aldeas a lo largo del Nilo siguieron soportando unas condiciones análogas a las de sus antepasados de las épocas helenísticas y faraónica. Incluso se estatuto jurídico de dediticios, el más bajo que podía tener un hombre libre, los vinculaba a la tierra a cambio de poder cubrir sus necesidades elementales. Trabajaban en tierras que eran propiedad del emperador. Sólo una parte de la población de Fayum así como de la ciudad de Alejandría gozaba de una mejor consideración y mayor libertad. De ahí que siguiera siendo un privilegio el poder formar parte de los cuadros administrativos de los distritos o nomos egipcios. Esos dediticios, a medio camino entre esclavos y los libres tenían una vida económica muy reglamentada con escasas posibilidades de promoción social.

 

En el resto de los territorios, Italia y las provincias, hubo una mayor permeabilidad y adaptación a la evolución de las condiciones generales del Imperio. Así, en las provincias, como en Italia, la tierra estaba repartida de modo desigual. Son bien conocidos los latifundios africanos, en manos de particulares hasta la época de Nerón, quien condenó a sus dueños pasando la propiedad de los mismo al emperador (Plin. Nat., XVIII, 6,35). Pero también, en otras provincias, el emperador o miembros del Senado poseían grandes dominios agrarios. Así Séneca, el filósofo cordobés, tenía diversas fincas valoradas en 300 millones de sestercios; sin duda, parte de ellas en Hispania, de donde era originario. Plinio el Joven, además de varias fincas en diversos lugares de Italia poseía otras en Asia Menor (Cartas, III, 19; IV, 1; IV,6; V, 6; etcétera).

 

Como prueba de la regulación y organización de una de estas grandes propiedades, incluimos la traducción de la inscripción, halla en Menchir Mettich, Túnez, en la que, en el año 116-117 d.C., se regulaba en dominio imperial conocido como Villa Magna Variana o Mapalia Siga, situada en el valle de Bagradas:

 

Por la salud de nuestro emperador Augusto César Trajano Príncipe y de toda la Casa Divina, el Mejor, Germánico y Pártico. Emitida por Licinio Máximo y por Felicior, liberto imperial, ambos administradores imperiales, conforme a la ley Manciana.

 

I.6-20. A quienes residan dentro del ámbito de finca de la Villa Magna Variana, conocida también como Mapalia Siga, se les permite cultivar las tierras medidas y no asignadas siguiendo lo dicho en la ley Manciana de modo que tengan el usufructo completo de las tierras que cultiven.

 

En cumplimiento de la ley Manciana, deberán hacer entregas de la producción obtenida de esas tierras a los dueños o a los arrendatarios o a los capataces de aquella Villa, siguiendo este criterio: los colonos deberán entregar a los arrendatarios y capataces de aquella Villa una cantidad, evaluada a su juicio, de todo producto acarreado y trillado en la era. Y si los arrendatarios y capataces de aquella Villa hicieran saber con precisión qué partes se les debían entregar, con tablillas selladas y sin engaño procuren los arrendatarios y capataces de aquella Villa que la parte de la producción que se les debe entregar la entreguen efectivamente a los colonos.

 

I.20-28 y II. 1-5. Quienes dentro del territorio de la Villa Magna o Mapalia Siga tangan ahora o en el futuro villas deberán entregar a los dueños de aquella Villa o a los arrendatarios o a los capataces la totalidad de las partes, que correspondan a los dueños, de los frutos y de las viñas siguiendo la costumbre y como indican la ley Manciana: un tercio del trigo de la era, una tercera parte de la cebada de la era, una cuarta parte de las habas de la era, una tercera parte del vino del lagar, una tercera parte del aceite recogido, un sextario del miel por cada colmena. Quienes tuvieran más de cinco colmenas en la época de la recogida de la miel deberán entregar a los dueños o arrendatarios o capataces de aquella Villa la parte...completa.

 

II.16-13. Si alguno trasladase desde la Villa Magna o Mapalia Siga a un campo octonario, colmenas, enjambres, abejas, vasos para la miel con la intención de defraudar a los dueños o a los arrendatarios o a los capataces, todas las colmenas, enjambres, abejas y vasos para la miel pasarán a la completa propiedad de los arrendatarios o capataces.

 

II.13-18. El colono deberá entregar a los arrendatarios o capataces de la Villa una parte, considerada proporcional a su juicio, de los frutos de las higueras y de cualquier otro árbol que esté situado fuera de los límites de los árboles frutales así como una parte de los frutos de los árboles frutales del interior de su villa en los años que hayan tenido una cosecha regular.

 

II.18-31. De los frutos de las higueras viejas y de los olivos plantados en fecha anterior a esta ley, deberán hacer la entrega de costumbre al arrendatario o capataces de la Villa. Pero si más tarde se planta un higueral, se permite (al colono) que, durante las primeras cinco cosechas, y se así lo considera, se quede con la producción; pasada la quinta cosecha de higos, deberá ajustarse a las obligaciones antes indicadas con los arrendatarios y capataces de la Villa. Queda permitido plantar y cultivar viñas en el lugar de las viejas de modo que quien eso haga se quede durante cinco años y según su criterio con la producción resultante; pasada la quinta vendimia, deberá entregar la tercera parte íntegra de la cosecha a los arrendatarios o capataces de la Villa en cumplimiento de la ley Manciana.

 

III.1-14. Está permitido plantar y cultivar un olivar en una tierra abandonada por otro como inculta con la condición de que se le debe permitir, durante diez cosechas y a su arbitrio, quedarse con la producción, pero igualmente, después, deberá entregar a los arrendatarios o capataces de aquella Villa la parte tercera del aceite recogido. Quien plantara acebuches, deberá entregar la parte tercera a partir del año sexto.

 

III.14-19. Quienes hayan sembrado a vayan a sembrar forraje dentro del territorio de la Villa Magna Variana o Mapalia Siga, excepto en aquellos campos dedicados a vezas, deberán entregar a los arrendatarios o capataces de la Villa las partes proporcionales; los guardianes deberán exigirlas [...] (Textes de droit romain. En Girad, pp. 875-879.)

 

Los dueños de esas grandes y medianas propiedades estaban en mejores condiciones de aplicar en las mismas las técnicas más especializadas: combinación de regadío y de secano, injerto de árboles y cruce de animales. La agricultura romana altoimperial se caracterizó por la capacidad de emplear todos los avances técnicos conocidos por las poblaciones sometidas así como también por la búsqueda de técnicas propias.

 

La obra de Columela ofrece informaciones y directrices sobre todo tipo de suelos, formas y momentos oportunos para el cultivo de cada especie de vegetal, modo de crianza de ganado, etcétera. Así, las lanas de las ovejas de la Bética eran el resultado de cruces cuidadosamente practicados por un tío de Columela, según él mismo nos dice (VIII, 5). Como síntesis de la asunción de lo anterior y de la innovación romana, basten estas palabras de Columela (V, XI, 2) sobre las técnicas de injertos en árboles: ... Los antiguos nos han enseñado tres formas de injerto (la referencia a los antiguos incluye tanto a Catón y Varrón como a los tratadistas de agricultura griegos y cartagineses). Y, después de describir tales técnicas, añade: Después de haber indicado la forma de hacer esos injertos, enseñaremos también una inventada por nosotros.

 

La mayor parte de la población campesina de las provincias vivía de la explotación de pequeñas parcelas de tierra. En los asentamientos de colonos llevados a cabo por César y Augusto, cada uno recibía 10 yeguadas, es decir, 2,5 hectáreas. Así los veteranos del ejército y los excedentes de la plebe alimentaria de Roma convertidos en colonos pasaban a equipararse a las grandes masas de población del Imperio.

 

Contra una tesis muy extendida en la que se generalizaba sobre las malas condiciones de existencia de estas familias campesinas, debemos considerar que su situación debió de ser muy variada. Las posibilidades de redención económica de los pequeños agricultores las basaremos en situaciones que hoy no se pueden encontrar probablemente en ninguna parte de nuestro planeta. Por otra parte, la densidad demográfica era muy baja, lo que permitía un amplio margen para la obtención de beneficios sirviéndose de métodos de economía recolectora: caza, pesca, recogida de productos para alimentar ganado doméstico, recogida de leña, etcétera. Pero, además, no necesariamente se daba la ley de los rendimientos decrecientes si, con una escasa extensión de tierra, se incrementaba el número de hijos en una familia. Pues las figuras del trabajador temporero y la del colono estaban cada día teniendo mayores posibilidades. Todo dependía de las capacidades, habilidades o fortuna de estos pequeños campesinos.

 

La fundación de colonias, a comienzos del Imperio, con el consiguiente reparto de lotes de tierra a la población allí asentada pudo presentar un carácter relativamente igualitario entre los nuevos posesores. Pero arqueológicamente va comprobándose que fueron apareciendo medianas propiedades en los mismos lugares y a lo largo del siglo II. Y la presencia de ricas oligarquías urbanas son un buen testimonio de esa concentración de la propiedad.

 

Un tercer rasgo del sector agropecuario altoimperial vino dado por las necesidades derivadas de la forma de configurarse el poder político y administrativo. Por supuesto, que el abastecimiento de las ciudades y de modo particular de aquellos que concentraban mayor número de funcionarios o de artesanos demandaba productos agropecuarios de las poblaciones del entorno. Lo mismo puede decirse de los distritos mineros. Pero el mayor volumen era exigido por el ejército y por la población alimentaria del Roma.

 

Con la organización de un ejército distribuido en campamentos estables se facilitó en gran medida el abastecimiento del mismo. Así, las Galias contribuían a mantener el ejército del Rhin, Hispania al asentado aquí, Numidia a la legión de Lambaesis, etcétera. Pero ni las tropas permanecían siempre acantonadas no todos los productos que consumían les llegaban de las regiones vecinas. El corpus de marcas de ánforas realizado por Calender y ampliado por Remesal, Chic y otros autores, permite comprobar que el aceite, el vino y la salazón (garum) de la Bética llegaban a las tropas del Rhin. La plebe alimentaria de Roma, entre 180.000-200.000 personas, recibía mensualmente una ayuda alimentaria que venía, sobre todo, de Egipto, de la provincia de África y de la Bética en Hispania.

 

Esos dos grandes focos de consumo, ante los que el emperador era ordinariamente muy sensible por tradición y por el riesgo político que implicaba una mala atención, exigieron una organización compleja para evitar cualquier imposibilidad de ser atendidos ante fluctuaciones del mercado, especulaciones o años de malas cosechas. Desde Septimio Severo se estabilizó la organización de este servicio.

 

Quedan dudas sobre el grado de intervencionismo del Estado en cada fase de las operaciones, pero no parece posible que los administradores imperiales, procuratores Augusti o praefecti alimentorum, dejaran imprevistos. No tiene, por ejemplo, explicación razonable alguna cuando se examina el medio en que está emplazada la ciudad de Baelo (Bolonia, Cádiz) si no la relacionamos con su carácter de colonia, fundación nueva del emperador Claudio, con el fin de garantizar el aprovisionamiento de salazón (garum). Así el Estado estimuló y condicionó en cierto modo el desarrollo agropecuario.

 

En cuanto al artesanado, ya es sabido que la transformación de materias primas se realizó en el mundo antiguo en talleres, no en fábricas. Cuando el incremento de la demanda exigía una ampliación de la producción se creaban nuevos talleres. Por otra parte, como en todas las sociedades antiguas, una parte de lo que hoy es actividad artesanal o fabril autónoma no salió del ámbito del trabajo doméstico: preparación del pan, pasteles, frutos secos o en conserva, corte y confección de la ropa, copia de papiros o pergaminos, etcétera.

 

Hay una forma de artesanado sobre el que cada día tenemos más pruebas arqueológicas: el de grupos de artesanos que no disponían de taller y que trabajaban en lugares diversos a petición y por contrata de obra. Es muy elocuente el ejemplo de los musivarios, especialistas en hacer mosaicos, que viajaban con sus cartones-modelos y su materia prima allí donde contrataban una obra. Las excavaciones arqueológicas van encontrando cada vez más ejemplos de edificios públicos, que, por su forma, técnica de construcción y sistema de medidas aplicado, se presentan como obras hechas por equipos venidos de fuera. Esta es una faceta importante en la investigación moderna, pues es posible que algunas de esas contratas respondan a relaciones anteriores entre dos comunidades alejadas. Y por supuesto, este tipo de artesanos no se reducía a musivarios y albañiles/constructores sino que también había pintores, escultores y otros.

 

Todas las ciudades contaban con un mínimo sector artesanal aunque no se creara productos para la exportación: albañiles, carpinteros, herreros... El enriquecimiento de muchas ciudades romanizadas hizo que este sector artesanal común tomara a veces más fuerza. Así, hubo varias ciudades que contaban con los tria collegia principalia; es decir, con asociaciones de fabri o artesanos de diversas especialidades, de centonarii o fabricantes de lonas y bomberos, y de dendrophori o especialistas en el transporte, comercialización y trabajo de la madera. Pero también estos artesanos atendían básicamente las necesidades locales.

 

Pero, frente a ese tipo de artesanado común, algunas ciudades del Imperio se distinguieron por su especialización en la fabricación de un determinado producto y unas pocas por disponer de grupos artesanales variados que competían en los mercados exteriores. Si ya, a fines de la República, algunas ciudades de Italia eran competitivas con sus productos de buena calidad, equiparables a los orientales, le época imperial se distinguió por una mayor diversificación de centros artesanales y, lo que es más, hubo ciudades del occidente del Imperio que se incorporaron a este proceso de desarrollo artesanal.

 

En el Occidente, sobresalieron los centros artesanales de Italia. La cerámica aretina, producida en Arezzo, que, durante la República tardía, llegó a diversos lugares, bajó su producción a comienzos del Imperio ante la competencia de la cerámica subgálica y la inicial aún de la sigillata hispánica producida en los alfares de Tricio (La Rioja). Pero Italia siguió manteniendo otros importantes centros de producción cerámica que hacían casi innecesaria la importación del exterior: la propia ciudad de Roma, Cumas, Sorrento, Puteoli, Capua, Cremona y Rimini.

 

Las importaciones de vidrios orientales que llegaban a Italia se redujeron cuando en Campania comenzó una producción de distribución regional. La orfebrería tuvo en Campania y en Etruria importantes talleres que conservaban las tradiciones artesanales de griegos y etruscos. Y diversas ciudades del norte de Italia desarrollaron un artesanado en función de las necesidades del abastecimiento del ejército; así eran famosos los tejidos de Verona, Parma, Mutina y Milán; las herrerías de Como y de Aquilea; las lanas de Padua y la industria naval de Rávena. Y si en muchas ciudades de Italia se mencionan múltiples formas de artesanado para la distribución local o comarcal, la ciudad de Roma aventajaba a todas por la densidad de tales talleres: panaderías, joyerías, orfebrerías, zapaterías... pero, ante todo, por el trabajo del tejido y la confección de prendas de vestir.

 

Hispania, como otras provincias del occidente, tendió a desarrollar un artesano capaz de abastecer las necesidades de su provincias y sólo ocasionalmente para la exportación al exterior. Así los grandes centros de producción de lino, Ampurias y los Zoelas (ca. Bragança, Portugal) tuvieron a su lado un artesanado de transformación que llegaba incluso a producir telas toscas; las telas de buena calidad se traían de Oriente o de Roma. Del mismo modo, hubo industrias de vidrio, de forja de hierro, incluidas las armas de la Celtiberia y de construcción de navíos en Gades (Cádiz).

 

El artesanado mejor documentado, cuya producción llegó a todos los rincones de Hispania, norte de África y diversos lugares del occidente del Imperio, fue el de la cerámica de lujo conocida como Terra Sigillata Hispánica. Los alfares de Tricio en La Rioja eran los más importantes, pero se crearon otros alfares dependientes de algún modo de los riojanos: los alfares de Andújar (Jaén) creaban un producto equiparable al salido de los alfares riojanos. El garum hispano era el más apreciado. Salvo esos escasos productos competitivos, todos los de lujo y de calidad eran importados de otras provincias, ante todo de las orientales y de Italia.

 

Las Galias presentaban un panorama artesanal semejante al hispano. Sólo la cerámica subgálica fue capaz de desplazar a la aretina, ya a comienzos del Imperio. Y más baja era aún la producción artesanal del norte de África (sólo distinguida por el trabajo de bajorrelieves en mármoles), de Germania, Britania y el Nórico. Salvo algunos talleres de Italia y las escasas técnicas altamente especializadas de las provincias, el Occidente se caracterizó por crear casi los mismos productos que el Oriente (vidrios, telas, curtidos...) pero de peor calidad. Y lo mismo puede decirse de la escultura salida de los múltiples talleres locales.

 

Por ello, el oriente del Imperio, heredero de la tradición griega y oriental, siguió manteniendo talleres artesanales que creaban productos de gran calidad para ser exportados a todos los lugares del Imperio.

 

Así Alejandría siguió conservando el prestigio de sus excelentes vidrios. Siria y Palestina contaban con las mejores industrias textiles para la fabricación de telas finas y de colores. Diversas ciudades de Asia Menor, entre las que destacaban Mileto e Hierápolis, exportaban ropa de lana. La industria del pergamino minorasiática y la del papiro en Egipto siguieron siendo las más famosas del Imperio.Y aunque Italia había comenzado a competir en la fabricación de perfumes, los orientales siguieron siendo de mejor calidad. Esta superioridad del artesanado oriental generó toda una corriente de comercio de productos de lujo destinados a las oligarquías occidentales. A su vez, grupos de artesanos greco-orientales se asentaron en al Occidente para crear productos de imitación.

 

Una parte considerable del trasvase de productos no estaba regulada por relaciones de comercio: así, el transporte de mercancías de las provincias, ante todo de África, Hispania y Egipto, destinadas al mantenimiento del ejército y de la plebe alimentaria de Roma, Aun así, la estabilidad política que trajo el Imperio y la persecución sistemática de cualquier foco de bandolerismo o piratería crearon condiciones par un auge de las relaciones comerciales.

 

Hoy sabemos bien que un vehículo de difusión de las religiones orientales fueron los comerciantes, Así la expansión del culto de Júpiter Dolichenus, con origen en la aldea de Doliche en Capadocia, a lo largo del Danubio u otros cultos a divinidades orientales, documentados en los lugares más apartados del occidente del Imperio, serían una prueba de ello. Grupos de orientales, judíos y sirios, relacionados con el comercio hay testimoniados en Occidente. Conocemos peor la presencia de occidentales en el oriente, salvo la de los italo-romanos que ya operaban allí desde finales de la República.

 

Las vías militares por las que se podía ir desde Britania hasta el Eufrates, fueron también vías comerciales. El transporte de productos a gran escala siguió realizándose por vía marítima, que resultaba además más barata. Así, por ejemplo, el mayor volumen de productos destinados a Roma recalaba en los puertos de Puteoli en Campania y de Ostia. Desde la reforma y ampliación del puerto de Ostia, iniciada por Claudio y completada por Trajano, el puerto de Puteoli pasó a un segundo lugar. El Foro de las Corporaciones de la ciudad de Ostia ayuda a comprender otra información que nos había llegado de los autores antiguos y sobre todo por la epigrafía. Allí cada compañía de comerciantes disponía de una sede para la gestión administrativa y para la formalización de sus operaciones de intercambio. Un edificio de análogas funciones había en Gerasa (en la actual Jordania) ya que esta ciudad pasó a desempeñar muchas de las actividades comerciales que se habían realizado en Petra antes de que Trajano construyera la nueva vía que unía al mar rojo con Gerasa a través del desierto.

 

La decisión política de Roma de aplicar el modelo de ciudad para la administración contribuyó a modificar algunos centros de mercados. Los fora o mercados comarcales fueron creados por Roma y terminaron dando origen a ciudades. También se podía crear mercados con permiso del emperador, pero como dice el Digesto (50, XI, I), Cuando el príncipe concede la celebración de ferias, el concesionario pierde su derecho por no ejercitarlo durante un decenio.

 

Todas las operaciones de compraventa estaban minuciosamente reguladas por las leyes romanas (Dig. 19, I). Los magistrados municipales en las ciudades eran los responsables de velar por el cumplimiento de las mismas. Por lo mismo tenían la capacidad coactiva de imponer sanciones y multas por el incumplimiento de las leyes.

 

En el comercio al por mayor, los dueños de las mercancías eran hombres libres organizados con frecuencia en sociedades anónimas. el trabajo de carga y descarga correspondía a esclavos. La figura del esclavo, agente de los negocios de un rico propietario estaba muy generalizada; disponía de misma capacidad jurídica que el dueño. Entre los pequeños comerciantes, predominaban los libertos, peregrinos también ciudadanos.

 

A pesar de la abundante acuñación de moneda, no había desaparecido todo el trueque de mercancías, ante todo en ámbitos rurales o en áreas provinciales menos romanizadas.