Pólvora en la muñeca
De interés general

Pólvora en la muñeca

 

 

01/02/2015 Fuente el país. La I Guerra Mundial supuso la popularización del reloj de pulsera.

 

Estos modelos se convirtieron en los mejores aliados para calcular el paso del tiempo en las trincheras.

 

Cuando uno se mira la muñeca, generalmente no es consciente, pero hay mucha pólvora ahí. Más aún si, como quien firma estas líneas, lleva un reloj Hamilton modelo Khaki, directamente inspirado en los que la marca estadounidense produjo a mansalva (un millón de unidades) para los soldados de su país durante la II Guerra Mundial. Es curioso que para quedar para tomar un gin-tonic se asome al mismo instrumento –o muy parecido– al que los marines miraban para coordinarse en un asalto a un blocao japonés en Iwo Jima, por poner un caso. Como diría Errol Flynn en Objetivo Birmania: “¡Sincronicemos nuestros relojes!”.

 

Los relojes de pulsera tienen una deuda enorme con la guerra. Si la segunda contienda mundial vio la masificación de su uso (entonces, además, se convirtieron en el botín más usual: al hacerte prisionero –o matarte–, te despojaban inmediatamente del reloj), fue la primera la que supuso el despegue definitivo de esos prácticos aparatos de medición del tiempo. El porqué, además de la progresiva tecnificación de la guerra, que exigía creciente precisión, resulta claro: durante un ataque masivo de artillería no estás para meterte la mano en el bolsillo y sacar el reloj como si te encontraras camino de la ópera. A punto para saltar de las trincheras y cargar a la bayoneta contra las líneas enemigas, el soldado no soltará el fusil para coger el reloj, ni dejará el aviador los mandos de su aeroplano en un dogfight (ponte a rebuscar en el gabán con el Barón Rojo amartillando sus ametralladoras a tu cola). Para el jinete, en una carga de caballería, girar simplemente la muñeca –si tienes la prevención de no meterte el sable en el ojo– simplifica mucho la consulta de la hora.

 

2014, año en que se ha cumplido el centenario del inicio de la I Guerra Mundial, ha sido también el del despliegue del reloj de pulsera, algo que, como la gran contienda, aunque a otra escala –pero no menos definitivamente–, ha cambiado nuestro mundo. Nuestros relojes masculinos son en buena parte herederos de los modelos bélicos: sobrios, sólidos, resistentes, fáciles de consultar, a menudo con el fondo oscuro, manecillas claras y números fosforescentes.

 

 

El regreso de algunos héroes de la guerra cambió la percepción general sobre la feminidad del objeto

 

En realidad, los estudiosos del tema puntualizan que ya hubo soldados que emplearon relojes de pulsera antes de la guerra de 1914: en la guerra anglo-bóer (1899-1902), en la campaña de Sudán (Mappin & Webb se preciaba de que sus relojes habían estado en Omdurmán) y en algunas unidades de la Marina Imperial alemana en 1880, en la que a un oficial se le habría ocurrido atarse un reloj de bolsillo a la muñeca (a partir de la idea, la prestigiosa firma suiza Girard-Perregaux empezó a suministrar a los militares germanos relojes en brazaletes, ya que la pulsera extensible no llegó hasta 1906). De hecho, el reloj de pulsera se había inventado mucho antes, pero se calificaba como un objeto femenino. Se considera que el primero lo realizó la empresa Patek Philippe para la condesa Koscowicz de Hungría en 1868.

 

La creación del primer reloj de pulsera para hombre se la disputa a la Marina Imperial alemana, entre otros, el francés Louis Cartier, que elaboró uno en 1904 para su amigo el pionero brasileño de la aviación Alberto Santos-Dumond a requerimiento de este, que quería algo que le facilitara la consulta de la hora en vuelo. El modelo, bautizado Santos, se comercializó en 1911. A Cartier se le debe el que está considerado el gran reloj producto de la I Guerra Mundial, el famoso modelo Tank, inspirado en los carros de combate Renault que el relojero vio en el frente occidental (el diseño rectangular sería el de un tanque visto desde arriba). Pero llegó tarde a la guerra: el primer prototipo le fue regalado al general Pershing, comandante de las fuerzas de EE UU, en 1917 y no se comercializó hasta 1919.

 

En realidad, los enfangados soldados de las trincheras, de Verdún o El Marne, no llevaban en general relojes de pulsera (no digamos cartiers), un adelanto y un lujo aún fuera del alcance de los pobres poilus y la gente común de la época. Otra cosa eran los oficiales, para quienes el reloj de pulsera podía ser tan importante a efectos prácticos como el revólver y los prismáticos. En la película canónica de la contienda, Senderos de gloria, de Kubrick, el coronel Dax (Kirk Douglas) mira su reloj de pulsera antes del ataque de la escena principal: todo un icono del ascenso del nuevo objeto.

 

 Omega, también candidata al podio de la anticipación, publicitaba un modelo con el dibujo de un oficial británico de Artillería mirando la hora en su muñeca (para empezar a disparar, sin duda). El anuncio consideraba el objeto “un adminículo indispensable del equipamiento militar”. La firma Thresher & Glenny, en 1916, lo tenía por el regalo ideal para quien recibía un mando. Un catálogo de 1901 recogía el testimonio de un tal capitán North, combatiente contra los bóer, que destacaba de su accesorio Goldsmith: “Lo he llevado continuamente en Sudáfrica durante tres meses y medio: me daba excelentemente la hora y nunca me falló”. ¡Los que fallaron fueron los francotiradores de Christian de Weet!

 

Rolex (entonces aún Wisdorf & Davis) también estaba en la carrera por hacerse con las muñecas de los hombres y creó varios modelos con bandas de cuero. Hay que recordar que hasta 1923 no se inventaría (por esa firma) un reloj de pulsera resistente al agua. En la I Guerra Mundial se usaron también relojes de trinchera, híbridos entre los de bolsillo y los de muñeca.

 

Muy parecido a los Hamilton, el A-11 (producto estándar de varias empresas como Elgin, Bulova y Waltham) de la II Guerra Mundial, la Guerra Fría y la de Corea significó un modelo de referencia que sigue influyendo en los relojes militares, con los números enteros, una segunda escala de minutos y segundos, y protegido contra el polvo.

 

El regreso de algunos héroes de la I Guerra Mundial con el tiempo en la muñeca cambió la percepción general sobre la feminidad del objeto y contribuyó a popularizarlos masivamente entre la población masculina. En 1930 ya se vendían más de pulsera que de bolsillo. De alguna manera, con esta pieza quizá no todos seamos valientes, pero todos tenemos algo de soldados.