El perro del hortelano 6. Sexta entrega
Autor: Lope de Vega
Fuente bibliotecasvirtuales.
TEODORO: Sí, señora.
DIANA: Pues elijo al marqués: parte,
y pídele las albricias.
Vanse la condesa [DIANA] y ANARDA
TEODORO: ¿Hay desdicha semejante?
¿Hay resolución tan breve?
¿Hay mudanza tan notable?
¿Estos eran los intentos
que tuve? ¡Oh, sol abrasadme
las alas con que subí,
pues vuestro rayo deshace
las más atrevidas plumas
a la belleza de un ángel!
Cayó Dïana en su error.
¡Oh, qué mal hice en fïarme
de una palabra amorosa!
¡Ay! ¿Cómo entre desiguales
mal se concierta el amor!
Pero ¿es mucho que me engañen
aquellos ojos a mí,
si pudieran ser bastantes
a hacer engaños a Ulises?
De nadie puedo quejarme,
sino de mí. Pero en fin,
¿qué pierdo cuando me falte?
Haré cuenta que he tenido
algún accidente grave,
y que mientras me duró,
imaginé disparates.
No más; despedíos de ser,
oh pensamiento arrogante,
conde de Belflor; volved
la proa a la antigua margen;
queramos nuestra Marcela;
para vos Marcela baste.
Señoras busquen señores;
que amor se engendra de iguales;
y pues en aire nacistes,
quedad convertido en aire;
que donde méritos faltan,
los que piensan subir, caen.
Sale FABIO
FABIO: ¿Hablaste ya con mi señora?
TEODORO: Agora,
Fabio, la hablé, y estoy con gran contento,
porque ya la condesa mi señora
rinde su condición al casamiento.
Los dos que viste, cada cual la adora;
mas ella, con su raro entendimiento,
al marqués escogió.
FABIO: Discreta ha sido.
TEODORO: Que gane las albricias me ha pedido;
mas yo, que soy tu amigo, quiero darte,
Fabio, aqueste provecho: parte presto,
y pídelas por mí.
FABIO: Si debo amarte,
muestra la obligación en que me has puesto.
Voy como un rayo, y volveré a buscarte,
satisfecho de ti, contento de esto.
Y alábese el marqués; que ha sido empresa
de gran valor rendirse la condesa.
Vase. Sale TRISTÁN
TRISTÁN: Turbado a buscarte vengo.
¿Es verdad lo que me han dicho?
TEODORO: ¡Ay, Tristán! Verdad será,
si son desengaños míos.
TRISTÁN: Ya, Teodoro, en las dos sillas
los dos batanes he visto
que molieron a Dïana;
pero que hubiese elegido,
hasta agora no lo sé.
TEODORO: Pues, Tristán, agora vino
ese tornasol mudable,
esa veleta, ese vidrio,
ese río junto al mar,
que vuelve atrás, aunque es río;
esa Dïana, esa luna,
esa mujer, ese hechizo,
ese monstruo de mudanzas,
que sólo perderme quiso
por afrentar sus vitorias;
y que dijese me dijo
cuál de los dos me agradaba;
porque sin consejo mío
no se pensaba casar.
Quedé muerto, y tan perdido,
que no responder locuras
fue de mi locura indicio.
Díjome, en fin, que el marqués
le agradaba, y que yo mismo
fuese a pedir las albricias.
TRISTÁN: Ella, en fin, ¿tiene marido?
TEODORO: El marqués Ricardo.
TRISTÁN: Pienso
que, a no verte sin jüicio,
y porque dar aflicción
no es justo a los afligidos,
que agora te diera vaya
de aquel pensamiento altivo
con que a ser conde aspirabas.
TEODORO: Si aspiré, Tristán, ya expiro.
TRISTÁN: La culpa tienes de todo.
TEODORO: No lo niego; que yo he sido
fácil en creer los ojos
de una mujer.
TRISTÁN: Yo te digo
que no hay vasos de veneno
a los mortales sentidos,
Teodoro, como los ojos
de una mujer.
TEODORO: De corrido,
te juro, Tristán, que apenas
puedo levantar los míos.
Esto pasó, y el remedio
es sepultar en olvido
el suceso y el amor.
TRISTÁN: ¿Que arrepentido y contrito
has de volver a Marcela?
TEODORO: Presto seremos amigos.
Sale MARCELA, sin reparar en TEODORO y TRISTÁN
MARCELA: ¡Qué mal que finge amor quien no la tiene!
¡qué mal puede olvidarse amor de un año,
pues mientras más el pensamiento engaño,
más atrevido a la memoria viene!
Pero si es fuerza y al honor conviene,
remedio suele ser del desengaño
curar el propio amor amor extraño;
que no es poco remedio el que entretiene.
Mas ¡ay! que imaginar que puede amarse
en medio de otro amor, es atreverse
a dar mayor venganza por vengarse.
Mejor es esperar que no perderse;
que suelen alguna vez, pensando helarse
amor, con los remedios encenderse.
TEODORO: Marcela...
MARCELA: ¿Quién es?
TEODORO: Yo soy.
¿Así te olvidas de mí?
MARCELA: Y tan olvidada estoy,
que a no imaginar en ti
fuera de mí misma voy.
Porque si en mí misma fuera,
te imaginara y te viera;
que para no imaginarte,
tengo el alma en otra parte,
aunque olvidarte no quiera.
¿Cómo me osaste nombrar?
¿Cómo cupo en esa boca
mi nombre?
TEODORO: Quise probar
tu firmeza, y es tan poca,
que no me ha dado lugar.
Ya dicen que se empleó
tu cuidado en un sujeto
que mi amor sostituyó.
MARCELA: Nunca, Teodoro, el discreto
mujer ni vidrio probó.
Mas no me des a entender
que prueba quisiste hacer;
yo te conozco, Teodoro:
unos pensamientos de oro
te hicieron enloquecer.
¿Cómo te va? ¿No te salen
como tú los imaginas?
¿No te cuestan lo que valen?
¿No hay dichas que las divinas
partes de tu dueño igualen?
¿Qué ha sucedido? ¿Qué tienes?
Turbado, Teodoro, vienes.
¿Mudóse aquel vendaval?
¿Vuelves a buscar tu igual,
o te burlas y entretienes?
Confieso que me holgaría
que dieses a mi esperanza,
Teodoro, un alegre día.
TEODORO: Si le quieres con venganza,
¿qué mayor, Marcela mía?
Pero mira que el amor
es hijo de la nobleza;
no muestres tanto rigor;
que es la venganza bajeza
indigna del vencedor.
Venciste: yo vuelvo a ti,
Marcela; que no salí
con aquél mi pensamiento.
Perdona el atrevimiento,
si ha quedado amor en ti.
No porque no puede ser
proseguir las esperanzas
con que te pude ofender
mas porque en estas mudanzas
memorias me hacen volver.
Sean, pues, estas memorias
parte a despertar la tuya,
pues confieso tus vitorias.
MARCELA: No quiera Dios que destruya
los principios de tus glorias.
Sirve, bien haces, porfía,
no te rindas; que dirá
tu dueño que es cobardía.
Sigue tu dicha; que ya
voy prosiguiendo la mía.
No es agravio amar a Fabio,
pues me dejaste, Teodoro,
sino el remedio más sabio;
que aunque el dueño no mejoro,
basta vengar el agravio.
Y quédate a Dios; que ya
me cansa el hablar contigo;
no venga Fabio, que está
medio casado conmigo.
TEODORO: Tenla, Tristán; que se va.
TRISTÁN: Señora, señora, advierte
que no es volver a quererte
dejar de haberte querido.
Disculpa el buscarte ha sido,
si ha sido culpa ofenderte.
Óyeme, Marcela, a mí.
MARCELA: ¿Qué quieres, Tristán?
TRISTÁN: Espera.
Salen DIANA y ANARDA
DIANA: (Teodoro y Marcela aquí?) Aparte
ANARDA: Parece que el ver te altera
que estos dos se hablen ansí.
DIANA: Toma, Anarda, esa antepuerta,
y cubrámonos las dos.
(Amor con celos despierta.) Aparte
Ocúltanse DIANA y ANARDA
MARCELA: Déjame, Tristán, por Dios.
ANARDA: Tristán a los dos concierta,
que deben estar reñidos.
DIANA: (El alcahuete lacayo Aparte
me ha quitado los sentidos.)
TRISTÁN: No pasó más presto el rayo,
que por sus ojos y oídos
pasó la necia belleza
de esa mujer que le adora.
Ya desprecia su riqueza;
que más riqueza atesora
tu gallarda gentileza.
Haz cuenta que fue cometa
aquel amor. Ven acá,
Teodoro.
DIANA: (¡Brava estafeta Aparte
es el lacayo!)
TEODORO: Si ya
Marcela, a Fabio sujeta,
dice que le tiene amor,
¿por qué me llamas, Tristán?
TRISTÁN: ¡Otro enojado!
TEODORO: Mejor
los dos casarse podrán.
TRISTÁN: ¿Tú también? ¡Bravo rigor!
Ea, acaba, llega, pues,
dame esa mano, y después
que se hagan las amistades.
TEODORO: Necio, ¿tú me persüades?
TRISTÁN: Por mí quiero que le des
la mano esta vez, señor.
TEODORO: ¿Cuándo he dicho yo a Marcela
que he tenido a nadie amor?
Y ella me ha dicho...
TRISTÁN: Es cautela
para vengar tu rigor.
MARCELA: No es cautela; que es verdad.
TRISTÁN: Calla, boba. ¡Ea, llegad!
¡Qué necios estáis los dos!
TEODORO: Yo rogaba, mas "¡por Dios,
que no he de hacer amistad!"
MARCELA: Pues a mí me pase un rayo.
TRISTÁN: No jures.
[MARCELA habla aparte a TRISTÁN]
MARCELA: (Aunque le muestro
enojo, ya me desmayo.
TRISTÁN:
Pues tente firme.)
DIANA: (¡Qué diestro Aparte
está el bellaco lacayo!)
MARCELA: Déjame, Tristán; que tengo
que hacer.
TEODORO: Déjala, Tristán.
TRISTÁN: Por mí, vaya.
TEODORO: Tenla.
MARCELA: Vengo
mi amor.
TRISTÁN: ¿Cómo no se van
ya? Que a ninguno detengo.
MARCELA: ¡Ay, mi bien!, no puedo irme.
TEODORO: Ni yo, porque no es tan firme
ninguna roca en la mar.
MARCELA: Los brazos te quiero dar.
TEODORO: Y yo a los tuyos asirme.
TRISTÁN: Si yo no era menester,
¿por qué me hiciste cansar?
[Desde el paño ANARDA y DIANA]
ANARDA: (¿De esto gustas?
DIANA: Vengo a ver
lo poco que hay que fïar
de un hombre y una mujer.)
TEODORO: ¡Ay! ¡Qué me has dicho de afrentas!
TRISTÁN: Yo he salido ya, con veros
1955 juntar las almas contentas;
que es desgracia de terceros
no se concertar las ventas.
MARCELA: Si te trocare, mi bien,
por Fabio ni por el mundo,
que tus agravios me den
la muerte.
TEODORO: Hoy de nuevo fundo,
Marcela, mi amor también;
y si te olvidare, digo
me dé el cielo en castigo
el verte en brazos de Fabio.
MARCELA: ¿Quieres deshacer mi agravio?
TEODORO: ¿Qué no haré por ti y contigo?
MARCELA: Di que todas las mujeres
son feas.
TEODORO: Contigo, es claro.
Mira qué otra cosa quieres.
MARCELA: En ciertos celos reparo,
ya que tan mi amigo eres;
que no importa que está aquí
Tristán.
TRISTÁN: Bien podéis por mí,
aunque de mí mismo sea.
MARCELA: Di que la condesa es fea.
TEODORO: Y un demonio para mí.
MARCELA: ¿No es necia?
TEODORO: Por todo extremo.
MARCELA: ¿No es bachillera?
TEODORO: Es cuitada.
[Aparte las dos desde el paño]
DIANA: (Quiero estorbarlos; que temo
que no reparen en nada,
y aunque me hielo, me quemo.
ANARDA: ¡Ay señora! No hagas tal.)
TRISTÁN: Cuando queráis decir mal
de la condesa y su talle,
a mí me oíd.
DIANA: (¡Escúchalle!
¿Podré desvergüenza igual?)
TRISTÁN: Lo primero...
DIANA: (Yo no aguardo
a lo segundo; que fuera
necedad.)
MARCELA: Voyme, Teodoro.
Adelántanse DIANA y ANARDA. MARCELA hace una reverencia a la condesa [DIANA] y se va
TRISTÁN: ¡La condesa!
TEODORO: (¡La condesa!) Aparte
DIANA: Teodoro...
TEODORO: Señora, advierte...
TRISTÁN: (El cielo a tronar comienza Aparte
no pienso aguardar los rayos.)
Vase
DIANA: Anarda, un bufete llega.
Escribiráme Teodoro
una carta de su letra,
pero notándola yo.
TEODORO: (Todo el corazón me tiembla. Aparte
¿Si oyó lo que hablado habemos?)
DIANA: (Bravamente Amor despierta Aparte
con los celos a los ojos.
¡Que aquéste amase a Marcela,
y que yo no tenga partes
para que también me quiera!
¡Que se burlasen de mí!)
TEODORO: (Ella murmura y se queja; Aparte
bien digo yo que en palacio,
para que a callar aprenda,
tapices tienen oídos,
y paredes tienen lenguas.)
ANARDA: Éste pequeño he traído,
y tu escribanía.
DIANA: Llega,
Teodoro, y toma la pluma.
TEODORO: (Hoy me mata o me destierra.) Aparte
DIANA: Escribe.
TEODORO: Di.
DIANA: No estás bien
con la rodilla en la tierra;
ponle, Anarda, una almohada.
TEODORO: Yo estoy bien.
DIANA: Pónsela, necia.
TEODORO: (No me agrada este favor Aparte
sobre enojos y sospechas;
con quien honra las rodillas,
cortar quiere la cabeza.)
Yo aguardo.
DIANA: Yo digo ansí.
TEODORO: (Mil cruces hacer quisiera.) Aparte
Siéntase la condesa [DIANA] en una silla alta. Ella dicta y él va escribiendo
DIANA: «Cuando una mujer principal se ha declarado con un hombre humilde, es lo mucho el término de volver a hablar con otra; mas quien no estima su fortuna, quédese para necio.»
TEODORO: ¿No dices más?
DIANA: Pues, ¿qué más?
El papel, Teodoro, cierra.
[ANARDA habla aparte con DIANA]
ANARDA: (¿Qué es esto que haces, señora?
DIANA: Necedades de amor llenas.
ANARDA: Pues, ¿a quién tienes amor?
DIANA: ¿Aún no le conoces, bestia?
Pues yo sé que le murmuran
de mi casa hasta las piedras.)
TEODORO: Ya el papel está cerrado;
sólo el sobreescrito resta.
DIANA: Pon, Teodoro, para ti;
y no lo entienda Marcela;
que quizá le entenderás
cuando de espacio le leas.
Vanse la condesa [DIANA] y ANARDA
TEODORO: ¡Hay confusión tan extraña!
¡Que aquesta mujer me quiera
con pausas, como sangría,
y que tenga intercadencias
el pulso de amor tan grandes!
Sale MARCELA
MARCELA: ¿Qué te ha dicho la condesa,
mi bien?, que he estado temblando
detrás de aquella antepuerta.
TEODORO: Díjome que te quería
casar con Fabio, Marcela;
y este papel que escribí
es que despacha a su tierra
por los dineros del dote.
MARCELA: ¿Qué dices?
TEODORO: Sólo que sea
para bien, y pues te casas,
que de burlas ni de veras
tomes mi nombre en tu boca.
MARCELA: Oye.
TEODORO: Es tarde para quejas.
Vase
MARCELA: No, no puedo yo creer
que aquésta la ocasión sea.
Favores de aquesta loca
le han hecho dar esta vuelta;
que él está como arcaduz,
que cuando baja, le llena
del agua de su favor,
y cuando sube, le mengua.
¡Ay de mí, Teodoro ingrato,
que luego que su grandeza
te toca al arma, me olvidas!
Cuando te quiere me dejas,
cuando te deja me quieres.
¿Quién ha de tener paciencia?
Salen RICARDO y FABIO
RICARDO: No pude, Fabio, detenerme un hora.
Por tal merced le besaré las manos.
FABIO: Dile presto, Marcela, a mi señora
que está el marqués aquí.
MARCELA: (Celos tiranos, Aparte
celos crüeles, ¿qué queréis agora,
tras tantos locos pensamientos vanos?)
FABIO: ¿No vas?
MARCELA: Ya voy.
FABIO: Pues dile que ha venido
nuestro nuevo señor y su marido.
Vase MARCELA
RICARDO: Id, Fabio, a mi posada; que mañana
os daré mil escudos y un caballo
de la casta mejor napolitana.
FABIO: Sabré, si no servirlo, celebrallo.
RICARDO: Éste es principio solo; que Dïana
os tiene por crïado y por vasallo,
y yo por solo amigo.
FABIO: Esos pies beso.
RICARDO: No pago ansí; la obligación confieso.
Sale DIANA
DIANA: ¡Vuseñoria aquí!
RICARDO: Pues, ¿no era justo,
si me enviáis con Fabio tal recado,
y que después de aquel mortal disgusto,
me elegís por marido y por crïado?
Dadme esos pies; que de manera el gusto
de ver mi amor en tan dichoso estado
me vuelve loco, que le tengo en poco,
si me contento con volverme loco.
¿Cuándo pensé, señora, mereceros,
ni llegar a más bien que desearos?
DIANA: No acierto, aunque lo intento, a responderos.
¡Yo he enviado a llamaros! ¿O es burlaros?
RICARDO: Fabio, ¿qué es esto?
FABIO: ¿Pude yo traeros
sin ocasión agora, ni llamaros,
menos que de Teodoro prevenido?
DIANA: Culpa, Ricardo, de Teodoro ha sido.
Oyóme anteponer a Federico
vuestra persona, como primo hermano
y caballero generoso y rico,
y presumió que os daba ya la mano.
A vuestra señoría le suplico
perdone aquestos necios.
RICARDO: Fuera en vano
dar a Fabio perdón, si no estuviera
donde vuestra imagen le valiera.
Bésoos los pies por el favor, y espero
que ha de vencer mi amor esta porfía.
Vase
DIANA: ¿Paréceos bien aquesto, majadero?
FABIO: ¿Por qué me culpa a mí, vuseñoría?
DIANA: Llamad luego a Teodoro. (¡Qué ligero Aparte
este cansado pretensor venía,
cuando me matan celos de Teodoro!)
FABIO: (Perdí el caballo y mil escudos de oro.) Aparte
Vase
DIANA: ¿Qué me quieres, Amor? Ya, ¿no tenía
olvidado a Teodoro? ¿Qué me quieres?
Pero responderás que tú no eres,
sino tu sombra, que detrás venía.
¡Oh celos! ¿Qué no hará vuestra porfía?
Malos letrados sois con las mujeres,
pues jamás os pidieron pareceres
que pudiese el honor guardarse un día.
Yo quiero a un hombre bien; mas se me acuerda
que yo soy mar y que es humilde barco,
y que es contra razón que el mar se pierda.
En gran peligro, Amor, el alma embarco;
mas si tanto el honor tira la cuerda,
por Dios, que temo que se rompa el arco.