Adictos al sexo
De interés general

Adictos al sexo

 

 

30/05/2014 Fuente elpais. 'Amor sin control' es una película tan extraña como su cartel, tan simpática como su cartel

 

Mentir al presumible espectador a través de un título, Amor sin control, de un lema, "hay tentaciones irresistibles", y de un cartel, tres parejas que se miran, sonrientes y felices por haber compartido tal dicha, es más habitual de lo deseable. Pero que esa falsedad esconda una verdad como un templo, seguramente no reflexionada, es más raro. Nadie diría viendo esos tres elementos dirigidos a la venta del producto que estamos ante una película sobre adictos al sexo, sobre enfermos que quieren escapar a través de grupos de apoyo de su droga, de su desmesura, de su drama, pues en algún caso se rebasa la línea del delito.

 

Y, sin embargo, así es. Aunque también sea cierto que estamos ante un relato agradable, quizá incluso demasiado agradable, que nunca pretende hacer sangre con su temática. Amor sin control es una película tan extraña como su cartel, tan simpática como su cartel, tan mentirosa como su cartel.

 

Comedia dramática de libro, pues ambos aspectos, la comedia y el drama, se presentan de forma alternativa, sin cruzarse, sin unirse en una misma secuencia y aún menos en una misma imagen o línea de guión, lo que acabaría configurando una comedia negra, de las que desconciertas e incluso molestan, Amor sin control es el primer largometraje como director y guionista del hasta ahora solo escritor Stuart Blumberg, creador de tres libretos de cierta repercusión: la notable Más que amigos (Edward Norton, 2000), la infravalorada La vecina de al lado (Luke Greenfield, 2004), y la sobrevalorada Los chicos están bien (Lisa Cholodenko, 2010), por la que llegó a ser candidato al Oscar.

 

Con una calidad por encima de la media, sobre todo en las réplicas y contrarréplicas, el texto sólo tiene un problema: Blumberg sabe construir ironías, de eso no hay duda, pero que todos los personajes hablen de un modo irónico casi constantemente los hace mordaces a todos, pero también monocorde a su autor. De modo que la película, que se ve con tanta soltura como se disfruta de su estupendo reparto, se olvida mucho antes de lo deseable, por culpa de ese empeño en resultar menos punzante y más ligero de lo debido con un tema que pedía a gritos un tratamiento con más garra.