El perro del hortelano 3. Tercera entrega
Autor: Lope de Vega
Fuente bibliotecasvirtuales.
DIANA: Porque esta dama, sospecho
que se agradaba de ver
este galán, sin deseo;
y viéndole ya empleado
en otro amor, con los celos
vino a amar y a desear..¿Puede ser?
TEODORO: Yo lo concedo;
mas ya esos celos, señora,
de algún principio nacieron,
y ése fue amor; que la causa
no nace de los efetos,
sino los efetos de ella.
DIANA: No sé, Teodoro: esto siento
de esta dama, pues me dijo
que nunca al tal caballero
tuvo más que inclinación,
y en viéndole amar, salieron
al camino de su honor
mil salteadores deseos,
que le han desnudado el alma
del honesto pensamiento
con que pensaba vivir.
TEODORO: Muy lindo papel has hecho:
yo no me atrevo a igualarle.
DIANA: Entra y prueba.
TEODORO: No me atrevo.
DIANA: Haz esto, por vida mía.
TEODORO: Vuseñoría con esto
quiere probar mi ignorancia.
DIANA: Aquí aguardo: vuelve luego.
TEODORO: Yo voy.
Vase [TEODORO ]
DIANA: Escucha, Tristán.
TRISTÁN: A ver lo que mandas vuelvo,
con vergüenza de estas calzas;
que el secretario, mi dueño,
anda salido estos días;
y hace mal un caballero,
sabiendo que su lacayo
le va sirviendo de espejo,
de lucero y de cortina,
en no traerle bien puesto.
Escalera del señor,
si va a caballo, un discreto,
nos llamó, pues a su cara
se sube por nuestros cuerpos.
No debe de poder más.
DIANA: ¿Juega?
TRISTÁN:¡Pluguiera a los cielos!
Que a quien juega, nunca faltan,
de esto o de aquello, dineros.
Antiguamente los reyes
algún oficio aprendieron,
por, si en la guerra o la mar
perdían su patria y reino,
saber con qué sustentarse:
¡dichosos los que pequeños
aprendieron a jugar!
Pues en faltando, es el juego
un arte noble que gana
con poca pena el sustento.
Verás un grande pintor,
acrisolando el ingenio,
hacer una imagen viva,
y decir el otro necio
que no vale diez escudos;
y que el que juega, en diciendo
«paro »,con salir la suerte,
le sale a ciento por ciento.
DIANA: En fin,¿no juega?
TRISTÁN: Es cuitado.
DIANA: A la cuenta será cierto
tener amores.
TRISTÁN:¡Amores!
¡Oh qué donaire! Es un hielo.
DIANA: Pues un hombre de su talle,
galán, discreto y mancebo,
¿no tiene algunos amores
de honesto entretenimiento?
TRISTÁN: Yo trato en paja y cebada,
no en papeles y requiebros.
De día te sirve aquí;
que está ocupado sospecho.
DIANA: Pues ¿nunca sale de noche?
TRISTÁN: No le acompaño; que tengo
una cadera quebrada.
DIANA: ¿De qué, Tristán?
TRISTÁN: Bien te puedo
responder lo que responden
las malcasadas, en viendo
cardenales en su cara
del mojicón de los celos:
«Rodé por las escaleras ».
DIANA: ¿Rodaste?
TRISTÁN: Por largo trecho.
Con las costillas conté
los pasos.
DIANA: Forzoso es eso,
si a la lámpara, Tristán,
le tirabas el sombrero.
TRISTÁN:(¡Oxte,puto!¡Vive Dios, Aparte
que se sabe todo el cuento!)
DIANA:¿No respondes?
TRISTÁN: Por pensar
cuándo...,pero ya me acuerdo:
Anoche andaban en casa
unos murciélagos negros;
el sombrero les tiraba,
fuese a la luz uno de ellos,
y acerté, por dar en el,
en la lámpara, y tan presto
por la escalera rodé,
que los dos pies se me fueron.
DIANA: Todo está muy bien pensado;
pero un libro de secretos
dice que es buena la sangre
para quitar el cabello,
de esos murciélagos digo;
y haré yo sacarla luego,
si es cabello la ocasión,
para quitarla con ellos.
TRISTÁN:(¡Vive Dios, que hay chamusquina, Aparte
y que por murciegalero
me pone en una galera!)
DIANA:(¡Qué traigo de pensamientos!) Aparte
Sale FABIO
FABIO: Aquí está el marqués Ricardo.
DIANA: Poned esas sillas luego.
Salen RICARDO y CELIO, y vanse FABIO y TRISTÁN
RICARDO: Con el cuidado que el amor, Dïana,
pone en un pecho que aquel fin desea
que la mayor dificultad allana,
el mismo quiere que te adore y vea:
solicito mi causa, aunque por vana
esta ambición algún contrario crea,
que dando más lugar a su esperanza,
tendrá menos amor que confïanza.
Está vuseñoría tan hermosa,
que estar buena el mirarla me asegura;
que en la mujer -y es bien pensada cosa-
la más cierta salud es la hermosura;
que en estando gallarda, alegre, airosa,
es necedad, es ignorancia pura,
llegar a preguntarle si está buena,
que todo entendimiento la condena.
Sabiendo que lo estáis, como lo dice
la hermosura, Diana,y la alegría,
de mí, si a la razón no contradice,
saber, señora, cómo estoy querría.
DIANA: Que vuestra señoría solemnice
lo que en Italia llaman gallardía
por hermosura, es digno pensamiento
de su buen gusto y claro entendimiento.
Que me pregunte cómo está, no creo
que soy tan dueño suyo que lo diga.
RICARDO: Quien sabe de mi amor y mi deseo
el fin honesto a este favor se obliga.
A vuestros deudos inclinados veo
para que en lo tratado se prosiga;
sólo falta, señora, vuestro acuerdo,
porque sin él las esperanzas pierdo.
Si, como soy señor de aquel estado
que con igual nobleza heredé agora,
o fuera desde el sur más abrasado
a los primeros paños del aurora;
si el oro, de los hombres adorado,
las congeladas lágrimas que llora
el cielo, o los diamantes orientales
que abrieron por el mar caminos tales
tuviera yo, lo mismo os ofreciera;
y no dudéis, señora, que pasara
adonde el sol apenas luz me diera,
como a sólo serviros importara:
en campañas de sal pies de madera
por las remotas aguas estampara,
hasta llegar a las australes playas,
del humano poder últimas rayas.
DIANA: Creo, señor marqués, el amor vuestro;
y satisfecha de nobleza tanta,
haré tratar el pensamiento nuestro,
si al conde Federico no le espanta.
RICARDO: Bien sé que en trazas es el conde diestro,
porque en ninguna cosa me adelanta;
mas yo fío de vos que mi justicia
los ojos cegará de su malicia.
Sale TEODORO
TEODORO: Ya lo que mandas hice.
RICARDO: Si ocupada
vuseñoría está, no será justo
hurtarle el tiempo.
DIANA: No importara nada,
puesto que a Roma escribo.
RICARDO: No hay disgusto
como en día de cartas dilatada
visita.
DIANA: Sois discreto.
RICARDO: En daros gusto.
[RICARDO habla ] aparte [a CELIO ]
Celio, ¿qué te parece?
CELIO: Que quisiera
que ya tu justo amor premio tuviera.
Vanse RICARDO y CELIO
DIANA: ¿Escribiste?
TEODORO: Ya escribí,
aunque bien desconfïado;
mas soy mandado y forzado.
DIANA: Muestra.
TEODORO: Lee.
DIANA: Dice así:
Lee
«Querer por ver querer envidia fuera,
si quien lo vio sin ver amar no amara,
porque si antes de ver, no amar pensara,
después no amara, puesto que amar viera.
Amor, que lo que agrada considera
en ajeno poder, su amor declara;
que como la color sale a la cara,
sale a la lengua lo que al alma altera.
No digo más, porque lo mis ofendo
desde lo menos, si es que desmerezco
porque del ser dichoso me defiendo.
Esto que entiendo solamente ofrezco;
que lo que no merezco no lo entiendo,
por no dar a entender que lo merezco ».
DIANA: Muy bien guardaste el decoro.
TEODORO: ¿Búrlaste?
DIANA:¡Pluguiera a Dios!
TEODORO:¿Qué dices?
DIANA: Que de los dos,
el tuyo vence, Teodoro.
TEODORO: Pésame, pues no es pequeño
principio de aborrecer
un crïado, el entender
que sabe más que su dueño.
De cierto rey se contó
que le dijo a un gran privado:
«Un papel me da cuidado,
y si bien le he escrito yo,
quiero ver otro de vos,
y el mejor escoger quiero ».
Escribióle el caballero,
y fue el mejor de los dos.
Como vio que el rey decía
que era su papel mejor,
y díjole al mayor
hijo, de tres que tenía:
«Vámonos del reino luego;
que en gran peligro estoy yo ».
El mozo le preguntó
la causa, turbado y ciego;
y respondióle:«Ha sabido
el rey que yo sé más que él;
-que es lo que en este papel
me puede haber sucedido.
DIANA: No, Teodoro; que aunque digo
que es el tuyo más discreto,
es porque sigue el conceto
de la materia que sigo;
y no para que presuma
tu pluma que, si me agrada,
pierdo el estar confïada
de los puntos de mi pluma.
Fuera de que soy mujer
a cualquier error sujeta,
y no sé si muy discreta,
como se me echa de ver.
Desde lo menos, aquí
dices que ofendes lo más;
y amando, engañado estás,
porque en amor no es ansí;
que no ofende un desigual
amando, pues sólo entiendo
que se ofende aborreciendo.
TEODORO: Ésa es razón natural;
mas pintaron a Faetonte
y a Ícaro despeñados,
uno en caballos dorados,
precipitado en un monte;
y otro, con alas de cera,
derretido en el crisol
del sol.
DIANA: No lo hiciera el sol
si, como es sol, mujer fuera.
Si alguna dama quisieres
alta, sírvela y confía;
que amor no es más que porfía:
no son piedras las mujeres.
Yo me llevo este papel;
que despacio me conviene
vere.
TEODORO: Mil errores tiene.
DIANA: No hay error ninguno en él.
TEODORO: Honras mi deseo; aquí
traigo el tuyo.
DIANA: Pues allá
e guarda...,aunque bien será
rasgarle.
TEODORO: ¿Rasgarle?
DIANA: Sí;
que no importa.¿Que se pierda,
si se puede perder más?
Vase [DIANA ]
TEODORO: Fuése.¿Quién pensó jamás
de mujer tan noble y cuerda
este arrojarse tan presto
a dar su amor a entender?
Pero también puede ser
que yo me engañase en esto.
Mas,¿no me ha dicho jamás,
ni a lo menos se me acuerda?
«Pues ¿qué importa que se pierda,
si se puede perder más?»
«Perder más »,bien puede ser
por la mujer que decía...
—Mas todo es bachillería,
y ella es la misma mujer.
Aunque no; que la condesa
es tan discreta y tan varia,
que es la cosa más contraria
de la ambición que profesa.
Sírvenla príncipes hoy
en Nápoles, que no puedo
ser su esclavo. Tengo miedo,
que en grande peligro estoy.
Ella sabe que a Marcela
sirvo, pues aquí ha fundado
el engaño y me ha burlado...
Pero en vano se recela
mi temor, porque jamás
burlando salen colores.
¿Y el decir con mil temores
que se puede perder más?
¿Qué rosa, al llorar la aurora,
hizo de las hojas ojos,
abriendo los labios rojos
con risa a ver cómo llora,
como ella los puso en mí,
bañada en púrpura y grana;
o qué pálida manzana
se esmaltó de carmesí?
Lo que veo y lo que escucho,
yo lo juzgo —o estoy loco —
para ser de veras poco,
y para de burlas mucho.
Mas teneos, pensamiento,
que os vais ya tras la grandeza,
aunque si digo belleza,
bien sabéis vos que no miento;
que es bellísima Dïana,
y en discreción sin igual.
Sale MARCELA
MARCELA: ¿Puedo hablarte?
TEODORO: Ocasión tal
mil imposibles allana;
que por ti, Marcela mía,
la muerte me es agradable.
MARCELA: Como yo te vea y hable
dos mil vidas perdería.
Estuve esperando el día
como el pajarillo solo;
y cuando vi que en el polo
que Apolo más presto dora,
le despertaba la aurora,
dije:«Yo veré mi Apolo ».
Grandes cosas han pasado;
que no se quiso acostar
la condesa hasta dejar
satisfecho su cuidado.
Amigas que han envidiado
mi dicha con deslealtad,
le han contado la verdad;
que entre quien sirve, aunque veas
que hay amistad, no lo creas,
porque es fingida amistad.
Todo lo sabe en efeto;
que si es Dïana la luna,
siempre a quien ama importuna,
salió y vio nuestro secreto.
Pero será, te prometo,
para mayor bien, Teodoro;
que del honesto decoro
con que tratas de casarte
le di parte, y dije aparte
cuán tiernamente te adoro.
Tus prendas le encarecí
tu estilo, tu gentileza;
y ella entonces su grandeza
mostró tan piadosa en mí,
que se alegró de que en ti
hubiese los ojos puesto,
y de casarnos muy presto
palabra también me dio,
luego que de mi entendió
que era tu amor tan honesto.
Yo pensé que se enojara
y la casa revolviera,
que a los dos nos despidiera
y a los demás castigara;
mas su sangre ilustre y clara,
y aquel ingenio en efeto
tan prudente y tan perfeto,
conoció lo que mereces.
¡Oh, bien haya amén mil veces
quien sirve a señor discreto!
TEODORO:¿Que casarme prometió
contigo?
MARCELA: Pues ¿pones duda
que a su ilustre sangre acuda?
TEODORO:(Mi ignorancia me engañó. Aparte
¡Qué necio pensaba yo
que hablaba en mí la condesa!
De haber pensado me pesa
que pudo tenerme amor;
que nunca tan alto azor
se humilla a tan baja presa.)
MARCELA:¿Qué murmuras entre ti?
TEODORO: Marcela, conmigo habló
pero no se declaró
en darme a entender que fui
el que embozado salí
anoche de su aposento.
MARCELA: Fue discreto pensamiento,
por no obligarse al castigo
de saber que hablé contigo,
si no lo es el casamiento;
que el castigo más piadoso
de dos que se quieren bien
es casarlos.
TEODORO: Dices bien,
y el remedio más honroso.
MARCELA:¿Querrás tú?
TEODORO: Seré dichoso.
MARCELA: Confírmalo.
TEODORO: Con los brazos,
que son los rasgos y lazos,
de la pluma del amor,
pues no hay rúbrica mejor
que la que firman los brazos.