Cosmogonía personal
De interés general

Cosmogonía personal. De interés general

 

 

13/09/2013 Fuente revistaenie. Una muestra recorre la producción de José Gurvich, desde sus inicios En el constructivismo hasta su temprana muerte en Nueva York, cuando ya había desarrollado una mirada propia de la realidad.

 

José Gurvich nunca olvidó a su maestro Joaquín Torres García: creó un lenguaje propio a partir de sus enseñanzas, reinterpretó en clave única. “He roto casi todas las reglas para encontrar el espacio infinito y libre”, dijo Gurvich. Por estos días casi un centenar de obras del artista pueden verse en José Gurvich. Cruzando fronteras , con curaduría de Cristina Rossi, en el MAMBA. Hay pinturas, dibujos, esculturas, collages, ensamblajes, todos pertenecientes a la Fundación Gurvich, de Uruguay, y a colecciones privadas de Buenos Aires y de Montevideo. Hay también cerámicas que siguen la línea de los trabajos que se hacían en el taller de Torres García: artes aplicadas como tazas, floreros y cajas.

 

Si uno recorre la biografía de José Gurvich percibe que fue un artista con facilidad para cruzar fronteras territoriales y estéticas: pronto logró encontrar su propia voz y su propia poética. En sus inicios, se guió por las máximas de la Escuela del Sur: no imitar, no representar: poner en el centro de la escena la síntesis a través del símbolo con una paleta pautada.

 

“Para José Gurvich las fronteras territoriales siempre fueron un límite lábil del que tendió a desmarcarse, del mismo modo que en su poética buscó liberarse de las normas establecidas. Siempre se consideró un artista uruguayo aunque había nacido en Lituania, fue miembro activo del kibutz cada vez que visitó Israel y, en sus últimos años de vida, intentó integrarse en la gran metrópolis neoyorquina (…)”, escribe Cristina Rossi en el texto del catálogo.

 

Organizada a partir de cuatro módulos, la muestra recorre toda la producción de Gurvich, hasta su sorpresiva muerte en 1974, con sólo 47 años. El primer módulo pone el eje en el vínculo de Gurvich con Buenos Aires, y sirve de introducción a su período torresgarciano. Los otros tres módulos ponen el foco en su propio desarrollo plástico. Allí puede verse cómo el artista va transformando el tratamiento espacial: parte de la grilla ortogonal, ordenada, hasta desarticularla. El color se vuelve fulgurante. En paralelo, libera el símbolo. Así como juega con total libertad en el plano, en las esculturas los símbolos aparecen en la piel modelada de los personajes.

 

“Tras la muerte del maestro y una vez que la reconstrucción de posguerra hizo posible retomar el hábito de visitar los talleres y museos europeos, Gurvich realizó un primer recorrido con sus amigos Antonio Pezzino y Manuel Aguiar. Su contacto con las obras de algunos maestros como Peter Brueghel, Jerónimo Bosch ‘El Bosco’, Marc Chagall, Joan Miró y Paul Klee y su estancia en el kibutz Ramot Menashé fueron imprimiendo un giro en su obra”, escribe Rossi en el catálogo.

 

Gurvich desarrolló su propio lenguaje. Trabajó con formas en movimiento espiralado, como “Hombre constructivo en espiral” (1960). Modificó la tradicional grilla de la escuela constructiva incluyendo efectos de luz. Experimentó con distintos materiales y hasta hizo piezas en cerámicas que habitan el límite difuso entre escultura y alto relieve, y que pueden verse en la muestra.

 

En “Constructivo en tierras” desarma la grilla y, en “Formas geométricas en colores”, con un juego compositivo y cromático, la derrumba totalmente. En otras obras, como “Mundo fantástico en colores puros”, libera al símbolo del orden ortogonal y vuelve a jugar. Con guiños a Brueghel, sus obras del kibutz conservan símbolos constructivos. Ya en su último período, hace estallar las máximas compositivas constructivas.

 

Su viaje a Nueva York fue un verdadero choque cultural. Sus obras se volvieron irónicas, ácidas, el hombre devino lobo del hombre sin happy end . En sus pinturas los personajes se transformaron en semáforo, señal, deshecho. A Gurvich, la vida en Nueva York no le resultó fácil. Al principio, le costó encontrar trabajo: fue empleado en una empresa de cuadros en serie para hoteles. Luego, vendió sus propias obras y hasta tuvo una invitación para exponer en el Museo Judío de Nueva York.

 

Ya en Nueva York sus figuras de hombres se fragmentan en la gran polis. Desaparece la grilla y los símbolos mutan. Gurvich no se olvida de su maestro sino que vuelve sobre sus enseñanzas y lo reinterpreta. En “Mundo de Nueva York I”, los cuerpos y el universo se han fragmentado en pedazos, pero las parejas a pesar de todo permanecen en pie.

 

En algunas esculturas el símbolo constructivo se vuelve relieve, sobrepuesto a la forma escultórica principal. En las pinturas, aparece como sutil sobrescritura. Gurvich amplía la simbología del Hombre Universal torresgarciano con una cosmogonía propia en la que ocupan un lugar central el hombre, la mujer, la fertilidad y las parejas. Las parejas le apasionaron desde el inicio de su carrera, cuando las hizo constructivas, hasta sus últimas obras, donde las creó cósmicas. En “Mujer universal” (1968) experimenta con perlas y bijouterie. “Pareja I” (1968) es un bellísimo yeso pintado y tallado. Y siguen las historias de amor con muchísimas parejas tomadas de la mano, besándose, abrazadas, como si nada más importara en el mundo.