Nicolás Copérnico 1. De interés general
Biografía

Nicolás Copérnico 1. De interés general

 

De interés general

 

 

Fuente Wikipedia. Nicolás Copérnico —en polaco Mikołaj Kopernik, en latín Nicolaus Copernicus— (Toruń, Prusia, Polonia, 19 de febrero de 1473 – Frombork, Prusia, Polonia, 24 de mayo de 1543) fue un astrónomo del Renacimiento que formuló la teoría heliocéntrica del Sistema Solar, concebida en primera instancia por Aristarco de Samos. Su libro De revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de las esferas celestes) suele ser considerado como el punto inicial o fundador de la astronomía moderna, además de ser una pieza clave en lo que se llamó la Revolución Científica en la época del Renacimiento. Copérnico pasó cerca de veinticinco años trabajando en el desarrollo de su modelo heliocéntrico del universo. En aquella época resultó difícil que los científicos lo aceptaran, ya que suponía una auténtica revolución.

 

Copérnico era matemático, astrónomo, jurista, físico, clérigo católico, gobernador, líder militar, diplomático y economista. Junto con sus extensas responsabilidades, la astronomía figuraba como poco más que una distracción. Por su enorme contribución a la astronomía, en 1935 se dio el nombre «Copernicus» a uno de los mayores cráteres lunares, ubicado en el Mare Insularum.

El modelo heliocéntrico es considerado una de las teorías más importantes en la historia de la ciencia occidental.

 

Vida y obra

 

Este famoso científico polaco-prusiano estudió en la Universidad de Cracovia (1491-1494) probablemente bajo las directrices del matemático Wojciech Brudzewski. Viajó por Italia y se inscribió en la Universidad de Bolonia (1496-1499), donde estudió Derecho, Medicina, Griego, Filosofía, y trabajó como asistente del astrónomo Domenico da Novara.

 

En 1500 fue a Roma, donde tomó un curso de ciencias y astronomía, y en 1501 volvió a su patria y fue nombrado canónigo en la catedral de Frauenburg, cargo obtenido merced a la ayuda de su tío Lucas Watzenrode.

 

Pese a su cargo, volvió a Italia, esta vez a Padua (1501-1506), para estudiar Derecho y Medicina, haciendo una breve estancia en Ferrara (1503), donde obtuvo el grado de Doctor en Derecho Canónico.

 

Reinstalado definitivamente en su país (1523), se dedicó a la administración de la diócesis de Warmia, ejerció la Medicina, ocupó ciertos cargos administrativos y llevó a cabo su inmenso y primordial trabajo en el campo de la Astronomía.

 

Falleció el 24 de mayo de 1543 en Frombork, Polonia. En 2005 un equipo de arqueólogos polacos afirmó haber hallado sus restos en la catedral de Frombork, teoría que fue verificada en 2008 al analizar un diente y parte del cráneo y compararlo con un pelo suyo encontrado en uno de sus manuscritos. A partir del cráneo, expertos policiales, reconstruyeron su rostro, coincidiendo éste con el de su retrato.

 

El 22 de mayo de 2010 recibió un segundo funeral en una misa dirigida por Józef Kowalczyk, nuncio papal en Polonia y recién nombrado Primado de Polonia. Sus restos fueron de vuelta enterrados en el mismo lugar, en la Catedral de Frombork. Una lápida de granito negro ahora lo identifica como el fundador de la teoría heliocéntrica y lleva además la representación del modelo de Copérnico del sistema solar, un sol dorado rodeado por seis de los planetas.

 

Modelo heliocéntrico

 

Artículo principal: Modelo heliocéntrico.

 

En 1533, Johann Albrecht Widmannstetter envió a Roma una serie de cartas resumiendo la teoría de Copérnico. Éstas fueron oídas con gran interés por el papa Clemente VII y varios cardenales católicos.

 

Para 1536 el trabajo de Copérnico estaba cercano a su forma definitiva, y habían llegado rumores acerca de su teoría a oídos de toda Europa. Copérnico fue urgido a publicar desde diferentes partes del continente.

 

En una epístola fechada en noviembre de 1536, el arzobispo de Capua, Nikolaus Cardinal von Schönberg, pidió a Copérnico comunicar más ampliamente sus ideas y solicitó una copia para sí. Algunos han sugerido que esta carta pudo haber hecho a Copérnico sospechoso al publicar, mientras que otros han sugerido que esto indicaba el deseo de la Iglesia de asegurarse que sus ideas fueran publicadas.

 

A pesar de la presión ejercida por parte de diversos grupos, Copérnico retrasó la publicación de su libro, tal vez por miedo a la crítica. Algunos historiadores consideran que, de ser así, estaba más preocupado por el impacto en el mundo científico que en el religioso.

 

Las ideas principales de su teoría eran:

 

Los movimientos celestes son uniformes, eternos, y circulares o compuestos de diversos ciclos (epiciclos).

 

El centro del universo se encuentra cerca del Sol.

 

Orbitando alrededor del Sol, en orden, se encuentran Mercurio, Venus, la Tierra y la Luna, Marte, Júpiter, Saturno. (Aún no se conocían Urano y Neptuno.)

 

Las estrellas son objetos distantes que permanecen fijos y por lo tanto no orbitan alrededor del Sol.

 

La Tierra tiene tres movimientos: la rotación diaria, la revolución anual, y la inclinación anual de su eje.

 

El movimiento retrógrado de los planetas es explicado por el movimiento de la Tierra.

 

La distancia de la Tierra al Sol es pequeña comparada con la distancia a las estrellas.

 

De revolutionibus orbium coelestium

 

Artículo principal: De revolutionibus orbium coelestium.

 

Su obra maestra, De revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de las esferas celestes), fue escrita a lo largo de unos veinticinco años de trabajo (1507-1532) y fue publicada póstumamente en 1543 por Andreas Osiander, pero muchas de las ideas básicas y de las observaciones que contiene circularon a través de un opúsculo titulado De hypothesibus motuum coelestium a se constitutis commentariolus (no editado hasta 1878), que, pese a su brevedad, es de una gran precisión y claridad.

 

 

El sistema copernicano (De revolutionibus orbium coelestium).

 

Copérnico estudió los escritos de los filósofos griegos buscando referencias al problema del movimiento terrestre, especialmente los pitagóricos y Heráclides Póntico, quienes creían en dicha teoría. En cuanto a la teoría heliocéntrica en sí, hasta donde se sabe hoy, fue concebida por primera vez por Aristarco de Samos (310-230 a. C.), a quien curiosamente no nombra en su obra. Es preciso centrar el valor real de sus estudios en el hecho de reimponer teorías ya rechazadas por el «sentido común» y de darles una estructuración coherente y científica.

 

La ruptura básica que representaba para la ideología religiosa medieval, la sustitución de un cosmos cerrado y jerarquizado, con el hombre como centro, por un universo homogéneo e indeterminado (y a la postre incluso infinito), situado alrededor del Sol, hizo dudar a Copérnico de publicar su obra, siendo consciente de que aquello le podía acarrear problemas con la Iglesia; por desgracia, a causa de una enfermedad que le produjo la muerte, no alcanzó a verla publicada. Copérnico aún estaba trabajando en el De revolutionibus orbium coelestium (aunque aún no convencido de querer publicarlo) cuando en 1539 Georg Joachim Rheticus, un matemático de Wittenberg, llegó a Frombork. Philipp Melanchthon había arreglado para Rheticus su visita a diversos astrónomos y el estudio con ellos. Rheticus se convirtió en el pupilo de Copérnico, viviendo con él durante dos años. Rheticus leyó el manuscrito de Copérnico y de inmediato escribió un resumen no técnico de sus principales teorías en la forma de una carta abierta dirigida a Schöner, su profesor de astrología en Núremberg (en alemán Nürnberg), y más tarde publicó esta carta como un libro titulado Narratio Prima (primer recuento), en Dánzig (Danzig o Dantzig en alemán, Gdansk en polaco) en 1540. El amigo de Rheticus y mentor, Gasser Aquiles, publicó una segunda edición de la Narratio en Basilea en 1541. En 1542 Rheticus publicó un tratado de trigonometría escrito por Copérnico (incluido después en el segundo libro de De revolutionibus).

 

Bajo gran presión por parte de Rheticus, y habiendo visto la reacción favorable del público frente a su trabajo, Copérnico finalmente accedió entregar el libro a su amigo cercano Tiedemann Giese, obispo of Chełmno (Kulm), a ser entregado a Rheticus para ser impreso por Johannes Petreius en Núremberg. La primera edición del De Revolutionibus aparece en 1543 (el mismo año de la muerte del autor), con una larga introducción en la que dedica la obra al Papa Pablo III, atribuyendo su motivo ostensible para escribirla a la incapacidad de los astrónomos previos para alcanzar un acuerdo en una teoría adecuada de los planetas y haciendo notar que si su sistema incrementaba la exactitud de las predicciones astronómicas, esto permitiría que la Iglesia desarrollara un calendario más exacto (un tema por entonces de gran interés y una de las razones para financiar la astronomía por parte de la Iglesia).

 

El trabajo en sí estaba dividido en seis libros:

 

Visión general de la teoría heliocéntrica, y una explicación corta de su concepción del mundo.

Básicamente teórico, presenta los principios de la astronomía esférica y una lista de las estrellas (como base para los argumentos desarrollados en libros siguientes).

Dedicado principalmente a los movimientos aparentes del Sol y a fenómenos relacionados.

Descripción de la Luna y sus movimientos orbitales.

Explicación concreta del nuevo sistema.

Explicación concreta del nuevo sistema (continuación).

 

Significado de la obra

 

Poner en tela de juicio que el hombre está en el centro del Universo para contemplarlo significa ir en contra del más grande de los ideales: el de la contemplación por parte del hombre de la majestuosidad de los cielos hechos por Dios. La importancia de la obra de Copérnico es ser una obra revolucionaria, precursora de grandes cambios científicos. Dicho carácter revolucionario no está sólo en sus escritos sino en poner en marcha unos caminos que romperán las barreras del pensamiento. No debemos olvidar que la obra de Copérnico sigue ligada al Mundo Antiguo, ya que ciertas premisas platónicas siguen vigentes en su pensamiento como los dos grandes principios de uniformidad y circularidad. Sin embargo con su obra se afianza otra gran idea propia de la modernidad: la naturaleza va perdiendo su carácter teológico, el hombre ya no es el centro del universo, sino que Copérnico le desplaza a una posición móvil, como la de cualquier otro planeta.

 

A partir de Copérnico se desencadena la idea de que el hombre ahora está gobernado por su Razón, que será la facultad del ser humano que hace que tome parte en el ordenamiento del Universo. Así el hombre pasa a ser un ser autónomo que basa dicha autonomía en su capacidad de raciocinio. La razón humana puede ahora apoderarse de la Naturaleza: dominarla y controlarla. Así el hombre deja de ser el centro físico del Universo para convertirse en el centro racional del Universo. A partir de ahora nos enfrentamos al mundo, no contemplándolo, sino construyendo hipótesis a través de las capacidades del hombre, que contrastadas con la naturaleza se podrán dar por válidas o no.

 

En este caso particular, Copérnico tuvo en contra al cristianismo de la época que hizo suyos los presupuestos aristotélicos del mundo antiguo. Aristóteles escribió de teoría literaria, política, ética, metafísica, lógica, meteorología, física, biología, astronomía… y todo ello integrado coherentemente, lo que hacía muy difícil atacar una parte sin atacar al todo. A la vez, permitía, por esa misma razón, dejar de lado pequeñas dificultades que pudieran surgir en aspectos parciales.

 

Esa es la razón fundamental de su permanencia como visión del mundo a lo largo de dos mil años. Si además se añade que, tras su descubrimiento por parte del mundo medieval, este sistema fue cristianizado y asumido por la Iglesia católica a través de la obra de Santo Tomás de Aquino, comprenderemos mejor la resistencia que opuso a su superación y hasta qué punto determinó, no sólo la historia de la astronomía, sino de la ciencia y de la cultura.

 

La difusión de la teoría copernicana se lleva a cabo sobre un fondo político e histórico en el que es de importancia fundamental el problema religioso existente desde 1517 con la irrupción en escena del luteranismo. En 1545 se inició el Concilio de Trento, que después de tres sesiones, con su final en 1563, deja establecida la reforma radical de la Iglesia e impone un programa de recuperación y defensa del dogma frente al mundo reformista. Pío V y Gregorio XIII, entre 1566 y 1585 culminarán el proceso de recuperación de la Iglesia católica en la segunda mitad del siglo XVI, solventado los problemas de disensión interna y de jerarquía. Difunden la enseñanza eclesiástica y recuperan importancia e influencia en los países en los que la creencia protestante se había hecho fuerte. Pero los sucesos acaecidos en los cielos a finales del siglo XVI y las observaciones que Copérnico hizo de estos, minaron ciertamente la autoridad y credibilidad de la filosofía que sustentaba la astronomía ptolemaica. La Iglesia protestante paulatinamente se rinde ante la situación y su oposición al heliocentrismo desaparece. Se da un vuelco en la situación. A partir del final de siglo será la Iglesia católica la que, utilizando su poder organizado en la Inquisición, convertirá al heliocentrismo en el enemigo más inmediato.

 

En cualquier caso no todo deben ser reproches a la Iglesia, porque si bien posteriormente la obra de Copérnico fue condenada, fue esta misma Iglesia católica la que permitió que el científico pudiera concebir, escribir y publicar. La biografía de Copérnico está enormemente influenciada por la Iglesia desde el momento en el que con diez años queda huérfano y es acogido por su tío, canónigo que un tiempo después llegaría a ser obispo. Sería su tío Lucas quien tuviera prevista una larga etapa de formación académica en universidades de prestigio como las de Cracovia y Padua, y además sería gracias al respaldo de la Iglesia de Roma y a sus posesiones por lo que Nicolás Copérnico (y su familia) no debieron volver a preocuparse por los aspectos materiales de su vida, pues tendrían ingresos garantizados. La educación que su tío le proporcionó fue la que hizo posible las observaciones de los cielos y los estudios sobre astronomía que Copérnico realizó por las mejores universidades de Europa.

 

A la muerte de su tío Lucas en 1512, los sucesivos obispos confiarán en Copérnico, bien como canciller, bien como administrador o visitador, y comenzará para él una época de actividad que casi podría describirse como febril. Durante los siguientes veinte años al menos, Copérnico deberá atender a la administración de bienes y servicios de la diócesis, llevará a cabo intensas gestiones diplomáticas y además de todo eso, observará el cielo, anotará pacientemente posiciones del Sol, días y horas de eclipses, ocultaciones y conjunciones, y comprobando pacientemente y de forma minuciosa cada dato conocido irá elaborando su obra magna, el De revolutionibus. Solo utilizó tres instrumentos: el cuadrante, el astrolabio y el instrumento paraláctico. Con ellos, desde su torre, observará el Sol, la Luna y las estrellas durante esos años. La última observación que utiliza en el De revolutionibus es del 12 de marzo de 1529 y lo es del planeta Venus. Por entonces debía estar finalizando su redacción y tenía ya 56 años.

 

Prácticamente todos los especialistas piensan que De revolutionibus estaba acabado en torno a 1530. Pero Copérnico no lo publica. Que se sepa, ni tuvo intenciones de hacerlo. Él mismo esbozará algunos motivos en la dedicatoria del De revolutionibus, pero no está clara la razón después de veinte años de trabajo. Solo caben hipótesis: los datos que profusamente utilizaba en su obra provenían de las obras antiguas y, por consiguiente, podían tener errores notables acumulados; por otro lado estaba el problema de la reforma religiosa planteada por el luteranismo y la sensación de vivir un periodo de ortodoxia cambiante en el que, quizás (y Copérnico sí que dio siempre muestras de portarse así) lo mejor era guardar cierta distancia y prudencia respecto a ciertas formulaciones que pudieran herir sensibilidades filosóficas o religiosas. Si a todo esto se añade sus veleidades elitistas inspiradas en el secretismo pitagórico, quizás podamos hacernos una idea de por qué De Revolutionibus permaneció probablemente otra docena de años oculto.

 

El libro apareció impreso en la imprenta de Petreus en mayo de 1543. La edición incluía la advertencia al lector redactada por Osiander, la carta que el cardenal Schönberg había escrito a Copérnico en 1536 y una dedicatoria del propio Copérnico al papa Pablo III, que será el texto que ahora nos ocupa. Todos los documentos citados son de suprema importancia, pero el tercero destaca por encima de los otros dos por ser en el que Copérnico nos dice algo sobre la génesis de su trabajo.

 

En la dedicatoria de Copérnico al Papa, el autor primeramente da por cierto que poner en movimiento la Tierra causará peticiones de condena, por lo que durante largo tiempo dudó si darlo a conocer u operar al estilo pitagórico. Además, hace saber al Papa cómo pudo habérsele ocurrido poner a la Tierra en movimiento. En primer lugar, dice que los matemáticos no están de acuerdo con las investigaciones ya que no se ponían de acuerdo en la duración del año, inseguros de los movimientos del Sol y la Luna respectivamente. Además, para explicar sus teorías utilizan distintos supuestos y demostraciones (sin unificar una serie de principios válidos universalmente). Admiten muchas cosas que contravienen los primeros principios acerca de la regularidad del movimiento de los astros, y tampoco han sido capaces de hallar lo más importante, “la forma del mundo y la inmutable simetría de sus partes”.

 

La obra de Copérnico y los cambios que propone se proyectan sobre el estado anterior de la astronomía y sobre el entramado científico y filosófico que con él se asociaban. En el texto que ahora comentamos, el autor hace un breve repaso por todas aquellas partes de la astronomía anterior a él que quedan obsoletas a partir de sus descubrimientos: la inseguridad sobre los movimientos del Sol y la Luna (ya que sus movimientos anuales no se podían establecer con seguridad), la explicación del movimiento de los planetas tampoco resultaba aceptable ya que no se utilizaban los mismos supuestos para todos (ya que en unos casos se utilizan círculos homocéntricos, en otros excéntricos, epiciclos, etc.), y sobre todo, que el Universo era tomado como un sistema por partes que carece de unidad. De esta manera, al final del texto, el autor reflexiona y explica que la astronomía que le precedía era confusa en el sentido de que no se seguían principios seguros sino que en unos casos se utilizaban unas explicaciones, en otros otras, y que por lo tanto se llega a un «método» incompleto (ya que si las hipótesis que se plantearon fuera ciertas, ciertamente podrían demostrarse con facilidad).

 

Las ideas principales de la obra de Copérnico, que se oponen a las anteriores a él, son entre otras, su idea de preservar la unidad de movimientos y crear un sistema de círculos más racional. El helioestatismo y el heliocentrismo no son las premisas sino la conclusión. Además, elimina los ecuantes de la astronomía porque no parecen respetar los principios básicos de Platón. Cambia también de hipótesis y toma la de que el Sol permanece quieto y la Tierra se mueve (con una serie de movimientos distintos: el movimiento de rotación, el de traslación y el de declinación que sirve para explicar los equinoccios). Para esto, Copérnico plantea sus hipótesis: que no existe un centro único de todas las esferas celestes, y que además el centro de la Tierra no es el centro del Universo (sino el centro lunar y el centro de gravedad).

 

Todas las esferas giran en torno al Sol, que es el centro de giro de ellas, y el Sol está en las proximidades del centro del Mundo; supera el problema del paralaje si pensamos que las estrellas están a una distancia muchísimo superior a lo que se pensaba anteriormente. Además, cualquier movimiento que parezca realizado en la esfera de las estrellas no es tal; sino que lo que se mueve es la Tierra (que gira cada día y da una vuelta completa, mientras que la esfera de las estrellas está inmóvil). De esta misma manera, los movimientos del Sol no se deben a él, sino a la Tierra que gira en torno a él igual que el resto de planetas; y los movimientos retrógrados y directos de los planetas no se deben a ellos, sino al movimiento de la Tierra. Vemos por lo tanto que el plantear la hipótesis de que la Tierra se mueve sirve para explicar muchas de las irregularidades de los movimientos del Universo: elimina antiguos problemas y herramientas complicadas como los ecuantes, las esferas celestes, etc.

 

De esta manera llegamos a la conclusión de que la idea principal de Copérnico fue la de conservar las ideas y principios de la Antigüedad pero con otra hipótesis: la del movimiento de la Tierra. Ptolomeo sólo ofrece una caja de herramientas para resolver problemas, mientras que Copérnico unirá todos esos problemas para dar una configuración completa del Sistema Planetario: un Universo finito y cerrado pero con las estrellas infinitamente alejadas, idea que daría pie a que sus sucesores planteasen la idea de un Universo infinito. Por eso insistimos en que la importancia fundamental de Copérnico no fueron sus ideas en sí, sino lo que estas significaron para abrir paso a los descubrimientos astronómicos posteriores.

 

Como curiosidad, el primer ejemplar de la publicación llegó a Nicolás Copérnico el mismo día de su muerte, el 24 de mayo de 1543.

 

Legado

 

Copérnico está considerado como el fundador de la astronomía moderna, proporcionando las bases que permitieron a Newton culminar la revolución astronómica, al pasar de un cosmos geocéntrico a un universo heliocéntrico y cambiando irreversiblemente la visión del cosmos que había prevalecido hasta entonces.

 

Así, lo que se conoce como Revolución Copernicana es su formulación de la teoría heliocéntrica, según la cual, la Tierra y los otros planetas giran alrededor del Sol.

 

En memoria de Nicolás Copérnico, el 19 de febrero de 2010 la IUPAC nombra al elemento 112 de la tabla periódica como copernicio.

 

 

 

Introducción

 

Fuente monografias. Copérnico nació en 1473 en Thorn (hoy Toru), un pequeño puerto polaco sobre el río Vístula, cerca del mar Báltico. (Su nombre era Mikolaj Kopernik, que él latinizó como Nicolaus Copernicus.) Cuando tenía diez años, su padre (de profesión comerciante) falleció y su educación quedó a cargo de su tío materno, un importante obispo de Polonia.

 

Guiado por su tío, recibió una esmerada formación en importantes universidades. En 1491 ingresó en la Universidad de Cracovia. Allí Alberto Brudzewski, afamado matemático y astrónomo, despertó en el joven Nicolás el gusto por estas ciencias. Si bien por consejo de su tío se licenció en Medicina, Nicolás adquirió en Cracovia una sólida formación matemática y descubrió las contradicciones del modelo astronómico ptolemaico. Probablemente haya aprendido también allí el conocimiento del arte de la observación de las estrellas.

 

Abandonó Cracovia en 1795 e ingresó en la célebre Universidad de Bolonia (Italia), para estudiar Derecho Canónico. Allí permaneció hasta el año 1500, cultivando, junto al Derecho, su pasión por la Astronomía con el Profesor Domenico María Novara (crítico de la geografía de Ptolomeo), en cuya casa se alojaba. En Bolonia Copérnico aprendió griego, lo que le permitiría luego leer los textos originales sobre Astronomía en esa lengua. El 9 de marzo de 1497 realizó una observación que le permitió concluir que la distancia de la Luna a la Tierra no varía en los cuartos y en la fase llena. Esto contradecía lo previsto por Ptolomeo y mostraba el camino de su superación: la asociación del razonamiento y observación.

 

En 1500 se doctoró en Astronomía en Roma y fue nombrado allí Profesor de la Universidad. Pero sus dudas sobre el modelo de Ptolomeo, que se enseñaban por entonces a los alumnos, lo llevaron a renunciar a la cátedra.

 

Ingresó, por entonces a la famosa Escuela de Medicina de la Universidad de Padua. En esta ciudad profundizó sus conocimientos de la lengua griega y de la literatura clásica. Copérnico se encontraba inquieto en la búsqueda de una solución a las anomalías mostradas por los modelos ptolemaicos, que ponían en crisis el Postulado de Homogeneidad y Armonía del Cosmos.

En 1503 se licenció en derecho canónico en la Universidad de Ferrara, para luego regresar a Polonia. Habiéndose ordenado sacerdote, vivió hasta 1510 con su tío, ejerciendo la Medicina y colaborando en la administración de la diócesis.

 

Entre los años 1507 y 1515 fue redactando su primera obra sobre Astronomía, conocida como el Commentariolus. La misma circuló en un principio a través de unas pocas copias manuscritas y fue publicada recién en el siglo XIX. En ella expone ya su concepción heliocéntrica. Sin apelar a demostraciones matemáticas, describe el sistema solar señalando la ubicación de los planetas según su distancia respecto del Sol.

 

El segundo de sus tres escritos astronómicos es del año 1524 y es una crítica al tratado Del movimiento de la octava esfera de Juan Werner de Nüremberg. Si bien lleva por título De octava sphaera, se lo conoce como "Carta a Wapowski". En esta obra Copérnico se abstiene de presentar su propio modelo heliocéntrico, ateniéndose a señalar los errores de método y contenido de la obra criticada.

 

En 1515 participó del quinto Concilio Laterano encargado de reformar el calendario. Entre ese año y 1530 redactó su obra principal, Sobre las revoluciones de los cuerpos celestes, pero no la publicó. De todos modos, las noticias sobre sus investigaciones y su teoría se fueron filtrando poco a poco. Fue así que, en 1533, la corte papal sometió a discusión sus descubrimientos. En 1536 el cardenal Nicolás Schonberg (procurador general de los dominicos) le propuso que publicara sus descubrimientos. Finalmente Copérnico publicó su obra en 1543, pocos días antes de su muerte, ocurrida el 24 de mayo en Frauenburg (Polonia).

 

Copérnico no fue el primero en señalar la centralidad del Sol. A este respecto, basta nombrar a Aristarco de Samos, quien ya en la antigua Grecia enseñaba que la Tierra y todos los demás planetas giraban alrededor del Sol. De todos modos, el modelo que imperaba en su tiempo era el de Claudio Ptolomeo, que afirmaba que la tierra se hallaba estática y que tanto el Sol como los planetas giraban a su alrededor. Al realizar sus observaciones astronómicas, Copérnico descubrió anomalías en el sistema ptolemaico y comenzó a dudar de sus postulados básicos. En su obra principal dice:  […] cuando un barco navega sin sacudidas, los viajeros ven moverse, a imagen de su movimiento, todas las cosas que les son externas y, a la inversa, creen estar inmóviles con todo lo que está con ellos. Ahora, en lo referente al movimiento de la Tierra, de manera totalmente similar, se cree que es todo el Universo íntegro el que se mueve alrededor de ella […]" Copérnico llegó a la conclusión de que la Tierra se movía, girando sobre sí misma (un giro completo equivalía a un día) y alrededor del sol (un giro completo equivalía a un año). También sostenía que el eje de la Tierra se hallaba inclinado. A su vez, mantenía la concepción tradicional de una esfera exterior donde se encontraban inmóviles las estrellas.

 

Se debe tener en cuenta que Copérnico realizaba sus observaciones sin contar con el aporte invalorable del telescopio, que por entonces no había sido aún inventado. Para observar los cuerpos celestes, pasaba las noches en la torre de su casa de las montañas. Complementaba estas observaciones con la lectura de las obras antiguas y clásicas y con sus propias anotaciones y cálculos. Si bien éstos últimos no eran del todo precisos, todas sus observaciones respondían a necesidades de orden teórico y se realizaban según un plan preestablecido.

 

Copérnico sentó las bases de la Astronomía Moderna, que sería desarrollada luego por Galileo, Brahe, Kepler y Newton, entre otros.

 

En su propio siglo contó con pocos seguidores. Era muy criticado ―especialmente por miembros de la Iglesia― por afirmar que la Tierra no se hallaba en el centro del Universo. El heliocentrismo demorσ en imponerse. En el juicio de 1633, Galileo fue condenado por sostener la tesis copernicana, que quedσ prohibida. Sin embargo, algunos jesuitas la estudiaban y enseñaban en secreto. La teoría recibió un nuevo impulso con la formulación de la Ley de Gravedad por parte de Newton, en el siglo XVII, en especial en el norte de Europa. Los pensadores católicos del sur de Europa tardaron un siglo más en reconocer al heliocentrismo su validez. Cabe recordar que, en el siglo XV, el propio Marín Lutero había acusado a Copérnico de ser un necio que quería «poner completamente del revés el Arte de la Astronomía.

 

Hipótesis Acerca Del Movimiento De La Tierra Alrededor Del Sol

 

Nuestros ancestros, según advierto, suponían la existencia de gran número de esferas celestes, principalmente con la intención de explicar el movimiento aparente de los planetas en virtud del principio de regularidad. Porque tenían por cosa totalmente absurda el que un cuerpo celeste que es esfera perfecta, no tuviera siempre movimiento uniforme. Vieron como uniendo y combinando de varios modos movimientos regulares, podían lograr que, al parecer, todo cuerpo se moviese hasta una posición cualquiera.

 

Calipo y Eudoxo, quienes se propusieron resolver el problema recurriendo a las esferas concéntricas, no pudieron explicar todos los movimientos planetarios. No sólo tenían que dar razón de los giros aparentes de los planetas, sino también de por qué dichos cuerpos a veces nos parecen remontarse por los cielos y otras bajar; y esto no concuerda con el principio de la concentricidad. Por eso se tuvo por mejor recurrir a excéntricas y epiciclos, sistema que acabaron pro aceptar los más doctos.

 

No obstante, las teorías planetarias de Ptolomeo y la mayoría de los otros astrónomos, aunque concordaban con los datos numéricos, a veces parecían presentar dificultades no pequeñas. Porque las tales teorías no satisfacían por completo, a menos de admitirse también ciertos ecuantes. Resultaba entonces que el planeta no se movía con velocidad uniforme ni en su deferente ni en torno del centro de su epiciclo. Por lo tanto, los sistemas de esta clase no parecían ni bastante absolutos ni bastante gratos para el entendimiento.

 

Habiéndome dado cuenta de tales defectos, medité a menudo, si no podría hallarse por ventura una combinación más razonable de círculos de la cual se infiriesen todas las anomalías aparentes y según la cual todo se moviese uniformemente en torno de su propio centro, conforme lo exige la norma del movimiento absoluto. Después de proponerse este problema dificilísimo y casi imposible de solventar, al fin se me ocurrió una idea de como podría resolverse mediante construcciones menos numerosas y mucho más sencillas que las antes usadas, con tal que se me concediesen algunos postulados (que se llaman axiomas) y que se exponen en este orden.

 

Postulados

 

No existe ningún centro de gravedad de todos los círculos o esferas celestes

 

El centro de la tierra no es el centro del universo, sino tan sólo de gravedad y de la esfera lunar.

Todas las esferas giran alrededor del sol como de su punto medio y, por lo tanto, el sol es el centro del universo.

 

La razón entre la distancia de la tierra al sol y la altura del firmamento es a tal punto menor que la razón entre el radio de la tierra y la distancia de ésta al sol, que la distancia de la tierra al sol es imperceptible, si se le compara con la altura del firmamento.

 

Todo movimiento aparente que se percibe en los cielos proviene del movimiento de la tierra, y no de algún movimiento del firmamento, cualquiera que fuere.

Lo que nos parece movimiento del sol no proviene del movimiento de éste, sino del movimiento de la tierra y de nuestra esfera, junto con la cual giramos en derredor del sol, lo mismo que cualquier otro planeta.

 

El movimiento aparentemente directo y retrógrado de los planetas no proviene del movimiento suyo, sino del de la tierra. Por consiguiente, el movimiento de la tierra por sí solo para explicar las aparentes anomalías de los cielos.

 

Concedidos estos postulados, trataré de hacer notar brevemente cómo un proceso sistemático puede eliminar la uniformidad de los movimientos. Sin embargo, he tenido por conveniente el omitir en este esquema, en gracia de la brevedad, todas las demostraciones matemáticas, las cuales reservo para mi obra más amplia. Pero, al explicar los círculos, daré aquí las longitudes de los radios; y, por ellas, pronto verá el lector versado en matemática cuán cabalmente concuerda esta combinación de círculos con las observaciones y datos numéricos.

 

Las esferas celestes están dispuestas en el orden siguiente: La suprema es la esfera inmóvil de las estrellas fijas, la cual contiene todas las cosas y les da su posición. Debajo de ellas está Saturno, detrás del que viene Júpiter y después Marte. Bajo de Marte está la esfera en que giramos nosotros, luego, Venus; y por último, Mercurio. La esfera gira en torno del centro de la tierra, y se mueve junto con la tierra, a modo de epiciclo. También según el mismo orden un planeta aventaja a otro en velocidad de traslación según se describa círculos menores a mayores. Así, Saturno dura treinta años en una revolución completa; Júpiter, doce; Marte, dos y medio, y la Tierra, uno; Venus, nueve meses y Mercurio, tres.

 

Los Movimientos Aparentes del Sol.

 

La tierra tiene tres movimientos: el primero describe anualmente un gran círculos en torno del sol, siguiendo el orden de los signos y recorriendo siempre arcos iguales en tiempos iguales; la distancia del centro del círculo al sol es igual a la vigésima quinta parte del radio del círculo. Se supone que el radio tiene una longitud imperceptible, comparada con la altura del firmamento; de ahí que con este movimiento parezca moverse el sol, como si la tierra ocupase el centro del universo. Sin embargo, la apariencia de este movimiento no tiene por causa el movimiento del sol, sino el de la tierra, de manera que, cuando, por ejemplo, la tierra está en el signo de Capricornio, el sol se ve el de Cáncer, diametralmente opuesto; y así por el estilo. Por razón de la distancia, citada arriba, del sol al centro del círculo, este movimiento aparente del sol no es uniforme, siendo su irregularidad máxima de dos grados y un sexto.

 

La línea trazada desde el sol a través del centro del círculo se dirige invariablemente hacia un punto del firmamento situado a unos diez grados al oeste de la más brillante de las dos estrellas de la cabeza de los Gemelos; por consiguiente, cuando la tierra se halla enfrente de este punto, y el centro del círculo se halla entre ellos, se ve al sol a su distancia máxima de la tierra. En este círculo gira la tierra, junto con cuento queda encerrado dentro de la esfera lunar.

 

El segundo Movimiento propio de la tierra es la rotación diurna en torno de los polos, siguiendo el orden de los signos, o sea de oeste a este. A causa de esta rotación, el universo entero parece girar con velocidad enorme. De este modo gira la tierra, junto con las aguas que la rodea y la atmósfera que la circunda.

 

El tercer movimiento es el de declinación; porque el eje de la rotación diurna no es paralelo al eje del círculo máximo, sino que tiene con relación a él una inclinación que forma un ángulo que intercepta una porción de la circunferencia igual a unos veintitrés grados y medio, en el tiempo nuestro. Por lo tanto, permaneciendo siempre el centro de la tierra en el plano de la eclíptica, o sea, en la circunferencia el círculo máximo, giran los polos de la tierra, describiendo ambos unos círculos pequeños en torno de centros equidistantes del eje del círculo máximo. La duración de este movimiento no es de un año cabal, sino aproximadamente igual a la revolución anual en el círculo máximo. En cambio, el eje de este círculo máximo se orienta invariablemente hacia los puntos del firmamento que se llaman polos de la eclíptica. De modo semejante, el movimiento de declinación combinado con el movimiento anual, actuando juntos con los polos de la rotulación diurna, harían que estos polos se mantuviesen fijos en los mismos puntos del cielo, sé ser exactamente iguales los período de ambos movimientos. Pero, en un largo lapso de tiempo, ha quedado de manifiesto que cambia esta inclinación que tiene la tierra con respecto al firmamento. De ahí proviene la opinión común, según la cual el firmamento posee movimientos varios, de acuerdo con una ley no bien entendida aún. En cambio, el movimiento de la tierra puede explicar todas estas mudanzas, de modo menos sorprendente.

 

El movimiento igual no debiera medirse por los equinoccios, sino por las estrellas fijas.

 

Puesto que los equinoccios y los demás puntos cardinales del universo cambian bastante, necesariamente errará quien se empeñare en deducir de ellos la igualdad de longitud de la traslación anual. En diversas épocas se hicieron diferentes determinaciones de esta longitud, basadas en muchas observaciones. Hiparco la calculó en 365 ¼ días; y Albategonio, caldeo, en 365 días, 5 horas y 46 minutos, o sea, en 13 3/5 minutos o 131/3 minutos menos que Ptolomeo, El Sevillano (Hispalensis) aumentó el cómputo de Albategonio en un vigésimo de hora, puesto que calculó el año trópico en 365 días, 5 horas y 49 minutos.

 

A menos que se juzgase que tales discrepancias tuvieron su causa en errores de observación, permítaseme decir que; si uno estudia con atención los detalles, hallará que la discrepancia ha correspondido siempre al movimiento de los equinoccios. Porque cuando los puntos cardinales recorrían un grado por siglo, como se comprobó que se movían en la época de Ptolomeo, la longitud del año era la que afirmó ser Ptolomeo. Pero cuando en los siglos siguientes, se movían con más rapidez, al contraponerlos a movimientos menores, el año se acortó; y esta disminución corresponde al aumento de la precesión. Porque el movimiento anual se lleva a cabo en menos tiempo, a causa de la repetición más rápida de los equinoccios. Por lo tanto, es más exacto el inferir de las estrellas fijas la igualdad de longitud del año. Yo me valí de la Espiga de la Virgen (Spica Virginis), y hallé que el año ha sido siempre de 365 días, 6 horas y como 10 minutos, el cual es también el cómputo de los antiguos egipcios. El mismo método ha de utilizarse también en los movimientos de los demás planetas, como lo demuestran sus ábsides, las leyes fijas de su movimiento en los cielos y el cielo mismo, con testimonio infalible.