Cómo parecer (una parodia de) un escritor con un único accesorio
De interés general

Cómo parecer (una parodia de) un escritor con un único accesorio

 

 

18/07/2014 Fuente elpais. Una artista recrea retratos de autores míticos, de Martin Amis a Ellis, con su amuleto más irreductible. Y no es una Olivetti

 

Desde Oscar Wilde, posando con un pitillo por encima del hombro, a Roberto Bolaño, que aspira el humo de un cigarro en una de sus fotos más famosas, el combo escritor+tabaco es un clásico de la promoción literaria, buscada o involuntaria. Hasta el escritor menos retratado del mundo, J.D. Salinger, sale fumando en la única sesión de fotos que se hizo en la vida, y que incluye un pequeño pero significativo catálogo de gestos: con la cabeza gacha y la mano en la frente, con el humo del pitillo desafiando el ángulo hacia arriba (actitud de “estoy creando”); mirando de soslayo a la cámara con el cigarrillo a un palmo de la boca (actitud de “ay, que me pilláis aquí con las musas”) y, por último, en la foto más rara del escritor y probablemente la que más detestaba, mirando a la cámara con un derroche de autoestima. También hay una en esa misma sesión en blanco y negro en la que aparece encorvado, con una mano en el costadillo y otra agarrando el Marlboro o lo que fuese (“escribir es duro, amigos”).

 

 Szilvia Molnar, una insider de la industria editorial de origen sueco pero afincada Nueva York, notó cómo prevalece aún ese modelo y cayó en la cuenta de la de cosas creativas que puede llegar a hacer un escritor con un cigarrillo en una foto promocional al ver el póster para un evento literario con Zadie Smith y Karl Ove Knausgaard. En el cartel, ella aparecía “sensual y con una actitud cercana”, mientras que el autor de Mi lucha (Anagrama), última sensación de las letras escandinavas, posaba como suele: intenso, muy intenso, y exhalando humo. De ahí nació el proyecto El hombre, el escritor y su cigarrillo, en el que Molnar se marca un Cindy Sherman recreando las fotos de autores famosos (y sus pitillos).

 

 Durante semanas, Molnar fue posando, ahora como Kanusgaard, ahora a lo Bret Easton Ellis, con una pose más frívola, de cigarrillo colgando de los labios en precario equilibrio (no confundir esa pose con la del tipo Albert Camus, en la que el pitillo también cuelga de los labios pero lo que se intenta transmitir es introspección, no desafío), después a lo Martin Amis. Este último, en su versión joven, recreando la famosa foto de Angela Gorgas que cinceló la imagen de Amis como el Mick Jagger de la literatura, y en versión mediana edad, mirando a cámara y a punto de capturar el cigarro entre los dedos. Su amiga Maria Marqvard Jensen tomaba las fotos y después las colgaba en Twitter, donde la serie fue adquiriendo un reducido pero significativo culto entre letraheridos con sentido del humor. ¿Por qué tanto humo? “El cigarrillo simboliza muchas cosas que se han asociado a los escritores durante años. Es parte de esa imagen del intelectual: piensas, fumas, piensas un poco más. Y se supone que los hombres han estado pensando por todos nosotros durante mucho tiempo. A alguna gente le encantaría que siguiese siendo así y que las mujeres escritoras mantengan otro rol: sensuales, guapas, felices. Estoy generalizando pero debe haber algo de verdad en todo esto. Si no, no hubiera sido necesario hacer este proyecto”, explica la ex agente literaria por correo electrónico. El doble rasero de género en las fotos de la solapilla podría ser la próxima frontera para autoras como Maureen Johnson, que se quejan de que la industria editorial coloca portadas demasiado femeninas y festivas incluso a los libros más sombríos escritos por mujeres.

 

 De esa práctica no se salvan ni las premios Nobel –sólo hay que ver esta portada de una reciente reedición que tira bien de magenta y con una pin up en bañador, que más bien parece una novela playera sobre dos amigas que se roban el novio– ni las autoras famosas por su sentido trágico de la vida, como Sylvia Plath, a cuya Campana de cristal le plantaron el año pasado una portada cuqui-retro, tipo cafetería de Malasaña con carrot cake en el menú.

 

 A parte del público lector le gusta pensar que los escritores no se someten al designio del marketing como lo haría, por ejemplo, un actor, pero, como señala Molnar, “lo cierto es que nunca hace daño si el autor es atractivo”, como es el caso de Knausgaard. Desde que empezó el proyecto, no paran de enviarle fotos de escritores fumando para reproducir. También de mujeres (“pero esa no es la idea”) y, aunque no tiene claro si lo continuará, sí tiene en la reserva a algunos escritores españoles. “Definitivamente, Andrés Barba y Javier Marías”. Éste último, que suele dedicar indignados artículos a las dificultades que tiene para fumar en los hoteles (#problemasdeescritoresdelprimermundo), tiene toda una galería de retratos envueltos en humo.