La luz del príncipe de las sombras
De interés general

La luz del príncipe de las sombras

 

 

25/05/2014 Fuente lanacion. No podía ser prolífico porque era preciso y meticuloso al extremo. Y no podía ser reconocido o ganar premios porque era demasiado talentoso. De las muchas frases evocadoras que aparecieron en los medios del mundo tras conocerse, hace una semana, la noticia del fallecimiento de Gordon Willis, estas palabras del diario canadiense The Globe and Mail resultan difíciles de superar.

 

A lo largo de sus 82 años, el artista que acaba de dejarnos trabajó detrás de las cámaras como director de fotografía en no más de 40 películas, pero siete de ellas acumularon nada menos que 39 premios y nominaciones al Oscar en apenas siete años, de 1971 a 1977. Esa lista recorre títulos que van desde El padrino hasta Manhattan, pasando por Zelig y Todos los hombres del presidente. Nombres tan memorables como sus artífices, los más conocidos (directores y actores que casi no hace falta nombrar) y los menos visibles, como Willis.

 

La noticia de su fallecimiento tal vez finalmente pueda hacer justicia y recuperar el significado de su obra. Tal vez descubramos entonces el inmenso legado de Willis, un hombre al que le debemos "una manera de ver", según reconoció en su obituario de El País Elsa Fernández Santos. Alguien que "revolucionó con su cámara las luces y sombras de un cine que, de su mano, encontró una nueva expresión, más sombría y naturalista".

 

A Willis lo bautizaron el príncipe de las tinieblas, pero Félix Monti prefiere hablar de él como el príncipe de las sombras. "Siempre trató de que la luz fuese un personaje más -cuenta a la nacion uno de los más grandes directores de fotografía del cine de habla hispana-. Una luz actriz, capaz de interpretar todo lo que está sucediendo."

 

También se lo conoció como "el padrino de los directores de fotografía", calificación tardía que eligió Jeff Bridges para presentarlo e invitarlo a subir al escenario para recibir el único Oscar que ganó en su vida. Fue el 14 de noviembre de 2009, cuando la Academia de Hollywood inauguró la desafortunada práctica de hacer casi invisibles sus premios honorarios, que desde entonces quedaron fuera de la ceremonia principal y se entregan aparte.

 

Willis dejó por un momento de lado su natural fobia a las fiestas y las multitudes para aceptar el premio junto a otras dos glorias, Roger Corman y Lauren Bacall. Y allí se animó a bromear alrededor de la película que le valió el calificativo de Bridges, porque fue El padrino (y en ella el modo en que fotografiaba a sus actores entre luces y sombras, esquivando miradas y subrayando algunos rasgos) el primer paso de su más gloriosa etapa en el cine.

 

"Que se queden tranquilas todas las hermosas mujeres con las que pude trabajar en este oficio. Debo admitir que todas estaban aterradas de verse como Brando en El padrino. A ellas les digo que no se preocupen más. Ya pasó. Están a salvo", señaló con una sonrisa. De esa película, el Chango Monti recuerda especialmente la escena en la que Vito Corleone atiende en una habitación a las personas que le piden ayuda, protección y consuelo mientras su hija se está casando. "Ese momento icónico muestra lo que le decía de la luz actriz. Willis trató de comprender y construir la luz a través de una profundización del texto, de la escritura. No sólo trabajó allí como iluminador, sino como un artista que trataba de darle a la oficina en la que atendía Brando una construcción precisa, una personalidad. Willis quería encontrar en los rostros de los actores la expresión cabal de los personajes. No conocí a nadie mejor en este oficio. Ocupa un lugar en mi Olimpo junto a Conrad Hall y Haskell Wexler", dice Monti, director de fotografía de las dos películas argentinas que alcanzaron el Oscar con una distancia de 25 años entre ambas: La historia oficial y El secreto de sus ojos.

 

Willis pasó del color de El padrino (un color de texturas amarillentas, concebido a imagen y semejanza del cine clásico de género que reinaba en Hollywood durante los años 40) al blanco y negro que seguramente marcó la cumbre del talento como director de Woody Allen. Manhattan (sobre todo) y después Recuerdos, Zelig y Broadway Danny Rose quedaron también en la historia también gracias a esa paleta casi infinita de luces y sombras que tuvo, por encima de todas las demás, una imagen preferencial, definitiva, inolvidable, que también era la predilecta de Willis: la toma de Manhattan que muestra a Diane Keaton y a Woody Allen en la orilla del East River, con el puente de la calle 59 al fondo.

 

La facilidad que encontró trabajando con Allen (con quien hizo en total ocho películas) contrastó con el clima beligerante que lo enfrentó a Francis Ford Coppola durante el rodaje de El padrino. "Para Coppola yo solamente era un chico de tantos", confesó años más tarde sobre aquella sucesión de enfrentamientos, que estuvieron a punto de forzarlo a dejar la película. No entendía por qué Coppola insistía en estirar los tiempos de rodaje con largas sesiones de ensayo y estímulo a la improvisación de sus actores. Los permanentes cambios sobre la marcha del director sacaban de quicio al obsesivo y perfeccionista Willis, que llegó a decir que Coppola no tenía ni experiencia ni competencia técnica para dirigir ese ambicioso proyecto.

 

Así como esperaba el mejor momento de sus actores, Coppola también aguardó a que las aguas se calmaran y Willis finalmente pudo trabajar a sus anchas "como una prolongación del director", según le gustaba decir. No era arrogancia, sino el convencimiento de un artista que creía sin vueltas que una mala película jamás podría mejorarse con la mejor fotografía del mundo. "Mi trabajo -dijo una vez- aporta muchas cosas, pero lo mejor es que no se note.".