Rima XXXV a XLIX
de Gustavo Adolfo Bécquer

Rima XXXV a XLIX

 

 

Fuente ciudadseva. Gustavo Adolfo Bécquer

 

Rima XXXV

Gustavo Adolfo Bécquer

 

¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día

me admiró tu cariño mucho más,

porque lo que hay en mí que vale algo,

eso... ¡ni lo pudiste sospechar!

 

Rima XXXVI

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Si de nuestros agravios en un libro

se escribiese la historia,

y se borrase en nuestras almas cuanto

se borrase en sus hojas,

 

te quiero tanto aún, dejó en mi pecho

tu amor huellas tan hondas,

que sólo con que tú borrases una

¡las borraba yo todas!

 

Rima XXXVII

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Antes que tú me moriré escondido;

en las entrañas ya

el hierro llevo con que abrió tu mano

la ancha herida mortal.

 

Antes que tú me moriré, y mi espíritu,

en su empeño tenaz,

sentándose a las puertas de la muerte,

allí te esperará.

 

Con las horas los días, con los días

los años volarán,

y a aquella puerta llamarás al cabo...

¿Quién deja de llamar?

 

Entonces, que tu culpa y tus despojos

la tierra guardará,

lavándote en las ondas de la muerte

como en otro Jordán;

 

allí, donde el murmullo de la vida

temblando a morir va

como la ola que a la playa viene

silenciosa a expirar;

 

allí, donde el sepulcro que se cierra

abre una eternidad...

¡todo cuanto los dos hemos callado

lo tenemos que hablar!

 

Rima XXXVIII - Dime mujer

Gustavo Adolfo Bécquer

 

¡Los suspiros son aire y van al aire!

¡Las lágrimas son agua y van al mar!

Dime, mujer, cuando el amor se olvida

¿sabes tú adónde va?

 

Rima XXXIX

Gustavo Adolfo Bécquer

 

¿A qué me lo dices? Lo sé: es mudable,

es altanera y vana y caprichosa,

antes que el sentimiento de su alma

brotará el agua de la estéril roca.

 

Sé que en su corazón, nido de sierpes,

no hay una fibra que al amor responda:

que es una estatua inanimada...; pero...

¡es tan hermosa!

 

Rima XL

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Su mano entre mis manos,

sus ojos en mis ojos,

la amorosa cabeza

apoyada en mi hombro.

¡Dios sabe cuántas veces,

con paso perezoso,

hemos vagado juntos,

bajo los altos olmos

que de su casa prestan

misterio y sombra al pórtico!

Y ayer... un año apenas,

pasado como un soplo,

con qué exquisita gracia,

con qué admirable aplomo,

me dijo al presentarnos

un amigo oficioso:

-Creo que en alguna parte

he visto a usted. -¡Ah! bobos,

que sois de los salones

comadres de buen tono,

y andáis por allí a caza

de galantes embrollos:

¡Qué historia habéis perdido!

¡Qué manjar tan sabroso

para ser devorado

sotto voce en un corro,

detrás del abanico

de plumas y de oro!

 

 

¡Discreta y casta luna,

copudos y altos olmos,

paredes de su casa,

umbrales de su pórtico,

callad, y que el secreto

no salga de vosotros!

Callad; que por mi parte

lo he olvidado todo:

y ella... ella... ¡no hay máscara

semejante a su rostro!

 

Rima XLI

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Tú eras el huracán y yo la alta

torre que desafía su poder:

¡tenías que estrellarte o abatirme!...

¡No pudo ser!

 

Tú eras el Océano y yo la enhiesta

roca que firme aguarda su vaivén

¡tenías que romperte o que arrancarme!...

¡No pudo ser!

 

hermosa tú, yo altivo; acostumbrados

uno a arrollar, el otro a no ceder;

la senda estrecha, inevitable el choque...

¡No pudo ser!

 

Rima XLII

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Cuando me lo contaron sentí el frío

de una hoja de acero en las entrañas;

me apoyé contra el muro, y un instante

la conciencia perdí de donde estaba.

 

Cayó sobre mi espíritu la noche;

en ira y en piedad se anegó el alma...

¡y entonces comprendí por qué se llora,

y entonces comprendí por qué se mata!

 

Pasó la nube de dolor... Con pena

logré balbucear breves palabras...

¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo...

¡Me hacía un gran favor!... Le di las gracias.

 

Rima XLIII

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Dejé la luz a un lado, y en el borde

de la revuelta cama me senté,

mudo, sombrío, la pupila inmóvil

clavada en la pared.

 

¿Qué tiempo estuve así? No sé; al dejarme

la embriaguez horrible del dolor,

expiraba la luz, y en mis balcones

reía el sol.

 

Ni sé tampoco en tan terribles horas

en qué pensaba y qué pasó por mí;

sólo recuerdo que lloré y maldije,

y que en aquella noche envejecí.

 

Rima XLIV

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Como en un libro abierto

leo de tus pupilas en el fondo;

¿a qué fingir el labio

risas que se desmienten con los ojos?

 

¡Llora! No te avergüences

de confesar que me quisiste un poco.

¡Llora! Nadie nos mira.

Ya ves; yo soy un hombre... ¡y también lloro!

 

Rima XLV

Gustavo Adolfo Bécquer

 

En la clave del arco mal seguro,

cuyas piedras el tiempo enrojeció,

obra del cincel rudo, campeaba

el gótico blasón.

 

Penacho de su yelmo de granito,

la hiedra que colgaba en derredor

daba sombra al escudo, en que una mano

tenía un corazón.

 

A contemplarlo en la desierta plaza

nos paramos los dos,

y «ése -me dijo- es el cabal emblema

de mi constante amor».

 

¡Ay! es verdad lo que me dijo entonces.

Verdad que el corazón

lo llevará en la mano... en cualquier parte,

pero en el pecho, no.

 

Rima XLVI

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Me han herido recatándose en las sombras,

sellando con un beso su traición.

Los brazos me echó al cuello, y por la espalda

partiome a sangre fría el corazón.

 

Y ella prosigue alegre su camino,

feliz, risueña, impávida, ¿y por qué?

Porque no brota sangre de la herida...

¡Porque el muerto está en pie!

 

Rima XLVII

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Yo me he asomado a las profundas simas

de la tierra y del cielo,

y les he visto el fin o con los ojos

o con el pensamiento.

 

Mas ¡ay! de un corazón llegué al abismo

y me incliné por verlo,

y mi alma y mis ojos se turbaron:

¡Tan hondo era y tan negro!

 

Rima XLVIII

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Como se arranca el hierro de una herida

su amor de las entrañas me arranqué,

aunque sentí al hacerlo que la vida

me arrancaba con él.

 

Del altar que le alcé en el alma mía

la voluntad su imagen arrojó,

y la luz de la fe que en ella ardía

ante el ara desierta se apagó.

 

Aún para combatir mi firme empeño

viene a mi mente su visión tenaz...

¡Cuándo podré dormir con ese sueño

en que acaba el soñar!

 

Rima XLIX

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Alguna vez la encuentro por el mundo

y pasa junto a mí;

y pasa sonriéndose, y yo digo:

-¿Cómo puede reír?

 

Luego asoma a mi labio otra sonrisa

máscara del dolor,

y entonces pienso: -¡Acaso ella se ríe

como me río yo!