El perro del hortelano 7. Séptima entrega
de Lope de Vega

El perro del hortelano 7. Séptima entrega

 

 

Autor: Lope de Vega

 

Fuente bibliotecasvirtuales.

 

Salen TEODORO y FABIO. [Hablan aparte]

 

FABIO: (Pensó matarme el marqués;

pero, la verdad diciendo,

más sentí los mil escudos.

 

TEODORO: Yo quiero darte un consejo.

 

FABIO: ¿Cómo?

 

TEODORO: El conde Federico

estaba perdiendo el seso

porque el marqués se casaba.

Parte, y di que el casamiento

se ha deshecho, y te dará

esos mil escudos luego.

 

FABIO: Voy como un rayo.

 

TEODORO: ¡Camina!

 

Vase FABIO

 

TEODORO: ¿Llamábasme?

 

DIANA: Bien ha hecho

ese necio en irse agora.

 

TEODORO: Un hora he estado leyendo

tu papel, y bien mirado,

señora, tu pensamiento,

hallo que mi cobardía

procede de tu respeto;

pero que ya soy culpado

en tenerle, como necio,

a tus muchas diligencias;

y así, a decir me resuelvo

que te quiero, y que es disculpa

que con respeto te quiero.

Temblando estoy, no te espantes.

 

DIANA: Teodoro, yo te lo creo.

¿Por qué no me has de querer

si soy tu señora y tengo

tu voluntad obligada,

pues te estimo y favorezco

más que a los otros crïados?

 

TEODORO: Ese lenguaje no entiendo.

 

DIANA: No hay más que entender, Teodoro,

ni pasar el pensamiento

un átomo de esta raya.

Enfrena cualquier deseo;

que de una mujer, Teodoro,

tan principal, y más siendo

tus méritos tan humildes,

basta un favor muy pequeño

para que toda la vida

vivas honrado y contento.

 

TEODORO: Cierto que vuseñoría

perdóneme si me atrevo-

tiene en el jüicio a veces,

que no en el entendimiento,

mil lúcidos intervalos.

¿Para qué puede ser bueno

haberme dado esperanzas

que en tal estado me han puesto,

pues del peso de mis dichas

caí, como sabe, enfermo

casi un mes en una cama.

Luego, ¿qué tratamos de esto

si cuando ve que me enfrío

se abrasa de vivo fuego,

y cuando ve que me abraso

se hiela de puro hielo?

Dejárame con Marcela.

Mas viénele bien el cuento

del perro del hortelano.

No quiere, abrasada en celos,

que me case con Marcela;

y en viendo que no la quiero,

vuelve a quitarme el jüicio,

y a despertarme si duermo.

Pues coma o deje comer;

porque yo no me sustento

de esperanzas tan cansadas;

que si no, desde aquí vuelvo

a querer donde me quieren.

 

DIANA: Eso no, Teodoro: advierto

que Marcela no ha de ser.

En otro cualquier sujeto

pon los ojos; que en Marcela

no hay remedio.

 

TEODORO: ¿No hay remedio?

Pues, ¿quiere vuseñoría

que, si me quiere y la quiero,

ande a probar voluntades?

¿Tengo yo de tener puesto,

adonde no tengo gusto,

mi gusto por el ajeno?

Yo adoro a Marcela, y ella

me adora, y es muy honesto

este amor.

 

DIANA: ¡Pícaro, infame!

Haré yo que os maten luego.

 

TEODORO: ¿Qué hace vuseñoría?

 

DIANA: Daros, por sucio y grosero,

estos bofetones.

 

Salen FEDERICO y FABIO. [Hablan aparte]

 

FABIO: Tente.

 

FEDERICO: Bien dices, Fabio; no entremos.

Pero mejor es llegar.)

Señora mía, ¿qué es esto?

 

DIANA: No es nada: enojos que pasan

entre crïados y dueños.

 

FEDERICO: ¿Quiere vuestra señoría

alguna cosa?

 

DIANA: No quiero

más de hablaros en las mías.

 

FEDERICO: Quisiera venir a tiempo

que os hallara con más gusto.

 

DIANA: Gusto, Federico, tengo;

que aquéstas son niñerías.

Entrad y sabréis mi intento

en lo que toca al marqués.

 

Vase. [FEDERICO y FABIO] hablan aparte

 

FEDERICO: (Fabio...

 

FABIO: ¿Señor...

 

FEDERICO: Yo sospecho

que en estos disgustos hay

algunos gustos secretos.

 

FABIO: No sé, por Dios; admirado

de ver, señor conde, quedo

tratar tan mal a Teodoro;

cosa que jamás ha hecho

la condesa, mi señora.

 

FEDERICO: ¡Bañóle de sangre el lienzo!)

 

Vanse FEDERICO y FABIO

 

TEODORO: Si aquesto no es amor, ¿qué nombre quieres

Amor, que tengan desatinos tales?

Si así quieren mujeres principales,

furias las llamo yo, que no mujeres.

Si la grandeza excusa los placeres

que iguales pueden ser en desiguales,

¿por qué, enemiga, de crueldad te vales,

y por matar a quien adoras, mueres?

¡Oh mano poderosa de matarme!

¡Quién te besara entonces, mano hermosa,

agradecido al dulce castigarme!

No te esperaba yo tan rigurosa;

pero si me castigas por tocarme,

tú sola hallaste gusto en ser celosa.

 

Sale TRISTÁN

 

TRISTÁN: ¿Siempre tengo de venir

acabados los sucesos?

Parezco espada cobarde.

 

TEODORO: ¡Ay Tristán!

 

TRISTÁN: Señor, ¿qué es esto?

¡Sangre en el lienzo!

 

TEODORO: Con sangre

quiere Amor que de los celos

entre la letra.

 

TRISTÁN: Por Dios,

que han sido celos muy necios.

 

TEODORO: No te espantes; que está loca

de un amoroso deseo,

y como el ejecutarle

tiene su honor por desprecio,

quiere deshacer mi rostro,

porque es mi rostro el espejo

adonde mira su honor,

y véngase en verle feo.

 

TRISTÁN: Señor, que Juana o Lucía

cierren conmigo por celos,

y me rompan con las uñas

el cuello que ellas me dieron;

que me repelen y arañen

sobre averiguar por cierto

que les hice un peso falso,

¡vaya! Es gente de pandero,

de media de cordellate

y de zapato frailesco;

pero que tan gran señora

se pierda tanto el respeto

a sí misma, es vil acción.

 

TEODORO: No sé, Tristán; pierdo el seso

de ver que me está adorando,

y que me aborrece luego.

No quiere que sea suyo

ni de Marcela; y si dejo

de mirarla, luego busca

por hablarme algún enredo.

No dudes: naturalmente

es del hortelano el perro.

Ni come ni comer deja,

ni está fuera ni está dentro.

 

TRISTÁN: Contáronme que un doctor,

catedrático y maestro,

tenía un ama y un mozo

que siempre andaban riñendo.

Reñían a la comida,

a la cena, y hasta el sueño

le quitaban con sus voces;

que estudiar, no había remedio.

Estando en lición un día,

fuéle forzoso corriendo

volver a casa, y entrando

de improviso en su aposento,

vio el ama y mozo acostados

con amorosos requiebros,

y dijo: «¡Gracias a Dios,

que una vez en paz os veo!»

Y esto imagino de entrambos,

aunque siempre andáis riñendo.

 

Sale DIANA

 

DIANA: Teodoro...

 

TEODORO: ¿Señora...?

 

TRISTÁN: (¿Es duende Aparte

esta mujer?).DIANA: Sólo vengo

a saber cómo te hallas.

 

TEODORO: ¿Ya no lo ves?

 

DIANA: ¿Estás bueno?

 

TEODORO: Bueno estoy.

 

DIANA: ¿Y no dirás

«A tu servicio»?

 

TEODORO: No puedo

estar mucho en tu servicio,

siendo tal el tratamiento.

 

DIANA: ¡Qué poco sabes!

 

TEODORO: Tan poco

que te siento y no te entiendo,

pues no entiendo tus palabras,

y tus bofetones siento.

Si no te quiero te enfadas,

y enójaste si te quiero;

escríbesme si me olvido,

y si me acuerdo te ofendo;

pretendes que yo te entienda,

y si te entiendo soy necio.

Mátame o dame la vida;

da un medio a tantos extremos.

 

DIANA: ¿Hícete sangre?

 

TEODORO: Pues, ¿no?

 

DIANA: ¿Adónde tienes el lienzo?

 

TEODORO: Aquí.

 

DIANA: Muestra.

 

TEODORO: ¿Para qué?

 

DIANA: ¿Para qué? Esta sangre quiero.

Habla a Otavio, a quien agora

mandé que te diese luego

dos mil escudos, Teodoro.

 

TEODORO: ¿Para qué?

 

DIANA: Para hacer lienzos.

 

Vase

 

TEODORO: ¡Hay disparates iguales!

 

TRISTÁN: ¿Qué encantamientos son éstos?

 

TEODORO: Dos mil escudos me ha dado.

 

TRISTÁN: Bien puedes tomar al precio

otros cuatro bofetones.

 

TEODORO: Dice que son para lienzos,

y llevó el mío con sangre.

 

TRISTÁN: Pagó la sangre, y te ha hecho

doncella por las narices.

 

TEODORO: No anda mal agora el perro,

pues después que muerde, halaga.

 

TRISTÁN: Todos aquestos extremos

han de parar en el ama

del doctor.

 

TEODORO: ¡Quiéralo el cielo!

 

 

ACTO TERCERO

 

Salen FEDERICO, RICARDO y CELIO

 

RICARDO:¿Esto vistes?

 

FEDERICO: Esto vi.

 

RICARDO:¿Y que le dio bofetones?

 

FEDERICO: El servir tiene ocasiones;

mas no lo son para mí;

que al poner una mujer

de aquellas prendas la mano

al rostro de un hombre, es llano

que otra ocasión puede haber.

Y bien veis que lo acredita

el andar tan mejorado.

 

RICARDO: Ella es mujer y él crïado.

 

FEDERICO: Su perdición solicita.

La fábula que pintó

el filósofo moral

de las dos ollas,¡qué igual

hoy a los dos la vistió!

Era de barro la una,

a otra de cobre o hierro

que un río a los pies de un cerro

llevó con varia fortuna.

Desvióse la de barro

de la de cobre, temiendo

que la quebrase: y yo entiendo

pensamiento tan bizarro

del hombre y de la mujer

hierro y barro, y no me espanto,

pues acercándose tanto,

por fuerza se han de romper.

 

RICARDO: La altivez y bizarría

de Dïana me admiró,

y bien puede ser que yo

viese y no viese aquel día;

mas ver caballos y pajes

en Teodoro, y tantas galas,

¿qué son sino nuevas alas?

Pues crïados, oro y trajes

no los tuviera Teodoro

sin ocasión tan notable.

 

FEDERICO: Antes que de esto se hable

en Nápoles, y el decoro

de vuestra sangre se ofenda,

sea o no sea verdad,

ha de morir.

 

RICARDO: Y es piedad

matarle, aunque ella lo entienda.

 

FEDERICO:¿Podrá ser?

 

RICARDO: Bien puede ser;

que hay en Nápoles quien vive

de eso y en oro recibe

lo que en sangre ha de volver.

No hay más de buscar un bravo,

y que le despache luego.

 

FEDERICO: Por la brevedad os ruego.

 

RICARDO: Hoy tendrá su justo pago

semejante atrevimiento.

 

Viendo venir a TRISTÁN y otros tres

 

FEDERICO:¿Son bravos éstos?

 

RICARDO: Sin duda.

 

FEDERICO: El cielo ofendido ayuda

vuestro justo pensamiento.

 

Salen TRISTÁN, vestido de nuevo, FURIO, ANTONELO y LIRANO

 

FURIO: Pagar tenéis el vino en alboroque

del famoso vestido que os han dado.

 

ANTONELO: Eso bien sabe el buen Tristán que es justo.

 

TRISTÁN :Digo, señores, que de hacerlo gusto.

 

LIRANO: Bravo salió el vestido.

 

TRISTÁN: Todo aquesto

es cosa de chacota y zarandajas,

respeto del lugar que tendré presto.

Si no muda los bolos la Fortuna,

secretario he de ser del secretario.

 

LIRANO: Mucha merced le hace la condesa

a vuestro amo, Tristán.

 

TRISTÁN: Es su privanza,

es su mano derecha, y es la puerta

por donde se entra a su favor. Dejemos

favores y fortunas, y bebamos.

 

FURIO:En este tabernáculo sospecho

que hay lágrima famosa y malvasía.

 

TRISTÁN: Probemos vino greco ;que deseo

hablar en griego, y con beberlo basta.

 

[RICARDO habla ] aparte a FEDERICO

 

RICARDO:(Aquel moreno, del color quebrado,

me parece el más bravo, pues que todos

le estiman, hablan y hacen cortesía.)

Celio...

 

CELIO:¿Señor...

 

RICARDO: De aquellos gentileshombres

llama al descolorido.

 

A TRISTÁN

 

CELIO:¡Ah caballero!

Antes que se entre en esa santa ermita,

el marqués, mi señor, hablarle quiere.

 

A sus amigos

 

TRISTÁN: Camaradas, allí me llama un príncipe:

no puedo rehusar el ver qué manda.

Entren, y tomen siete u ocho azumbres,

y aperciban dos dedos de formache,

en tanto que me informo de su gusto.

 

ANTONELO: Pues despachad a prisa.

 

TRISTÁN: Iré volando.

 

Vanse FURIO ,ANTONELO y LIRANO

¿Qué es lo que manda vuestra señoría?

 

RICARDO:El veros entre tanta valentía

nos ha obligado al conde Federico

y a mí, para saber si seréis hombre

para matar un hombre.

 

TRISTÁN:(¡Vive el cielo, Aparte

que son los pretendientes de mi ama,

y que hay algún enredo! Fingir quiero.)

 

FEDERICO:¿No respondéis?

 

TRISTÁN: Estaba imaginando

si vuestra señoría está burlando

de nuestro modo de vivir; pues vive

el que reparte fuerzas a los hombres,

que no hay en toda Nápoles espada

que no tiemble de sólo el nombre mío.

¿No conocéis a Héctor? Pues no hay Héctor

adonde está mi furibundo brazo;

que si él lo fue de Troya, yo de Italia.

 

FEDERICO: Éste es, marqués, el hombre que buscamos.

Por vida de los dos, que no burlamos;

sino que si tenéis conforme al nombre

el ánimo, y queréis matar a un hombre,

que os demos el dinero que quisiéredes.

 

TRISTÁN: Con doscientos escudos me contento,

y sea el diablo.

 

RICARDO: Yo os daré trescientos,

y despachadle aquesta noche.

 

TRISTÁN: El nombre

del hombre espero y parte del dinero.

 

RICARDO:¿Conocéis a Dïana, la condesa

de Belflor?

 

TRISTÁN: Y en su casa tengo amigos.

 

RICARDO:¿Mataréis un crïado de su casa?

 

TRISTÁN: Mataré los crïados y crïadas

y los mismos frisones de su coche.

 

RICARDO: Pues a Teodoro habéis de dar la muerte.

 

TRISTÁN: Eso ha de ser, señores, de otra suerte,

porque Teodoro, como yo he sabido,

no sale ya de noche, temeroso

por ventura de haberos ofendido;

que le sirva estos días me ha pedido.

dejádmele servir, y yo os ofrezco

de darle alguna noche dos mojadas,

con que el pobrete «in pace requiescat »,

y yo quede seguro y sin sospecha.

¿Es algo lo que digo?

 

FEDERICO: No pudiera

hallarse en toda Nápoles un hombre

que tan seguramente le matara.

Servidle, pues, y así al descuido un día

pegadle, y acudid a nuestra casa.

 

TRISTÁN: Yo he menester agora cien escudos.

 

RICARDO: Cincuenta tengo en esta bolsa; luego

que yo os vea en su casa de Dïana,

os ofrezco los ciento, y muchos cientos.

 

TRISTÁN: Eso de muchos cientos no me agrada.

Vayan vuseñorías en buen hora;

que me aguardan Mastranzo, Rompemuros,

Mano de Hierro, Arfuz y Espantadiablos;

y no quiero que acaso piensen algo.

 

RICARDO: Decís muy bien. Adiós.

 

FEDERICO:¡Qué gran ventura!

 

RICARDO: A Teodoro contadle por difunto.

 

FEDERICO: El bellacón, ¡qué bravo talle tiene!

 

Vanse FEDERICO, RICARDO y CELIO

 

TRISTÁN: Avisar a Teodoro me conviene.

Perdone el vino greco y los amigos.

A casa voy; que está de aquí muy lejos.

Mas éste me parece que es Teodoro.

 

Sale TEODORO

 

TRISTÁN: Señor,¿adónde vas?

 

TEODORO: Lo mismo ignoro

porque de suerte estoy, Tristán amigo,

que no sé adónde voy ni quién me lleva.

Solo y sin alma, el pensamiento sigo,

que al sol me dice que la vista atreva.

¿Ves cuánto ayer Dïana habló conmigo?

Pues hoy de aquel amor se halló tan nueva,

que apenas jurarás que me conoce,

porque Marcela de mi mal se goce.

 

TRISTÁN: Vuelve hacia casa; que a los dos importa

que no nos vean juntos.

 

TEODORO:¿De qué suerte?

 

TRISTÁN: Por el camino te diré quién corta

los pasos dirigidos a tu muerte.

 

TEODORO: ¡Mi muerte! Pues,¿por qué?

 

TRISTÁN: La voz reporta,

y la ocasión de tu remedio advierte.

Ricardo y Federico me han hablado,

y que te dé la muerte concertado.

 

TEODORO:¿Ellos a mí?

 

TRISTÁN: Por ciertos bofetones

el amor de tu dueño conjeturan,

y pensando que soy de los leones

que a tales homicidios se aventuran,

tu vida me han trocado a cien doblones,

y con cincuenta escudos me aseguran.

Yo dije que un amigo me pedía

que te sirviese, y que hoy te serviría,

donde más fácilmente te matase,

a efecto de guardarte de esta suerte.

 

TEODORO:¡Pluguiera a Dios que alguno me quitase

la vida, y me sacase de esta muerte!

 

TRISTÁN:¿Tan loco estás?

 

TEODORO:¿No quieres que me abrase

por tan dulce ocasión? Tristán, advierte

que si Dïana algún camino hallara

de disculpa, conmigo se casara.

Teme su honor, y cuando más se abrasa,

se hiela y me desprecia.

 

TRISTÁN: Si te diese

remedio,¿qué dirás?

 

TEODORO: Que a ti se pasa

de Ulises el espíritu.

 

TRISTÁN: Si fuese

tan ingenioso, que a tu misma casa

un generoso padre te trajese,

con que fueses igual a la condesa,

¿no saldrías, señor, con esta empresa?

 

TEODORO: Eso es sin duda.

 

TRISTÁN: El conde Ludovico

caballero ya viejo, habrá veinte años

que enviaba a Malta un hijo de tu nombre,

que era sobrino de su gran maestre.

Cautiváronle moros de Biserta,

y nunca supo de él, muerto ni vivo.

Éste ha de ser tu padre, y tú su hijo,

y yo lo he de trazar.

 

TEODORO: Tristán, advierte

que puedes levantar alguna cosa

que nos cueste a los dos la honra y vida.

 

TRISTÁN:A casa hemos llegado.

A Dios te queda;

que tú serás marido de Dïana

antes que den las doce de mañana.

 

Vase

 

TEODORO: Bien al contrario pienso yo dar medio

a tanto mal, pues el Amor bien sabe

que no tiene enemigo que le acabe

con más facilidad que tierra en medio.

Tierra quiero poner, pues que remedio,

con ausentarme, Amor, rigor tan grave,

pues no hay rayo tan fuerte que se alabe

que entró en la tierra, de tu ardor remedio.

Todos los que llegaron a este punto,

poniendo tierra en medio le olvidaron;

que en tierra al fin le resolvieron junto.

Y la razón que de olvidar hallaron

es que Amor se confiesa por difunto,

pues que con tierra en medio le enterraron.

 

Sale DIANA

 

DIANA:¿Estás ya mejorado

de tus tristezas, Teodoro?

 

TEODORO: Si en mis tristezas adoro,

sabré estimar mi cuidado.

No quiero yo mejorar

de la enfermedad que tengo,

pues sólo a estar triste vengo

cuando imagino sanar.

¡Bien hayan males que son

tan dulces para sufrir

que se ve un hombre morir

y estima su perdición!

Sólo me pesa que ya

esté mi mal en estado,

que he de alejar mi cuidado

de donde su dueño está.

 

DIANA: ¡Ausentarte! Pues,¿por qué?

 

TEODORO: Quiérenme matar.