Gerard Mortier: el gran agitador cultural y rebelde de la ópera
De interés general

Gerard Mortier: el gran agitador cultural y rebelde de la ópera

 

 

10/03/2014 Fuente lanacion. Anteayer, a los 70 años, a causa de un cáncer, murió uno de los grandes rebeldes de la ópera contemporánea: Gerard Mortier.

 

Perteneció a una familia de panaderos. Su educación jesuítica, según dijo varias veces, le permitió preservarse siempre en lo que consideró lo más importante: el estudio y el trabajo. Estudió en Alemania antes de ser contratado como asesor (1979-1981) de Rolf Liebermann y de Hugues Gall en la dirección de la Òpera de París. "Tengo mis detractores, mis  hooligans  , pero también tengo un público muy fiel", dijo en una oportunidad, y esa afirmación claramente podría sintetizar su paso por el mundo. Mortier fue un verdadero agitador cultural que despertó amores y odios. Alguien con una versión radical en el campo de la gestión cultural que demostró toda vez que estuvo a cargo de festivales o en la conducción de grandes teatros públicos.

 

Cuando dirigió el Teatro de la Moneda, de Bruselas (1981-1992), cuadruplicó el número de asistentes; renovó el perfil curatorial del Festival de Salzburgo (1992-2001) tras la muerte de Herbert von Karajan, su director anterior. En ese marco, por ejemplo, programó a los catalanes de La Fura dels Baus. También fue director de la ópera de París. En esa sala logró un 90 por ciento de funciones agotadas con una programación que incluía un 40 por ciento de óperas del siglo XX, bajando el promedio de edad de 57 a 42 años.

 

Entre su gestión en la Ópera de París y su designación en el Teatro Real, de Madrid, vino por única vez al país para participar del segundo encuentro de teatros de ópera latinoamericanos (OLA) que se realizó en el Teatro Argentino de La Plata. Si bien eso fue en 2009, Leandro Iglesias, director del Argentino, lo recuerda de este modo: "Era un docente fantástico. Siempre andaba con una libretita en la que se la pasaba haciendo anotaciones. Pasó por todas las mesas que hicimos haciendo un gran esfuerzo por hablar en castellano. Su verdadera preocupación era la creación de nuevos públicos. No le interesaba la tradición por la tradición en sí misma. Era tan coherente con esa postura que por eso mismo se vino a La Plata y no se fue a un seminario en el Teatro Colón". En La Plata conoció al director Alejo Pérez, al que se llevó varias veces a trabajar al Teatro Real (ver recuadro).

 

Mortier estaba impactado con los autores latinoamericanos, a los que consideraba más importantes que los norteamericanos. Por esa misma razón no entendía el motivo por el cual las autoridades del Colón habían decidido reabrir la sala con La bohème. "Es difícil renovar ideas así o encontrar nuevos caminos", dijo en aquella oportunidad. Y agregó: "Para mí es fundamental programar óperas en las que la gente no sienta que está en un museo antiguo, busco que las obras que programo digan cosas de nuestra vida. Nunca elijo un título si no estoy convencido de que dice algo de nuestro tiempo, de nuestro presente. Eso es para mí fundamental".

 

En busca de esos ecos con la contemporaneidad, se rodeó de artistas como Michael Haneke, Peter Sellars, Bob Wilson o Bill Viola. Cuando llegó al Real se lo disputaban catalanes y neoyorquinos que le ofrecían la dirección de la Ópera de Nueva York. Su gestión en el Real fue, en sintonía con su experiencia en otros lugares, discutida. Se enfrentó al gobierno, a parte del público, a la prensa. A contramano de otras experiencias, en Madrid la ocupación de la sala descendió. Claro que, como contrapartida y complemento, también disminuyó la edad promedio de los espectadores.

 

Allí, por ejemplo, programó Don Giovanni, montaje del ruso Dmitri Tcherniakov con la dirección musical del argentino Alejo Pérez. Cada función levantó la aireada protesta de un sector de la platea. "Algunos espectadores piensan que están en poder de la verdad y siempre quieren ver en escena la misma idea", retrucó Mortier. "Estoy combativo como nunca", agregó. Cuando programó una obra del coreógrafo Alain Platel, C(h)oeurs, también el público lo abucheó. Sin embargo, no bajó los brazos. Por su manera de trabajar, fue cuestionado por algunos sectores gremiales. Pero, a su vez, por esa misma manera de trabajar, fue apoyado por diversos artistas. De hecho, después de la experiencia de haber montando en el Real Cosi fan tutte, el cineasta Michael Haneke afirmó: "Mortier me da la posibilidad de trabajar con una seriedad verdadera, cosa que no es costumbre en la ópera, en donde hay poco tiempo, cambios constantes de cantantes. Él es amigo de los artistas y eso es importantísimo para trabajar".

 

Mortier programó la versión operística de Brokeback Mountain (Secreto en la montaña), que había encargado en 2008 al compositor estadounidense Charles Wuorinen. Esa puesta recién se estrenó el pasado 27 de enero. Visiblemente debilitado por el cáncer, esa noche volvió a la platea y reivindicó de nuevo la dimensión "política" de su programación.

 

Desde que se conoció la noticia de su muerte, figuras del arco político y artístico hablan de él como un verdadero visionario. A contramano del revuelo que solían generar sus apuestas escénicas, la ceremonia fúnebre se realizó en la más estricta intimidad, como él deseaba.

 

El recuerdo de Alejo Pérez

 

Cuando Gerard Mortier vino a La Plata, ahí conoció al director de orquesta Alejo Pérez. En verdad, ya sabía de él, pero mientas lo observaba dirigir Nabuco, algunos datos sueltos comenzaron a tomar cuerpo, a cerrarle. En el entreacto, pidió conocerlo. "Creo que fue un encuentro signado por el destino. Terminé encontrándome con él mientras hacía Nabuco y en La Plata... -recuerda, desde Alemania, el director en diálogo con LA NACION-. Con absoluta convicción, me dijo que quería que trabajáramos juntos."

 

Y así fue. Para el Teatro Real, Pérez intervino en varios montajes. "Tuve la suerte de haber compartido su pasión por el teatro, por la música. Contrariamente a ciertos preconceptos, era un hombre sumamente abierto y con un conocimiento y una curiosidad increíble. Era un verdadero humanista al cual voy a extrañar muchísimo", apunta.

 

Uno de los trabajos en conjunto fue aquella polémica puesta de Don Giovanni. "Fue la única vez que realmente sufrí, sentía el rechazo del público en la nuca. De todos modos, y más allá de ese hecho puntual, lo que Mortier siempre quiso fue generar una polémica social alrededor de una obra. En ese sentido, las obras se mantienen vivas en tanto y en cuanto siguen hablándoles a la sociedad. Una polémica, del tipo que sea, evita que esa obra se convierta en una pieza de museo. En perspectiva, creo que ésa es la gran marca que deja Gerard Mortier", sintetiza.