Rayuela
de Julio Cortázar

RAYUELA. DE INTERÉS GENERAL

 

 

Fuente Wikipedia. Rayuela es una novela del escritor argentino Julio Cortázar publicada en 1963. «De alguna manera es la experiencia de toda una vida y la tentativa de llevarla a la escritura», respondió Cortázar cuando le preguntaron qué significaba para él. Rayuela es una de las obras centrales del boom latinoamericano. El estilo que se mantiene a lo largo de toda la obra es muy variado, llegando incluso al surrealismo en determinadas partes (algo bastante extraño en ese tiempo, debido a que el surrealismo literario no se había masificado todavía). Rayuela es una de las primeras obras surrealistas de la literatura argentina. Fue incluida en la lista de las 100 mejores novelas en español del siglo XX del periódico español.

 

Tablero de dirección

 

La novela puede leerse de tres (3) maneras diferentes, tiene un total de 155 capítulos, que pueden ser leídos de las siguentes formas: a la lectura tradicional, es decir, empezando por la primera página y siguiendo el físico del texto hasta llegar al capítulo 56, y además el Tablero de dirección propone una lectura completamente distinta, saltando y alternando capítulos. Ese orden, con varios elementos estilísticos del collage, no sólo es particular sino que comprende textos de otros autores y ámbitos. A esas dos alternativas se suma una lectura en «el orden que el lector desee», una posibilidad asimismo explorada en su 62/modelo para armar.

 

[] Argumento

 

No es posible hablar del argumento de Rayuela sin caer en inevitables reduccionismos que nos alejan del sentido de la obra, ya que lo relevante de esta novela no es lo intrincado o novedoso de la trama, sino el vasto universo psicológico de cada personaje y la relación que, desde este universo, establecen con el amor, la muerte, los celos y el arte.

 

Teniendo esto en consideración, a continuación se presenta un sucinto resumen del argumento general de la obra, la que puede dividirse en tres partes:

La primera parte, Del lado de allá nos cuenta la vida de Horacio Oliveira, un argentino durante su estancia en París y la relación que tiene con la Maga, además de su grupo de amigos que forman el Club de la Serpiente, con los que entablan memorables conversaciones y discusiones que nos entregan la visión de Cortázar sobre diferentes aspectos del arte en la vida y de la vida en el arte, simultáneamente.

La segunda, Del lado de acá, el regreso de Oliveira a Buenos Aires, donde vive con su antigua novia; allí pasa largas horas con sus amigos Traveller y Talita; en el primero se ve a sí mismo antes de partir, en la segunda ve a la Maga, inolvidable y siempre presente.

Finalmente De otros lados, que agrupa materiales heterogéneos: complementos de la historia anterior, recortes de periódico, citas de libros y textos autocríticos atribuidos a Morelli, un viejo escritor (álter ego de Cortázar). Estas páginas, si bien en ocasiones se relacionan con los capítulos que las preceden, muchas veces no son más que estímulos imprecisos que Cortázar nos presenta para ayudarnos de alguna forma a alejarnos de la linealidad clásica de la literatura y sumergirnos en subtextos y subtextos de subtextos.

 

En su fondo y en su forma, Rayuela reivindica la importancia del lector y hasta cierta forma lo empuja a una actividad y protagonismo negado por la novela clásica en la que éste era llevado por la linealidad de una historia en la que lo más importante era «lo que pasaría al final». En Rayuela el argumento no importa o sólo importa en tanto es el escenario en que los personajes habitan y se desenvuelven, en una libre y profunda vitalidad que el autor les otorga y de la que él mismo dice no hacerse responsable.

 

Lo que plantea este libro es la negación de la cotidianidad, para poder abrirse a otras realidades, donde las situaciones más absurdas se toman con total ligereza hasta lo más trágico es, tal vez, tomado con sentido del humor. Estos caminos que se plantean, y son un camino más para llegar al cielo de la Rayuela.

 

Muchos críticos se refieren a Rayuela como una antinovela, por el carácter innovador, ya que rompe con todos los cánones preestablecidos en la época de su edición. Sin embargo, no puede decirse lo mismo por parte del autor. Cortázar afirma en una entrevista que el término «antinovela» le parece una «tentativa un poco venenosa de destruir a la novela como género» por lo que prefiere el término contranovela. Cortázar busca con esta obra «ver de otra manera el contacto entre la novela y el lector», incitando a éste a que modifique su actitud pasiva frente a la obra, para tomar parte activa y crítica. De esta manera, formarse «una polémica en ausencia […] Una especie de polémica entre un autor y un lector».

 

[] Explicación del título

 

Julio Cortázar tenía pensado titular al libro Mandala en referencia al símbolo circular que se encuentra desde el comienzo de la humanidad. Las diferentes culturas coinciden en que conduce hacia el camino a la unidad del ser y ese nombre quería hacer referencia a esa búsqueda. Sin embargo, titularlo de esa manera le sonaba pretencioso y decidió llamarlo Rayuela. A la vez se comenta, de forma alegórica, esa facilidad con la que uno alcanza "el Cielo" en el juego de la Rayuela, siendo el Cielo esa quimera autoimpuesta de Oliveira de buscar siempre algo que no está seguro qué es.

 

[] Personajes

Horacio Oliveira Es el protagonista de la historia. Es un argentino del cual se afirma en el libro ronda los 40 años de edad. Se caracteriza por saber de un sinnúmero de temas. Fue a París a estudiar, mas no lo hace. Trabaja ayudando a organizar correspondencia. Tiene un hermano, abogado, que vive en Rosario (Argentina). Este personaje está en una búsqueda constante, pero —según el personaje Gregorovius— «…uno tiene la sensación de que ya llevás en el bolsillo lo que andás buscando».

La Maga (Lucía) Es la protagonista de la historia. Es una uruguaya que viajó a París con su hijo Rocamadour ya que sus padres querían que ella lo abortara. Se caracteriza por ser distraída y por no tener los conocimientos de sus compañeros y amigos, cuestión que en ciertas ocasiones la hace sentirse menos que los demás («Es tan violeta ser ignorante»). Sin embargo, su ingenuidad y ternura más de una vez son envidiadas por los integrantes del Club de la Serpiente. Lo que más envidia Oliveira de Lucía, es su forma de ver las cosas, ella “nada en el río, mientras él lo mira de lejos”.

—Yo no me sé expresar —dijo la Maga secando la cucharita con un trapo nada limpio—. A lo mejor otras podrían explicarlo mejor, pero yo siempre he sido igual: es mucho más fácil hablar de las cosas tristes que de las alegres.Rocamadour. Es un bebé, hijo de la Maga. Su nombre real es igual que el de su padre, Francisco. Es cuidado por una institutriz llamada madame Iréne, pero finalmente la Maga lo lleva a vivir con ella. En el transcurso de la historia se enferma y muere en el apartamento que compartían la Maga y Oliveira, la misma noche que intenta suicidarse Guy. La muerte del niño es un hecho fundamental en la novela.

Etienne: pintor. Uno de los mejores amigos de Oliveira en su estadía en París.

Ronald: pianista estadounidense de jazz y bebop viviendo en París, novio de Babs.

Babs: ceramista estadounidense, novia de Ronald.

Guy Monod: amigo de Etienne, aparece en la presentación de todos los integrantes del club, sin trascendencia para la trama de la novela.

Morelli: es un novelista consumado (identificado por algunos como el álter ego de Julio Cortázar)[cita requerida], a quien los integrantes del club estudian y admiran. Se representa en los primeros capítulos ("Del lado de allá") como un viejo que es atropellado y a quien Oliveira ayuda. En los capítulos prescindibles (tercera parte), se aclara la identidad del personaje cuando Oliveira y Etienne van a visitarlo al hospital. Cortázar pone en palabras de Morelli su idea de hacer literatura, habla de hacer una literatura limpia, sin mucho “decorados”.

Ossip Gregorovius: está enamorado de la Maga,por esta razón este personaje no es del agrado de Oliveira. Intelectual, igual que todos los integrantes del Club de la Serpiente. No se conoce bien su historia pasada, pero él mismo se adjudica tres madres diferentes. Es de Rumania.

Perico Romero: español, amante de la literatura.

Pola: joven francesa, amante de Oliveira. Para que Oliveira la dejara, la Maga hace un día vudú con una muñeca que la representa. Padece de cáncer de seno.

Wong: chino, es descrito inicialmente en el capítulo 14, carga un maletín repleto de libros, y en su billetera fotos relacionadas con una mítica ejecución en Pekín, de principios del siglo XX.

Traveler: es un amigo de juventud de Horacio Oliveira. Vive en Argentina. Es el esposo de Talita. Oliveira se ve muy parecido a él.

Talita: esposa de Traveler; Oliveira ve en ella a la Maga.

Gekrepten: novia argentina de Horacio Oliveira. Excesivamente pasiva, es un contrario completo de la Maga. En el transcurso de la segunda parte, Oliveira vuelve a Argentina y se aloja momentáneamente con ella.

 

[] Artistas, músicos y autores a lo largo de la historia

 

Julio Cortázar se distinguía por ser un intelectual, lo cual plasmó en Rayuela, haciendo innumerables citas de autores, libros, discursos, pinturas y obras musicales. Algunas de las citas a lo largo de la novela hacen referencia a obras de Roberto Arlt, Louis Armstrong, Antonin Artaud, Baudelaire, Faulkner, Juan Filloy, Goethe, Homero, Paul Klee, François Mauriac, Joan Miró, Piet Mondrian, Thelonious Monk, Charlie Parker, Rembrandt, san Agustín, Erik Satie, Igor Stravinsky, Dylan Thomas, Hugo Wolf, Bessie Smith, etc.

 

 

Fuente tn. Las 20 frases geniales de Rayuela

 

 

La inmortal novela de Julio Cortázar cumple 50 años. Qué mejor manera de recordarla que con su mayor riqueza. Algunas frases hacen pensar. Otras, arrancan una sonrisa cómplice. Si leíste el libro, quizás las recuerdes. Si no lo hiciste, ojalá te inviten a la lectura.

 

- La gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.

 

- Para verte como yo quería, era necesario empezar por cerrar los ojos.

 

- El orden en que un bidé se va convirtiendo por obra natural y paulatina en discoteca y archivo de correspondencia por contestar, me parecía una discplina necesaria.

 

- Me cuesta mucho más pensar que ser.

 

- Tanto sentido tiene hacer un muñequito con miga de pan como escribir la novela que nunca escribiré o defender con la vida las ideas que redimen a los pueblos.

 

- Hay que haberse leido todo Platón, varios padres de la Iglesia, los clásicos sin que falte ni uno y además saber todo lo que hay que saber sobre todo lo cognoscible, y exactamente en ese momento uno llega a un cretinismo tan increíble que es capaz de agarrar a su pobre madre analfabeta por la punta de la mañanita y enojarse porque está afligidísima a causa de la muerte del rusito de la esquina o de la sobrina de la del tercero.

 

- Hacíamos el amor como dos músicos que se juntan para tocar sonatas. El piano iba por su lado y el violín por el suyo. En el fondo no nos encontrábamos, pero las sonatas eran tan hermosas...

 

- Después de los 40 años, la cara la tenemos en la nuca, mirando desesperadamente para atrás.

 

- Estar de acuerdo es la peor de las ilusiones.

 

- El recuerdo es el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso.

 

- La dialéctica solo puede ordenar los armarios en los momentos de calma.

 

- Porque se ha salido de la infancia, se olvida que para llegar al cielo, se necesitan, como ingredientes, una piedrita y la punta de un zapato.

 

- Al mejor amigo es al que menos se le pueden decir algunas cosas. ¿No te ocurre a veces confiarte mucho más a un cualquiera?

 

- La explicación es un error bien vestido.

 

- Consiguió dejar de pensar. Consiguió por apenas un instante besarla sin ser más que su propio beso.

 

- Tengo la melancolía de una vida demasiado corta para tantas bibliotecas.

 

- No te quiero por vos ni por mí. Te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado.

 

- Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.

 

- Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella (...). Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos.

 

- Música, melancólico alimento para los que vivimos de amor.

 

 

 

Fuente eternacadencia. En los últimos tiempos, esclarecer el concepto de “novela” se ha vuelto un aburrimiento dominante. Esto, a priori, no tiene nada de condenable, simplemente corresponde a una tentativa ordenadora que abarca todas las inferencias humanas: necesidad de historizar. Canalizada en la novelística permite establecer constantes, marcar diferencias, sacar conclusiones que pueden o no importar, pero al menos (por su naturaleza puramente fenomenológica) tienen la virtud de no hacer daño. El hecho cambia cuando, de tal análisis, se extrapola lo que debe ser una novela. Superticiones que de este tipo dan elementos para saber por qué falló Proust en algún párrafo de Por el camino de Swann, en cuáles incurría Balzac, y cómo Dashiell Hammet es inobjetable [1]. O pueden resolver que, a partir de Joyce, la pérdida de lo rectilíneo en la narración, la simultaneidad, son características de nuestro tiempo; pero no pueden evitar que, Thomas Mann, disculpándose con parsimonia al comienzo de cada capítulo por su excesivo conversar en el anterior escriba genialmente Doktor Faustus; y son incapaces, sin Faulkner, de inventar el tiempo faulkneriano. Limitaciones que son razón de sobra para concluir estos estudios, que sirven quizá por su valor informativo, pero no por su eficacia en prever novelas de nuestro tiempo. Rayuela, de Cortázar, es un ejemplo concreto. Todo lo que en ella es preconcepto, declarado intento por innovar, teoría novelística o aplicación inmediata de esta teoría sobra, no es literatura: se aparta automáticamente de lo válido del libro. Voy entonces a considerar Rayuela no como lo ha querido Cortázar, dividida en una parte imprescindible y otra que no -dos libros, o muchos-, sino como una novela: con su vieja estructura reconocible y personajes a quienes les suceden cosas, que piensan, que están posibilitando en cada capítulo, un capítulo siguiente. Novela según la más elemental asociación de ideas, en la que leída como se quiera hay 200 páginas de reflexiones, notas, poemas, teorías, canciones, etcétera. Dejo para un análisis posterior la gravitación que estas interpolaciones a ese epílogo puedan tener.

 

 

 

Esquemáticamente, un tema esencial, antiguo como el mundo e inagotable: dos relaciones –una en París, otra en Buenos Aires-, entre hombre y mujer. La historia en París (“Del lado de allá”), el encuentro desencontrado e irrepetible de Horacio Oliveira y la Maga, pudo, sola, ser una de las nouvelles más importantes de nuestra literatura. La Maga, maravillosa, capaz de engendrar, a través de su asombro y su inmutabilidad, todas las preguntas, toda la tristeza, todo el desorden indescifrable del mundo, inventa París para nosotros, argentinos, a fuerza de vivirlo ella en las entrañas; realiza la desesperación de Oliveira, porque se da de boca contra su desesperación; nos contamina (y esto sí es literatura) por su magisterio de metérsenos en la vida sin que la podamos evitar, con un dolor que no buscábamos pero que está ahí, y nos compromete. Y no sólo esto. La muerte de Rocamadour, la carta de la Maga, el encuentro de Oliveira y la clocharde: verdades así, hay muchas en la primera parte. Allí se juega Cortázar, hasta sus límites; el Cortázar que nos vulneró hace tiempo. Cuentos casi, en lo que esta palabra tiene de perfecto, de bastarse a sí misma, son los mosaicos de una nouvelle. Círculo que al considerar todo el libro, ya no es una virtuosidad: es un componente más, en una figura desequilibrada. Un bello anacronismo.

 

La primera y la segunda partes de Rayuela son absolutamente independientes y la continuidad de Oliveira es mera apariencia. Las situaciones, alabeadas, imponen dos personajes distintos en quienes lo único invariable es el nombre. Creer que el final ambiguo y angustiante de la primera parte puede prolongarse en una historia concreta, resulta, digamos, tan nublado como pretender que a Madame Bovary le hace falta, para mejorar, una segunda parte donde se narre la vida de Berta Bovary. También “Del lado de acá”, por lo que tiene de conflictual, pudo valer por sí misma. El tema: la obsesión de un hombre. Oliveira, que busca, que necesita fatalmente identificarse con su amigo, Traveller. Que le impone una Maga a Talita (mujer de Traveller); que se mete en la atrincherada realidad de estos dos, inventando para los tres, una “gestalt” a pesar suyo, nacida para destruirse. Pero lo profundamente humano del conflicto, la indagación que caracteriza a las grandes obras y la diferencia hasta siempre de la letra “escrita para qué”, se da sólo en raras ocasiones. En el enfrentamiento de los dos hombres, por ejemplo, en una pieza entrecruzada de hilos, como entre los frágiles alambrados de una realidad que amenza desbaratarse catastróficamente en cualquier momento. Ellos dos en medio del caos, hablando, tratando de establecer un orden, una lógica, una convivencia o una eliminación. En la mayoría de los casos, sin embargo, toda posibilidad de situación definitoria (dramática) se trivializa metódicamente; las trivializa, por método, Cortázar. Oliveira, Talita y Traveller sostienen su conversación fundamental en condiciones tan complicadas, tan llamativas, que todas las palabras se contaminan de irrealidad. Este estrambotismo no tiene nada que ver con lo grotesco, que es patético, con lo fantástico o con la locura: simplemente, no existe. ¿Ingenio? A veces sí. Ionesco también. Pero no es eso lo que hace falta; no es para eso, al menos, que se escribe como sabe Cortázar. Quien inventó a Mauro, a Celina, a Medrano, a veces al Pelusa, o restableció a Justo Suárez, a Charlie Parker, no tiene derecho (peor: no puede, del verbo “saber”), no le sale divertirnos con caricaturas que, fundamentalmente, no mejorarán las ya inventadas por Abel Santa Cruz u Horacio Meyrialle, y son notoriamente inferiores de las que ya dieron un máximo, estableciendo el género, con Wimpi o César Bruto; pero un máximo por eso, porque se ciñeron a esta superficie nuestra de andar como divirtiéndonos con nuestras limitaciones. Eso ya está. Una novela, o va más lejos, o no va a ningún lado. Claro que, si quiere, se queda en un divertimento más. Pero ¿quién la rescata? O va al fondo, a la causa borrosa -patética- de esta risa que nos damos los argentinos, o el tejo en la azotea.

 

Cortázar, sin duda, sabe bajar a los hondones (los monólogos de Persio, por ejemplo, en Los premios), a esa raíz del juego, que existe y se documenta quizá en la necesidad de reducir la vida a los 10 escaques de una rayuela, de achicarla porque puede hacer falta a nuestra desesperación una realidad de tiza que empieza en una tierra rectangular y termine en un cielo cierto, esperándonos, allá, con la sola condición de haber acertado (acá) una parábola de mandarina. Somos triviales. En efecto: pero Julio Cortázar, que a veces es lúcido -terriblemente-, que lo es cuando se mira en Oliveira o en Traveller, o aún en sí mismo, no lo es bastante como para (objetivando Rayuela) entender que la profundidad de un libro no depende de que su autor sepa cómo y dónde es vulnerable, lúdico, qué capítulos son prescindibles, sino de haber anulado estas lucideses hasta ese límite en que, el libro que resulte, sea (para él) absoluto: el único que pudo escribir. Hasta que, equivocado, lo crea perfecto, de tanto ignorar dónde está lo baladí, el juego, lo accesorio. Voluntad de perfección que no se diezma ni con un prólogo (“este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros”, cosa que no se dice, se hace, y le pasa solo a las grandes obras), ni con negar, o estar harto de la Perfección. Teoría que Rayuela registra en alguna página, pero que, por el solo (paradojal) hecho de haber sido planteada, evidencia la tentativa de “otro” tipo de perfección, digamos contemporáneo: la sistematización del caos. Vuelta de tuerca que tampoco se dice: mejor, se crea. Y a eso voy. Cortázar no innova en la novela. Lo que compulsiona sigue siendo lo mismo que nos conmueve desde el Quijote: situaciones humanas. Lo otro, es sólo álgebra barata, o un procedimiento insospechado de publicar anécdotas, poemas, canciones, teorías que, solas, pudieron justificar un libro como Historias de Cronopios y de Famas -aunque no, claro está, a Cortázar- y que, dentro de Rayuela no se justifican. De ser intercalados en el orden que sugiere Cortázar, no haría más que comprimir, a veces hasta teóricamente, la sensibilidad de lector, impresionarlo. Marcarle una direción, válida solo para el autor. Leídos a posteriori, tampoco legitiman la originalidad estructural de la novela: las curiosidades, la miscelánea, no son el mejor material para epilogar (u obstruir) un libro. Máxime cuando abarcan 99 capítulos. Quien se detiene a leer un libro de 600 páginas ya sabe encontrar rarezas, si quiere, en otros textos. Lo anecdótico de Rayuela, en cambio, cuando es necesario, como la historia de Pola, se integra solo: no hacía falta, para mostrar la parcialización de la realidad, nuestra humana imposibilidad de aprehenderla totalmente, inventar una diagramación rarísima. En cuanto a la teoría expresa -los papeles de Morelli-, es francamente, inadmisible. Aun haciendo abstracción de que el recurso ideado por Cortázar para introducirlos, en una tontería[2], los papeles en sí tampoco sostienen nada en última instancia, lo único que hacen es justificar la concepción de una novela que sólo tiene de asombroso papeles que la justifican. Lo otro, es clásico; el mismo rigor, con la misma urgencia por lo perfecto con que, el propio Cortázar, cuentista irreprochable, juzga el cuento (ver “Algunos aspectos del cuento”, revista Casa de las Américas, febrero, 1963). Escenas hermosas, involvidables de esta novela, nos dan razón para ello. Ser Cortázar el inventor de la Maga, razón para juzgarlo uno de nuestros más altos narradores, alto a lo hondo. Oxímoron aparente, que, de paso, permite acabar esta crítica por el principio.

 

En “Del lado de allá”, hasta aquellos personajes que no se han logrado como personajes, Etienne, Rolland, Babs, Ossip, que sólo llena un espacio, y una anécdota sin trascender una situación humana, salva, a veces, su existencia, por el sólo hecho de pesar sobre la Maga. Basta una noche, por ejemplo. Todos ellos hablando en la penumbra de una pieza agobiada de lluvia y de cigarillos y de bultos multiformes; basta su conversación banal que ahora está postergando, cubriendo ridículamente la frialdad de un chico, su muerte, que de un momento a otro, sin escapatoria, desgarrará a la Maga. Basta su frivolidad, en esos momentos, para que se justifiquen; justamente por ella, porque esa frivolidad lastima; se vuelve contra nosotros y nos impreca. También Oliveira, dilacerado en su intento de atrapar una realidad que se le escapa en todas direcciones, encandilado por un orden que no va a poder atrapar nunca, marcado para siempre con una empecinada conciencia que lo distancia, lo enfría, le impide sentirse vivo, también él se define unívoco y absoluto en su desesperada relatividad, con un sólo gesto que hiere en la Maga. Se va. Irrevocablemente cínico y calculador, se va, en un momento en que lo único legítimo sería lo cotidiano, la caricia inútil pero necesaria; lo sabe. Pero se va. Y se determina para siempre en su dolor, más intenso, quizá, que el desguarecimiento de la Maga, peor que todos los otros, por este despiadado ilusionismo de la lucidez, que multiplica el dolor por millones de seres, por millones de instantes, por una gigantesca impotencia. Escenas como esta, perfectas, donde se llega al centro de la angustia, donde se da, hasta el límite, el Cortázar raigal que nos esperanzó hace tiempo, hay muchas (lo dije ya) en esta primera parte. Las más memorables, se dan cerradas como cuentos: la aventura de Oliveira y Madame Trepat, único melancólico modo de la intrepidez, cuando ya no se está a tiempo de ser Robin Hood o Dick Turpin; o la carta de la Maga a Rocamadour; o aquello de la clocharde. Cuentos, dije por allí. Grandes cuentos, quise decir: cosa de gran escritor. Lo demás, como decimos por “el lado de acá”, pura tipografía.

 

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Notas de redacción

 

1. La ejemplificación no es un puro chiste. Figura, seriamente, en el libro de Castellet La hora del lector. Noé Jitrik, autor argentino del mismo libro, también la consigna.

 

2. En esquema, es así: señor atropellado por un auto, que resulta ser literato (Morelli) y que redacta teorías explicativas de Cortázar acerca de la propia novela de Cortázar, de su estilo, de lo bestial que será el lector si no advierte la profundidad abismática de un libro construido según esas teorías, las cuales, obvio es decirlo, permiten incluir la anécdota de un accidente callejero que, a su vez, posibilite la inclusión de esa teoría. Algo así como explicar el “nevermore” del cuerpo por la Teoría de la Composición, de Poe, pero intercalándola con el poema y recitada por la señorita Anabel Lee.