Crónica de la intervención
de García Ponce

Crónica de la intervención

 

 

Fuente garciaponce. Sin duda Crónica de la intervención es la novela más ambiciosa y lograda de la obra narrativa de García Ponce. En ella confluyen y se repiten especularmente todas sus obsesiones. Mariana es reconocida por Anselmo, que ve en ella su disponibilidad y su belleza y se la entrega a Esteban; Maria Inés, que no conoce a Mariana pero tiene su mismo cuerpo, su misma figura, su mismo rostro, es reconocida por José Ignacio, con quien se casa y tiene hijos. Esteban, quien ya es pareja de Mariana, un día conoce a Maria Inés. La similitud de los cuerpos es increíble. Él le ha tomado fotos a Mariana desnuda y se las muestra a su alter ego. Ella le pregunta en primer término qué truco usó para tomarle esas fotos, en las que se reconoce, consciente sin embargo de que jamás se ha dejado fotografiar por él de esa manera. Él le responde que no es ella, que es otra, Mariana, y sin embargo es idéntica.

 

El juego de espejos se lleva a su máxima expresión. Primero es José Ignacio quien, bajo la complicidad de Esteban, ama a Mariana. Amar a Mariana es al mismo tiempo amar a su mujer, Maria Inés. Luego Esteban ama a Maria Inés, con el permiso de José Ignacio. Los dos ven a aparecer a sus mujeres de una manera diferente. La Mariana que se ha entregado no sólo a José Ignacio sino a otros le pertenece a Esteban aún más. La Maria Inés que se ha entregado a Esteban y a otros le pertenece a José Ignacio mucho más.

 

Crónica de la Intervención es en muchos sentidos un homenaje y un reflejo de El hombre sin atributos, de Robert Musil. Del mismo modo que en la magna obra del escritor austriaco la Acción Paralela, destinada a mostrar el brillo del imperio austro-húngaro termina por ser su canto de cisne, en la novela de García Ponce el Festival Mundial de la Juventud –las olimpiadas de 1968- son precedidas por la matanza de Tlaltelolco. La irracionalidad política provoca un sinfín de muertes, de asesinatos. Entre los muertos en la plaza se encontraban Mariana y Anselmo.

 

Esa irracionalidad política se ve reflejada también en Evodio Martínez, reflejo especular del Moosbruger de la novela de Musil. Ambos representan el sinsentido que se apodera de la realidad, mejor dicho, el sinsentido que interviene en la realidad. A esa intervención se refiere Juan con el título de su novela. Evodio asesina a José Ignacio, su patrón, porque ha dejado que las fantasías invadan su mundo, y en esas fantasías José Ignacio es quien no ha hecho posible que él haga el amor con Maria Inés, como ha visto desde su atalaya en el árbol cómo Anselmo y Esteban la poseen ante la complicidad de José Ignacio.

 

Mariana y Maria Inés son dos personas pero un mismo cuerpo. ¿Cuál es su identidad? Para el narrador su identidad proviene de la mirada de los otros. Al entregarse a esa mirada ellas se reconocen y se definen en su capacidad de seducir, de ser miradas, de estar disponibles, en su capacidad de perderse a sí mismas y encontrarse en esa pérdida. Así, las dos son la síntesis perfecta de los personajes femeninos de García Ponce. Llegan inclusive a amarse entre sí. El narcisismo que incluye al otro. La contemplación de Mariana en Maria Inés y de Maria Inés en Mariana, y además, la contemplación de sus amantes que las miran arrobados.

 

García Ponce usa la palabra incandescencia, como la usará otra vez en De Anima. No hay belleza más admirable que la de la mujer que viene de entregarse a un tercero y esa entrega se la ofrece al hombre que ama, que acepta que la única fidelidad posible es la que ellas guardan a sus deseos y a su disponibilidad.

 

Al final de la novela, Maria Inés y Esteban, que han perdido a José Ignacio y a Mariana se encuentran. No pueden amarse a pesar de que se ven interminablemente. No pueden amarse hasta que no encuentran la presencia de un tercero, Fernando Romero, compañero de trabajo. Entonces Maria Inés se muestra nuevamente como disponibilidad y el narrador afirma que lo que Maria Inés afirmaba era “la posibilidad de la visión”.

 

La novela comienza cuando Mariana afirma: “Quiero que me cojan todo el día y toda la noche”. Más de mil páginas después, Esteban, el “hombre sin atributos”, el Ulrico que se deja llevar, afirma en el último capítulo: “Mariana lo dijo, eso fue lo que dijo en verdad. Quero que me cojan todo el día y toda la noche equivale a encontrarse con un tipo de feminidad que acepta prestar su cuerpo como modelo del mismo modo que lo entrega para llegar al placer en sí misma y más allá de sí misma y permite crear gracias a ese modelo un cuerpo de palabras”.

 

Ese cuerpo de palabras es el que alimenta esta novela y toda la obra narrativa de García Ponce. El autor afirma que él se crea al describir la belleza femenina, la disponibilidad y la mirada y que al inventar ese cuerpo de palabras, inventa a sus personajes y se inventa a él mismo. Y termina señalando: “Pero esa sería otra novela. Y también la misma”.

 

 

Fuente jornada.unam. Crónica de la intervención

Javier Aranda Luna

Pocas veces vida y literatura pueden verse con tanta claridad como un mismo impulso como en los cuentos, novelas y ensayos de Juan García Ponce.

 

Existen escritores cuya vida y obra parecen desarrollarse en mundos no sólo diferentes, sino incluso opuestos como –entre burlas y veras– nos lo hizo ver Renato Leduc hace tiempo: los poetas que decían estar listos como león para el combate, o los que en sus coplas  afirmaban que su único dios era la libertad y su ley la fuerza y el viento se les podía ver a veces los domingos, según el poeta, en los parques cargando una pañalera, empujando una carreola y tratando de mantener el orden inútilmente en una trouppe de niños inquietos.

 

Para García Ponce la literatura fue sin hipérbole cosa de vida. La vida no detonó su imaginación sino prolongó sus días.

 

En sus relatos realidad y ficción se confunden. El autor desaparece en sus novelas porque los protagonistas son los personajes de todos sus días. Por eso a veces podemos vislumbrar algunos de ellos o identificar plenamente a otros en libros como Crónica de la intervención  que puso a recircular el Fondo de Cultura Económica recientemente.

 

En esa novela la vida se hace visible al igual que la muerte, la razón, la inteligencia, la locura. La pasión se muestra; la libertad se hace palpable porque agota sus límites o porque la aplasta a cualquier costo la tentación autoritaria.

 

En Crónica de la intervención García Ponce deja la intimidad vital que había caracterizado a sus otros libros y nos cuenta el cuento de la plaza pública. Vida privada y vida pública nos cuentan el cuento de todos los días, de dos, de cuatro personajes que son ellos y son otros: los que vivieron por igual al amor loco sin sida de finales de los años 60 y principios de los 70, así como la represión en la Plaza de las Tres Culturas, en un México de Olimpiadas, a veces indiferente, temeroso y provinciano sobre lo que ocurría en el país con un gobierno de mano dura que no vaciló en derramar sangre y justificarse con razones leguleyas.

 

En ese libro monumental está todo García Ponce: sus descripciones interminables capaces de aumentar la tensión de la historia, sus cuadros vivos donde el cuerpo de la mujer sale del tiempo narrativo para ser sólo disparador del deseo, palpitación, trémula carne, imagen para contemplar, ventana para ser otro o dejar de ser, para morir un poco, perder la conciencia y respirar de nuevo.

 

Crónica de la intervención es un libro de sortilegios para conjurar al tiempo con la tensión erótica.

 

Uno de los mejores retratos de Juan García Ponce se lo debemos a Carlos Monsiváis, quien en unas cuántas líneas lo pintó de cuerpo completo.

 

En Parte de guerra, recuerda Monsiváis que en 1968 detuvieron al autor de El gato, cuando salía de Excélsior.

 

Lo sacaron de su silla de ruedas y lo lanzaron a la calle. Lo habían confundido con un dirigente estudiantil que también andaba en silla de ruedas: Marcelino Perelló.

 

Eso ocurrió el 4 de octubre luego de que Nancy Cárdenas, el propio García Ponce y Héctor Valdés dejaron en la redacción del diario el primer manifiesto de protesta por la masacre de Tlatelolco.

 

En lo separos, apunta Monsiváis, Juan hizo gala del enorme desprecio que sentía por sus raptores cuando en los interrogatorios les dijo a gritos que si querían saber de él leyeran sus libros: Les llevará tiempo y esfuerzo pero conocerán mi pensamiento.

 

García Ponce tenía razón: en sus novelas, cuentos, relatos, ensayos artículos se encuentra todo su pensamiento: el considerar al erotismo como una onda vibratoria capaz de transformar la vida, la verbalización para alcanzar la transparencia, la apuesta por la libertad, la escritura como rito de iniciación y como complicidad extrema, la vida como errancia sin fin que no tiene otro sentido que el de vivirse.

 

 

Fuente mistercolombias. Leí también otro proyecto enciclopédico, pero me perdí en él.  Me refiero a Crónica de la intervención de Juan García Ponce. Escribí sobre el primer volumen de esta obra lo siguiente: "De tanto leer y admirar la literatura alemana, Juan García Ponce ha terminado por escribir como Hegel. Esto, que puede sonar como una censura, también puede resultar un elogio. Quien haya leído o intentado leer La fenomenología del espíritu --o más bien la traducción disponible en español-- sabrá a qué me refiero. Esas frases abstrusas, largas, laberínticas, con verbos puestos como piedras infranqueables, que deben leerse hasta cinco veces para ser comprendidas, revelan la dificultad de una lógica muy parti­cular, a la que se ha acercado García Pone no sé si por ósmosis, conscientemente o por falta de claridad mental. No siempre escribió este autor de forma tan confusa (sus primeros cuentos son de claridad meridiana) pero tampoco ha llegado antes tan a fondo en sus indagaciones sobre una serie de problemas que poco les importan a otros escritores mexicanos (Salvador Elizondo y especialmente Juan Vicente Melo son dos que le son afines).

 

  Las anteriores reflexiones me las hago después de terminar la lectura del primer volumen de Crónica de la intervención. ¿Qué es este mamotreto? Aventuro una respuesta. Es la novela de una generación, de un grupo, de una complicidad. Si bien puede leerse como novela simplemente, el placer de la lectura se redobla cuando se descubren ciertas claves, que tienen que ver con el establecimiento cultural mexicano del presente. Francisca Piment­el parece ser Inés Arredondo; Heriberto Bolaños, Huberto Batis; Gurría, Gurrola; Esteban debe ser J.G. Ponce; Diego Rodríguez, José Revueltas; Horacio Peña, quizá Juan Vicente Melo.

 

  Siendo una obra monumental (la edición mexicana, dividida en dos partes, suma 1074 páginas, en letra pequeñísima, apretada, no apta para miopes). No sé si la crítica mexicana le ha metido el diente. Sé que un jurado integrado por José María Espinasa, Pérez Gay y otra persona le concedieron un premio y sé que hubo quien impugnó tan decisión (creo que fue René Avilés), afirmando que debía habérsele dado a Tinísima, de Elena Poniatowska. ¿Qué es Crónica de la intervención, esa novela grande que tardó más de diez años para editarse en México --ya había sido editada en España y recibido atención de autores como Rafael Humberto Moreno Durán, cuando en México se la ignoraba (y hasta donde sé se la sigue ignorando o existe apenas como un mito, al que pocos estudiosos o reseñistas se atreven a acercarse).

 

Es la crónica de un fracaso, es decir, la crónica del paso del tiempo --que siempre resulta en fracaso, como lo quiso  probar Proust en más de 3500 páginas-- y de la evolución de un grupo de amigos promis­cuos y cultos, que buscaban, como todos los grupos, como todos los seres humanos, un sentido, una justficación para sus existen­cia. Quien se atreva a escribir sobre esta obra correrá siempre un riesgo: no estará a la altura de la obra, porque su compleji­dad --incluso su confusión-- son tales, que sacar algo en claro es no sólo ambicioso sino absurdo. Pienso que tras este proyecto hay una intención semejante a la de Proust, a la de Durrel, creadores de largas series de novelas que persiguen a sus perso­najes a lo largo de los años, tratando de meter, como aderezo, una situación política, vivencial, que sirve como paisaje pero no siempre ayuda a los efectos estéticos de la novela. ¿Qué tanto ayuda el asunto Dreyfus a hacer de En busca del tiempo perdido una novela intere­sante? ¿O qué tanto importa la situación políti­ca de Alejandría a un lector de Andorra u Osaka? Me atrevo a afirmar que muy poco. En general las novelas psicoló­gicas, que basan su interés en el desarrollo de una serie de individualida­des, pertenecen a una categoría ahistórica y es por ello que los novelistas bien podrían olvidar los aderezos histó­ricos en aras de narrar histo­rias limpias de sargazos y aserrín.