La vanguardia es así
De interés general

La vanguardia es así. De interés general

 

 

13/09/2013 Fuente revistaenie. El narrador desea escribir una novela protagonizada por grupos de poder, sin personajes humanos.

 

Una vez traté de imaginar una novela sin ningún personaje humano. Una novela protagonizada por países. O grupos genéticos. O capitales bursátiles. ¿No tienen esas entidades su propio destino, sus esperanzas, sus horas de tribulación en el monte de los olivos? ¿No tienen sus ambiciones y sus derrumbes? ¿No tiene sueños un grupo multimedia, y hasta sueños húmedos? Un colectivo –un lobby de la soja, un complejo militar-industrial– ¿no puede ser víctima de un amour fou que lo lleve a la perdición?

 

¿Por qué una novela tiene que ser siempre protagonizada por hombres o mujeres, sobre todo en una época en que las vidas privadas tienen tan poco impacto sobre la realidad? Curioso: escritores que proveen para las necesidades de un público universitario, tipo Sebastián Hernaiz o Damián Tabarovsky, suelen denunciar —correctamente— el conformismo de tramas y personajes en las novelas de formato tradicional, pero creen —por ignorancia— que a cambio sólo pueden ofrecerse devaneos sobre la gratuidad de lenguaje o guiños sobre la vida de escritor. Mientras tanto las fuerzas reales del mundo hacen lo suyo, sin nadie que se anime a hacerles una novela. Una baja de los aranceles aduaneros altera mi vida infinitamente más que el hecho de que mi vecino se masturbe pensando en su sobrina. Corolario: la vida sexual de mi vecino es una cortina de humo. Esa novela me hace un poco más borrego.

 

Me asegura que nada le da forma a mi destino salvo el ir y venir de mis emociones privadas. Que la materia de la que está hecha mi vida son mis erecciones, mis sentimientos ambivalentes sobre Pablo o Josefina, mi gesto de seriedad o mi gesto de ironía ante tal o cual producto de la industria cultural. Pero la verdad es que nada de eso determina lo que soy ni, en general, importa mucho en sentido alguno.

 

Todo esto para decir que no voy a necesitar, después de todo, escribir la novela que imaginé una vez, porque acaba de hacerlo, con más brillantez que la que yo podría soñar, el español Bruno Galindo. Recuerdo haber tenido una discusión con Jordi Carrión. El autor de Los muertos me decía con reproche: “Lo que pasa es que vosotros los argentinos no podéis concebir que un español sea vanguardista”.

 

Acusación a la que yo respondía, del modo más matizado que era capaz: “Y, no.” Pero me equivocaba. Galindo es un escritor de vanguardia. Literalmente: su forma de aprehender el mundo, en su novela El público , que la editorial Caballo de Troya acaba de traer a la Argentina, está más avanzada que las novelas del montón. Hay una historia, la historia de un proyecto. Se trata de la creación de un nuevo suplemento en un diario de gran circulación. Lo gracioso es que también acá hay algo así como un protagonista (aunque a veces parezca reducido a ser la expresión intermitente de ciertas tendencias históricas) que, como pasa en las novelas universitarias, es escritor.

 

Pero a diferencia de aquellas novelas, acá el mundo no aparece definido por la idiosincracia típica del escritor, por sus pequeñas manías o sus intereses parroquiales; al revés, el escritor aparece como una pieza más, y ni de lejos entre las más importantes, en la maquinaria compleja del mundo. Por lo demás, el verdadero protagonista de El público no es este personaje, sino el grupo social del que forma parte. Cabe citar algunos de los rasgos de ese “personaje” colectivo: “Estamos en los nuevos empleos que trajo el desarrollo tecnológico… Otros tuvimos oficios en la música, el cine, la publicidad… Nos identificamos con las ideologías de izquierda, pero de un modo discreto… Manifestamos repulsa por la exclusión de minorías de toda índole... Conocemos a alguien que practica el reiki...” Le ocurren cosas a “nuestro hombre”, vaya si le ocurren; aunque más exacto sería decir que ciertas cosas ocurren, en general, y circunstancialmente “nuestro hombre” es su vehículo o su ejecutor.

 

Del lugar donde vive se nos dice que su precio no aumenta, felizmente, gracias a la presencia de prostitutas africanas; del nuevo suplemento, que incluye tipografías con nombre como “interstate”, “latin san serif”, “futura” y “garamond serif”. La historia se va convirtiendo en una pesadilla materialista, un infierno en Power Point. Cerca del final, se vuelve a la caracterización de ese “nosotros”: “Podríamos haber sido brillantes en vez de imbéciles”. Galindo, me parece claro, no dejó pasar esa oportunidad.