La Dama Boba 3. Tercer Acto
Autor: Lope de Vega
Fuente: ciudadseva.
FINEA: Mi padre pienso que viene.
LAURENCIO:Pues voyme. Acordaos de mí.
FINEA: ¡Que me place!
Vase LAURENCIO
CLARA: ¿Fuése?
PEDRO: Sí;
y seguirle me conviene.
Tenedme en vuestra memoria.
Vase PEDRO
CLARA: Si os vais, ¿cómo?
FINEA: ¿Has visto, Clara,
lo que es amor? ¿Quién pensara
tal cosa?
CLARA: No hay pepitoria
que tenga más menudencias
de manos, tripas y pies.
FINEA: Mi padre, como lo ves,
anda en mil impertinencias.
Tratado me ha de casar
con un caballero indiano,
sevillano o toledano.
Dos veces me vino a hablar,
y esta postrera sacó
de una carta un naipecito
muy repulido y bonito,
y luego que le miró,
me dijo: "Toma, Finea,
ése es tu marido," y fuése.
Yo, como, en fin, no supiese
este de casar qué sea,
tomé el negro del marido,
que no tiene más que cara,
cuera y ropilla; mas, Clara,
¿qué importa que sea pulido
este marido o quién es,
si todo el cuerpo no pasa
de la pretina? Que en casa
ninguno sin piernas ves.
CLARA: ¡Pardiez, que tienes razón!
¿Tiénesle ahí?
FINEA: Veisle aquí.
Saca un retrato
CLARA: ¡Buena cara y cuerpo!
FINEA: Sí;
mas no pasa del jubón.
CLARA: Luego éste no podrá andar.
¡Ay, los ojitos que tiene!
FINEA: Señor, con Nise...
CLARA: ¿Si viene
a casarte...?
FINEA: No hay casar;
que éste, que se va de aquí
tiene piernas, tiene traza.
CLARA: Y más, que con perro caza;
que el mozo me muerde a mí.
Salen OCTAVIO y NISE
OCTAVIO: Por la calle de Toledo
dicen que entró por la posta.
NISE: Pues, ¿cómo no llega ya?
OCTAVIO: Algo, por dicha, acomoda.
¡Temblando estoy de Finea!
NISE: Aquí está, señor, la novia.
OCTAVIO: Hija, ¿no sabes?
NISE: No sabe;
que ésa es su dicha toda.
OCTAVIO: Ya está en Madrid tu marido.
FINEA: Siempre tu memoria es poca.
¿No me lo diste en un naipe?
OCTAVIO: Ésa es la figura sola,
que estaba en él retratada;
que lo vivo viene agora.
Sale CELIA
CELIA: Aquí está el señor Liseo,
apeado de unas postas.
OCTAVIO: Mira, Finea, que estés
muy prudente y muy señora.
Llegad sillas y almohadas.
Salen LISEO, TURÍN, y CRIADOS
LISEO: Esta licencia se toma
quien viene a ser hijo vuestro.
OCTAVIO: Y quien viene a darnos honra.
LISEO: Agora, señor, decidme;
¿quién de las dos es mi esposa?
FINEA: ¡Yo! ¿No lo ve?
LISEO: Bien merezco
los brazos.
FINEA: ¿Luego no importa?
OCTAVIO: Bien le puedes abrazar.
FINEA: ¡Clara!
CLARA: ¿Señora?
FINEA: ¡Aún agora
viene con piernas y pies!
CLARA: ¿Esto es burla, o jerigonza?
FINEA: El verle de medio arriba
me daba mayor congoja.
OCTAVIO: Abrazad vuestra cuñada.
LISEO: No fue la fama engañosa,
que hablaba en vuestra hermosura.
NISE: Soy muy vuestra servidora.
LISEO: ¡Lo que es el entendimiento!
A toda España alborota.
La divina Nise os llaman;
sois discreta como hermosa,
y hermosa con mucho extremo.
FINEA: Pues ¿cómo requiebra a esotra,
si viene a ser mi marido?
¿No es más necio?
OCTAVIO: ¡Calla, loca!
Sentaos, hijas, por mi vida.
LISEO: ¡Turín!
TURÍN: ¿Señor?
LISEO: (¡Linda tonta!) Aparte
OCTAVIO: ¿Cómo venís del camino? 935
LISEO: Con los deseos enoja;
que siempre le hacen más largo.
FINEA: Ese macho de la noria
pudierais haber pedido,
que anda como una persona.
NISE: Calla, hermana.
FINEA: Callad vos.
NISE: Aunque hermosa y virtüosa,
es Finea de este humor.
LISEO: Turín, ¿trujiste las joyas?
TURÍN: No ha llegado nuestra gente.
LISEO: ¡Qué de olvidos se perdonan
en un camino a crïados!
FINEA: ¿Joyas traéis?
TURÍN: Y le sobra
de las joyas el principio.
(¡Tanto el jó se le acomoda!) Aparte
OCTAVIO: Calor traéis; ¿queréis algo?
¿Qué os aflige, qué os congoja?
LISEO: Agua quisiera pedir.
OCTAVIO: Haráos mal el agua sola.
Traigan una caja.
FINEA: A fe
que si, como viene agora,
fuera el sábado pasado,
que hicimos yo y esa moza
un menudo...
OCTAVIO: ¡Calla necia!
FINEA: Mucha especia, ¡linda cosa!
Salen CRIADOS con agua, toalla, salva y una caja
CELIA: El agua está aquí.
OCTAVIO: Comed.
LISEO: El verla, señor, provoca;
porque con su risa dice
que la beba y que no coma.
Beba
FINEA; Él bebe como una mula.
TURÍN: (¡Buen requiebro!) Aparte
OCTAVIO: ¡Qué enfadosa
que estás hoy! ¡Calla, si quieres!
FINEA: ¡Aun no habéis dejado gota!
Esperad; os limpiaré.
OCTAVIO: Pero ¿tú le limpias?
FINEA: ¿Qué importa?
LISEO: (¡Media barba me ha quitado! Aparte
¡Lindamente me enamora!)
OCTAVIO: Que descanséis es razón.
(Quiero, pues no se reporta, Aparte
llevarle de aquí a Finea).
LISEO: (Tarde el descanso se cobra
que en tal desdicha se pierde). Aparte
OCTAVIO: Ahora bien; entrad vosotras
y aderezad su aposento.
FINEA: Mi cama pienso que sobra
para los dos.
NISE: ¿Tú no ves
que no están hechas las bodas?
FINEA: ¿Pues qué importa?
NISE: Ven conmigo.
FINEA: ¿Allá dentro?
NISE: Sí.
FINEA: Adiós, ¡hola!
LISEO: (Las del mar de mi desdicha Aparte
me anegan entre sus ondas).
OCTAVIO: Yo también, hijo, me voy
para prevenir las cosas,
que, para que os desposéis
con más aplauso, me tocan.
Dios os guarde.
Todos se van. Queden LISEO y TURÍN
LISEO: No sé yo
de qué manera disponga
mi desventura. ¡Ay de mí!
TURÍN: ¿Quieres quitarte las botas?
LISEO: No, Turín, sino la vida.
¿Hay boba tan espantosa?
TURÍN: Lástima me ha dado a mí,
considerando que ponga
en un cuerpo tan hermoso
el cielo un lama tan loca.
LISEO: Aunque estuviera casado
por poder, en causa propia
me pudiera descasar;
la ley es llana y notoria;
pues concertando mujer
con sentido, me desposan
con una bestia del campo,
con una villana tosca.
TURÍN: ¿Luego no te casarás?
LISEO: Mal haya la hacienda toda
que con tal pensión se adquiere
y con tal censo se toma;
demás que aquesta mujer,
si bien es hermosa y moza,
¿qué puede parir de mí
sino tigres, leones y onzas?
TURÍN: Eso es engaño, que vemos
por experiencias e historias,
mil hijos de padres sabios,
que de necios, los deshonran.
LISEO: Verdad es que Cicerón
tuvo a Marco Tulio en Roma,
que era un caballo, un camello.
TURÍN: De la misma suerte, consta
que de necios padres suele
salir una fénix sola.
LISEO: Turín, por lo general,
y es consecuencia forzosa,
lo semejante se engendra.
Hoy la palabra se rompa;
rásguense cartas y firmas;
que ningún tesoro compra
la libertad. ¡Aún si fuera
Nise...!
TURÍN: ¡Oh, qué bien te reportas!
Dicen que si a un hombre airado,
que colérico se arroja
le pusiesen un espejo,
en mirando en él la sombra
que representa su cara,
se tiempla y desapasiona;
así tu, como tu gusto
miraste en su hermana hermosa,
que el gusto es cara del alma.
pues su libertad se nombra,
luego templaste la tuya.
LISEO: Bien dices, porque ella sola
el enojo de su padre,
que, como ves, me alborota,
me puede quitar, Turín.
TURÍN: ¿Qué, no hay que tratar de esotra?
LISEO: Pues ¿he de dejar la vida
por la muerte temerosa,
y por la noche enlutada
el sol que los cielos dora;
por los áspides las aves,
por las espinas las rosas
y por un demonio un ángel?
TURÍN: Digo que razón te sobra;
que no está el gusto en el oro;
que son el oro y las horas
muy diversas.
LISEO: Desde aquí
renuncio la dama boba.
SEGUNDO ACTO
Salen DUARDO, LAURENCIO y FENISO
FENISO: En fin, ha pasado un mes
y no se casa Liseo.
DUARDO: No siempre mueve el deseo
el codicioso interés.
LAURENCIO: ¿De Nise la enfermedad
ha sido causa bastante?
FENISO: Ver a Finea ignorante
templará su voluntad.
LAURENCIO: Menos lo está que solía.
Temo que amor ha de ser
artificioso a encender
piedra tan helada y fría.
DUARDO: ¡Tales milagros ha hecho
en gente rústica Amor!
FENISO: No se tendrá por menor
dar alma a su rudo pecho.
LAURENCIO: Amor, señores, ha sido
aquel ingenio profundo
que llaman alma del mundo,
y es el doctor que ha tenido
la cátedra de las ciencias;
porque sólo con amor
aprende el hombre mejor
sus divinas diferencias.
Así lo sintió Platón;
esto Aristóteles dijo;
que como del cielo es hijo,
es todo contemplación;
de ella nació el admirarse,
y de admirarse nació
el filosofar, que dio
luz, con que pudo fundarse
toda ciencia artificial,
y a amor se ha de agradecer
que el deseo de saber
es al hombre natural.
Amor, con fuerza süave,
dio al hombre el saber sentir;
dio leyes para vivir
político, honesto y grave.
Amor repúblicas hizo;
que la concordia nació
de amor, con que a ser volvió
lo que la guerra deshizo
Amor dio lengua a las aves,
vistió la tierra de frutos,
y como prados enjutos
rompió el mar con fuertes naves.
Amor enseñó a escribir
altos y dulces concetos,
como de su causa efetos
Amor enseñó a vestir
al más rudo, al más grosero
de la elegancia fue Amor
el maestro; el inventor
fue de los versos primero;
la música se le debe
y la pintura. Pues ¿quién
dejará de saber bien
como sus efetos pruebe?
No dudo de que a Finea,
como ella comience a amar,
la deje Amor de enseñar,
por imposible que sea.
FENISO: Está bien pensado ansí.
¿Y su padre lleva intento,
por dicha, en el casamiento,
que ame y sepa?
DUARDO: Y yo de aquí
infamando amores locos,
en limpio vengo a sacar
que pocos deben de amar
en lugar que saben pocos.
FENISO: ¡Linda malicia!
LAURENCIO: ¡Extremada!
FENISO: ¡Difícil cosa es saber!
LAURENCIO: Sí, pero fácil creer
que sabe, el que poco o nada.
FENISO: ¡Qué divino entendimiento
tiene Nise!
DUARDO: ¡Celestial!
FENISO: ¿Cómo, siendo necio el mal,
ha tenido atrevimiento
para hacerle estos agravios,
de tal ingenio desprecios?
LAURENCIO: Porque de sufrir a necios
suelen enfermar los sabios.
DUARDO: ¡Ella viene!
Salen NISE y CELIA
FENISO: Y con razón
se alegra cuanto la mira.
NISE: Mucho la historia me admira.
CELIA: Amores pienso que son
fundados en el dinero,
NISE: Nunca fundó su valor
sobre dineros Amor;
que busca el alma primero.
DUARDO: Señora, a vuestra salud,
hoy cuantas cosas os ven
dan alegre parabién
y tienen vida y quietud;
que como vuestra virtud
era el sol que se la dio,
mientras el mal la eclipsó
también lo estuvieron ellas;
que hasta ver vuestras estrellas
Fortuna el tiempo corrió.
Mas como la primavera
sale con pies de marfil
y el vario velo sutil
tiende en la verde ribera,
corre el agua lisonjera
y están riñendo las flores,
sobre tomar las colores;
así vos salís trocando
el triste tiempo y sembrando
en campos de almas amores.
FENISO: Ya se ríen estas fuentes,
y son perlas las que fueron
lágrimas, con que sintieron
esas estrellas ausentes;
ya las aves sus corrientes
hacen instrumentos claros,
con que quieren celebraros.
Todo se anticipa a veros,
y todo intenta ofreceros
con lo que puede alegraros.
Pues si con veros hacéis
tales efetos agora
donde no hay alma, señora,
más de la que vos ponéis,
en mí ¿qué muestras haréis,
qué señales de alegría,
este venturoso día,
después de tantos enojos,
siendo vos sol de mis ojos,
siendo vos alma en la mía?
LAURENCIO: A estar sin vida llegué
el tiempo que no os serví;
que fue lo que más sentí,
aunque sin mi culpa fue.
Yo vuestros males pasé,
como cuerpo que animáis;
vos movimiento de dais;
yo soy instrumento vuestro,
que en mi vida y salud muestro
todo lo que vos pasáis.
Parabién me den a mí
de la salud que hay en vos,
pues que pasamos los dos
el mismo mal en que os vi.
Solamente os ofendí,
aunque la disculpa os muestro,
en que este mal que fue nuestro,
sólo tenerle debía,
no vos, que sois alma mía,
yo sí, que soy cuerpo vuestro.
NISE: Pienso que de oposición
me dais los tres parabién.
LAURENCIO: Y es bien, pues lo sois por quien
viven los que vuestros son.
NISE: Divertíos, por mi vida,
cortándome algunas flores
los dos, pues con sus colores
la diferencia os convida
de este jardín, porque quiero
hablar a Laurencio un poco.
DUARDO: Quien ama y sufre, o es loco
o necio.
FENISO: Tal premio espero.
DUARDO: No son vanos mis recelos.
FENISO: Ella le quiere.
DUARDO: Yo haré
un ramillete de fe,
pero sembrado de celos.
Vanse DUARDO y FENISO
LAURENCIO: Ya se han ido. ¿Podré yo,
Nise, con mis brazos darte
parabién de tu salud?
NISE: ¡Desvía, fingido, fácil,
lisonjero, engañador,
loco, inconstante, mudable;
hombre que en un mes de ausencia
--que bien merece llamarse
ausencia la enfermedad--
el pensamiento mudaste!
Pero mal dije en un mes,
porque puedes disculparte
con que creíste mi muerte,
y si mi muerte pensaste,
con gracioso sentimiento,
pagaste el amor que sabes,
mudando el tuyo en Finea.
LAURENCIO: ¿Qué dices?
NISE: Pero bien haces;
tú eres pobre, tú, discreto;
ella rica e ignorante;
buscaste lo que no tienes,
y lo que tienes dejaste.
Discreción tienes, y en mí
la que celebradas antes
dejas con mucha razón;
que dos ingenios iguales
no conocen superior;
y ¿por dicha imaginaste
que quisiera yo el imperio
que a los hombres debe darse?
El oro que no tenías,
tenerle solicitaste
enamorando a Finea.
LAURENCIO: Escucha...
NISE: ¿Qué he de escucharte?
LAURENCIO: ¿Quién te ha dicho que yo he sido
en un mes, tan inconstante?
NISE: ¿Parécete poco un mes?
Yo te disculpo, no hables;
que la luna está en el cielo,
sin intereses mortales,
y en un mes, y aun algo menos,
está creciente y menguante.
Tú en la tierra, y de Madrid,
donde hay tantos vendavales
de intereses en los hombres,
no fue milagro mudarte.
Dile, Celia, lo que has visto.
CELIA: Ya, Laurencio, no te espantes
de que Nise, mi señora,
de esta manera te trate;
yo sé que has dicho a Finea
requiebros...
LAURENCIO: ¡Que me levantes.
Celia, tales testimonios!...
CELIA: Tú sabes que son verdades;
y no sólo tú a mi dueño
ingratamente pagaste,
pero tu Pedro, el que tiene
de tus secretos las llaves,
ama a Clara tiernamente.
¿Quieres que más te declare?
LAURENCIO: Tus celos han sido, Celia,
y quieres que yo los pague.
¿Pedro a Clara, aquella boba?
NISE: Laurencio, si le enseñaste,
¿por qué te afrentas de aquello
en que de ciego no caes?
Astrólogo me pareces,
que siempre de ajenos males,
sin reparar en los suyos,
largos pronósticos hacen.
¡Qué bien empleas tu ingenio!
"De Nise confieso el talle
mas no es sólo el exterior
el que obliga a los que saben."
¡Oh, quién os oyera juntos!...
Debéis de hablar en romances,
porque un discreto y un necio
no pueden ser consonantes.
¡Ay, Laurencio, qué buen pago
de fe y amor tan notable!
Bien dicen que a los amigos
prueba la cama y la cárcel.
Yo enfermé de mis tristezas
y de no verte ni hablarte
sangráronme muchas veces;
¡bien me alegraste la sangre!
Por regalos tuyos tuve
mudanzas, traiciones, fraudes;
pero, pues tan duros fueron,
di que me diste diamantes.
Ahora bien. ¡Esto cesó!
LAURENCIO: ¡Oye, aguarda!...
NISE: ¿Que te aguarde?
Pretende tu rica boba,
aunque yo haré que se case
más presto que tú lo piensas.
LAURENCIO: ¡Señora!...
Sale LISEO y asga LAURENCIO a NISE
LISEO: (Esperaba tarde Aparte
los desengaños; mas ya
no quiere Amor que me engañe).
NISE: ¡Suelta!
LAURENCIO: ¡No quiero!
LISEO: ¿Qué es esto?
NISE: Dice Laurencio que rasgue
unos versos que me dio,
de cierta dama ignorante,
y yo digo que no quiero.
LAURENCIO: Tú podrá ser que lo alcances
de Nise; ruégalo tú.
LISEO: Si algo tengo que rogarte,
haz algo por mis memorias
y rasga lo que tú sabes.
NISE: ¡Dejadme los dos!
Vanse NISE y CELIA
LAURENCIO: ¡Qué airada!
LISEO: Yo me espanto que te trate
con estos rigores Nise.
LAURENCIO: Pues, Liseo, no te espantes
que es defeto en los discretos,
tal vez, el no ser afables.
LISEO: ¿Tienes qué hacer?
LAURENCIO: Poco o nada.
LISEO: Pues vámonos esta tarde
por el Prado arriba.
LAURENCIO: Vamos,
dondequiera que tú mandes.
LISEO: Detrás de los Recoletos
quiero hablarte.
LAURENCIO: Si hablarme
no es con las lenguas que dicen
sino con las lenguas que hacen,
aunque me espanto que sea,
dejaré caballo y pajes.
LISEO: Bien puedes.