Vale todo
Comercio Exterior

Vale todo. De interés general

 

 

El historial de los Pumas y los Springboks, que serán nuevamente rivales el sábado próximo en Mendoza, no registra duelos oficiales en los años 70. Un boicot que incluía al deporte buscaba terminar con el apartheid en Sudáfrica. Daniel "Cheeky" Watson sobrevivió a balazos, bombas y hasta el incendio de su casa después de que en 1976, el año de la matanza de Soweto, rechazó una convocatoria de los Springboks y eligió jugar con jugadores negros. Sí, murieron en la Argentina en los 70 al menos 24 rugbiers. El rugby, aunque pueda resultar sorpresivo, lidera la lista de los cerca de 40 deportistas asesinados o desaparecidos antes, pero especialmente después del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Al menos 17 de esos rugbiers (hoy se sabe que ya son 19) jugaban en La Plata Rugby Club. Eran militantes políticos. Peronistas o de la izquierda revolucionaria. Armados o no. Su historia es una de las más estremecedoras de la miniserie de ocho capítulos  Deporte, desaparecidos y dictadura , que el colega Gustavo Veiga terminó de presentar ayer en el Centro Cultural de la Cooperación. Son historias de dolor, violencia, solidaridad, injusticias, errores y también de esperanza. Y que incluyen a rugbiers, futbolistas, Leonas, ajedrecistas, tenistas, basquetbolistas y atletas.

 

"El deporte, sabemos -me dice Veiga-, es una matriz forjadora de espíritus solidarios y combativos." Y recuerda una anécdota que le cuenta el ex jugador Raúl Barandarian cuando el Club Champagnat ofreció postergar el partido en la Semana Santa de 1975 por el asesinato del medio scrum Hernán Rocca. Primero de los 19 jugadores muertos del La Plata Rugby Club, Rocca, militante de la Juventud Universitaria Peronista, apareció el 28 de marzo de 1975, Viernes Santo, con 21 balazos y los ojos vendados en Magdalena. Lo mató la Concentración Nacionalista Universitaria (CNU), ultraderecha peronista. Los compañeros de Hernán decidieron jugar igual, como homenaje. El minuto de silencio se estiró a diez. Y La Plata terminó ganando con dos jugadores menos.

 

"Sacaron de adentro todo lo que podían y se sobrepusieron en el dolor y en el juego. De esa camada son varios de los que desaparecerían después: Pablo Balut, Otilio Pascua, Mariano Montequín y la figura, Santiago Sánchez Viamonte", dice Veiga. Varios de ellos formaron parte del equipo que en 1973 le ganó al campeón San Isidro Club (SIC) la final del tradicional Seven nocturno de DAOM. "El Chueco" Sánchez Viamonte, Balut y Pascua, todos militantes del Partido Comunista Marxista Leninista (PCML), fueron secuestrados el 24 de octubre de 1977, en plena cacería militar. Hace sólo meses se conoció el caso de Abigail Attademo, el "Capitán Miguel", arrojado por sus torturadores al Río de la Plata después de participar junto con Jorge Moura (otro rugbier de La Plata) en el sangriento y desesperado ataque del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) a Monte Chingolo, el 23 de diciembre de 1975, cuatro meses antes del golpe. Su historia fue recuperada por Julián Axat, abogado y poeta, y profesor en el Colegio Nacional de La Plata, donde el aula de música lleva el nombre de su padre, Rodolfo "Fel" Axat, otro desaparecido del Club La Plata. Julián es uno de los tantos testimonios del documental, igual que Dimas Suffern Quirno, capitán actual que, junto con el ex rugbier, escritor y periodista José Supera y con Augusto Ramos recuerdan en la revista del club a los jugadores desaparecidos, muchos de ellos dirigidos por su propio padre.

 

"Impresiona que haya 19 desaparecidos en un mismo club. Es cierto que el rugby era un deporte de clases acomodadas, pero también abrazaron la militancia revolucionaria muchos hijos de familias acomodadas. Que además eran estudiantes y, además, estudiaban en La Plata, acaso la ciudad más castigada por la represión", me dice Veiga. Otro de los momentos más emotivos de la miniserie que realizó para la TV Digital con los directores Carlos Eduardo Martínez y Julio Santamaría se produce cuando el pueblo de Chilecito, en La Rioja, sale a las calles con bandera, vidalero, alumnos de la escuela Pizzurno y niños futbolistas incluidos para recibir los restos de Gustavo "Papilo" Olmedo, un futbolista del modesto Los Andes local, militante universitario y estudiante de Ingeniería Civil, asesinado por la dictadura a los 20 años en Córdoba, apenas dos días después del golpe. Su cuerpo, que estaba en una fosa común, logró ser identificado por antropólogos forenses varios años después, con numerosos orificios en la espalda, porque protegía a Fausto, de nueve meses, hijo de una pareja amiga. "Somos una familia de afiliados al radicalismo. Pero leímos todo.  El Capital  . Trotsky. Teníamos mote de zurdos, pero nunca nos creímos dueños de la verdad ni creímos en los totalitarismos", dice Mario Olmedo, hermano, en la bodega familiar, hasta que la emoción quiebra su relato. "Papilo era maravilloso. Una vivacidad para comunicarse con las personas. Siempre compartiendo las necesidades del otro. No tengo las cartas siquiera porque el atropello ha sido muy grande. Nos confiscaron todo."

 

"Hay un tema con la militancia. Porque si se reconoce la militancia es como que se justifica la desaparición de la persona", reflexiona en un momento la joven María Olmedo, sobrina de "Papilo". Una frase muy escuchada ("se llevaron a los mejores") gana fuerza con la historia de la Leona Adriana Acosta, secuestrada por un grupo de tareas en 1978. Tenía 22 años. Su cuerpo nunca apareció, y sacerdotes y jueces miraron hacia otro lado. La cancha del Cenard en la que practican las actuales Leonas lleva su nombre. "Era una nena y ya ayudaba a estudiar a los niños que tenían problemas. Si tocaban el timbre pidiendo algo y yo no abría porque estaba ocupada -cuenta Teresa, su madre-, ella iba y ofrecía una manzana. ¡Cómo lloró el día que por precaución decidió quemar todos los libros de psicología! Pero no tenía miedo. Me decía: « No tengo que irme ni escapar de nadie. Si yo no hago nada malo mamá».  " María Cristina Tortti, ex militante del PCML, conoció a Adriana en el centro clandestino de El Banco, cerca de la autopista Ricchieri. "Éramos tres en un colchón en un pasillo escuchando gritos, pasando hambre, y decíamos que el día que saliera alguna iba a ser ella, pero llega el guardia y me dice «no, te vas vos»."  Hay futuro en la ONG El Puente Posible, creada por Leticia, hermana de Adriana. Otra ex Leona, Alejandra Gulla, la ayuda enseñando hockey a niñas en zonas vulnerables.

 

La miniserie rescata el valor de los clubes con el caso de Alicia Alfonsín, madre del diputado Juan Cabandié, desaparecida en 1977, figura del equipo de básquetbol que subió de infantiles a primera en el Colegiales, un club que, como dice Juan Junio, era "como muchos de la ciudad, donde se fueron armando parejas, con bailes juveniles, lugar de la amistad". "Eran espacios más habitados -añade Carlos Funes-, una casa, no un lugar de visita de un rato. Las cosas ligadas a lo más profundo de la vida estaban ligadas al club." El capítulo dedicado al caso más conocido del atleta Miguel Sánchez, secuestrado en 1978 a poco de llegar de Brasil, desnuda la trama del Plan Cóndor y la complicidad de las dictaduras del Cono Sur. "¿Cómo era que no sabíamos nada de todo esto?", se preguntó el tenista Martín Vasallo Argüello apenas su padre le contó sobre Daniel Schapira, otra de las historias de la miniserie, un ex top ten del ranking nacional que, supuestamente, resistió la tortura en la ESMA hasta morir. Desapareció el 4 de abril de 1977, declarado Día Nacional del Profesor de Tenis. "En estas historias no me gusta pensar en ejemplos de héroes o de líderes, porque en realidad todos teníamos una forma similar de pensar, actuar, compartir, apoyar a los demás y llevar adelante nuestros principios", dice Luis Larpin, amigo del ajedrecista Gustavo Bruzone, desaparecido también en 1977. Los recuerdos coinciden en tareas de ayuda en villas, en inundaciones. Antonio Piovoso, suplente de Hugo Gatti en Gimnasia y Esgrima La Plata, también desapareció en 1977, cuatro años después de su debut en Primera. Supuestamente, buscaban a otro. "En algún lugar tiene que estar. Tengo la esperanza de volver a encontrarlo, aunque posiblemente -dice Alfredo, su hermano- me vaya yo antes que la esperanza.".