Museo del Prado 1. Primera entrega
BiografĂ­a

Museo del Prado 1. Primera entrega

 

 

De interés general

 

 

Fuente Wikipedia. El Museo Nacional del Prado, en Madrid, España, es uno de los más importantes del mundo, así como uno de los más visitados (el undécimo en 2010). Alfonso E. Pérez Sánchez, antiguo director de la institución, afirmaba que «representa a los ojos del mundo lo más significativo de nuestra cultura y lo más brillante y perdurable de nuestra historia».

 

Singularmente rico en cuadros de maestros europeos de los siglos XVI al XIX (según el historiador del arte e hispanista estadounidense Jonathan Brown «pocos se atreverían a poner en duda que es el museo más importante del mundo en pintura europea»), su principal atractivo radica en la amplia presencia de Velázquez, El Greco, Goya (el artista más extensamente representado en la colección), Tiziano, Rubens y El Bosco, de los que posee las mejores y más extensas colecciones que existen a nivel mundial, a lo que hay que sumar destacados conjuntos de autores tan importantes como Murillo, Ribera, Zurbarán, Rafael, Veronese, Tintoretto o Van Dyck, por citar solo algunos de los más relevantes.

 

Por crónicas limitaciones de espacio, el museo exhibía una selección de obras de máxima calidad (unas 900), por lo que era definido como «la mayor concentración de obras maestras por metro cuadrado». Con la ampliación de Rafael Moneo, se previó que la selección expuesta crecería en un 50%, con unas 450 obras más. En julio de 2011, muy avanzada la reorganización de las salas, la exhibición permanente ha sumado unas 300 obras, por lo que el total expuesto llega a 1.150, de un inventario de más de 8.600. Además de las pinturas, el Prado posee alrededor de 950 esculturas, 8.200 dibujos, 4.200 grabados, 800 objetos de artes decorativas, 900 monedas y 800 medallas.

 

Al igual que otros grandes museos europeos, como el Louvre de París y los Uffizi de Florencia, el Prado debe su origen a la afición coleccionista de las dinastías gobernantes a lo largo de varios siglos. Refleja los gustos personales de los reyes españoles y su red de alianzas y sus enemistades políticas, por lo que es una colección asimétrica, insuperable en determinados artistas y estilos, y limitada en otros. Sólo desde el siglo XX se procura, con resultados desiguales, solventar las ausencias más notorias.

 

El Prado no es un museo enciclopédico al estilo del Museo del Louvre, el Hermitage, la National Gallery de Londres, o incluso (a una escala mucho más reducida) el vecino Museo Thyssen-Bornemisza, que tienen obras de prácticamente todas las escuelas y épocas. Por el contrario, es una colección intensa y distinguida, formada esencialmente por unos pocos reyes aficionados al arte, donde muchas obras fueron creadas por encargo. El núcleo procedente de la Colección Real se ha ido complementando con aportaciones posteriores, que apenas han desdibujado su perfil inicial. Muchos expertos la consideran una colección «de pintores admirados por pintores», enseñanza inagotable para nuevas generaciones de artistas, desde Manet, Renoir y Toulouse-Lautrec, que visitaron el museo en el siglo XIX, hasta Picasso, Matisse, Dalí, Francis Bacon y Antonio Saura, quien decía: «Este museo no es el más extenso, pero sí el más intenso».

 

Las escuelas pictóricas de España, Flandes e Italia (sobre todo Venecia) ostentan el protagonismo en el Prado, seguidas por el fondo francés, más limitado si bien incluye buenos ejemplos de Nicolas Poussin y Claudio de Lorena. La pintura alemana cuenta con un repertorio discontinuo, con cuatro obras de Durero y múltiples retratos de Mengs como principales tesoros. Junto al breve repertorio de pintura británica, circunscrito casi al género del retrato, hay que mencionar la pintura holandesa, una sección no demasiado amplia pero que incluye a Rembrandt.

 

Aunque sean aspectos menos conocidos, el museo cuenta también con una importante sección de Artes decorativas (Tesoro del Delfín) y con una destacada colección de esculturas greco-romanas.

 

Junto con el Museo Thyssen-Bornemisza y el Museo Reina Sofía, el Museo Nacional del Prado forma el Triángulo del Arte, meca de numerosos turistas de todo el mundo. Esta área se enriquece con otras instituciones cercanas: el Museo Arqueológico Nacional, el Museo Nacional de Artes Decorativas, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y otros pequeños museos.

 

Historia

 

Artículo principal: Historia del Museo del Prado.

 

 

Edificio Villanueva del Museo del Prado.

 

El edificio que alberga el Museo del Prado fue concebido inicialmente por José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca y Primer Secretario de Estado del rey Carlos III, como Real Gabinete de Historia Natural, en el marco de una serie de instituciones de carácter científico (pensadas según la nueva mentalidad de la Ilustración) para la reurbanización del paseo llamado Salón del Prado. Con este fin, Carlos III contó con uno de sus arquitectos predilectos, Juan de Villanueva, autor también del vecino Real Jardín Botánico y del Real Observatorio Astronómico, con los que formaba un conjunto conocido como la Colina de las Ciencias.

 

El proyecto arquitectónico de la actual pinacoteca fue aprobado por Carlos III en 1786. Supuso la culminación de la carrera de Villanueva y una de las cimas del Neoclasicismo español, aunque dada la larga duración de las obras y avatares posteriores, el resultado definitivo se apartó un tanto del diseño inicial.

 

Las obras de construcción se desarrollaron durante los reinados de Carlos III y Carlos IV, quedando el edificio prácticamente finalizado a principios del siglo XIX. Pero la llegada de las tropas francesas a España y la Guerra de la Independencia dejaron su huella en él; se destinó a fines militares (cuartel de caballería) y cayó prácticamente en un estado de ruina; las planchas de plomo de los tejados fueron fundidas para la fabricación de balas.

 

 

La reina Isabel de Braganza, considerada la inspiradora del Museo, en una estatua de José Álvarez Cubero perteneciente a la propia colección del Prado.

 

Sólo gracias al interés manifestado por Fernando VII y, sobre todo, por su segunda esposa, Isabel de Braganza, se inició, a partir de 1818, la recuperación del edificio, sobre la base de nuevos diseños del propio Villanueva, sustituido a su muerte por su discípulo Antonio López Aguado.

 

El 19 de noviembre de 1819 se inauguraba discretamente el Museo Real de Pinturas (primera denominación del museo), que mostraba algunas de las mejores piezas de las Colecciones Reales españolas, trasladadas desde los distintos Reales Sitios. En este comienzo el museo contaba con 311 cuadros expuestos en tres salas, todos ellos de pintores de la escuela española, aunque almacenaba muchos más. En años sucesivos se irían añadiendo nuevas salas y obras de arte, destacando la incorporación de los fondos del Museo de la Trinidad, creado a partir de obras de arte requisadas en virtud de la Ley de Desamortización de Mendizábal (1836). Dicho museo fue absorbido por el Prado en 1872.

 

Tras el destronamiento de la reina Isabel II de España en 1868, el Museo Real pasó a ser nacional, medida ya irreversible tras absorber al citado de la Trinidad, puesto que ello supuso además que asumiera la designación como Museo Nacional de Pintura y Escultura que hasta entonces había tenido éste. Esta denominación se mantuvo hasta 1920, año en que por Real Decreto de 14 de mayo recibió oficialmente la actual de Museo Nacional del Prado, que era como se lo conocía habitualmente ya con anterioridad.

 

Después se fueron integrando en él otras instituciones, entre las que destaca especialmente el Museo de Arte Moderno en 1971 —salvo su sección del siglo XX, que se convertiría posteriormente en la base inicial del Museo Reina Sofía—. Otras colecciones que engrosaron la del Prado fueron las pinturas del Museo de Ultramar, que habían sido traspasadas al Museo de Arte Moderno tras su disolución en 1908, y parte de la colección del Museo Iconográfico, efímero museo instalado provisionalmente en 1879 en el mismo edificio del Museo del Prado y que una década más tarde fue suprimido, repartiéndose sus fondos entre varios museos, incluido el Prado, bibliotecas y sedes de organismos oficiales. El ingreso de las colecciones de otros museos obligó a la institución a incrementar su política de difusión de fondos, mediante la creación de depósitos estables de obras de arte en otras instituciones públicas y privadas, en España y también en algunos casos en el exterior (embajadas y consulados).

 

Durante el siglo XIX y buena parte del XX el Prado vivió una situación de cierta precariedad, pues el Estado le destinó un apoyo y unos recursos insuficientes. Las deficientes medidas de seguridad, con una parte del personal del museo residiendo en él y montones de leña almacenados para las estufas, provocaron la alarma de algunos entendidos. Fue muy sonado el artículo de Mariano de Cavia publicado en 1891 en la portada de El Liberal, que relataba un ficticio incendio que había arrasado el Prado. Los madrileños se acercaron al lugar alarmados, y la falsa noticia ayudó a la adopción de algunas mejoras de urgencia.

 

Una gran parte de las obras maestras del Prado fueron evacuadas durante la Guerra Civil. Sufrieron un largo periplo a lo largo de diversos lugares del levante español (Valencia, Cataluña) hasta llegar a Ginebra. Al finalizar la contienda se reintegraron al museo tras casi tres años de ausencia.

 

 

La sala donde se exponen las majas vestida y desnuda, de Goya.

 

A pesar de diversas ampliaciones de alcance menor, el Prado sufría limitaciones de espacio, más graves a partir de los años 60, cuando el boom turístico disparó el número de visitantes. Poco a poco, la pinacoteca se adaptó a las nuevas exigencias técnicas; el sistema de filtrado y control del aire se instaló en los años 80, coincidiendo con la restauración de muchas pinturas de Velázquez. El tejado, construido con materiales dispares y mediante sucesivos remiendos, sufrió ocasionales goteras, hasta que en 1995 se convocó un concurso restringido para su remodelación integral, ganado por los arquitectos Dionisio Hernández Gil y Rafael Olalquiaga, ejecutándose las obras entre 1996 y 2001.

 

En 1995, un acuerdo parlamentario suscrito por los dos principales partidos de las Cortes, PP y PSOE, puso al museo a salvo de los vaivenes políticos y proporcionó la calma necesaria para un proceso de modernización, que incluía cambios jurídicos además de la ampliación. Ésta, tras un controvertido concurso de ideas, fue adjudicada al arquitecto Rafael Moneo, ya bien conocido en estas lides por sus trabajos en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida y el Museo Thyssen-Bornemisza, entre otros.

 

El Prado es gobernado por un director (actualmente Miguel Zugaza, en el cargo desde el año 2002), asistido por el Real Patronato del Museo, presidido desde 2012 por el jurista, diplomático y político José Pedro Pérez-Llorca. Su presupuesto previsto para el año 2012 es de 44 millones de €, de los que un 63% corresponderá a ingresos generados por el propio Museo: venta de entradas (10 millones de € en 2010), tiendas y patrocinios privados, y el resto a la aportación del Estado.

 

Directores del Museo

 

Véase también: Anexo:Directores del Museo del Prado.

 

La dirección del Museo del Prado, desde su fundación al momento presente se desarrolla en tres grandes etapas:

 

Grandes de España (Marqués de Santa Cruz, Príncipe de Anglona, Duque de Híjar), que asumieron labores administrativas ayudados para las cuestiones artísticas por pintores como Vicente López, primer pintor de Cámara de Fernando VII.

 

Pintores de Corte, académicos y otros artistas de gran reputación (era condición necesaria haber obtenido primeras medallas en exposiciones nacionales o extranjeras) (José de Madrazo, Juan Antonio de Ribera, Federico de Madrazo, Antonio Gisbert, Francisco Sans Cabot, Vicente Palmaroli, Francisco Pradilla o José Villegas, entre otros).

 

Historiadores de arte (Aureliano de Beruete y Moret, Francisco Javier Sánchez Cantón, Diego Angulo Íñiguez, Xavier de Salas, José Manuel Pita Andrade, Alfonso E. Pérez Sánchez, Francisco Calvo Serraller, José María Luzón Nogué, Fernando Checa Cremades o el actual director, Miguel Zugaza Miranda).

 

Colecciones

 

Formación

 

La colección de pintura del Museo sobrepasa las 8.600 obras. De ellas, poco más de 3.000 proceden de la Colección Real, algo más de 2.000 del Museo de la Trinidad y el resto, más de 3.500, del fondo denominado de Nuevas Adquisiciones, en el que se integran también las que realizó el Museo de la Trinidad y las pinturas que recibió en 1971 del Museo de Arte Moderno.

 

La Colección Real

 

El núcleo original de las colecciones del Museo del Prado procede de la monarquía española. Los reyes de España fueron coleccionistas de arte durante siglos, y repartieron sus adquisiciones y encargos por las numerosas residencias que acumularon en toda la Península Ibérica: el Alcázar de Madrid, el Palacio de El Pardo, la Torre de la Parada, el Buen Retiro, La Granja de San Ildefonso, Aranjuez, así como los monasterios de Yuste y El Escorial.

 

Antecedentes: La Colección Real de pinturas tal como hoy se conoce se cimentó en tiempos de Felipe II. Los Reyes Católicos y monarcas anteriores ya encargaron y coleccionaron pinturas, pero sus colecciones solían deshacerse cuando fallecían. Eran bienes vinculados a la persona y no a la institución a la que ésta representaba y por ello al morir se repartían entre sus herederos. De la colección de Isabel la Católica subsiste la pequeña parte que donó a la Capilla Real de Granada; incluye La Oración del Huerto, una rara pintura de Sandro Botticelli.

 

Los Habsburgo: Carlos I encargó mayoritariamente retratos y obras religiosas con un fin práctico, sin ánimo de coleccionar. Hay que destacar que tuvo a su servicio a Tiziano, a quien otorgó la exclusividad de retratarlo, a semejanza de lo que hiciera Alejandro Magno con Apeles. Fue su hijo Felipe II quien empezó a valorar la Colección Real como un tesoro a preservar, y la adscribió a la Corona como patrimonio indivisible.

 

El llamado «Rey prudente» reunió numerosas pinturas compradas por su padre, y otras que procedían de la colección de su tía, María de Hungría. Añadió importantes obras a las colecciones reales, como las significativas pinturas de El Bosco. Felipe III no contó con artistas de renombre internacional a su servicio como su padre y su abuelo, pero su hijo Felipe IV otorgó a la colección de la Corona española una categoría superior entre las colecciones reales europeas, en buena medida debido a la decoración de la Torre de la Parada y del Palacio del Buen Retiro, construido éste último bajo su reinado y la primera profundamente reformada.

 

Felipe IV, además, tuvo a su servicio a Velázquez durante cuarenta años. Carlos II, pese a vivir en una de las épocas más críticas de la Historia de España, consiguió lo que ninguno de sus antecesores había logrado: poner al servicio de España al artista de mayor reputación en Europa, Luca Giordano (en España también llamado Lucas Jordán), al que llamó desde Nápoles para encargarle numerosas obras reales, retratos y decoraciones. También reclamó al considerado como mejor bodegonista napolitano del siglo XVII, Giuseppe Recco, pero falleció poco después de desembarcar en el puerto de Alicante. Además de esto, el rey preservó la unidad de la colección, vinculándola a la corona y prohibiendo su venta o desmembración. Así, impidió que La Adoración de los Reyes Magos de Rubens fuese enviada por su esposa Mariana de Neoburgo a Alemania como regalo para su padre, Felipe Guillermo de Neoburgo, elector del Palatinado, aunque no pudo evitar en cambio que Mariana mandase a su hermano Juan Guillermo de Neoburgo otro lienzo del flamenco, la Reconciliación de Esaú y Jacob, hoy en la Staatsgalerie Schleissheim.

 

Los Borbones: Durante el reinado del primer miembro de la nueva dinastía, Felipe V, se produjo el incendio del Alcázar de Madrid (1734), en el que se perdieron numerosas obras maestras de la Colección Real. Sobre su solar se construyó el actual Palacio de Oriente, y para su decoración y la del Palacio de La Granja, construido también durante el gobierno del primer Borbón, el rey, junto con su segunda esposa Isabel de Farnesio, adquirió una considerable cantidad de pinturas, con ejemplos excelentes del arte de Poussin y Murillo, así como la colección de escultura clásica de Cristina de Suecia (ésta última destinada a la decoración de La Granja).

 

Carlos III compró piezas tan extraordinarias como Judith en el banquete de Holofernes de Rembrandt, que adquirió en 1768 al marqués de la Ensenada a instancias de Mengs, la única obra suya que posee el Prado, y fue él quien mandó construir el edificio que ocupa el Museo. Su hijo Carlos IV, monarca de gran sensibilidad artística, es recordado como mecenas de Goya. Durante un viaje a Italia, siendo aún príncipe, adquirió el Retrato de cardenal de Rafael en Roma. La colección de pintura neoclásica del Museo, con obras de José de Madrazo, Juan Antonio Ribera y José Aparicio, así como del escultor José Álvarez Cubero, se debe también a este rey.

 

La Invasión Napoleónica fue un terrible desastre para el patrimonio histórico-artístico español, del que no se libró la Colección Real. En su huida, José Bonaparte (que ya previamente había expoliado las Joyas de la Corona Española) se llevó un numeroso conjunto de pinturas, más de doscientas, de pequeño y mediano formato, fácilmente transportables, escogidas entre las de mayor calidad de la Colección. Dicho cargamento fue interceptado por las tropas del Duque de Wellington tras la Batalla de Vitoria.

 

El Duque informó al Rey, solicitándole instrucciones para efectuar la devolución de las obras, pero éste le respondió que se las regalaba. Perplejo por la respuesta, Wellington volvió a escribirle, agradeciéndole su generosidad pero diciéndole que era un regalo que no podía aceptar, puesto que eran piezas muy numerosas y de gran valor que eran propiedad de la Corona Española, y pidiéndole de nuevo que le indicara los detalles para devolvérselas. Sin embargo Fernando VII persistió en su absurda postura, con lo que dichas obras (que incluían cuadros tan extraordinarios como

 

El aguador de Sevilla, de Velázquez o La oración en el huerto, de Correggio) acabaron en manos del Duque, episodio conocido irónicamente por los británicos como The Spanish Gift, el Regalo Español, conservándose actualmente parte de ellas en su residencia londinense de Apsley House (además el coronel James Hay se apropió por su cuenta de El matrimonio Arnolfini, de Jan van Eyck, en el que Velázquez se inspirara para pintar Las Meninas, hoy en la National Gallery de Londres).28 Más adelante, Fernando VII, con el impulso imprescindible de su esposa Isabel de Braganza culminó un proyecto esbozado ya en tiempos de su padre: la fundación de un museo a la imagen del Louvre de París, que exhibiera las piezas más escogidas de la colección real. Fernando aportó dinero de su «bolsa personal» o «bolsillo secreto», remozó el edificio proyectado por Carlos III e inauguró el Museo del Prado el 19 de noviembre de 1819, como una dependencia de la Corona.

 

El museo, con la denominación de Museo Real, se mantuvo como propiedad de los reyes hasta el destronamiento de Isabel II (1868). Ya anteriormente había eludido un gravísimo peligro, cuando se planteó, por cuestiones hereditarias, dividir los fondos entre la reina y su hermana. Este problema pudo solucionarse felizmente al llegarse al acuerdo de que la reina pagara a su hermana María Luisa Fernanda la parte que le correspondía en metálico, quedándose ella con  la totalidad de la colección. La fusión del Prado con el Museo de la Trinidad terminó por afianzar su nueva condición de Museo Nacional.

 

El Museo de la Trinidad

 

Artículo principal: Museo de la Trinidad.

 

En la formación de las colecciones del Museo del Prado, el antiguo Museo de la Trinidad representa el segundo gran núcleo, aunque la extensión, variedad y calidad de sus fondos fueran mucho menores que los de la Colección Real. Fue creado este museo, que se denominó Nacional, como consecuencia de las Leyes de Desamortización de Mendizábal (1835-36), cuya magnitud y extensión creó en muchas personas una lógica preocupación por las obras de arte conservadas en las iglesias, monasterios y conventos suprimidos y convertidos en Bienes Nacionales. Como respuesta a esta inquietud, se decidió reunir en el antiguo convento de la Trinidad Calzada (del que el Museo tomó su nombre), sito en la calle Atocha de Madrid y fundado por Felipe II, las obras de arte que guardaban estos institutos religiosos.

 

 

Auto de Fe presidido por Santo Domingo de Guzmán, de Pedro Berruguete, obra procedente del extinto Museo de la Trinidad.

 

A esto se sumaron las colecciones propiedad del infante Sebastián Gabriel de Borbón, incautadas en represalia por su adscripción al bando carlista, aunque posteriormente se le devolvieron, en 1859, y no llegaron a incorporarse al Prado (si bien algunas acabaron ingresando años más tarde en el museo mediante adquisición, como el Bodegón de caza, hortalizas y frutas, de Sánchez Cotán, comprado en 1991).

 

Además, se fueron añadiendo numerosas adquisiciones de obras de arte contemporáneo realizadas por el Estado en las exposiciones que organizó primero la Academia de San Fernando y luego los certámenes conocidos como Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, iniciadas en 1856. Con estos cuantiosos fondos, el museo fue inaugurado en 1838, aunque en condiciones bastante precarias, situación que se mantendrá durante toda la corta vida de este museo. La inmensa mayoría de las obras procedía de la propia provincia de Madrid y el resto de algunas provincias cercanas, como Ávila, Toledo, Segovia, Burgos y Valladolid, y se trataba sobre todo de grandes cuadros de altar u obras pequeñas de tipo devocional, incluyendo también algunas tallas religiosas. Casi todos los autores eran españoles, por lo que se pretendió articular la colección en torno a la creación de la llamada "Escuela española de pintura". A las piezas fundacionales se unieron algunas adquisiciones que el museo realizó más adelante, entre las que destacan la Anunciación de época italiana de El Greco y una serie de retratos de Goya.

 

El museo pronto recibió muchas críticas por el estado de conservación de las obras, por la falta de rigor en su presentación y por la escasa adecuación del espacio a sus usos. Esta situación se vio del todo agravada con la instalación en el mismo edificio del Ministerio de Fomento en 1849. Finalmente, se decidió disolverlo, incorporando sus fondos al Museo del Prado, en el año 1872, provocando en éste una situación paradójica, pues si bien la colección de pintura de tipo religioso se vio completada de forma magnífica, por otro lado aumentó aun más la ya de por sí crónica saturación de espacios de que adolecía la institución, lo que dio inicio a la política de depósitos y cesiones que se ha mantenido hasta el presente (al Prado se incorporaron menos de 200 obras, mientras que 650 fueron depositadas en otras instituciones).

 

Entre los fondos que el extinto museo aportó al Prado destacan las series de la Vida de San Pedro Mártir y de Santo Domingo de Guzmán, de Pedro Berruguete, procedentes del Real Monasterio de Santo Tomás de Ávila; El triunfo de San Agustín, la obra más importante de Claudio Coello que tiene el Museo, del convento de agustinos de Alcalá de Henares; las pinturas del retablo de las Cuatro Pascuas de la iglesia de San Pedro Mártir de Toledo, de Maíno, quizá la cima creativa de este artista; el retablo del Colegio de doña María de Aragón, de Madrid, obra fundamental de El Greco; La Fuente de la Gracia y triunfo de la Iglesia sobre la Sinagoga, del taller de los van Eyck (Monasterio de El Parral -Segovia-), así como otras obras de Goya, Alonso Cano, Francisco Ricci, Ambrosius Benson, Cajés, y representación de casi todos los pintores de la escuela madrileña del siglo XVII.

 

En el año 2004 se organizó una exposición mostrando los tesoros que, procedentes de este museo, se conservan en el Prado.

 

El Museo de Arte Moderno

 

 

El pintor Aureliano de Beruete, por Joaquín Sorolla, obra donada al M. A. M. por la viuda del retratado, María Teresa Moret.

 

Artículo principal: Museo de Arte Moderno.

 

El Museo de Arte Moderno (M. A. M.) fue un Museo Nacional dedicado al arte de los siglos XIX y XX que existió de 1894 a 1971, año en que sus colecciones de arte decimonónico fueron absorbidas por el Prado, mientras que las del siglo XX permanecieron en el Museo Español de Arte Contemporáneo (MEAC), antecesor del actual Museo Reina Sofía.

 

Fue creado jurídicamente mediante un Real Decreto de 4 de agosto de 1894 y se ubicaba en el Palacio de Bibliotecas y Museos, sede asimismo de la Biblioteca Nacional y del Museo Arqueológico Nacional, ocupando el ángulo suroeste del mismo. La apertura oficial de sus instalaciones tuvo lugar en 1898.

 

Hasta la constitución del M. A. M. la colección pública de arte contemporáneo español fue responsabilidad también del propio Museo del Prado, que desde su primer catálogo, redactado por Luis Eusebi, se hacía eco de una sección unitaria denominada “Escuelas contemporáneas de España”, y más tarde simultaneó su labor de coleccionismo contemporáneo con el Museo de la Trinidad, que del mismo modo tenía en sus catálogos una “Galería de cuadros contemporáneos”, obras que procedían en este último caso de las adquisiciones que realizaba el Estado en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes así como de algunas donaciones. Sin embargo este último fue disuelto, integrándose en 1872 sus fondos en el Prado. Tras la apertura del Museo de Arte Moderno, el Museo del Prado continuó ingresando pintura del siglo XIX, española y europea, y exhibiéndola en sus salas. Entre los más importantes ingresos de pintura decimonónica ingresados en el Prado mientras el M. A. M. permaneció abierto destaca el conocido Legado Ramón de Errazu, compuesto básicamente por pinturas del siglo XIX, que no salió del edificio Villanueva hasta después de 1971.

 

El Museo de Arte Moderno constaba de dos departamentos, pintura y escultura, marcando un Real Decreto de 26 de octubre de 1895 el límite cronológico en Goya, considerado el “último representante de la antigua pintura española”. Estableciendo un criterio de “carácter universal”, para entroncar el arte español con el de las “naciones cultas”, las colecciones debían comenzar en «la época en que las teorías estéticas puestas en práctica por David o Canova e introducidas en España a principios del presente siglo, cambiaron la corriente del arte nacional», es decir, a partir de José Madrazo y los otros discípulos españoles de David en cuanto a pintura y de José Álvarez Cubero y Antonio Solá en lo referente a la escultura.

 

Se realizó un único catálogo de las colecciones, el "Catálogo provisional del Museo de Arte Moderno", en 1899, del que se hizo una segunda edición un año más tarde y en el que figuraban seiscientos noventa y tres pinturas y dibujos. En 1985 se publicó el "Catálogo de las pinturas del siglo XIX" del Museo del Prado, que unificaba las que el propio Museo del Prado había conservado en sus fondos durante la existencia del M. A. M., con las que habían estado allí expuestas, así como los depósitos en otras sedes hechos por ambas instituciones.

 

En él aparecían piezas de cerca de un centenar de autores, figurando movimientos artísticos como el neoclasicismo, el romanticismo y el realismo, pero estando ausentes otros como el impresionismo y el postimpresionismo. La gran mayoría eran de artistas españoles, aunque también había unos pocos ejemplos de la obra de artistas de otros países, como el francés Jean-Louis-Ernest Meissonier, el neerlandés afincado en Gran Bretaña Lawrence Alma-Tadema o el belga Théo van Rysselberghe. Firmado por Joaquín de la Puente, solo se refería a las obras que físicamente se conservaban en el edificio del Casón del Buen Retiro, y no a las obras que todavía entonces quedaban en el de Villanueva ni, sobre todo, a los cuantiosos depósitos fuera del Prado.

 

Uno de los más graves problemas que sufrió el Museo durante toda su existencia fue el de la falta de espacio. Por una parte llegó a atesorar un elevado número de obras, entre las que había muchas pinturas de gran formato, algo muy habitual en el género de la pintura de historia, uno de los más pujantes en la segunda mitad del siglo XIX. Por otro está el hecho de que tuviera que compartir el Palacio de Bibliotecas y Museos con varias instituciones más, entre las que se contaban la Biblioteca Nacional, el Museo Arqueológico Nacional, el Museo Nacional de Ciencias Naturales, el Archivo Histórico Nacional o la Sociedad de Amigos del Arte, lo que hizo que le correspondiera sólo una parte del mismo. El resultado fue que se pusiera en práctica una política de depósito de obras en museos provinciales y organismos administrativos oficiales -que en realidad había puesto en práctica ya el propio Museo del Prado desde la incorporación del Museo de la Trinidad-, acabando la mayoría de los fondos fuera de la propia institución.

 

Este es precisamente el origen de una parte importante del actual Prado disperso. El único intento que se hizo para solventar esta situación fue la convocatoria en 1933 de un concurso nacional de arquitectura con el fin de dotar al Museo de una nueva sede, que se construiría en la prolongación del paseo de la Castellana. Se seleccionó el proyecto del arquitecto zaragozano Fernando García Mercadal, pero nunca llegó a edificarse.

 

Nuevas adquisiciones: compras, adscripciones, donaciones y legados

 

 

La Trinidad, de José de Ribera, la primera adquisición del Museo del Prado.

 

Categoría principal: Adquisiciones del Museo del Prado.

 

Desde los inicios del Prado hubo interés por completar las colecciones mediante la adquisición de nuevas obras y de hecho a los pocos meses de inaugurarse, el 5 de abril de 1820, se compró la primera de ellas, La Trinidad, de José de Ribera, por la que Fernando VII pagó 20.000 reales al pintor Agustín Esteve.

 

Las adquisiciones del Museo han sido muy importantes en cuanto a calidad y número (más de 2.300 obras sólo en el apartado de pinturas) y, como se ha señalado, han tenido lugar por diferentes vías. Por un lado, las donaciones, herencias y legados, fundamentales en su propia naturaleza filantrópica y su muchas veces buscado papel de complemento de las colecciones existentes. Por otro, la política de adquisición de obras de arte por parte del Estado, que ha tenido muchas veces como beneficiario al Prado. En este último aspecto es de destacar la modalidad del pago de impuestos mediante obras de arte, o dación, adoptada por la ley del Patrimonio Histórico Español de 1985 y que ha enriquecido las colecciones estatales de forma muy notable. Esta posibilidad, inspirada en la famosa "Ley Malraux" francesa, se podía aplicar en un primer momento al impuesto de sucesiones, extendiéndose a cualquier deuda tributaria en virtud de la Ley de Mecenazgo de 2002.

 

Las políticas encaminadas al engrandecimiento del Prado han tendido más a reforzar las colecciones existentes que a suplir las faltas. Se han incorporado así obras de Velázquez (Ferdinando Brandani, antes conocido como Retrato de hombre, el llamado barbero del Papa), Goya o Valdés Leal, aunque también algunas de artistas con pobre presencia en las colecciones, como Lucas Cranach el Viejo (una muy destacable Virgen con el Niño, dación del empresario Juan Abelló en 1988) o Juan de Flandes (su obra maestra La Crucifixión, pintada para el retablo mayor de la catedral de Palencia, recibida en 2005 también como dación de pago de impuestos, en este caso de la empresa Ferrovial -7 millones de €-).

 

Sería prolijo detallar todas las adquisiciones hechas por el Museo en sus casi 200 años de existencia. En cuanto a los legados, el más destacable de épocas recientes fue el hecho por Manuel Villaescusa, en 1991. Con su importe, 7.000 millones de pesetas, se compró un grupo de obras entre las que descuellan el Bodegón de caza, hortalizas y frutas de Sánchez Cotán, Ciego tocando la zanfonía de Georges de La Tour (pintor sin presencia en el Museo hasta ese momento), la Fábula de El Greco y parte de La condesa de Chinchón, de Goya, sufragado en su otra parte con fondos estatales (ésta última calificada como "adquisición del año" a nivel mundial por la revista Apollo).

 

 

La condesa de Chinchón, de Goya, la adquisición más destacada del Museo en los últimos años.

 

Remontándonos en el tiempo, fueron también muy sobresalientes la donación del barón Frédéric Émile d'Erlanger (1881) y los legados de Ramón de Errazu (1904), Pablo Bosch (1915) y Pedro Fernández-Durán (1931), así como la donación Cambó (1941) y la de Marius de Zayas (1943). El donativo del banquero belga Emile d'Erlanger consistió en la serie de Pinturas negras de la Quinta del Sordo, finca ubicada a orillas del río Manzanares que había pertenecido al propio Goya y que d'Erlanger había adquirido en 1873, haciendo pasar a lienzo las pinturas, que habían sido ejecutadas sobre las paredes de la misma casa. Tras intentar infructuosamente venderlas en París acabó por donarlas al Prado, casi como un modo de deshacerse de ellas, al constatar que, en aquella época, no eran excesivamente apreciadas.

 

El mexicano de raíces españolas (vasco-navarras y andaluzas) Ramón de Errazu legó en su testamento al Museo veinte óleos y cinco acuarelas de artistas del siglo XIX, entre los que destacan Mariano Fortuny y Raimundo Madrazo y los franceses Ernest Meissonier (del que además donó en 1904 el Retrato de una dama al Museo de Arte Moderno y que acabó también en el Prado al absorber los fondos decimonónicos de aquél en 1971); y Paul Baudry, del que legó La perla y la ola, uno de los desnudos más destacados de los que se pintaron en el París del Segundo Imperio, y que fue adquirido por la emperatriz Eugenia de Montijo tras ser expuesto en Salón de 1863.

 

La del barcelonés Pablo Bosch fue una de las donaciones más importantes de la historia del Museo. Entre las 89 obras procedentes de su colección (por la que había recibido sustanciosas ofertas del extranjero, especialmente de Alemania), destacan las piezas de pintores góticos españoles y de primitivos flamencos, además de una valiosa colección de monedas y medallas.

 

El legado del madrileño Fernández-Durán comprendió una muy nutrida colección de dibujos, 2.875, un tercio del total de los que tiene el Museo, incluidos los primeros de artistas no españoles que entraban en el Prado, entre ellos tres debidos a la mano de Miguel Ángel, dos de ellos identificados en 2004; y artes decorativas, así como cerca de un centenar de pinturas, entre ellas la Virgen con el Niño, de Roger van der Weyden -también conocida como Madonna Durán- y cinco cuadros de Goya, o al menos atribuidos a él, como el célebre El coloso.

 

Aunque el grueso de su colección (48 cuadros) lo legó al Museu d'Art Antic de Barcelona (actualmente Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC)), es también muy destacable la donación de Francisco de Asís Cambó Batlle (Francesc Cambó), que entregó en 1941 otras ocho obras al Prado: tres de las cuatro tablas de La historia de Nastagio degli Onesti, de Botticelli, dos obras que se atribuían a Taddeo Gaddi y que ahora se asignan al Maestro de la Madonna de la Misericordia, seguidor suyo; y una de Giovanni dal Ponte (Las siete artes liberales), con la intención de suplir las carencias de primitivos italianos de la pinacoteca nacional, aparte de un bodegón de Zurbarán (Naturaleza muerta con jarra y tazas) -la otra era un Ángel músico de Melozzo da Forlì que resultó ser una falsificación-. Por su parte, el mexicano Marius de Zayas donó un importante grupo de esculturas antiguas, algunas de ellas egipcias y mesopotámicas.

 

 

Ferdinando Brandani (antes conocido como Retrato de hombre, el llamado barbero del Papa), retrato de Velázquez comprado por el Gobierno en 2003 por 23 millones de €.

 

Otra destacada donación es la efectuada en 2013 por José Luis Várez Fisa (que ya previamente había donado sendas obras en 1970 y 1988), integrada por doce piezas medievales entre las que sobresalen dos tablas de Pedro Berruguete (San Gregorio Magno y San Jerónimo y San Ambrosio y San Agustín) y especialmente la Virgen de Tobed, tradicionalmente atribuida a Jaume Serra. Como agradecimiento el Museo le dedicará una sala monográfica (la 52A, que pasa a llamarse "sala Várez Fisa", cuya apertura está prevista para finales de noviembre de 2013), algo que el Prado no hacía desde los legados Ramón de Errazu, Bosch y Durán.

 

También ha aportado varias obras importantes la Fundación Amigos del Museo, la última en 2011: Visita de la reina María Amalia de Sajonia al Arco de Trajano en Benevento, del italiano Antonio Joli, donada por la navarra afincada en México Lucrecia Larregui de Aramburuzabala a través de la Fundación.

 

Con todo, quizá la obra más famosa que ingresó en el Prado en el siglo XX fue el Guernica, legado por su autor e ingresado en las colecciones en 1981. Esta obra, que por su significado y trascendencia artística, es sin duda la pieza clave del arte contemporáneo, se exhibe hoy en el Museo Reina Sofía. Aparte de los mencionados, ha habido muchos otros legados y donaciones que han enriquecido muy considerablemente las colecciones, entre ellos los de la duquesa de Villahermosa, conde de Niebla, conde de Cartagena, duques de Tarifa y marqués de Casa-Torres, por citar sólo algunos de los más importantes.

 

Mediante suscripción popular, a iniciativa del naviero bilbaíno Horacio de Echevarrieta, se adquirió en 1919 La Virgen del caballero de Montesa, de Paolo de San Leocadio, por 100.000 pesetas (75.000 reunidas con la suscripción y el resto aportado por el Patronato del Museo). Ya en 1910 el pintor José Garnelo había organizado en su revista Por el arte una suscripción para adquirir La Adoración de los Magos de Hugo van der Goes (el Retablo de Monforte) y evitar su marcha a Alemania, pero no logró recaudar más que 76.000 pesetas del 1.268.000 necesarias y finalmente en 1914 la extraordinaria tabla fue vendida al Kaiser-Friedrich-Museum de Berlín (aunque tras la Segunda Guerra Mundial pasó a la Gemäldegalerie).

 

Por la forma de dación (BBVA, 26 millones de €, la de mayor importe realizada hasta ahora en España) entró en el Prado en el año 2006 parte de la Colección Naseiro de bodegones españoles, la mejor del mundo en su clase. De las casi cien pinturas de la colección, se incorporaron al Museo cuarenta obras de diecinueve pintores diferentes, nueve de los cuales no estaban representados antes con cuadros de este género, y con ellas toda una faceta del arte español que había permanecido poco conocida para el gran público.

 

En cuanto a las compras con fondos propios y las adscripciones de obras adquiridas por el Estado, figuran piezas de la importancia del Retrato ecuestre del duque de Lerma, de Rubens (1969) -adquirido para celebrar el sesquicentenario (150º aniversario) del Museo-, el Retrato de Jovellanos por Goya (1974), el Retrato de la Marquesa de Santa Cruz, del mismo autor (1986), o el Retrato de Ferdinando Brandani, de Velázquez (2003). A ellas se han sumado en 2010 El vino en la fiesta de san Martín, una destacada sarga al temple de cola hasta ahora desconocida del pintor Pieter Brueghel el Viejo, adquirida por siete millones de euros (de los que dos y medio fueron aportados por el Prado de sus fondos propios), y en 2012 La oración en el huerto con el donante Luis I de Orleans, comprada directamente por el Museo por ochocientos cincuenta mil euros.

 

En 2009 la página web oficial incorporó una sección en la que se informa sobre las adquisiciones realizadas en los últimos años.

 

Secciones

 

Pintura

 

Pintura española

 

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Con casi 4.900 piezas, la sección de pintura española no sólo es la más completa y nutrida del Museo, constituyendo el núcleo central de sus fondos, sino que representa también la colección más importante numérica y cualitativamente que de esta escuela existe en el mundo.

 

 

Las Meninas, de Velázquez.

 

Cronológicamente, abarca desde murales románicos del siglo XII hasta el final del siglo XIX. Sus riquísimas colecciones incluyen pintura gótica, desde maestros anónimos a autores como Juan Rodríguez de Toledo, Nicolás Francés, Pedro Berruguete y los hispano flamencos Diego de la Cruz, Juan de Flandes y Fernando Gallego y en el ámbito de la Corona de Aragón Jaume Serra, Lluís Borrassà, Jaume Huguet, Pere Lembrí, Miguel Ximénez, Bartolomé Bermejo, Martín Bernat, Rodrigo y Francisco de Osona, Joan Reixach y Louis Alincbrot; el Renacimiento español, representado por Pedro Machuca, Juan de Juanes, Fernando Yáñez de la Almedina, o Juan Correa de Vivar; y el manierismo, con Luis de Morales, Blas de Prado y el protagonismo absoluto de El Greco, del que se exhibe el grupo de obras más numeroso de cuantos existen. El período de mayor brillantez de la pintura española, el Barroco, cuenta con excelentes ejemplos de prácticamente todos los autores y géneros del momento, como Zurbarán, Ribera, Murillo, Juan de Valdés Leal, Juan Bautista Maíno, Alonso Cano, Carreño, Ribalta, José Antolínez, Antonio de Pereda, Francisco Rizi, Herrera el Mozo, y, por encima de todos ellos, el gran maestro de la pintura hispana, Velázquez, del que se expone una colección sin parangón en el mundo, integrada por la mayoría de sus obras maestras. Del siglo XVIII, destaca la extensísima colección de Goya, que comprende todos los períodos y facetas de su arte, incluyendo grabados, dibujos y las célebres Pinturas negras. Relevantes son también los bodegones de Luis Meléndez y la variada colección de Luis Paret, considerado el mejor pintor español de estilo rococó.

 

Desde hace muchos años se trabaja en la puesta en valor de la pintura española del siglo XIX posterior a Goya, que incluye caudalosos fondos -casi 3.700 obras, prácticamente la mitad del total de cuadros de todo el museo- desde el Neoclasicismo hasta Sorolla. Este proceso ha culminado con la apertura en octubre de 2009 de doce salas en el Edificio Villanueva, una de ellas rotatoria (la 60, designada como "sala de presentación de colecciones"), que acogen 176 piezas de este periodo (incluidas algunas de artistas de otros países).

 

Aunque es común que se repita que se muestran por primera vez desde 1896 integradas con el resto de la colección, lo cierto es que desde 1905, en que se expusieron por primera vez las obras del legado Ramón de Errazu -tras esa donación otras más-, el Prado siempre exhibió algunas pinturas españolas del siglo XIX en el contexto de su colección. Junto a Goya se expuso tradicionalmente obra de Vicente López y existió una sala destinada a pinturas de la familia Madrazo (José, Federico y Raimundo), Esquivel (Antonio María) y Ferrant, entre otros. Sólo durante doce años, los que mediaron entre el cierre del Casón y la apertura de las salas en el Edificio Villanueva (1997 — 2009), la pintura del siglo XIX quedó invisible en las salas del Prado (con la excepción de la exposición inaugural de la ampliación, en 2007).

 

Entre las últimas adquisiciones que han enriquecido la colección española destacan las compras de La condesa de Chinchón de Goya y Ferdinando Brandani de Velázquez. Por otro lado, las dos mayores debilidades de la colección, la pintura medieval y los bodegones, han sido paliadas al menos en parte en los últimos tiempos, gracias principalmente a la donación Várez Fisa (a la que se une el depósito por el duque del Infantado del retablo de los Gozos de Santa María) y la compra parcial de la colección Naseiro, respectivamente.

 

Pintura italiana

 

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Artículo principal: Pintura italiana del Quattrocento del Museo del Prado.

 

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Cristo muerto, sostenido por un ángel, 1475 - 1476, Antonello da Messina.

 

La colección de pintura italiana consta de más de mil obras y es sin duda uno de los grandes atractivos del Museo, aun cuando adolezca de ciertas lagunas, sobre todo en lo referido a obras anteriores al siglo XVI. A pesar de que ya en tiempos de Juan II de Castilla la literatura italiana tuvo gran influencia en España, las novedades en el campo de las artes plásticas llegaron con retraso, siendo su presencia hasta el siglo XVI muy escasa.

 

Ello fue debido en gran parte a la predilección tanto del propio rey como de su hija, Isabel la Católica, por la pintura flamenca, y es la causa de que la colección de primitivos italianos del Museo sea muy reducida. Son muy escasas, de este modo, las obras correspondientes al Trecento, y las existentes corresponden a autores considerados menores, como Francesco Traini, con una magnífica Virgen con el Niño, obra excepcional por su origen, puesto que procede de la Colección Real, en la que era el único ejemplo de pintura italiana anterior a 1450; Giovanni da Ponte o dos tablas atribuidas inicialmente a Taddeo Gaddi pero que actualmente se consideran de la mano del llamado Maestro de la Madonna della Misericordia, seguidor suyo.

 

La pintura del Quattrocento, en cambio, si bien ofrece un panorama limitado, se precia de poseer auténticas obras maestras de tan importante capítulo de la Historia de la pintura, como el notable Retablo de la Anunciación de Fra Angelico, el Tránsito de la Virgen de Mantegna, tres de las cuatro tablas de La historia de Nastagio degli Onesti de Botticelli o el excelente Cristo muerto, sostenido por un ángel de Antonello da Messina. También hay que citar la pintura La Virgen y el Niño entre dos santas, obra de Giovanni Bellini aunque con amplia participación de taller.

La pintura del Cinquecento inicia el gran periodo de la pintura italiana en el Prado con algunas obras capitales de Rafael (como La Virgen del Pez, Retrato de cardenal, La Perla y El Pasmo de Sicilia).

 

La nutrida colección de obras de este artista (ocho pinturas, entre las autógrafas y las realizadas en mayor o menor parte por sus discípulos) da cuenta del prestigio del que disfrutaba en España, donde sus obras eran enormemente apreciadas y demandadas. El museo carece de ejemplos autógrafos de Leonardo da Vinci, pero cuenta con dos pinturas de su seguidor Bernardino Luini, así como una extraordinaria copia de la Gioconda. Otros nombres señalados de la plástica renacentista presentes son Sebastiano del Piombo, Correggio, Andrea del Sarto y Federico Barocci, autores en el tránsito al Manierismo, muy bien representado también por obras de Parmigianino, Bronzino o Francesco Salviati.

 

 

Tiziano, La Gloria, h. 1551 - 1554. Óleo sobre lienzo, 346 x 240 cm.

 

Mención aparte merece la pintura veneciana del XVI, con amplísima presencia hasta el punto de constituir la mejor colección de la misma fuera de Italia. El artista central de la escuela, Tiziano, era el pintor favorito de Carlos V y Felipe II y compuso para ellos algunas de sus obras maestras, como el Retrato ecuestre de Carlos V en Mühlberg o la Dánae. Su representación en el Prado supera las treinta pinturas. Tintoretto, Veronese, Jacopo Bassano y sus hijos Francesco y Leandro, e incluso algunos precursores como Vincenzo Catena están asimismo representados en la colección.

 

La pintura barroca italiana constituye uno de los núcleos más compactos del Prado, por la variedad de artistas y la calidad de las obras que podemos admirar. Las dos grandes tendencias pictóricas de la época, el tenebrismo y el clasicismo boloñés, cuentan con buenas colecciones, en cuanto a la primera comenzando por el iniciador Caravaggio (David vencedor de Goliat) y sus seguidores, como Orazio Gentileschi (Moisés salvado de las aguas), su hija Artemisia Gentileschi, Giovanni Battista Caracciolo (conocido como Battistello), Giovanni Serodine o Bernardo Cavallino.

 

La presencia del clasicismo boloñés es asimismo muy nutrida, con cuadros de Annibale Carracci (Venus, Adonis y Cupido, Asunción de María), Domenichino, Guido Reni (Hipómenes y Atalanta), Guercino y Giovanni Lanfranco. Incluso la tendencia del barroco decorativo cuenta con un singular ejemplo de Pietro da Cortona (La Natividad, para cuyo soporte utilizó una pasta vítrea llamada venturina y que ha sido recientemente restaurada) y el excelente grupo de obras de Luca Giordano, que trabajó en España para el rey Carlos II. A todo lo señalado cabe añadir los ejemplos de otros importantes autores barrocos, como Francesco Furini, Salvatore Rosa, Orazio Borgianni, Mattia Preti, Andrea Sacchi, Carlo Maratta, Massimo Stanzione, Andrea Vaccaro, Bernardo Strozzi o Alessandro Magnasco.

 

La figura de Giambattista Tiepolo cierra el sugestivo capítulo de la pintura italiana en el Prado, junto a otros artistas que como él llegaron a España para decorar el nuevo Palacio Real de Madrid, como su hijo Domenico y Corrado Giaquinto. Todos ellos cuentan con una estimable, en calidad y cantidad, representación. Tristemente, faltan ejemplos de vedutistas como Canaletto y Francesco Guardi, bien representados en el vecino Museo Thyssen-Bornemisza, aunque el Prado sí posee ejemplos de Antonio Joli, Gaspare Vanvitelli (Caspar van Wittel) y Francesco Battaglioli.

 

Pintura flamenca

 

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San Juan y el maestre Enrique de Werl, de Robert Campin, 1438.

 

La sección de pintura flamenca es la tercera del Museo, tanto por cantidad (más de mil obras), como por calidad, sólo por detrás de la española y casi al nivel de la italiana. Al igual que en el caso de ambas, gran parte de sus fondos proviene de la Colección Real. Comprende por un lado primitivos flamencos como Robert Campin (con cuatro obras de las aproximadamente veinte que se le atribuyen), Weyden (El descendimiento de la cruz), Dieric Bouts, Petrus Christus y Hans Memling, y la mejor colección a nivel mundial de El Bosco.

 

De este artista el museo conserva sus tres obras maestras: los trípticos de El jardín de las delicias, El carro de heno y la Adoración de los Magos. Proceden de la colección personal de Felipe II, que sentía tanta pasión por este enigmático pintor, que ordenó comprar cuantas obras suyas se pudiese, haciendo copiar algunas que no consiguió. Igualmente sobresalientes son las pinturas de Joachim Patinir, (con la mayor colección de obras de este artista), Gerard David, Jan Gossaert (Mabuse), Ambrosius Benson, Jan van Scorel, Anthonis Mor van Dashorst (Antonio Moro), El Triunfo de la Muerte y El vino en la fiesta de san Martín de Pieter Brueghel el Viejo y varias obras de Quentin Metsys y Pieter Coecke van Aelst.

 

La colección del siglo XVII supera las 600 obras. El Prado posee la más importante colección de Rubens, con unas 90 pinturas (la cifra concreta varía según las fuentes puesto que la autoría de algunas de las obras está en discusión). Felipe IV le encargó decenas de cuadros para decorar sus palacios y además fue el principal comprador en la almoneda realizada a su muerte con las obras que poseía en su estudio.

 

El hecho de que muchas de las pinturas del Prado fueran un encargo directo de quien era el rey de uno de los países más poderosos de Europa en aquella época (además de su propio soberano) ha redundado por otra parte en que la ejecución de las mismas sea de una gran calidad media, contándose un buen número de ellas entre sus obras maestras. El Museo tiene también más de 25 ejemplos de van Dyck, varios de Jacob Jordaens, incluyendo su Autorretrato con su familia, y la serie de Los Cinco Sentidos de Jan Brueghel el Viejo (Brueghel de Velours) y Rubens. De lo anteriormente resumido se desprende que es una de las mejores colecciones de pintura flamenca del mundo, a la que tan sólo se puede comparar quizá la del Kunsthistorisches Museum (Museo de Historia del Arte), de Viena.

 

Pintura francesa

 

 

Ciego tocando la zanfonía, de Georges de La Tour, 1610 — 1630 (legado Villaescusa).

 

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Es la cuarta escuela nacional más extensamente representada, con más de trescientas pinturas, aunque a mucha distancia de las tres anteriores. Como en el caso italiano y flamenco, aquí las circunstancias históricas también ejercieron gran influencia, y la casi permanente beligerancia entre España y Francia a lo largo de los siglos XVI y XVII restringió los intercambios artísticos entre ambos países, a lo que se unieron las diferencias de gustos imperantes en cada uno de ellos.

 

Apenas existen ejemplos anteriores a 1600, aunque entre ellos figura una destacada tabla fechada entre 1405 y 1408, de autor anónimo, tal vez Colart de Laon, adquirida en mayo de 2012: La oración en el huerto con el donante Luis I de Orleans. Los siglos XVII y XVIII cuentan por su parte con obras magistrales de Poussin, como El Triunfo de David y El Parnaso; de Claudio de Lorena se conserva un conjunto de paisajes sobresalientes, y se conservan un par de pinturas de Simon Vouet y cuatro de Sébastien Bourdon. El tenebrismo cuenta con ejemplos llamativos de Georges de La Tour, Nicolas Tournier y Valentin de Boulogne. Retratistas de los Borbones españoles, como Jean Ranc, Louis-Michel van Loo y Michel-Ange Houasse, así como de los franceses (Hyacinthe Rigaud y Antoine-François Callet) tienen presencia junto a maestros rococós como Watteau y Boucher.

 

La colección de pintura francesa del Museo del Prado es sin duda uno de los aspectos de las colecciones menos estudiados hasta ahora. Existe un importante número de obras neoclásicas, entre ellas una de Merry-Joseph Blondel y varias de pintores por ahora desconocidos del entorno de J.-L. David que han de ofrecer en el futuro gratas sorpresas, además de una apreciable cantidad de ejemplos de los discípulos franceses de J. A. D. Ingres. Hay asimismo obras de gran interés más modernas, de la segunda mitad del siglo XIX, como los dos retratos femeninos de Ernest Meissonier, algo muy raro dentro de su producción, una famosa pintura de desnudo de Paul Baudry, La perla y la ola, que perteneció a la emperatriz Eugenia de Montijo, dos retratos de Carolus-Duran, uno de ellos adquirido recientemente (2010), y cuatro óleos de Léon Bonnat.

 

Pintura alemana

 

 

Las Edades y la Muerte, de Hans Baldung.

 

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Pocas son las obras de pintura alemana conservadas en el Prado e históricamente en España en general (hasta la llegada de la colección Thyssen). A pesar de la fuerte relación de los Habsburgos españoles con el Sacro Imperio Romano Germánico, la mayoría de los monarcas hispanos se decantaron por otro tipo de pintura. A causa de ello esta colección es reducida en número, aunque de gran calidad.

 

Destaca sobre todo el grupo de cuatro obras maestras de Alberto Durero, entre ellas su Autorretrato de 1498 y la pareja de tablas de Adán y Eva. Del resto de obras, descuellan una Virgen con el Niño Jesús, san Juanito y ángeles y dos curiosas escenas de cacería, las tres de la mano de Lucas Cranach el Viejo (además, en 2001 se adquirió un Retrato de Juan Federico "el Magnánimo" que se creía autógrafo de Cranach, pero posteriormente considerado obra de taller); dos alegorías muy importantes de Hans Baldung Grien, Las Edades y la Muerte y La Armonía o Las tres Gracias, una pequeña pintura de Adam Elsheimer, Ceres en casa de Hécuba, y ya del siglo XVIII, un nutrido grupo de obras de Anton Raphael Mengs, que fue nombrado Primer Pintor del rey Carlos III y trabajó en la Corte entre 1761 y 1769 y de 1774 a 1776. Fundamentalmente se trata de retratos de la Familia Real (o de su entorno, como El clérigo Joaquín de Eleta, confesor del rey, o el Retrato de José Nicolás de Azara, adquiridos en 2005 y 2012, respectivamente), aunque también hay un autorretrato y algunas obras de asunto religioso. A ellos se suma una única pieza de Angelica Kauffmann: Anna von Escher van Muralt, ingresada en 1926 con el legado Luis de Errazu. Asimismo, existe un interesante retrato de la infanta Paz de Borbón por Franz von Lenbach.