EL PARAÍSO PERDIDO
de John Milton

EL PARAÍSO PERDIDO. DE INTERÉS GENERAL

 

 

Fuente Wikipedia. El paraíso perdido (Paradise Lost en idioma inglés) es un poema narrativo de John Milton (1608-1674), publicado en 1667. Se lo considera un clásico de la literatura inglesa y ha dado origen a un tópico literario muy difundido en la literatura universal.

 

Sobrepasa los 10.000 versos escritos sin rima. El poema es una epopeya acerca del tema bíblico de la caída de Adán y Eva. Trata, fundamentalmente, del problema del mal y el sufrimiento en el sentido de responder a la pregunta de por qué un Dios bueno y todopoderoso decide permitirlos cuando le sería fácil evitarlos.

 

Milton responde a través de una descripción psicológica de los principales protagonistas del poema: Dios, Adán y Eva, y el diablo, cuyas actitudes acaban por revelar el mensaje esperanzador que se esconde tras la pérdida del paraíso original. En el poema, el cielo y el infierno representan estados de ánimo antes que espacios físicos.

 

La obra comienza en el infierno (descrito mediante referencias a la permanente insatisfacción y desesperación de sus habitantes), desde donde Satanás (definido por el sufrimiento) decide vengarse de Dios de forma indirecta, esto es, a través de los seres recién creados que viven en un estado de felicidad permanente.

 

Personajes principales[]

 

Satanás: Satanás es el primer personaje importante introducido en el poema. Lucifer, un ángel hermoso, es una figura trágica que se describe mejor por sus propias palabras "Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo". Fue confinado al infierno después de una rebelión fallida por el control de los cielos de Dios. El deseo de Satanás de rebelarse se debe a su falta de voluntad para aceptar que no todos los seres merecen la libertad, declarando que los ángeles son seres autónomos y eliminando así la autoridad de Dios sobre ellos como su creador.

 

Se presenta como un personaje carismático y persuasivo. Satanás se manifiesta por primera vez cuando presenta argumentos a sus ángeles seguidores de por qué se debe tratar de derrocar a Dios.

 

Él sostiene que deberían tener los mismos derechos que Dios y que el Cielo es una monarquía injusta. El papel de Satanás como una fuerza impulsora en el poema ha sido objeto de mucho debate académico. Las posiciones van desde puntos de vista como el de William Blake, quien afirmó que Milton ", escribió encadenado acerca de los ángeles y Dios, y en libertad, cuando de Diablos y Demonios, porque fue un verdadero poeta y del partido del diablo sin saberlo" a las interpretaciones críticas como la de William H. Marshall quien ve 'al poema como un cuento sobre la moral cristiana.Adán: Adán es el primer ser humano en el Edén creado por Dios. Él es más inteligente que Eva y es también más fuerte, no sólo físicamente, sino moralmente. De las preguntas que hace el ángel Rafael, está claro que Adán tiene una profunda curiosidad, intelectual. Se trata de una especie de curiosidad que Eva no tiene. A diferencia de la versión bíblica de Adán, esta versión de Adán se le da una visión del futuro de la humanidad (esto incluye una sinopsis de las historias del Antiguo y Nuevo Testamento), por el ángel Miguel, antes de que él tenga que dejar el Paraíso.

Eva: Eva es la segunda persona creada, tomada de una de las costillas de Adán y se conforma en una forma femenina de Adán. En un sentido positivo (dependiendo de su punto de vista), es el modelo de una buena mujer, fiel, amorosa y sometida a su pareja (por libre voluntad de ella). Ella conoce a Adán que se aleja de su imagen cuando se conocen, confiando en la autoridad de Adán en su relación hasta que ella se ve influenciada por Satanás. Ella es muy hermosa, y su belleza no sólo obsesiona a Adán, sino también a sí misma.

 

El Hijo de Dios: El Hijo de Dios en el Paraíso Perdido es Jesucristo, aunque nunca se nombra explícitamente, ya que no ha entrado aún en forma humana. El Hijo es muy poderoso e idealmente heróico, sin ayuda logra derrotar a Satanás y sus seguidores cuando violentamente se rebelan contra Dios y conducirlos al infierno, sin embargo su verdadero papel en la novela es el del futuro redentor que salvara a la humanidad de Satanás cuando se ofrece voluntariamente para salvar a la humanidad del pecado que cometera Adán.

 

Dios el Padre: Dios el Padre es el creador del Jardin del Edén, el Cielo, el infierno, y de cada uno de los personajes principales. Si bien es representado como pomposo, irascible, egoísta y desagradable, es un ser todopoderoso y omnisciente que no puede ser derrocado por un tercio de los ángeles de Satanás incitados contra él. El poema retrata el proceso de Dios de la creación en la forma en que Milton creía que se hizo, que Dios creó el Cielo, la Tierra, el infierno, y todas las criaturas que habitan en estos planos separados de la parte de sí mismo, no de la nada. Por lo tanto, de acuerdo con Milton, la máxima autoridad de Dios se deriva de ser el "autor" de la creación. Satanás trata de justificar su rebelión al negar este aspecto de Dios y reclamar la libre creación, pero admite que él no es el caso, y que Dios "no merecía el retorno / de mí, a quien Él creó lo que era."

 

Rafael: Rafael es un ángel que es enviado por Dios para advertir a Adán sobre la infiltración de Satanás en el Edén y le advierten que Satanás va a tratar de provocar la caída de Adán y Eva.

 

Miguel: Después de que Adán y Eva desobedecen a Dios al comer del Árbol del Conocimiento, Dios envía el ángel Miguel a visitar a Adán y Eva. Su deber es acompañar a Adán y Eva del

 

Paraíso. Pero antes que esto suceda, Miguel muestra a Adán visiones del futuro que cubren un esbozo de la Biblia, de la historia de Caín y Abel en Génesis, a través de la historia de Jesús en el Nuevo Testamento. En la novela también se le describe como el rival de Satanás en las batallas que se realizan en el cielo, así como el encargado de expulsarlo. Se destaca especialmente en la lucha de argumentos que tiene con el príncipe de las tinieblas justificando el gobierno de Dios y el porqué someterse a éste.

 

Estructura[]

 

 

Lucifer, el protagonista principal de Paraíso Perdido, dibujado por Gustave Doré.

Presentación de Satanás[]

 

Milton era parte del movimiento puritano. Al principio del poema se expone su asunto: la caída del hombre en el pecado. Tras esto, se narra la historia de Satanás, el más bello de los ángeles, que antes de la creación del mundo encabezó una rebelión de ángeles contra Dios, por lo cual este le expulsa a él y a su séquito del Cielo y los condena a permanecer en un lugar terrible llamado Caos. Allí, Satanás arenga a sus fieles para vengarse de Dios, pero no con la fuerza, sino a través de la astucia y el engaño. Y para ello dispone que se utilice a una futura criatura suya, el hombre:

 

 

-¡Oh, millares de espíritus inmortales!! ¡Oh, potestades a quienes sólo puede igualarse el Todopoderoso! Aquel combate no careció de gloria, por más que su resultado fuera desastroso, como lo atestiguan esta mansión y este terrible cambio que me es odioso expresar. [...] De hoy más, ya conocemos su poder como conocemos el nuestro, de modo que no provoquemos ni rehuyamos con temor cualquier guerra a que se nos provoque. El mejor partido que nos queda es el de emplear nuestras fuerzas en un secreto designio: el de obtener por medio de la astucia y del artificio lo que la fuerza no ha alcanzado, a fin de que en adelante sepa por lo menos que un enemigo vencido por la fuerza sólo es vencido a medias.

 

Adán, Eva y el árbol del conocimiento del Bien y el Mal[]

 

 

 

Albrecht Dürer, 1507.

Satanás se encarga de ir él solo a descubrir el nuevo mundo; Dios lo ve y se lo enseña a su Hijo, al que le explica que el hombre va a ser culpable, por lo cual el Hijo se presenta voluntario para expiar con su muerte el pecado del hombre. Satanás explora el nuevo mundo, que es descrito al lector, y averigua dónde está la morada del hombre, la nueva creación divina. Allí contempla, admirado, la perfección de su forma, y averigua la prohibición que pesa sobre Adán y Eva, primeros seres humanos, de comer el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal.

 

 

Adán, el primero de los hombres, al dirigir estas frases a Eva, la primera de las mujeres, hizo que Satanás aguzara los oídos para escuchar las palabras de aquella nueva lengua: -¡Oh, mi dulce compañera, única con quien comparto todos estos placeres, y a quien amo más que a ellos! Preciso es que el poder que nos ha hecho, y que ha hecho para nosotros este vasto mundo, sea infinitamente bueno, tan generoso como bueno, y asimismo tan liberal en su bondad como infinito. Él nos ha sacado del polvo y nos ha colocado aquí, en medio de toda esta felicidad, cuando por nuestra parte no hemos merecido nada de su mano, ni podemos hacer nada de que pueda Él tener necesidad: no exige de nosotros otra cosa que un solo deber, una fácil obligación; que de todos cuantos árboles producen en el paraíso frutos variados y deliciosos, nos abstengamos únicamente de tocar el árbol del conocimiento del bien y del mal, plantado cerca del árbol de la Vida: ¡tan cerca de la vida crece la muerte! ¿Y qué es la muerte? Alguna cosa terrible, sin duda; porque, como tú no ignoras, Dios ha dicho que tocar el árbol del conocimiento del bien y del mal es lo mismo que morir. Esta es la única prueba de obediencia que nos ha impuesto entre tantas facultades de poder y soberanía como nos ha conferido.

 

Adán y Eva desobedecen a Dios[]

 

Dios, atento a lo que sucede en el paraíso, envía al arcángel Rafael para exhortar a Adán y Eva a la obediencia y prevenirles de la trama de Satanás; además, cuenta con detalle de la historia del ángel caído. Satanás ha regresado al paraíso en forma de serpiente, y cuando encuentra a Eva sola, le explica que tiene el don de hablar gracias al fruto de un árbol. Conduce a ese árbol a Eva, que reconoce el árbol del conocimiento del bien y del mal; con argucias y mentiras fomenta dudas en Eva:

 

 

-En resumen, ¿qué es lo que nos prohíbe conocer? ¿Nos prohíbe el bien, nos prohíbe ser sabios?... Semejantes prohibiciones no deben ligarnos... Pero si la muerte nos rodea con las últimas cadenas, ¿de qué nos servirá nuestra libertad interior? El día en que lleguemos a comer de ese hermano fruto moriremos; tal es nuestra sentencia... ¿Ha muerto, por ventura, la serpiente? Ha comido, y vive, y conoce, y habla, y raciocina, y discierne, cuando hasta aquí era irracional. ¿No habrá sido inventada la muerte más que para nosotros solos? ¿O será que ese alimento intelectual que se nos niega esté reservado solamente a las bestias? Pero el único animal que ha sido el primero en probarlo en lugar de mostrarse avaro de él, comunica con gozo el bien que le ha cabido, cual consejero no sospechoso, amigo del hombre e incapaz de toda decepción y de todo artificio. ¿Qué es, pues, lo que temo? ¿Acaso sé lo que debo hacer en la ignorancia en que me encuentro del bien y del mal, de Dios o de la muerte, de la ley o del castigo? Aquí crece el remedio de todo; ese fruto divino, de aspecto agradable, que halaga el apetito, y cuya virtud comunica la sabiduría. ¿Quién me impide que lo coja y alimente a la vez el cuerpo y el alma? Diciendo esto, su mano temeraria se extiende en hora infausta hacia el fruto: ¡lo arranca y lo come! La Tierra se sintió herida; la naturaleza, conmovida hasta sus cimientos, gime a través de todas sus obras y anuncia por medio de señales de desgracia que todo estaba perdido. La culpable serpiente se oculta en una maleza, y bien pudo hacerlo; porque Eva, embebecida completamente en la fruta, no miraba otra cosa. Le parecía que hasta entonces no había probado nada tan delicioso; ya porque su sabor fuera realmente así, o porque se lo imaginara en su halagüeña esperanza de un conocimiento sublime; su divinidad no se apartaba de su pensamiento. Ávidamente y sin reserva devoraba la fruta ignorando que tragaba la muerte. Satisfecha al fin, exaltada, cual si lo fuera por el vino, alegre y juguetona, plenamente satisfecha de sí misma, habló de esta suerte: -¡Oh, rey de todos los árboles del paraíso, árbol virtuoso, precioso, cuya bendita operación es la sabiduría!

 

Expulsión del paraíso[]

 

Tras probar la fruta, se la lleva a Adán para que él también pruebe. Adán, pese a reprochar a Eva su desobediencia, come de la fruta, porque su amor por Eva hace que quiera compartir su suerte.

 

Al conocer Dios la caída en el pecado de desobediencia de sus criaturas, envía al arcángel Miguel para que les comunique su expulsión del paraíso y que Dios acepta las súplicas que ha hecho Adán de posponer su muerte. Antes de la expulsión definitiva, Miguel explica a la pareja el futuro y destino de la humanidad, dominado por el esfuerzo y el sufrimiento a causa de su pecado original, y les muestra el mundo que van a habitar ellos y sus descendientes:

 

 

Del costado de Miguel pendía, como un resplandeciente zodiaco, la espada, terror de Satanás, y en su mano llevaba una lanza. Adán le hizo una profunda reverencia; Miguel, en su regio continente, no se inclinó, sino que explicó desde luego su venida, de esta manera: -Adán, ante la orden suprema de los cielos, es superfluo todo preámbulo; bástete saber que han sido escuchados tus ruegos y que la muerte que debías sufrir, según la sentencia, en el momento mismo de tu falta, se verá privada de apoderarse de ti durante los muchos días que se te conceden para que puedas arrepentirte y resarcir por medio de buenas obras un acto culpable. Entonces será posible que, aplacado tu Señor, te redima completamente de las avaras reclamaciones de la muerte. Pero no permite que habites por más tiempo este paraíso; he venido para hacerte salir de él y enviarte fuera de este jardín a labrar la tierra de la que fuiste sacado y el suelo que más te conviene.

 

Recepción[]

 

El Paraíso perdido ha tenido una importante recepción, siendo continuamente comentado y traducido durante la Ilustración europea del siglo XVIII. En él se basó Gottfried Van Swieten para escribir el texto que serviría de base a la composición La Creación de Joseph Haydn, un importante oratorio que recoge la primera parte del texto de Milton. Termina con la creación de Adán y Eva y sus alabanzas a Dios, sin presentar los episodios posteriores que llevarán a la pérdida del Paraíso.

 

Por otra parte, la conveniencia de traducir o no este texto generó un importante debate en la Ilustración en lengua alemana. Así, mientras los ilustrados más estrictos, como Johann Christoph Gottsched se oponían a ello, por tratarse de un texto lleno de elementos sobrenaturales y fantasiosos, los ilustrados suizos Johann Jakob Bodmer y Johann Jakob Breitinger van a abogar por su traducción, admirando la fuerza del texto. También los prerrománticos como Johann Gottfried Herder o François-René de Chateaubriand van a mostrarse fascinados por este texto.

 

Ya en el siglo XX, novelistas como Cees Nooteboom han rendido homenaje a esta obra. En el caso del holandés se trata de Perdido el paraiso.

 

Notas[]

 

1.  Dice Milton en el prólogo: "La rima no es un complemento necesario ni un verdadero ornameno del poema o el buen verso, especialmente en las obras más extensas (...) Este abandono de la rima no ha de tenerse, pues, por un defecto (...) sino más bien considerarse como un ejemplo, el primero en inglés, de la antigua libertad recuperada para el poema heroico".

 

 

ANÁLISIS DESDE OTRA PERSPECTIVA

 

 

Fuente letraslibres. Paraíso perdido, de John Milton (1608-1674), es el poema épico más importante de la literatura en lengua inglesa. Sus 10.565 versos, divididos en doce libros –como la Eneida, uno de sus más visibles antecedentes–, constituyen un coloso verbal, un alambicado monumento en el que confluyen múltiples influencias: la Biblia, la patrística, los textos hebreos, la mitología y la poesía grecolatinas –Homero, Ovidio, Lucano y, sobre todo, Virgilio–, el teatro europeo seiscentista, la épica italiana –el Orlando furioso de Ariosto o la Jerusalén liberada de Tasso– y autores ingleses del quinientos como Ben Johnson o Edmund Spenser. Esta opulencia intertextual lo hace polisémico, sí, pero inabarcablemente polisémico: ante semejante arsenal de referentes, muchos de los cuales nos resultan hoy ajenos o desconocidos, no es extraño que nos sintamos perdidos. Por otra parte, frente a la interpretación clásica, que lo considera una elucidación poética de la vetusta quaestio teológica de la existencia del mal, Paraíso perdido admite también una interpretación política –como alegoría de las posiciones antimonárquicas de su autor en el turbulento periodo de la Guerra Civil inglesa, la República de Cromwell y la Restauración de 1660–, lo que dificulta aún más la lectura. Y su estilo, que pretende reproducir en inglés la sinuosidad sintáctica del latín, con frecuentes hipérbatos y largos periodos oracionales, de arracimada hipotaxis, y que ha merecido el comprensible reproche del Dr. Johnson y de T.S. Eliot, entre otros críticos ilustres, nos lo hace definitivamente extraño.

 

¿Por qué hay que leer, pues, Paraíso perdido? Se me ocurren dos motivos. En primer lugar, por el poderío de su verbo, por su vendaval lingüístico. Como Shakespeare, que nos arrebata aunque esté mal traducido, o aunque no lo entendamos, Milton nos captura con la majestuosidad ígnea de su dicción. En cualquier rincón del poema hallamos, en forma de trueno o de susurro, esa pujanza elocutiva. Cuando, en el libro VIII, un atribulado Adán le pregunta al arcángel Rafael por la licitud de sus amores carnales con Eva y por su correspondencia entre los seres celestiales, Rafael no le da la respuesta establecida por la teología –que los ángeles carecen de cuerpo–, sino ésta, permeada de platonismo: “Y en ausencia del amor no existe dicha./ Lo que tú de puro en el cuerpo gozas/ (Y creado puro fuiste) lo gozamos los Espíritus/ En eminencia, sin obstáculo ninguno/ de membrana, miembro o hueso, excluyentes trabas:/ Más que el aire con el aire, si los Ángeles se abrazan,/ Se fusionan por completo, uniéndose pureza/ A lo puro que desea; no requieren medio restringido,/ Como carne que con carne se combine, o alma y alma” (vs. 621-629).

 

Para conseguir este impacto verbal, una buena traducción resulta imprescindible. Siempre lo es, pero en estos supuestos de particular calado expresivo e ideológico, más todavía. Y la labor de Bel Atreides, el responsable de la edición, es irreprochable. Su versión transpone los vericuetos del original con una precisión y una elegancia extraordinarias, y no desfallece nunca en su propósito estético: es siempre, ante todo, una versión literaria, otro Paraíso perdido, espejo o sosias o desdoblamiento del original. El trabajo de Atreides, amén de muchas otras dificultades, ha de despejar una inicial, que ha conturbado a todos sus traductores desde Jovellanos, el primero en trasladar trechos del libro al castellano, en qué molde verter el pentámetro yámbico del texto inglés. Frente a la opción mayoritaria por el endecasílabo –que han utilizado, por ejemplo, Esteban Pujals y Manuel Álvarez de Toledo en sus versiones de 1986 y 1988, respectivamente–, Atreides se inclina por el amétrico trocaico, “porque ofrece la mayor flexibilidad para adaptarse a las secuencias de Milton, respetar el número de versos del texto fuente y, la mayor parte de las veces también, la estructura de las oraciones y los encabalgamientos”. Su tarea se completa con un prólogo iconoclasta y unas muy documentadas, pero no agobiantemente eruditas, notas al final del volumen, que facilitan el siempre arduo tránsito por el poemario.

 

La segunda razón que cabe aducir para justificar la lectura de Paraíso perdido está directamente relacionada con la polisemia del texto, y no es otra que su ambigüedad, esa cualidad tan fértil en el arte; la ambigüedad de sus protagonistas: de Adán y Eva, confusos y exaltados en sus transportes sensuales; de Dios, deseoso de justificarse por la existencia del mal, que atribuye, sin novedad discernible, al libre albedrío; y, sobre todo, de Satán, que abre el libro, y cuya centralidad ha sido señalada por Dryden y por Blake, según el cual Milton era, como todos los verdaderos poetas, miembro del partido del Demonio. También Shelley, como recuerda Bel Atreides, sostenía la superioridad moral del diablo miltónico sobre el ególatra supracósmico que es Dios. El Satán de Paraíso perdido es, en efecto, un ser curioso, insumiso, doliente, contradictorio, humano, en suma, que a veces parece capaz de amar. Así, en el libro IX, se diría que practica el bien, aunque no tarde en recobrar su maldad intrínseca: “El Maligno perduró abstraído/De su propio mal y, por un rato, persistió/ Estupefactamente bueno, de vileza desarmado,/ De artería, odio, envidia y de venganza,/ Mas el ígneo Infierno que arde siempre en él,/ Aunque en mitad del cielo, pronto puso fin a su deleite,/ Y con mayor tormento, cuanto más contempla/ Los placeres no ordenados para él: luego, pronto/ Odio fiero recolecta...” (vs. 463-471). Este dibujo claroscuro de Satán resultaba de una audacia extrema en el siglo xvii, pero no debe extrañarnos si atendemos al ideario heterodoxo de Milton. Pese a los esfuerzos de algunos críticos católicos como C.S. Lewis –amigo de Tolkien y autor de la muy popular serie de Narnia–, ansiosos por reconducir a Milton al recto camino de la tradición cristiana, Milton abrazaba no pocas ideas heréticas: como ha recordado Fernando Galván, rechazaba la Trinidad, el bautismo infantil y el matrimonio eclesiástico, se oponía a los obispos, y defendía el divorcio y las libertades de expresión e imprenta. Por no hablar de su defensa del regicidio, plasmada en su tratado Of Tenure of Kings and Magistrates, escrito en 1649, mientras se juzgaba al depuesto –y finalmente decapitado– Carlos I. Quizá por eso Satán y el resto de los ángeles caídos de Paraíso perdido sean descritos con muchos de los vicios de los monárquicos. ~