Elegías 11; 12
de Johann Wolfgang von Goethe

Elegías  11; 12

 

Johann Wolfgang von Goethe

 

11

¡Oh Gracias! E1 poeta en vuestro altar depone

estas pocas hojillas en que rosas apuntan.

Complacido os ofrenda, que siempre se complace

el artista en su estudio, aunque un panteón semeje.

Su frente baja Jove y la suya alza Juno;

Febo avanza y sacude su rizada melena;

adusta, Palas mira, y el alígero Hermes

vuelve a un lado sus ojos, zumbones como tiernos.

Pero es a Baco, solo, soñador e indolente,

en quien Citeres fija sus ardientes miradas

de juvenil deseo que aun en el mármol tiemblan.

Recuerda sus caricias y preguntar parece:

"¿Por qué no estará aquí conmigo el guapo mozo?"

 

12

 

¿No percibes, amada, la alegre gritería

que en la flaminia senda resuena? Son braceros,

segadores que al fin tornan al patrio lar.

Cogieron ya la próvida cosecha del romano

que ni aun a Ceres misma corona ofrendar quiere.

De la gran diosa en honra fiestas no se celebran,

que en lugar de bellotas áureo trigo da al hombre.

¡Más el jocundo rito nosotros cumpliremos!

Que dos amantes juntos igual que un pueblo montan.

De aquel místico triunfo que a1 vencedor seguía,

arrancando de Eleusis, chablar tú nunca oíste?

Los griegos lo fundaron, y aun en la propia Roma

ellos solo gritaban: "¡ Honrad la sacra noche!"

Alejado el profano, expectante el neófito,

temblaba en su alba veste, de la pureza símbolo.

En tanto, el iniciado con asombro vagaba

por entre extraños corros, de figuras de ensueño,

sibilantes serpientes; cerrados cofrecillos

de espigas coronados portaban las doncellas;

sibilinos visajes el sacerdote hacía,

e impaciente el neófito, por la luz suspiraba.

Solo tras muchas pruebas descifrar le era dado

los misterios de aquellas simbólicas pinturas.

¡Y cuál era el arcano! Pues que también Deméter,

la gran diosa, de un héroe prendóse cierto día,

de Jasón, el monarca de Creta, valeroso,

y su cuerpo inmortal, inviolado, entrególe.

¡Oh Creta venturosa! Rebosantes de espigas

ve sus campos, que lecho a excelso amor brindaran.

En tanto al demás mundo la penuria afligía

por no rendir tributo a la gran diosa amable.

E1 iniciado, atónito, la leyenda escuchaba

y a la amada guiñaba el ojo...—¿lo estás viendo?—

¡Ese arrayán frondoso cubre un lugar sagrado!

¡Nuestro placer a nadie hacerle daño puede!