Las chicas guerreras de 1714
De interés general

Las chicas guerreras de 1714

 

 

26/02/2014 Fuente elpais. La periodista Patricia Gabancho reivindica en un libro la labor de las mujeres en el episodio histórico, con presencia de reinas, santas, espías y viudas de héroes

 

De una mujer, lo importante en la Barcelona de 1714 —en realidad, en toda la Europa del XVIII— era saber si clasificarla como “honesta” o como “perdida”, en terminología de la época. Y poco más, amén de si podía dar descendencia al linaje o ser transmisora de patrimonio. A pesar de esa invisibilidad, entre tanto Villarroel, Casanova, Archiduque Carlos y Vilana-Perlas, mujeres, de haberlas, las había. Y en papeles tan sorprendentes como admirables: reinas, espías, santas, nobles exiliadas, viudas de héroes... La periodista Patricia Gabancho, aunque poca, ha hallado información suficiente de siete, partícipes en momentos claves de un episodio histórico que explica a través de ellas en Les dones del 1714 (Columna).

 

 

Santa Eulàlia.

 

El rescate de sus congéneres (a petición de la concejalía de Mujer y Derechos Civiles del Ayuntamiento de Barcelona y con la ayuda de historiadores como Joaquim Albareda, Albert García Espuche y Agustí Alcoberro) da un juego sorprendente y una mirada distinta a la historia del trágico periodo de Cataluña entre 1700 hasta 1725, tras la Paz de Viena.

 

La más llamativa es la reina rubia Elisabet Cristina de Brunswick-Wolfenbüttel, llegada a Mataró en julio de 1708, con 17 años, casada por poderes con el archiduque Carlos de Austria a quien aún no conocía entonces pero que a lo mejor él hubiera repudiado al instante si hubiese visto su rostro demacrado por el ataque nocturno de los mosquitos del Maresme. Se enamoró tanto de Barcelona (y, según algunas fuentes, también del futuro brazo derecho de su esposo, el catalán Vilana-Perlas: “No dexaré de Ser la misma”, le escribe a poco de que se reencuentren en Viena) que se arrodilló para besar el suelo de la ciudad antes de embarcar d eregreso a Viena. En su tumba se hizo grabar su llegada al puerto de Barcelona.

 

 

La reina Elisabet Cristina.

 

Marianna de Copons es la Mata Hari catalana: aristócrata refugigada en Alella, su hito consistió en seducir al coronel Le Querchois, al que sonsacó que las huestes borbónicas iban a reforzar Mataró, llena de botiflers, (“era la Burgos de la Guerra de Sucesión”, lanza con punzante símil con 1936 la autora). Un dato que no tardó en hacer llegar a la red de espionaje de su superior, Salvador Lleonart, evitando que las tropas catalanas cayeran en una emboscada.

 

El repaso de Gabancho, pespunteado por ilustraciones de Francesc Artigau, se detiene en la mártir Santa Eulàlia, patrona fetiche de la ciudad, cuyo pendón invicto y milagroso en el sitio de 1706 fue invocado oficialmente ya en julio de 1713. En una ciudad ya histérica y de repentino fervor religioso (se cierran prostíbulos, se prohíbe el juego y se obliga a las mujeres a ir de negro para no ofender a Dios), el pendón fue hecho prisionero el 11 de septiembre de 1714, llevado a Madrid y devuelto a Barcelona para ser quemado; la bandera, inmesa, que se colgaba del balcón consistorial, fue salvada anónimamente in extremis, si bien por sus dimesiones quien la rescató solo recortó la imagen de la santa, hoy restaurada.

 

Quizá porque era hermana de dos de los mejores generales catalanes, Manuel (gobernador de Cardona, última plaza fuerte de la guerra) y Antonio (marqués de Poal y comandente en jefe de las tropas exteriores a Barcelona), la abadesa del monasterio cisterciense de Vallbona, Manuela Desvalls, se encargó de copiar papeles, hacer circular mensajes y pasar información reservada para la red de espionaje de Lleonart. Una vida muy distinta de la noble de origen napolitano Maria Josep Pignatelli, casada con el conde de Althann, íntimo amigo (malas lenguas decían amante) del archiduque, con el que ya huyeron hacia Viena en 1711; desde su rico palacio dieron refugio a catalanes, con los que, con música de fondo, conspiraban inútilmente.

 

La aristócrata Mariana de Copons sonsacó a lo Mata Hari información militar borbónica

 

Gabancho muestra debilidad por el carácter de Magdalena Giralt, viuda del general Moragues, cuya cabeza Felipe V dejó colgada en el Portal del Mar de la ciudad durante 12 años para público escarmiento. Expropiadas todas sus tierras y perdidos sus hijos, hizo del rescate de la cabeza de su esposo su razón de ser. Mientras, la más doméstica Maria Àngels Sala, esposa de Joan Kies, cónsul de Holanda y mercader, le permite ilustrar la destrucción del Born y la de “una nueva burguesía urbana modernizadora, un proceso que quedó cortado en seco, como ocurrió en 1939: había la voluntad de desmantelar la estructura jurídica, polícia e institucional de Cataluña y ahogar a un pueblo y una cultura”, dice Gabancho, que en un epílogo encuentra similitudes entre 1714 y la historia contemporánea. Otra chica guerrera.