El temblor del pudor
De interés general

El temblor del pudor

 

 

04/03/2015 Fuente elpais. Trueba desconcierta al lector y desafía los tabúes en la potente novela corta que habita en el corazón de esta novela breve

 

Hay una potente novela corta en el corazón de esta novela breve. Se mete donde duele y donde espanta la realidad: en el centro del desconcierto, en la imprevisibilidad del deseo y del sexo, donde el juego tonto se hace serio, donde la cama no se despega del todo de la piel y aun dura, o no se desvanece y disipa, como sería lógico, y sigue ahí, como curiosidad, o interrogante, como paréntesis abierto o guion sin terminar. Para el relato es vital el shock de la ruptura sorpresiva de una pareja sin datos previos, un mensaje delator, y la inminencia de un estado de convalecencia que se va contagiando de una huida que no es del todo huida sino quizá hallazgo, aunque hallazgo de lo que no encaja en las propias previsiones y no se sabe exactamente qué es, inimaginable 24 horas antes de que suceda. Por eso la desorientación del lector en los primeros compases de la novela se compensa en cuanto se traba la relación de los amantes, y lo mismo sucede con un final que llega con fuerza tras la ralentización de la tensión narrativa en algunos capítulos breves que pueden impacientar al lector más atrapado por la novela corta que habita en el corazón de esta novela breve.

 

El tonteo de Beto con una mujer que le dobla la edad, y que podría parecerse a las figuras de Otto Dix que reproduce el libro, se transforma en tibieza y atracción, enigma leve y exploración libre de lo que en cualquier otra circunstancia no habría tenido lugar o habría sido culpable o habría sido ridículo, sin serlo en ningún caso. Ese es el centro del relato y ahí se hace enigmático y sutil, moroso y explícito, con abierta libertad en el tratamiento de las pieles descolgadas, los pudores y las vergüenzas de pechos flácidos, la ancianidad excitada. ¿Por qué o para qué ceder primero a la autocompasión y después al experimento de la sexualidad con una mujer jubilada, que pasa ligeramente de los sesenta años, divorciada, con hijos, con nietos y un gato?

 

Tras el primer tercio, la novela se impregna del aire de sobria y falsa candidez porque lleva dentro un chispazo inquietante y hermoso: ni el sexo ni el amor entre un tipo de treinta y una señora de sesenta son parte de la aberración de la naturaleza; ni la flacidez hermosa, ni el pudor intangible ni la deshidratación biológica están excluidas de la realidad sentimental y erótica, aunque no sepamos explicarlas, aunque sea difícil justificarlas si el modelo de belleza es la tersura de celofán, plastificada de fábrica.

 

La mejor naturaleza de este libro es ser una estupenda novela corta, y turbadora, como lo es la tensión interior de algunas potentes páginas reflexivas e inteligentes, como lo es la pátina leve, discreta y casi oculta del humor feliz, chistoso y no chistoso, de Trueba. El personaje se pregunta “con suspenso en geografía” dónde estará tal sitio mientras un poco después alguien “con la cabeza calva, reconoció la cala”. No renuncia a las ocurrencias porque el humor a menudo protege contra el temblor, y esta novela tiembla en el centro de su historia.