Las manos y el alma del artesano
De interés general

Las manos y el alma del artesano. De interés general

 

 

30/11/2013 Fuente revistaenie. Cultura material. Rescatar la obra manual es recuperar al hombre oculto tras La industria. Un recorrido por el lugar del obrero y del artista en la Historia.

 

Horyu-ji es un templo budista que se encuentra en Ikaruga, prefectura de Nara, Japón. Su nombre completo es Horyu Gakumonji que significa templo de la enseñanza de la ley floreciente. Posee una característica que lo distingue por sobre el resto de las edificaciones del planeta: es la construcción en madera más antigua del mundo. Un Tesoro Nacional, Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Y no hay un solo tornillo metálico en toda su estructura basada en el montaje de maderas encastradas que le han dado fortaleza a lo largo de los siglos. La obra concluyó en el año 607 y aunque debió renovarse en gran parte, sigue en pie y conserva una huella imborrable: la mano de los hombres que la construyeron hace quince siglos.

 

¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas?/ En los libros aparecen los nombres de los reyes./ ¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?/ Y Babilonia, destruida tantas veces,/ ¿quién la volvió siempre a construir? ¿En qué casas/ de la dorada Lima vivían los constructores?

 

Son los versos de “Preguntas de un obrero que lee” el poema donde Bertolt Brecht interroga a la Historia acerca de los constructores, los que erigían los palacios y ciudades y cuyos nombres no quedaron esculpidos ni grabados en ninguna placa. Esa pregunta acerca del origen de todas las cosas, acerca de la mano que moldea la arcilla es la que vuelve recurrentemente y que directa o indirectamente está interrogando al capitalismo. Ya Carlos Marx había advertido acerca del sentido engañoso del sistema económico que generaba la ilusión de que las mercancías se relacionaban entre sí aparentando tener una voluntad independiente de sus productores, es decir, fantasmagórica. Es decir, el fetichismo de la mercancía, el ocultamiento del hombre detrás del trabajo.

 

El clima de la época plantea la necesidad de valorar la producción artesanal en oposición la producción en serie. El caso del palacio Horyu-ji es acorde con un país que vive –a pesar y gracias a– la contradicción que genera la convivencia entre la hipertecnologización y el eterno retorno al mundo de lo sagrado. Allí perduran oficios que marcan la diferencia entre comprar un sable artesanal y uno hecho en serie; la porcelana suji conserva el toque de la pincelada humana, entre otros casos; los tornillos allí fabricados –pieza clave de toda obra– son valorados como piezas perfectas dentro y fuera del archipiélago. “Japón es un país que carece de recursos naturales. No produce plata, ni cobre, ni petróleo. Tenemos que importarlos como otras materias primas y con ellas se ha producido una gran cantidad de manufactura. A su vez, las grandes empresas como Toyota, Nissan, Panasonic, Toshiba, etcétera existen gracias a la inmensa cantidad de empresas pequeñas y medianas que se dedican a fabricar las partes y piezas para surtirlas a ellas, como las que producen tornillos de alta calidad con espíritu artesanal y profesional”, explica el traductor y diplomático japonés Masateru Ito desde Japón.

 

 

Belleza y naturaleza

 

María Carelli trabaja en su taller de joyería contemporánea con materiales que abarcan un amplio espectro que va desde la plata hasta las escamas de pescados disecadas. “Empezás a experimentar con el material, a conocerlo cuando lo tenés en las manos, ves qué pasa, qué permite y que no, y entonces, finalmente, lo resolvés”, explica. Hay en el trabajo artesanal con características artísticas una reivindicación de la materia prima, de lo natural, de lo original que entra en juego con el cerebro y el cuerpo. Al respecto, Claude Lévi-Strauss sostenía que “Las sociedades estudiadas por los etnólogos tienen del trabajo una idea muy distinta. Lo asocian a menudo al ritual, al acto religioso, como si en ambos casos el fin fuera entablar con la naturaleza un diálogo en virtud del cual naturaleza y hombre pueden colaborar: concediendo ésta al otro lo que espera, a cambio de los signos de respeto, o de piedad incluso, con los cuales el hombre se obliga ante una realidad vinculada al orden sobrenatural”.

 

Del mismo modo, la cocina contemporánea explotó como industria a fines del siglo XX; luego, cocineros y restaurantes del mundo se dedicaron a explorar las raíces, el retorno a los orígenes, el fortalecimiento de los mercados en ciudades pequeñas y también metrópolis donde los campesinos llevan sus verduras, quesos, embutidos, frutos secos, panes, y todo aquel producto que garantice la participación humana sin mediación química ni industrial. Ese mercado de plaza hoy se convirtió en espacio del sabor “auténtico” y devino atracción turística. En el País Vasco (España), por ejemplo, los viñedos familiares son revalorizados, cuidados desde el Estado y han devenido proveedores de grandes centros de consumo donde pueden introducir sus vinos del mismo modo que las grandes marcas.

 

“Este es el caserío en el que vivimos desde siempre los de la familia Olaskoaga, nos hemos dedicado, de generación en generación, al cultivo de la tierra y a la elaboración de vino txakoli con las uvas producidas en estas viñas”, dice María José Zabala Olaskoaga quien junto a su hermana Arantxa cultivan, cuidan las viñas en Bazkio, un poblado a 30 kilómetros de Bilbao, de forma tradicional, a fuerza de trabajo manual sin herbicidas desde las seis de la mañana en adelante. De esas manos plenas de huellas del tiempo que pasa surge el vino Txakoli bajo el sello personal de Ados. Una palabra que en euskera significa “de acuerdo”. La escena que también se repite en Cuyo o en Salta o en fábricas caseras de cerveza en cualquier lugar de nuestro país.

 

Dice la página de Facebook del Mercado de productores “Sabe la tierra” (que venden sus frutos en San Fernando, Tigre y Vicente López): “En nuestros mercados priorizamos la relación humana. Tanto entre productores y consumidores como entre los propios productores. Para Sabe la Tierra son tan importantes las personas que están detrás de los emprendimientos como los emprendimientos en sí mismos. Promovemos el trabajo en equipo, la solidaridad entre compañeros, el respeto, la transparencia y la cooperación. No es fácil la tarea de organizar los mercados. Pero la asumimos con un gran compromiso. Y felices de hacer camino al andar”. Esta práctica se ha vuelto cotidiana y frecuente.

 

Detrás de todo músico hay un instrumento, y detrás del instrumento, un luthier, el que imaginó y creó una guitarra, por ejemplo. Un creador, constructor de instrumentos es Juan Prime quien con un serrucho, una caladora y lijas de varios grosores produce guitarras: “La relación que establezco con el instrumento que construyo se basa en la que tengo con el futuro dueño ya que normalmente construyo un instrumento para gente que me es conocida y conozco lo que busca en una guitarra”.

 

El poema de Brecht sigue: Felipe de España lloró cuando su flota/ Fue hundida. ¿No lloró nadie más?/ Federico II venció en la Guerra de los Siete Años/ ¿Quién venció además de él?/ Cada página una victoria./ ¿Quién cocinó el banquete de la victoria?/ Cada diez años un gran hombre./ ¿Quién pagó los gastos?/ Tantas historias./ Tantas preguntas.

 

Richard Sennett dice que hasta hace poco tiempo, había lugar para que el hombre creara una “contranarración” del discurso dominante, que tenía la forma de la política o del sindicalismo. Hoy, el nuevo modelo penetra al sujeto, magnifica el individualismo donde el otro es visto siempre como un competidor. Con su libro El artesano (Anagrama) reintroduce una narración y encuentra en el trabajo manual no un recuerdo del pasado sino una proyección al futuro del hombre.

 

El trabajo manual tiene algo de ejercicio de resistencia a la producción en cadena fordista ejercicio por excelencia de la lógica capitalista. Y aunque sea sólo eso, alcanza para la reflexión frente al objeto ya empaquetada y desangelado. Producir con las propias manos es el punto de partida del arte, pensar la pieza, pulirla, y ubicarla en una cadena humana es el fin propio, el que devuelve al hombre al centro de la escena y desplazando la mercancía.