Una tal mamá, origen de la vida y de todas las historias
De interés general

Una tal mamá, origen de la vida y de todas las historias

 

 

19/10/2014 Fuente lanacion. Desde la Biblia en adelante, escritores de todas las épocas decidieron recurrentemente contar la vida de sus madres, en un intento conmovedor por explicarse a sí mismos

 

La madre es el primer amor. La materia prima del escritor es su propia experiencia, de manera que revisar un momento de la vida es volver a ella. En la tierra amplia del qué contar, ¿por qué se elige escribir sobre la madre? ¿Para qué narrarla? Las respuestas posibles se van a detener en una acción: comprender, aliviar, hacer el duelo, amar. Hay tantas formas de madre como motivos para revisarla, y cuando un autor entra en esa zona, suele dar con la construcción de un libro.

 

Mamá, de Jorge Fernández Díaz; La pregunta de mi madre, de Luis Mey, y Una muchacha muy bella, de Julián López, son libros contados desde la mirada del hijo. Nacer es salir de ella; contarla es tomar distancia para estar lo suficientemente cerca como para que se pongan de pie aspectos desconocidos de esa persona con la que se vivió años en la misma casa. El narrador no va a ser el mismo que estuvo ahí, en la infancia, por ejemplo. Fernández Díaz empezó a escribir el libro sobre Carmina, su madre, en un cuaderno de tapa dura a partir de un hecho que muestra a otra, ya mayor, que hacía llorar a la psiquiatra que la atendía. Por estos días, Mamá se reeditó con un epílogo del autor acerca de su primera edición. En esos once años, murieron muchos de los que también tejieron la historia. Carmina seguía ahí.

 

"-Si vas a escribir algo sobre este momento te pido que pongas la verdad -me advirtió levantando el dedo.

 

-¿Y cuál es la verdad?

 

-Que ahora soy completamente feliz. Lástima que soy vieja.

 

Los gozantes y los sufrientes, pensé mientras caminaba por las veredas de aquel invierno final."

 

¿Cuánto hay de la madre en las formas discursivas del hijo? Así como se pueden tener los ojos, la sonrisa, el pelo "como el de mamá", también existen modos comunes de nombrar el mundo. En ese ir hacia ella, ¿habrá extrañeza o surgirá sentirse en casa? Alejandra Eidelberg es psicoanalista, miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL), docente y autora de libros, entre ellos, Letras poéticas, lecturas lacanianas. Considera que "releer el lazo con la madre es una idea interesante para pensar la posibilidad de una escritura fundada en la lectura de las marcas de la lengua materna, marcas que quedan inscriptas en el cuerpo".

 

"Mi madre era una muchacha bella y voluptuosamente delicada; aun cuando pasáramos la vida que vivimos en una casi absoluta soledad, tenía un modo extraordinariamente sensual de ser para sí y, claro, ahí estaba yo con mis siete años, también para mí." Así describe Julián López a la protagonista de su libro Una muchacha muy bella. La novela ocurre en los días de la infancia, el tiempo entre un hijo y una madre hasta el secuestro de ella, en la última dictadura. Luis Mey trabaja desde el punto de vista de un adolescente en La pregunta de mi madre. "Es chiquita y parece débil, pero siempre puede más que todos. Por eso mira como mira. Escribe poesía cuando tiene tiempo, cocina, trabaja, es esposa, lava la ropa, limpia la casa, destapa cañerías, cose, remeda, me compra la ropa, me ayudaba en las tareas desde primer grado, hace las compras de comida y está atenta a todas las preguntas que le haga. Que pueden ser de cualquier cosa. Básicamente, la entenderé algún día, pero mucho tiempo después: eso lo sé desde chico."

 

La primera mujer que inauguró la palabra "hijo" aparece en la madre de todos los textos: la Biblia. Con la pérdida de la inocencia, Eva parirá después de entender qué significó el jugo de la manzana en su boca. El dolor es un acto de revelación. Somos lo que leemos y, en la dinámica del punto de vista, los relatos cambian. Hay obra que se escribe cuando la madre todavía está en la vida del escritor; en otros, nace con el duelo. "La última vez que ves a alguien y no sabes que será la última vez. Y todo lo que ahora sabes, ojalá lo hubieras sabido entonces. Pero no lo sabías, y ahora es demasiado tarde. Y te dices: «¿Cómo iba a saberlo? No podía saberlo.» Te lo dices. Esta es la historia de cuánto echo en falta a mi madre. Algún día, de una forma única, será también tu historia." Eso escribe Joyce Carol Oates en su libro Mamá.

 

Cuando aparece una madre en la literatura, hay que hacerle lugar. La comprensión es una forma de regresar, pero habrá zonas a las que no se llegará. Para Eidelberg, "quizás toda narración sobre la madre tenga origen en el intento de atrapar en el lenguaje aquello de ella que irremediablemente se escapa: su goce en tanto mujer, irreductible a todo tipo de discurso, no sólo al literario".

 

En Mi madre, Richard Ford hace un trabajo de sastrería fina, con hilvanes y puntadas largas para responder a la pregunta ¿quién es mi madre? "Y, sin embargo -escribe-, mi madre, a quien amaba y conocía muy bien, me vincula a ese territorio extraño, a eso otro que fue su vida y de lo que en realidad no sé ni supe nunca demasiado. Es una cualidad de la vida de nuestros padres que a menudo nos pasa inadvertida y por consiguiente no le damos importancia. Los padres nos conectan -por encerrados que estemos en nuestra vida- con algo que nosotros no somos pero ellos sí."

 

Otro autor que tomó el tema es Albert Cohen en El libro de mi madre. "No se había casado por amor. [?] El santo amor de mi madre había nacido en el matrimonio, había crecido con el nacimiento del bebé que fui yo." El libro es la despedida que no pudo ser: "La han arrebatado de mis brazos como en sueños. Murió durante la guerra, en la Francia ocupada, mientras estaba yo en Londres. Todas las esperanzas de vejez a mi lado para terminar así, el miedo de los alemanes, la estrella amarilla, inofensiva mía, el oprobio en la calle, la miseria quizá, y su hijo lejos de ella".

 

La madre conoce al hijo cuando nace. Las historias empiezan ahí, en ese primer contacto: el hijo que mira porque está siendo mirado, lo suficientemente cerca para poder, algún día, sentarse a contarlo..