Tierno bárbaro
De interés general

Tierno bárbaro

 

 

16/06/2014 Fuente elcultural.es. Bohumil Hrabal

 

Traducción de Kepa Uharte. Galaxia Gutenberg, 2014.

 

Llevamos décadas en que la banalidad domina el ambiente social, debido a la influencia de la mercadotecnia, al permanente espectáculo mediático, y porque el compromiso intelectual se ha difuminado. Por fortuna, quedan libros que recuerdan la eficacia con que la novela puede clavar un estilete verbal en el corazón mismo de actitudes trasnochadas y dejarlas boqueando. Bohumil Hrabal (Brno,1914- Praga, 1997) escribe este libro como un homenaje a su amigo Vladimír Boudnik (1924-1968); de hecho, son tres los personajes principales de la obra, el propio Hrabal, Boudnik y el poeta y filósofo Egon Bondy, unos artistas bohemios que se mueven en los márgenes de los circuitos oficiales en la Praga estalinista. El principal protagonista es el que fuera pintor y dibujante gráfico, Vladimír Boudnik, famoso durante su vida en EE.UU., y un desconocido en su país.

 

Tierno bárbaro, novela inédita hasta hoy en España, se publicó en el año 1973, aunque probablemente se escribiera antes. Si tuviéramos que buscar un correlato en los ámbitos hispánicos, pensaríamos en la ficción de Julio Cortázar, en la pintura de Salvador Dalí, o si miráramos al cine, en la obra de Javier Aguirre, concretamente en su versión de Sobre los ángeles de Rafael Alberti.

 

 Boudnik fue uno de esos artistas, como Van Gogh o Munch, que viven tan intensamente su arte, el proceso creativo, su deseo de innovar los modos de convertir la materia en sustancia artística, que viven bajo una presión mental extraordinaria, lo que les lleva a cometer actos inusitados, como la automutilación o el suicidio. En el caso de Vladimír, como Bohumil Hrabal le llama siempre en el libro, le domina el deseo de bañar los materiales de emociones para que se llenen de un potencial que transcienda la realidad palpable. Boudnik y Hrabal explican su arte mediante una relación que establecen con un árbol.

 

Según ellos, el gran Goethe, por ejemplo, lo bañó con su luz “el sol heleno por todas partes” (página 70), mientras el suyo es un simple árbol del bosque, uno conectado a la tierra, a la realidad, “que gracias a la imaginación y a la experiencia material soy [resulta] igual de frondoso” (página 70). Consideran, pues, que su arte encuentra sus raíces en la vida y no en las ideas. O sea, ellos rompen con las convenciones culturales clásicas, los mitos por ejemplo, en busca de la originalidad.

 

La novela carece de un argumento clásico; Hrabal lo sustituyó por el latido de un corazón, el de su amigo Vladimír, para ir contándonos algunos de sus latidos más intensos. Veremos a los amigos caminar incesantemente por Praga y, como buenos bohemios, bebiendo la cerveza a cubos. Su modelo en el arte de observar y de representar la vida de aquella Praga triste y oprimida es George Grosz, el excepcional pintor expresionista. Varias de las mejores escenas del libro narran momentos que podemos interpretar superponiendo algunas inolvidables imágenes de los cuadros de aquel azote de la burguesía alemana.

 

Una de las destacadas es cuando los tres amigos en su perpetuo deambular quieren hacer un homenaje a Grosz y se dedican a recoger “pintadas en los baños, en las fábricas y en las tabernas y las copiábamos a decenas” (página 61). Es decir, copiaban las pintadas obscenas; cuando les pillan, sus explicaciones no valdrán para nada. Acusados de que “la antología de pintadas pornográficas sólo era un sonajero para desviar la atención” (página 62), les escupirán violentamente a la cara, llamándoles degenerados, “porque entre la gente sencilla la homosexualidad es digna del mayor desdén” (página 62). La masa bien pensante no entiende lo que bien define el filósofo del grupo: “Todos estamos en el mismo barco sexual, pero cada uno navega bajo su propia bandera erótica” (página 63).

 

 La profunda originalidad de Vladimír es que partía de un supuesto muy curioso. El mundo le parece al protagonista un lugar ameno; una afirmación paradójica a todas luces. “Para Vladimír, el mundo normal era un sanatorio, un mundo anhelante de bienes de consumo y que se proyectaban en una media aritmética. Cuando estaba exhausto hasta la locura, aceptó el juego de este mundo para descansar, para retomar las fuerzas” (página 85).

 

Es decir, que el mundo corriente resulta predecible, porque la mayoría de las personas corren en pos de lo mismo, lo que te permite relajarte, descansar, como si fueras un niño de visita en un museo de cera. También porque te vistes como la gente corriente, vas a tu trabajo, haces lo mismo que los demás, y así no hay presión ninguna, mientras que cuando Vladimír se hallaba instalado en su satélite particular de artista, su sensibilidad se alejaba de ese mundo complaciente, guiado por el egoísmo humano, y se diluía en el universo, donde sentía una ligazón especial con la vida que trasciende lo común, y entonces surgía la creación, la representación de la realidad según una simetría o, mejor debía escribir, una asimetría nueva.

 

Pocas veces la prosa de vanguardia ha sabido transmitirnos tanto en un vehículo misterioso y tan sugerente como esta novela de Bohumil Hrabal. Su lectura recuerda inevitablemente esas intuiciones que captamos al leer la prosa de Eugenio Granell o los versos neoyorquinos de Federico García Lorca.