Tito Cossa: "Me gusta esa idea de desacartonar al Papa"
De interés general

Tito Cossa: "Me gusta esa idea de desacartonar al Papa"

 

 

14/10/2014 Fuente lanacion. Es una leyenda viviente de la escena nacional y esta semana estrena una nueva obra, Final de juicio, en el Teatro del Pueblo, sobre la Iglesia y los magistrados

 

a luz de la tarde entra por un enorme ventanal y resalta el contorno de los pequeños objetos que construyen el micromundo de Roberto "Tito" Cossa: una bolsa de tabaco, una pipa, pequeñas pilas de libros, algunos papeles por revisar y un ejemplar de la última edición de Florencio, la revista que edita Argentores. En ese escenario, nos da la bienvenida con una amplia sonrisa y nos aclara, por si dudábamos, que no tiene apuro alguno.

 

Por estos días, y con casi ochenta primaveras en su haber, "Tito" se mantiene ocupado como siempre: si bien hace un año que dejó la presidencia de Argentores, hoy se desempeña en el área de Prensa y Cultura de la institución y sigue a cargo del emblemático Teatro del Pueblo, donde estrenará, este miércoles, su última obra. Se trata de Final del juicio, una "humorada" dirigida por Jorge Graciosi e interpretada por José María López, Juan Manuel Romero y Federico Alí, sobre un hombre que se somete a su juicio final. "La obra me permite dos cosas: hablar un poco de la Justicia, divertirme con ella y también con los rígidos criterios de la Iglesia. El juicio se basa en preceptos religiosos como los ocho pecados capitales y los diez mandamientos", cuenta el autor, con el entusiasmo intacto de aquel chico de 14 años que se enamoró del ritual del teatro a través del imaginario de Arthur Miller.

 

"Mi bautismo fue cuando vi La muerte de un viajante. Ahí dije: «Yo quiero esto». Ahí empezó. Lo que pasa es que me achiqué con subir al escenario y encontré esta posibilidad de estar un poco en ese mundo como autor".

 

En esta charla con LA NACION, "Tito" Cossa, leyenda viviente de la escena nacional, nos habla del teatro y la política, la militancia, la gran deuda de la actuación, el presente de la escena local y el miedo a la "nada infinita".

 

-¿Cuál es el conflicto esencial que plantea Final de juicio?

 

-La obra es una humorada. Tomo una especie de juicio final, donde hay un tribunal supremo de siete miembros, lo cual me permite tirar una onda con la Corte Suprema de Justicia. Sumado a eso, también me deja divertirme un poco con estos esfuerzos de Bergoglio de popularizar un poco más a la Iglesia. Es una obra de humor, no tiene ninguna posibilidad de ser tomada como una historia, es una humorada, un juicio a un ser simple.

 

-¿Esos esfuerzos del Papa por popularizar la Iglesia le parecen en vano?

 

-Bueno, no. No está mal. Me gusta eso de que se trate de desacartonar al Papa y a esa rigidez de una religión ajena a la gente. Pero algo me divierto con eso. Yo soy ateo, por lo tanto hablo con mucho respeto, pero desde una posición de no creyente. Creo que Bergoglio ha cambiado cosas, pero no creo que llegue a lo que está pidiendo mucha gente, que es avanzar sobre dogmas que ya no van más. Siento que está dando pasos en una institución muy rígida, con siglos de rigidez. Lo que logra Bergoglio es, como lo hizo Juan XXIII, un paso hacia adelante, aunque después retrocedieron.

 

-Usted personifica una concepción del teatro muy ligada a lo político. ¿Cómo cambió la posición de los dramaturgos o los teatristas con respecto a la política?

 

-Es muy personal eso. Hay autores que jamás escribirán una línea política y otros, como Pavlovsky, que toman temas claramente políticos. El teatro directamente político es una cosa, pero hay mucho teatro que es político sin serlo directamente. Chejov es un anticipador de la Revolución Rusa. El que lea a Chejov dice: "En este país, algo va a pasar". No puedo decir que sea un autor directamente político, pero siempre está la política detrás del escritor.

 

-¿Y sigue estando aún en los creadores de hoy?

 

-Sí, sigue estando. Yo no puedo hablar a fondo porque voy poco al teatro, pero cada tanto voy y leo bastantes obras porque nos llegan textos de autores jóvenes al Teatro del Pueblo. Veo que hay una gran preocupación por el humor y por un tema que se reitera -que no está mal que se reitere porque es un gran tema-, que es la familia, la disfunción familiar, los afectos. Es una generación que no tiene una preocupación por responder a nada político. Nosotros siempre, escribiéramos o no teatro político, teníamos una especie de mandato. No era poner el teatro al servicio de una idea política, pero sí no perder de vista que éramos seres políticos que soñábamos con un mundo socialista. Puedo hablar de varios, por eso hablo en plural. Pero esta generación, por lógica, no tiene eso. Nosotros éramos más aristotélicos, en cuanto a escribir historias. Hoy, el teatro de la mayoría de los jóvenes es disruptivo, no se preocupa mucho por la historia, por la información. Entonces, apelan mucho a la imagen, a la música, cosa que a nosotros no se nos ocurría, salvo la música necesaria, pero no como efecto convocante del público.

 

-Ese motor de creación que era para ustedes la resistencia hoy ya no es el impulso de los dramaturgos...

 

-No, claro, porque viven en democracia. Nosotros pasamos casi la mitad de nuestras vidas de autores en dictaduras o en gobiernos autoritarios. Uno vivía eso y sentía que el teatro, aunque no fuera directamente político, era un acto de resistencia. Por eso surge Teatro Abierto en 1981.

 

-Su teatro parece surgir de cierta insatisfacción, cierta voluntad de cambio, y siempre alguno de sus personajes termina expresando esto. ¿Usted es un dramaturgo que escribe desde la insatisfacción?

 

-Algo de eso hay, sí. Yo soy un autor muy porteño. A mí me movilizan los temas sociales, políticos y familiares de mi época. No sé si todos, pero mis personajes son, en general, personas fracasadas, con una idea siempre muy individualista. Pienso que eso está en mis obras.

 

-¿Por qué cree que hoy la dramaturgia nacional, salvando algunos casos, parece estar cada vez más ausente en la calle Corrientes?

 

-Lo primero que quiero decirte es que Argentores, la Asociación de Actores y Aadet hicimos un concurso de obras para ver si la dramaturgia nacional asciende, en el sentido comercial, a la calle Corrientes. De todas maneras, hay autores en la calle Corrientes, como Muscari. ¿Por qué las obras dramáticas nacionales no están en la calle Corrientes? Porque creo que escribimos para salas pequeñas un teatro que no le va a la escena comercial: con pocos personajes, duración de una hora. Algunas obras son demasiado herméticas o intelectuales como para ir a la calle Corrientes.

 

-El escritor es siempre una figura fantasmática, pero en el teatro parece serlo aún más, porque el teatro está tan marcado por el protagonismo del actor que es muy difícil que el escritor logre visibilizarse, ¿no cree?

 

-El teatro es el actor. El único que copula con el teatro es el actor. Todos los demás somos voyeurs. El teatro es eso, esa cosa viva, esa ceremonia que yo les envidio a los actores.

 

-¿Se definiría como militante de algo?

 

No, si militante es estar encuadrado en algo, no. Nunca me afilié a ningún partido. Pero mi posición acá en Argentores, donde fui presidente hasta hace un año, es militancia. Es querer hacer algo por nuestro oficio, por los colegas. Como lo es en el Teatro del Pueblo. Eso es pura militancia, porque ahí en general nadie cobra nada.

 

-¿Está contento con la nueva producción de La Nona?

 

-Para mí es un regalo, una posibilidad de jugar en las grandes ligas. Es un teatro comercial muy serio. Jorge Graciosi ya la hizo muy bien en el Regio y eso me da tranquilidad, así como también saber que el elenco está encabezado por Pepe y que Carlitos Rotemberg es un productor con el que se trabaja muy bien. No es un empresario clásico.

 

-¿Le preocupa lo que sucede con el derecho de autor en Internet?

 

-Sí. Es un tema muy grave para los autores, sobre todo para los de cine y música. Se ha inventado algo maravilloso, pero en una estructura de un capitalismo salvaje, porque hay gente que se está haciendo multimillonaria colocando música y contenidos sin que el autor cobre un solo peso. Se habla de "cultura libre", y desde ya que es bueno que las obras circulen, pero los autores no podemos ser los únicos socialistas de este negocio.

 

-¿Por qué va poco al teatro?

 

-Porque estoy viejo y cuando llego a casa estoy cansado, me quedo y me tomo un par de whiskies. Y después es cierto que el que hace una actividad tiene una mirada diferente. Una vez le preguntaron al Gato Dumas qué comía cuando llegaba a su casa. Respondió que un pancho y una coca. Hay algo de eso. Cuando estás dentro de esto te cuesta que te sorprendan. Ojalá pudiera estar tan abierto como un espectador común.

 

-La obra que va a estrenar retoma los conceptos del debe y el haber. ¿Hay algo que se deba a sí mismo?

 

-Haber sido actor. Ésa es una deuda que no me la voy a perdonar nunca. Pero más que el debe, porque ya no voy a poder serlo, es una frustración. Voy a cumplir 80 años, estoy pagando el último peaje, pero estoy escribiendo. Ahora estoy trabajando en una versión teatral de la película El arreglo, cuyo guión hice con Carlos Somigliana. Estoy haciendo una versión teatral.

 

-¿Le teme a la muerte?

 

-Sí.

 

-¿Cómo se imagina que es?

 

-La nada infinita. Soy ateo en serio. No tengo ninguna esperanza del tipo: "De algún lado nos están mirando". No. No nos miran de ningún lado.

 

-¿Y qué sentido tiene todo esto si después nos espera la nada infinita?

 

-Es lo que tenemos. Yo quiero seguir vivo y lúcido hasta donde pueda. Y vivir hasta el final, porque me gusta la vida. Soy un privilegiado, trabajé y trabajo de lo que me gusta. Tuve y tengo una buena vida. Soy de los que no se pueden quejar..